24/03/2017 – Es un tema central de los ejercicios el que hoy nos toca: Las dos banderas. Es la lucha entre Cristo y satanás en medio de nuestro corazón.
Esta meditación es, junto con la meditación de los Binarios –que se hace el mismo cuarto día (EE 149)- y la consideración de las tres maneras de humildad (EE 164 ss.), la última preparación de ánimo y de corazón para la elección o reforma de vida, en la cual –dice Ignacio- “cada uno se aprovechará, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés” (EE 189).
El tema de esta meditación –la lucha entre Cristo y Satanás en el interior de nuestro corazón para apoderarse, uno u otro, de él- tiene una permanente actualidad: penetra toda la revelación de la Escritura, desde el Génesis –con la tentación de Eva y Adán- hasta el Apocalipsis –con la lucha entre el Cordero y el Dragón (Apoc 12)-; vale decir, toda la realidad de la historia humana.
Es el tema agustiniano de “las dos ciudades y dos reinos y dos reyes, Cristo y el diablo. Estas dos ciudades desean servir, la una al mundo y la otra a Cristo”. O, como dice en De Civiate Dei, libro XIV, capítulo 28 “dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial”.
San Ignacio ha actualizado este tema, exponiendo dramáticamente la táctica respectiva de cada jefe, simbolizada en “las Dos banderas”: “la una de Cristo, sumo capitán y Señor nuestro; la otra Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana naturaleza” (EE 136).
Primero, “la historia: será aquí ver cómo Cristo llama y quiere a todos debajo de su bandera (y, en este sentido, esta contemplación es continuación y complementación de la contemplación anterior, del Rey eternal); y Lucifer, al contrario, debajo de la suya” (EE 137; cosa que, para nada, se tenía en cuenta en el Rey eternal).
Luego, la “composición viendo el lugar”: la reminiscencia bíblica de Babilonia (“donde el caudillo de los enemigos es Lucifer”) sugiere una civilización materialista, opulenta y orgullosa, pero opresora del pueblo de Dios; es la imagen del “mundo”. Es ahí donde reside el jefe enemigo, repelente (“es figura horrible y espantosa”) y cruel. En el extremo opuesto, la reminiscencia bíblica de Jerusalén evoca la ciudad de paz, (“en lugar humilde, hermoso y gracioso”), humilde patria del pueblo de Dios aquí abajo. Es aquí donde reside Cristo nuestro Señor, que se presenta tal como es.
Hay en este díptico de “la composición viendo el lugar” –y que luego se remite en la presentación de los dos personajes (EE 140-144) – reminiscencias de profundidades misteriosas, singularmente adecuadas al presente ejercicio.
La petición “será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para de ellos guardarme; y conocimiento de la vida verdadera que enseña el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle” (EE 139).
En esta petición se nota que este ejercicio nos ofrece una transposición dramática de las reglas de discernir los espíritus, donde se trata –como dice su título (EE 313)- de “conocer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar”.
Ahora, en esta contemplación de “las Dos banderas” se pide “conocimiento de los engaños y ayuda para de ellos guardarnos; y conocimiento de la vida verdadera y gracia para imitarle al sumo y verdadero capitán”: o sea, la gracia de lanzar las malas mociones o tentaciones y de recibir las buenas.
Las dos banderas están representadas en dos tácticas las cuales se expresan en una trilogía: codicia de riquezas, vano honor del mundo y crecida soberbia, como táctica del “caudillo de todos los enemigos” (EE 142); y “pobreza espiritual y, si su divina majestad los quisiere elegir, no menos la pobreza actual, deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad” (EE 146).
Como vemos, ambas tácticas consisten en un proceso en el que la persona espiritual es llevada, en un caso, “de mal en peor” y, en el otro, “de bien en mejor” (EE 314-315-335).
Puede llamar la atención que la táctica del mal espíritu comience por “echar redes y cadenas con la codicia de riquezas, como suele la mayor parte de las veces” (EE 142), “para que más fácilmente vengan los tentados a vano honor del mundo y después (en tercero y último lugar) a crecida soberbia”.
Como vemos, la tradición del los Padres del desierto consideraba como tres grupos de pecados capitales: uno, formado de seis pecados capitales –o raíces de pecados actuales- por cualquiera de los cuales se comenzaba a ser tentado; luego, los otros dos últimos pecados capitales –la vanidad y la soberbia- a los que se legaba precisamente cuando se dominaban los seis primeros.
De aquí el tríptico ignaciano, que comienza –la mayor parte de las veces (sobre todo en uno que, como supone Ignacio, va a elegir el estado de vida)- por la “codicia de riquezas”; de hecho podría comenzar por cualquier otro (gula, injuria), pero termina siempre con la vanidad (el apetito de valer) y con la soberbia (o apetito de ser… como Dios), habiendo comenzado por el apetito de poder en cualquiera de sus formas.
La meditación de “las Dos banderas” termina con “un coloquio a nuestra Señora, al Hijo y al Padre” (EE 147); triple coloquio que puede hacerse a más personas, como por ejemplo al Espíritu Santo o a un santo de especial devoción en el que se pide “gracia para que yo sea recibido bajo su bandera (la de Cristo) y primero en suma pobreza espiritual; y si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir, no menos que la pobreza actual; segundo, en pasar oprobios e injurias por más en ellas le imitar, sólo que las pueda pasar sin pecado de ninguna persona ni displacer de su divina majestad” (EE 147).
Como vemos, es un triple coloquio muy similar al realizado en la contemplación del Rey eternal. Es tan importante ese triple –o múltiple, si se dirige a más personas- coloquio que de ahora en adelante –incluso en la tercera semana, cuando se contempla la pasión (EE159)- toda hora de oración termina con él (EE 159), teniendo en cuenta –como se dice en este último número de los Ejercicios- “la nota que sigue después de los binarios”, en EE 157.
Padre Javier Soteras
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