Día 20: La última cena

viernes, 15 de marzo de 2024
image_pdfimage_print

15/03/2024 – En la tercera semana de los ejercicios ignacianos, en el día 22, contemplamos a Jesús en la última cena.

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo.Estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle.Jesús, por su parte, sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía.Entonces se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura.Echó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos; y luego se los secaba con la toalla que se había atado.Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»Jesús le contestó: «Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Lo comprenderás más tarde.»Pedro replicó: «Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo.»Entonces Pedro le dijo: «Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»Jesús le dijo: «El que se ha bañado, está completamente limpio y le basta lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos.»Jesús sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos ustedes están limpios.” San Juan 13, 1-11

Jn 13, 1-11, que es el único evangelista que nos da a conocer este “misterio de la vida de Cristo”.
La acción que Jesús ejecuta con los Doce es una manifestación de la más profunda humildad: lavar los pies es considerado, entre los hebreos, oficio de esclavo; si la madre de un rabino quiere lavar los pies al Hijo, en señal de gran veneración, esto no debe tolerar semejante humillación. Basándose en Lev 25, 39, los rabinos llegaron a la conclusión de que un israelita no debe acceder a que su esclavo le lave los pies, si este es también hebreo.

El evangelista subraya que Jesús se levanta de la mesa para cumplir tan humilde servicio, teniendo plena conciencia del poder que el Padre le otorgó y que abraza todo el mundo, como también su propia pertenencia al mundo del más allá: esta observación busca mostrar a plena luz el contraste entre la acción humilde y la elevada dignidad de la persona que la ejecuta.

Según el v. 2, el lavatorio de los pies se hace en el curso de una comida. Ahora bien, si se tiene en cuenta que, según los usos judíos, lavarse los pies es una acción que precede al banquete (Lc 7, 44), es claro que Jesús no se propone cumplir un simple lavatorio de los pies, sino una acción simbólica. El lavatorio, pues, no es en realidad un rito más, sino un símbolo del servicio prestado por Jesús: toda su vida fue un servicio (Mt 20, 28, con nota de BJ) y una inmolación, de lo cual el lavatorio de los pies quiso ser expresión simbólica.

Esto se confirma cuando Pedro se opone decididamente y por ningún motivo quiere aceptar que Jesús le lave los pies y no cede sino ante la amenaza de no tener parte con él; o sea, de verse separado de la comunión con el Maestro y privado de participar de su gloria eterna. Pedro cae entonces en el extremo opuesto y pide que le lave también las manos y la cabeza. Jesús considera inaceptable la petición de Pedro, acudiendo como razón: “El que se ha bañado no necesita bañarse; está todo limpio” (Jn 13, 10). En la comparación el lavatorio de los pies corresponde al baño. Un acto que, como el lavatorio de los pies, procura a los discípulos un puesto al lado del Maestro no puede ser un rito accesorio de purificación, sino que debe ser el símbolo de la purificación básica del corazón de los discípulos, gracias a la cual se hace efectiva la unión con Cristo. Es el mismo efecto que, en la vida de la Iglesia, se produce en el baustismo: la purificación del pecado y la inserción en el cuerpo místico de Cristo. Por tanto, el lavatorio de los pies significa nada menos que el humilde servicio que Jesús presta a los suyos, el cual culmina con el sacrificio de la cruz, el despojo de sí mismo “tomando la condición de siervo” (Flp 2, 6-8, con notas de BJ).