16/03/2016 – Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo en el mismo lugar con dos de sus discípulos. Mientras Jesús pasaba, se fijó en él y dijo: «Ese es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos le oyeron decir esto y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?» Le contestaron: «Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Jesús les dijo: «Vengan y lo verán.» Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que siguieron a Jesús por la palabra de Juan.
Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que significa el Cristo).Y se lo presentó a Jesús. Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas» (que quiere decir Piedra).
Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Se encontró con Felipe y le dijo: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro. Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret.»Natanael le replicó: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» Felipe le contestó: «Ven y verás. » Cuando Jesús vio venir a Natanael, dijo de él: «Ahí viene un verdadero israelita: éste no sabría engañar.» Natanael le preguntó: «¿Cómo me conoces?» Jesús le respondió: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi.»
Natanael exclamó: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»Jesús le dijo: «Tú crees porque te dije que te vi bajo la higuera. Pero verás cosas aun mayores que éstas. En verdad les digo que ustedes verán los cielos abiertos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre.»
La expresión “seguir a alguien” fue empleada, en el Antiguo Testamento, en dos contextos diferentes.
Servía para expresar el hecho por el cual un discípulo se unía a su maestro: así Eliseo sigue a Elías, renunciando a su familia, a su trabajo y a sus bienes (1 Rey 19, 19-21). Notemos el gesto dominador de Elías que, al arrojar su manto sobre Eliseo, toma la iniciativa y reivindica una autoridad o “derecho de posesión” que Dios le ha dado sobre Eliseo; a este gesto responde el asentimiento de Eliseo que, siguiendo a Elías, se pone a su servicio.
Más tarde el rabinismo presenta la imagen del maestro que va adelante montado en un asno y algunos de sus discípulos que lo siguen a distancia. Entonces, seguir es caminar detrás de alguien cuya superioridad y dignidad se reconoce. El verbo “seguir”, en este caso, toma toda su fuerza de su expresión material, con el simbolismo que está implícito en él.
Por otra parte, en el contexto más directamente religioso de las relaciones del hombre con Dios también se empleaba el verbo “seguir”: para designar y condenar la idolatría, se hablaba de “seguir a otros dioses”. Frente a esta actitud pagana, el verdadero creyente era el que seguía a Yahveh y la recompensa se promete a aquel que siga cabalmente a Yahveh (Deum 1, 36).
Elías ilustra bien la opción necesaria entre las dos actitudes cuando se dirige al pueblo y le dice: “Si Yahveh es Dios, siguelo; si Baal, siguelo a este” (1 Rey 18, 21). Y lo mismo hace, en su momento, Josué, bajo la fórmula de “servir a Yahveh”, pero con el mismo sentido de “seguirlo” (Jos 24, 14-15). “Seguir” significa, por tanto, adherir a aquel a quien se reconoce como Dios.
En esto de seguir yendo detrás de un maestro, que representa la figua de Aquel que lo envía, se muestra en el nuevo testamento de Jesús y el llamado que Dios hace
En el Nuevo Testamento la expresión “seguir a Jesús” no tiene sentido uniforme. Antes de considerarla en la fórmula del llamado “sígueme…”, en la que recibe la plenitud de su valor, quisiéramos señalar su alcance en distintos contextos, ya sea colectivos, ya sea individuales. Es Jesús el que nos llama a nosotros. Él nos elige.
En varias oportunidades, los Evangelios nos relatan que la multitud seguía a Jesús. Según Mateo 4, 23-25, era un rasgo característico de la predicación de la Buena nueva: proveniente de todas partes, “una gran multitud lo siguió”. El entusiasmo popular –que provocaba este movimiento- se debía sobre todo a las curaciones milagrosas, pero también al deseo de escuchar la palabra de Jesús (Lc 5, 15; 6, 17-18).
Debemos reconocer en este entusiasmo una real adhesión a la persona del Maestro. Sin embargo, las multitudes eran por sí inestables, se renovaban de un sitio a otro y no acompañaban a Jesús de un modo estable: el seguir era momentáneo, hecho de relaciones exteriores y lábiles. El mismo Jesús señala esta exterioridad al destacar la diferencia que media entre la enseñanza que da a las multitudes ya la revelación que confía a sus discípulos más cercanos y permanentes (Mc 4,11).
La curación milagrosa individual puede ser ocasión de seguir a Jesús: es el caso del ciego Bartimeo, quien “al instante”, recobró la vista y le sigue glorificando a Dios” (Lc 18, 43). Jesús le dio la vista que le permite seguirlo; ella suscita una disposición de alabanza y de acción de gracias que impulsa a Bartimeo a acompañar en adelante a aquel que lo curó. Según Mc 10, 52, “lo seguía por el camino”; es decir, quería compartir la ruta de Jesús, ruta que debía desembocar en Jerusalén… y en la cruz.
Hoy el Señor sale a nuestro encuentro, toca nuestro corazón y nos dice “Ven y sígueme”. ¿A dónde y cómo sentís que Dios te está llamando. En ese acontecimiento que marca un antes y un después en tu vida, Dios te está invitando a seguirlo.
La invitación “sígueme…” es la expresión más característica de los llamados personales de Jesús. La encontramos en los cuatro evangelios (Mt 8, 2; Mc 2, 14; Lc 9, 59; Jn 1, 43 y en una forma más semítica –“venid conmigo”-, Mt 4, 19; Mc 1, 17). Verifica los criterios de autenticidad de las palabras de Jesús: la forma semítica, la simplicidad y la profunda originalidad de sentido que innova en el interior de una tradición para superarla.
El verbo “seguir…”, en primer lugar, hace pensar en las relaciones que se establecen entre un maestro y sus discípulos: el paralelo rabínico está confirmado por la apelación rabbi dada por los discípulos a Jesús (Mateo, Marcos y sobre todo Juan). En efecto, los discípulos reciben una enseñanza y reconocen en Jesús a su maestro. Jesús mismo aprueba esta madera de dirigirse a él “Ustedes me llaman el Maestro” (Jn 13, 13), dice a sus discípulos en el momento en que les entrega su última enseñanza y afirma la realidad de ese título. Así sitúa su posición respecto de una institución social de su época. Pero a la vez, muestra igualmente cómo supera esta institución, porque se conduce como un maestro único en su género y como más que un maestro. Jesús no solo reconoce a los discípulos que lo llaman Maestro sino que se reconoce como tal.
Es maestro de un tipo único y superior porque, a diferencia de los escribas que invocaban la autoridad de la Escritura o de la tradición, él invoca su autoridad personal. Es esa autoridad la que provoca el asombro en sus oyentes (Mc 1, 22): resulta de la manera de proponer su enseñanza y demuestra su poder mandando a los demonios (Mc 1, 27).
La invitación de hoy en los ejercicios es poder escuchar la voz de Dios que nos llama.
Seguir más a Cristo, de esto se trata la segunda semana de los ejercicios. San Ignacio nos habla de escuchar la voz de Dios para ir de más tras más.
Estamos llamados a dejarnos seducir por su voz que nos llama y nos dice “Ven y sígueme”.
Padre Javier Soteras
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