Día 21: La vocación, el llamado del Señor

miércoles, 29 de marzo de 2017

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29/03/2017 –  Dios está pasando y está llamando. Es tiempo de reforma de vida y viene por parte de su llamado. ¿Cómo es que ha aparecido de manera significativa en tu vida en éstas horas el Señor que te invita a seguirlo? ¿Qué te está pidiendo mientras pasa y llama? El Señor sigue llamando, siempre de modo sorpresivo, a lugares nuevos. En su llamado nos invita a responder de una forma nueva.

Para el ejercicio de hoy tomamos el texto en Jn 1, 35 en adelante.

El tema de la vocación abarca aspectos esenciales de la condición cristiana: a lo largo de su historia, el pueblo de Dios ha hecho un uso abundante de ella, de modo especial para llegar al fondo del llamamiento al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa. Últimamente, después que el Vaticano II llamó la atención sobre la vocación laical (LG cc. 4-5), se ha hablado mucho de la vocación del laico en la Iglesia de Dios.

 

En el Antiguo Testamento, los pasajes que hablan sobre la vocación divina están entre los más significativos, sobre todo a propósito de los profetas. Tengamos, sin embargo, en cuenta que el profetismo, en su amplio sentido, no es un fenómeno exclusivo de Israel.

El primer rasgo característico de la vocación profética en Israel lo constituye el hecho de que el profeta está bajo la influencia de un llamamiento personal de Dios. Sobra, por tanto, el asombro cuando vemos el lugar que ocupa en Israel el reconocimiento de Yahveh como el Dios Vivo, el Dios Todo-Otro, el único que posee la clave de la salvación del hombre. Para la realización de su destino, Israel está como atado a la iniciativa completamente libre y gratuita de Dios. Dios elige libremente y aparta de los demás pueblos al pueblo de sus preferencias. Poco a poco, la iniciativa de Dios es percibida, a los ojos de Israel, como una iniciativa que se deja sentir en las personas y en cada una de ellas en particular.

El llamamiento de Dios se hace oír en lo más profundo de la conciencia creyente, invitándola a movilizar todas sus energías dentro de la fidelidad a las exigencias de la alianza. Esa es la razón por la que el tema de la vocación sea central en una perspectiva de fe, pero como el hombre es pecador, como su espontaneidad no le conduce en el sentido de una tal unificación de su vida, el llamamiento de Dios parece siempre algo desconcertante, inesperado, imposible de realizar. (Is 6, 1-13; Jer 1, 4-10).

 

 

Is 6, 5-9

“Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!”. 6.Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. 7.Él le hizo tocar mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. 8.Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”. 9.”Ve, me dijo; tú dirás a este pueblo: ‘Escuchen, sí, pero sin entender; miren bien, pero sin comprender’.”

El texto muestra esta iniciativa sorprendente por parte de Dios, esta conciencia de que quien es llamado no es digno, el desconcierto y Dios que confirma con una acción que pone de pie a quien es llamado para que cumpla la misión a la que es llamado.

 

Jer 1, 4-10

“La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: 5.”Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones”. 6.Yo respondí: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”. 7.El Señor me dijo: “No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. 8.No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor-“. 9.El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: “Yo pongo mis palabras en tu boca. 10.Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar”.”

 

Es el llamado que Dios hace a alguien que se reconoce indigno, “soy muy joven” y el Señor que confirma a la persona porque Dios lo conoce más que lo que el joven se conoce. El punto de apoyo es el Señor que llama, y así comienza a tener una nueva perspectiva.

 

Vocación y misión

La segunda característica de la vocación profética consiste en que el llamamiento de Dios siempre va ligado a una misión, a un servicio a los hombres. Es una nueva consciencia que la persona toma sobre sí misma que ahora se orienta sobre un plan y un proyecto que Dios ha trazado por delante en su camino. El profeta es personalmente llamado por Dios para una tarea concreta en el seno del pueblo elegido. Séanle favorables o adversas las circunstancias, deberá dirigirse al pueblo elegido para invitarlo a hacer penitencia de sus pecados y a reemprender la aventura de la fe a la luz de los acontecimientos de su historia y emprender caminos nuevos. El profeta tiene una tarea compleja pero cuando Dios lo invita a hablar en su nombre, es el mismo Dios que habla a través de Él. El profeta es un servidor de Dios para el cumplimiento de su plan de salvación y, por la misma razón, es igualmente servidor de los hombres a quienes es enviado.

En el Nuevo Testamento, como observan los exegetas, es curioso que los evangelistas no utilicen prácticamente el vocabulario tradicional de la vocación a propósito de Jesús de Nazaret (como san Ignacio, quien, al hablar del “rey temporal”, dice que este es elegido de mano de Dios nuestro Señor, pero del “Rey eternal” no dice nada semejante). Es una manera más de afirmar que el misterio de Cristo escapa a las categorías ya inventadas: Cristo es, por sí mismo, Señor, pues es, por identidad, el Hijo hecho hombre.

Por el contrario, los evangelistas han multiplicado los pasajes en que se trata del llamamiento por boca de Jesús: en el Antiguo Testamento era Yahveh quien llamaba. En el Nuevo Testamento es todavía Dios quien llama, pero este llamamiento toma cuerpo en los repetidos llamamientos que Jesús de Nazaret dirige a los hombres.

El llamamiento divino adquiere en la boca de Jesús contornos propios. Jesús invita a seguirlo (Jn 1, 35-51; Mt 4, 18-22; 9, 9; Mc 1, 16-20; 3, 13-19; Lc 5, 1-11). Él es el iniciador del Reino. En él es cómo los hombres acceden a la condición filial y son liberados de su pecado. En él los hombres se hacen compañeros de Dios en la realización de su plan de salvación. En torno a él, como piedra angular, se organiza el pueblo de Dios. Dios ahora llama en la carne de Cristo.

A partir de entonces, más que nunca, el llamamiento divino está estrechamente ligado a una misión; pero toda misión, confiada por Dios, está estrechamente ligada con la misión personal de Jesús, de quien recibe su verdadero sentido.

Subrayemos, además, la importancia de los relatos de vocación y misión colocados por los evangelistas en el curso de las apariciones de Jesús resucitado. La pasión de Jesús lo aclara todo. El sentido de su misión y el carácter misterioso de su persona. Es entonces cuando se pone de manifiesto que la iniciativa divina está inscrita en la trama de la historia humana: cuando el Resucitado llama, es el propio Dios quien llama. Precisamente en el momento que se manifiesta plenamente el misterio de Cristo, es cuando aparece con evidencia que el misterio de toda vocación es de naturaleza cristológica.

En ese momento, igualmente, queda plenamente constituido el universalismo cristiano. Como dice san Ignacio en la meditación del Rey eternal:

“Ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante de él todo el mundo universo, al cual y a cada uno en particular llama y le dice: mi voluntad es de conquistar (por el amor) todo el mundo y todos los enemigos y, así, entrar en la gloria de mi Padre” (EE95, primer punto).

 

El llamamiento de Dios en Jesucristo se dirige a todos los hombres y toda misión que va unida a un llamamiento divino tiene un signo de universalidad. Jesús interpela a todos los que encuentra, hombres y mujeres: ha venido para los pecadores, es decir, para todos, porque todos, sin excepción, lo somos.

¿Qué es la vocación?

El misterio pascual descubre toda la amplitud del llamamiento de Jesús (Mt 28, 18: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”), ya que la negativa de Israel a entrar en la misión que Jesús, el Mesías, había querido confiarle, pone de manifiesto que el llamamiento de Dios se dirige a todos sin excepción (Rom 9-11).

Todos son llamados a prestar su colaboración al cumplimiento del designio de Dios, y todos son miembros de un mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo (1 Cor 12, 12-31).

Cada uno recibe una vocación y se hace acreedor de ella en la medida en que está dispuesto a movilizar todas sus energías al servicio del Reino o, lo que es lo mismo, al servicio del logro de la aventura vocacional humana.

La idea de la vocación no puede quedar reservada a ningún grupo particular dentro de la Iglesia. Y ha sido suficiente que los laicos reasumieran su lugar de responsabilidad en el pueblo de Dios para que también se hable de vocación a la vida laica.

El término “vocación” se refiere a esa voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, que nos elige para un estado de vida: sacerdote o religioso, laico consagrado… o laico, con una vida profesional. Dentro de cada estado de vida, el Señor nos elige para un carisma particular y, luego, para esto o aquello, en concreto y en cada momento de nuestra vida. Esto es lo que se llama hacer la voluntad de Dios en todo momento de nuestra vida.

Padre Javier Soteras