Día 22: La oración de Jesús en el huerto

jueves, 26 de marzo de 2020

26/03/2020 –  Hoy llegamos al día 22 de los ejercicios y contemplamos a Jesús que está de cara a su suerte final, la serenidad y confianza en el Padre se hacen oración y clamor. Aquí está la Pascua presente. El Señor entrando a la etapa final, está cargando sobre si nuestras culpas, siente el peso de la humanidad que ha perdido el rumbo, siente el vacío que nosotros tantas veces sentimos. El clamor se hace sudor y sangre, siente el profundo dolor de la humanidad lejos del Padre.

 

Momentos de la oración

Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.

Petición: dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión.

Traer la historia: hoy vamos a contenplar a Jesús en el huerto de los olivos (Lc. 22, 39-46), “en medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo”. Jesús está enfrentando el núcleo del problema humano, lo está asumiendo como Dios hecho hombre. Allí, con tu dolor y tu pena, tu angustia, está sudando con una humanidad.

Coloquio: diálogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.

Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?

 

Catequesis completa

 

Si querés profundizar en el EE te dejamos el materia:

Es un tema importante de la teología del Nuevo Testamento: tan es así que el autor de la Carta a los hebreos considera la lucha orante de Jesús como altamente significativa (es, junto con Heb 13, 12 –padeció fuera de la puerta-, el único acontecimiento de los días de su vida mortal que menciona, en Heb 5, 7). En san Lucas toda su enseñanza sobre la oración del cristiano apunta a esta oración de Cristo (cf. Lc 3, 21), como modelo de esa oración.

1. Las repercusiones somáticas de esta oración en el huerto (Lc 22, 44: “sumido en angustia, su sudor se hizo gotas espesas de sangre”) junto con las palabras que proclaman y esclarecen el misterio allí contenido (Lc 22, 41: “si quieres… pero no se haga mi voluntad”), pueden ser muy bien comprendidas por el comienzo y el término del pasaje citado en Heb 10, 5-7: “me has formado un cuerpo. […] He aquí que vengo a hacer tu voluntad”. Ese cuerpo es manifestación de otro concepto teológico más amplio: la carne (en griego bíblico, “sarx”), con todos sus apetitos (amistada) y repugnancias (soledad, resistencia a la muerte), con sus cambios de actitud (valentía y seguridad, miedo y confusión), clava sus zarpas en el que se ha proclamado celoso campeón de los derechos de Dios. También para Cristo vale el refrán popular: “Del dicho al hecho, hay gran trecho”.

Y ese trecho hacia el hecho lo recorre Cristo en su oración del huerto de los Olivos. La oración cumple el papel de preparación atlética (cf. 1 Cor 9, 25-27): es como una acumulación de energía que después se descarga en acción. La desbandada de los discípulos que no oraron es una muestra por defecto de que todo arranque arrogante que no se mide en la “lucha orante con Dios” (cf. Gn 32, 23-33) termina en fracaso.

2. Veamos este tema en san Lucas. En este evangelista, Jesús sostiene su agonía en total soledad (¡y nosotros a veces sentimos nostalgia de una comunidad concreta!). El proceso de singularizacón de su persona, que ya se dibuja en san Mateo, llega a su máxima expresión en san Lucas: no se vuelve en busca de apoyo en sus discípulos, sino que los conforta y les recomienda en un comienzo que pida “para no caer en tentación” (Lc 22, 40) y lo mismo hace al final de la escena (Lc 22, 46). La razón de la caída en tentación queda así más subrayada al respecto de los discípulos: no haber orado.

El contraste entre Jesús orante-discípulos dormidos queda, en san Lucas, elevado al grado más elevado de aplicabilidad a cualquier comunidad (el contraste se da ahora entre Jesús “que está siempre vivo para interceder” y la comunidad o la persona que “se duerme antes de la prueba”). Emergía ya esta tendencia pastoral en Mc 14, 3738, donde un apóstrofe originalmente dirigido a Pedro se pluraliza: “¿No pudiste…?” (v. 37) y “vigilad y orad” (v. 38). San Mateo, en cambio, pone en plural las palabras dirigidas a Pedro (Mt 26, 40: “¿No habéis podido…?”). En san Lucas, desapareciendo toda mención de Pedro (y de los dos grupos de discípulos), la amonestación de Cristo queda universalizada sin necesidad de mayor adaptación.

3. Este motivo exhortativo (o parenético) está muy enlazado con un tema muy frecuente en la predicación primitiva. Muy rápidamente la pasión de Jesús llegó a ser el prototipo de toda la pasión de sus discípulos: “El servidor no es más que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15, 2). Más aún, hay una cierta identidad entre el cristiano que sufre y Cristo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24).

Es notar que la pasión de Cristo en el huerto alcanza su paroxismo justo después de haber recibido la visita de un ángel: en Lc 22, 43, “se le apareció un ángel” y, en el v. 44, se siente “sumido en agonía”.

Nos extrañaremos menos si nos colocamos en la recta perspectiva de la redención Jesús no vence el dolor y la muerte no padeciendo ni uno ni otra: “Así como asumió un cuerpo queriéndolo, así también asumió todo lo que causa molestia; y ya no está más en su poder el no sentir molestia”, replicaba Orígenes a Celso. De ahí que el ángel, sin ahorrarle su angustia de muerte, hizo con su visita que no desmayara en ella. Y de ahí que esta agonía de Jesús, narrada por san Lucas, se acerca tanto al género de “actas de mártires”: el ánimo para la prueba precede a la misma prueba (cf. EE 323: “el que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces”).

En este contexto del martirio cristiano debemos referirnos a “su sudor que como gotas espesas de sangre caían en tierra” (Lc 22, 44), detalle que san Lucas no escogió ni subrayó meramente para impresionarnos.
Esta frase procede de la tradición de los mártires judíos. El mártir Eleazar es alabado en el libro cuarto de los Macabeos así: “Así deberían ser todos los que tienen que ocuparse de la ley por profesión: sosteniéndola con la propia sangre y noble sudor contra los ataques que duran hasta la muerte”. Por cierto, no hay paralelismo estricto. Pero parece que en este pasaje encontró san Lucas un ejemplar para la representación de un mártir, aunque lo usó en una forma distinta, pues no se trata de la sangre que, como signo de la muerte, es derramada por tierra; la muerte propiamente tendría lugar en la cruz. Pero san Lucas señala aquí un sufrimiento de muerte en el estilo hagiográfico de los libros de los Macabeos.

Una confirmación se encuentra en las reminiscencias que, en el relato de san Lucas de la oración en el huerto, se encuentran en la despedida de Pablo de los presbíteros de Éfeso (Hech 20, 17-38), cuando Pablo marcha hacia el martirio en Jerusalén: Jesús se aleja (Lc 22, 41; Hech 20, 22-24), se preocupa de sus discípulos que deja (Lc 22, 40; Hech 20, 28 ss.) y cae de rodillas y ora (Lc 22, 41; Hech 20, 36). Y lo mismo respecto de otros –Esteban, Pedro y Juan…- que sufren por Cristo.

Sólo la oración permite superar el martirio y las dificultades claves en nuestra vida que nos salen al paso en el camino de la misión recibida del Señor (cf. Hech 12, 5). Con buen instinto, pues, la Iglesia primitiva se inspiró en el huerto de los Olivos interpretando el pasaje como la oración del dechado de los mártires y la incitación a imitar su ejemplo en toda lucha de un cristiano.

Los relatos de Marcos y Mateo expresaban ya el motivo que funda la necesitad de la vigilancia y de la oración: “El espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mc 14, 38; Mt 26, 41).

En los Evangelios, el tema de la vigilancia se perfila en un horizonte escatológico: en la noche el enemigo trabaja y tiende lazos para su presa (cf. EE 142: “redes y cadenas”) y la noche está tanto más sembrada de pruebas y tentaciones, cuanto más se acerca el día del Señor (cf. Mt 24, 21: “habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo ni volverá a haberla”).

Si Cristo no ha podido escapar de la prueba ante la voluntad de su Padre, su comodidad, dada la unión de destino y sufrimiento antes indicada, no podrá ser dispensada de la cruz que revela el valor de su obediencia, es decir, de su fe en Jesucristo.

Ante la prueba, no tendrá otro recurso que el de ser Salvador: luchar en la oración, porque la oración nos vuelve disponibles y nos ajusta a la voluntad de Dios.

El espíritu está dispuesto a secundar los planes de Dios, pero esta disponibilidad de poco vale si el espíritu no se une al Espíritu y no penetra hasta la carne para atraerla. Sin ser mala de por sí, la carne es el terreno de lucha que, dejado a sí mismo, es entregado al adversario.
“En los días de su vida mortal –o sea, de su carne-” (Heb 5, 7) “por estar él también envuelto en flaqueza” (Heb 5, 2), Jesús fue puesto a prueba. La advertencia de Jesús a sus discípulos recuerda que antes la inminencia del Reino la única fuerza que pueden poseer es la que a él lo fortaleció: no pueden contar con el entusiasmo de su propio espíritu, sino que deben buscar el auxilio en Dios.

La comprobación no tardará en llegar. Aquellos mismos que proclamaron su decisión de seguir al Maestro hasta la muerte (Jn 11, 16 y Mc 14, 29-31) no hicieron pasar las palabras de su espíritu dispuesto por el tamiz de una oración que se fuera apoderando de la cobardía de la carne.

En su lucha de cada día, esperando la plena revelación del Señor, la Iglesia debe revivir la vigilia de Getsemaní. La tentación, que nunca dejará de zarandearla (cf. Lc 22, 31) puede tener como desenlace dos efectos contrarios: el escándalo, que provoca el decaimiento en la fe (véase toda la Carta a los hebreos, dirigida a una comunidad en peligro de apostasía), o bien el inevitable pero fortificante dolor que acompaña el parto de un mundo nuevo (Jn 16, 21). Aquello que dispone hacia esta última dirección y descarta la anterior es la oración.

 

5. La oración de Cristo y la oración del cristiano.

Son de notar las afinidades que acercan la oración personal de Cristo en el huerto con la oración que destinó a sus discípulos: el Pater noster (Lc 11, 1-4). San Marcos, que no nos da la noticia del Pater en su Evangelio, colma esta laguna poniendo el “Abba, Padre” en la boca del Señor en el huerto (cf. Mc 14, 36).

El Pater de san Lucas, según la tradición textual más aceptada, no menciona la tercera petición (“hágase tu voluntad, así en el cielo como en la tierra”), pero es sin duda quien más la explicita aquí en el huerto: la realización total de la voluntad del Padre, que se pide acudiendo a los conceptos contrapuestos y englobantes de cielo y tierra, se ve aquí personificada en el “ángel venido del cielo” (Lc 22, 43) y en un “sudor como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22, 44).

Las peculiaridades de la oración de Cristo en el huerto lo hacen más cercano a nosotros. Su debilidad –que nunca llega al límite del pecado-, sostenida por el trato con su Padre, se encuentra en la base de todos los grandes suplicantes que en el mundo han sido. Así Pablo reproduce espontáneamente el estilo de la oración de Cristo, cuando dice que “por este motivo –el aguijón de la carne- tres veces rogué al Señor. Pero él me dijo: te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (cf. 2 Cor 12, 8-10).