San Ignacio habla también, en la Segunda semana y en los días dedicados a la elección- o reforma de vida-, de una confirmación. Que son estas señales externas que acompañan las mociones interiores. Dice así, por ejemplo, en el primer modo para hacer sana y buena elección durante el tercer tiempo:
“Hecha la tal elección o deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha diligencia, a la oración delante de Dios nuestro Señor, y ofrecerle tal elección, para que su divina majestad quiera recibir y confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza” (EE 183). Es un ejercicio que Ignacio propone cuando uno está en la alternancia de opciones, las dos válidas, legítimas, las dos llenas del espíritu de vida con la que el Señor nos invita a ir detrás de sí. Lo que hay que hacer es ponerse frente a Su majestad. Uno se imagina delante del Señor que está en su banquete en donde nos ha invitado para ofrecerle a él como Señor nuestro una comida. Solo que lo que aquí ofrecemos es solo una de las dos opciones a realizar. Es ahí cuando tenemos la posibilidad de sentir. Por ejemplo si mi elección está en torno a un servicio en Cártias o en la liturgia. Pongo las dos opciones, voy a la mesa con ésta propuesta y primero ofrezco una y veo qué sentimientos se juegan dentro de mí y luego ofrezco la otra. Si la paz me acompaña en una con esa me quedo.
Y lo mismo viene a decir al final del segundo modo del tercer tiempo (EE 188), pues se remite a lo dicho al final del primer modo de hacer elección.
La reforma de vida va sobre cuestiones bien concretas.
Cabe preguntarse si se trata de la misma confirmación que decíamos más arriba, a propósito de la Tercera semana. Nosotros responderíamos que no, que no se trata de la misma confirmación sino de otra. ¿Por qué?
La confirmación propia de la Segunda semana es –según san Ignacio en EE 183 y 188- la respuesta de Dios nuestro Señor al ofrecimiento que el ejercitante hace de “la tal elección, para que la quiera recibir y confirmar” (EE 183).
En el recorrido que hacemos de seguimiento del Señor sin duda aparece la elección y por lo tanto en ella comienza el Señor a consolidar ese mismo acto de amor por el cual Él nos muestra un camino y de eso se trata la “confirmación” en la tercera semana.
Bienvenidos a Hoy Puede ser. Hoy entramos en la Semana Mayor te invitamos a compartir ¿que vas a entregar y a ofrecer esta semana? Posted by Radio María Argentina on lunes, 21 de marzo de 2016
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Posted by Radio María Argentina on lunes, 21 de marzo de 2016
Es muy semejante al procedimiento que propone san Ignacio en el Directorio autógrafo, cuando dice que: “Se podría usar de presentar un día a Dios nuestro Señor una parte (o alternativa de la elección), otro día otra, y observar adónde le da más señal Dios nuestro Señor de su divina voluntad, como quien presenta diversos manjares a su príncipe y observa cuál de ellos le agrada” (n. 21).
Pero la diferencia radica en que en el Directorio autógrafo se trata todavía de ambas alternativas de una elección, cuando todavía no se ha elegido una de las dos y se trata de observar adónde le da mas señal Dios nuestro Señor de su voluntad. Mientras que lo que san Ignacio propone al término del primer modo –o del segundo modo- del tercer tiempo supone ya hecha tal elección. Sin embargo, en ambos casos se trata de un ofrecimiento para que quiera el Señor recibir y confirmar lo que se le ofrece.
Digamos –al menos de paso- que esta confirmación, una vez terminada la elección y cuando todavía estamos en la Segunda semana de los Ejercicios, puede ser doble: o una confirmación positiva, en la que Dios nuestro Señor da muestras positivas de que recibe –y confirma- lo que se le ofrece; o de una confirmación negativa, cuando se calla y –como dice el aforismo jurídico- callando, otorga (qui tacet, consentire videtur: quien calla otorga); se entiende, cuando debe hablar, como es en este caso en que el Señor es preguntado si le agrada lo que se le está ofreciendo y debe dar alguna respuesta.
Expliquemos mejor esta segunda confirmación –que llamamos negativa- es también una paz. Pero es una paz que no consiste –como en la confirmación que llamamos positiva- en una nueva experiencia añadida a la de la elección, sino que se reduce a una ausencia de una experiencia negativa. Es decir, no se siente que el Señor rechace la elección, a pesar de que se le da tiempo y se le pide insistentemente que lo haga si no fuere de su agrado y ese silencio del Señor se lo interpreta como una confirmación negativa, porque se confía en que si no le agradare tal elección –después de ver que el ejercitante ha hecho todo lo que ha podido para elegir bien-, lo manifestaría de alguna manera sensible.
En la Tercera semana no se trata de esta confirmación –que, como vimos, se busca en la misma Segunda semana y antes de comenzar la Tercera-, sino de otra confirmación. ¿De cuál? De animarnos, contemplando padecer a Cristo en su pasión, a resistir hasta derramar sangre –como lo hizo Cristo-, a las tentaciones que nos vendrán contra la gracia que hemos recibido en el momento de la elección o reforma de vida, cuando hemos conocido la voluntad de Dios y nos hemos visto confirmados por ella.
Ignacio lo dice muy claro a esto, lo ya decidido, lo ya discernido y elegido, de ahí no se hace mudanza. Cuando con claridad y saludable ponderación se ha decidido, en ese lugar ya se hizo opción: opción fundamental, de ahí no hay que hacer mudanza.
Ignacio invita a mirar al Señor doliente y sostenernos en Él y frente a él y recordar lo que él padeció para cumplir con la voluntad del Padre y estar nosotros también dispuestos a padecer con Él.
Debemos vivir preparados para esta prueba (Ecli 2, 1) y recordar entonces lo que padeció Cristo para cumplir con la voluntad de su Padre. Y estar también nosotros dispuestos a padecer con él.
[314] La primera regla. En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados; en las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón.
[315] La segunda. En las persona que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Seńor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.
[316] La tercera, de consolación espiritual. Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Señor; y consequentar, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Señor.
[317] La cuarta, de desolación espiritual. Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor. Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.
Cuando estamos en el espíritu del Señor se mueve en este sentido, consolando, alentando, sosteniendo aumentando la esperanza , fe y caridad. En cambio, el mal espíritu en desolación hace todo lo contrario a la consolación.
Nada ocurre sin que Dios lo permita, la pregunta es ¿Por qué Dios permite la consolación¿ ¿Por qué Dios permite la desolación? Porque sabe Dios que poseemos gracia suficiente para vencer la tentación y recorrer el camino que hemos comenzado de la mano del Señor.
Padre Javier Soteras
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