Día 24: La oración de Jesús en el huerto

lunes, 3 de abril de 2017

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03/04/2017 – En la 3º semana de Ejercicios Ignacianos acompañamos a Jesús y pedimos gracia de “interno conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo que por mis pecados va camino a la cruz”. En el huerto de los Olivos Jesús suda sangre. Queremos acompañarlo allí, en sus horas de agonía.

Hay repercusiones somáticas de esta oración en el huerto  En Lc 22, 44 (Lc 22, 44: “sumido en angustia, su sudor se hizo gotas espesas de sangre”) junto con las palabras que proclaman y esclarecen el misterio allí contenido (Lc 22, 41: “si quieres… pero no se haga mi voluntad”), pueden ser muy bien comprendidas por el comienzo y el término del pasaje citado en Heb 10, 5-7: “me has formado un cuerpo. […] He aquí que vengo a hacer tu voluntad”. Ese cuerpo es manifestación de otro concepto teológico más amplio: la carne (en griego bíblico, “sarx”), con todos sus apetitos (amistada) y repugnancias (soledad, resistencia a la muerte), con sus cambios de actitud (valentía y seguridad, miedo y confusión), clava sus zarpas en el que se ha proclamado celoso campeón de los derechos de Dios.

También para Cristo vale el refrán popular: “Del dicho al hecho, hay gran trecho”. Y ese trecho hacia el hecho lo recorre Cristo en su oración del huerto de los Olivos. La oración cumple el papel de preparación atlética (cf. 1 Cor 9, 25-27): es como una acumulación de energía que después se descarga en acción. La desbandada de los discípulos que no oraron es una muestra por defecto de que todo arranque arrogante que no se mide en la “lucha orante con Dios” (cf. Gn 32, 23-33) termina en fracaso. No se trata de nuestra fuerza, sino de la confianza puesta en Dios. Jesús quiere poner su voluntad en la voluntad del Padre.  

Es verdad que ante las situaciones amenazantes, como las tuvo Pedro, es querer enfrentar las cosas como vengan pero no alcanza. Es necesario determinarse desde el corazón pero con la certeza de que sólo podemos en Aquel que nos conforta. Dios vela por nosotros, y nos da la fuerza para superarlo todo.

En San Lucas este evangelista, Jesús sostiene su agonía en total soledad (¡y nosotros a veces sentimos nostalgia de una comunidad concreta!). El proceso de singularizacón de su persona, que ya se dibuja en san Mateo, llega a su máxima expresión en san Lucas: no se vuelve en busca de apoyo en sus discípulos, sino que los conforta y les recomienda en un comienzo que pida “para no caer en tentación” (Lc 22, 40) y lo mismo hace al final de la escena (Lc 22, 46). La razón de la caída en tentación queda así más subrayada al respecto de los discípulos: no haber orado. El camino de Jesús es el de la oración con la mirada puesta en el Padre para hacer su voluntad.

El contraste entre Jesús orante-discípulos dormidos queda, en san Lucas, elevado al grado más elevado de aplicabilidad a cualquier comunidad (el contraste se da ahora entre Jesús “que está siempre vivo para interceder” y la comunidad o la persona que “se duerme antes de la prueba”).

Tal vez el cristianismo tenga mucho que aprender de estas horas donde la palabra nos invita a “despierta tú que duermes”, “levantate”, “sal fuera Lázaro”. Ojalá cada uno de nosotros reciba en nombre propio esta invitación del Señor y pueda animarse a ir hacia adelante por la fuerza de Jesús que nos desata para que avancemos en la construcción del reino. “Yo me glorío en mi debilidad porque cuando soy débil entonces soy fuerte” dice San Pablo. Es Dios quien nos acompaña y sostiene en nuestras luchas de cada día. 

 

 

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Getsemaní, donde se resuelve todo

La pasión de Jesús llegó a ser el prototipo de toda la pasión de sus discípulos: “El servidor no es más que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15, 2). Más aún, hay una cierta identidad entre el cristiano que sufre y Cristo: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24). Si de verdad queremos ser seguidores del Señor, es por el camino de la oración, de la entrega, del abandono en la confianza. Es imposible avanzar en el camino sin atravesar estos oscuros valles de lágrimas y dolores. Nosotros estamos llamados a completar lo que le falta a la pasión de Cristo. Estamos invitados no a contemplar como pasivos observadores, sino como partícipes colaboradores en la redención de la humanidad. El único Redentor quiere sumarnos a su tarea de redimir todo por esta entrega y ofrenda de amor al Padre y su querer, atravesando y superando las amenazas, los abandonos y la soledad absoluta. Lo hace por la fuerza del amor del Padre que lo asiste en la oración.

Las peculiaridades de la oración de Cristo en el huerto lo hacen más cercano a nosotros. Su debilidad –que nunca llega al límite del pecado-, sostenida por el trato con su Padre, se encuentra en la base de todos los grandes suplicantes que en el mundo han sido. Así Pablo reproduce espontáneamente el estilo de la oración de Cristo, cuando dice que “por este motivo –el aguijón de la carne- tres veces rogué al Señor. Pero él me dijo: te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (cf. 2 Cor 12, 8-10).

Getsemaní es el punto de inflexión que lo lleva al Señor a su pasión y a su muerte. Allí se resuelve todo. Es la oración el lugar donde se concentran las energías para asumir lo que deviene en el tiempo de la prueba. Que podamos concentrar la oración en el cruce de tantas debilidades. Que podamos en la oración encontrar las fuerzas que nos permite superar lo que aparentemente resulta imposible. 

Lo más hermoso que el evangelio nos ofrece es descubrir que todo es posible si nos dejamos llevar por Aquel que nos conforta. El Señor hoy en Getsemaní, en esperanza, nos invita a confiar, a entregarnos y a dejar todo en las manos del Señor.