Día 25: Pasión y muerte de Jesús

martes, 19 de marzo de 2013
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Antes de entrar hoy en el camino de la cruz, vamos a detenernos en algunos otros aspectos. Ciertamente todo va a terminar en la entrega de la cruz, pero además de la Virgen que recibirá el cuerpo de Jesús, quisiera que nos detuviéramos en el resto de las mujeres que acompañan a Jesús, las que se las denomina como “las piadosas”. Éstas mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea, y lo habían acompañado llorando en el camino del Vía Crucis. También aparecen en el Gólgota, observando un poco de lejos, osea la distancia mínima que s eles permitía y poco después acompañan a Jesús al sepulcro con José de Arimatea. Es un hecho que está comprobado y por eso quiero resaltarlo. Las conocemos como “piadosas mujeres” pero son mucho más. Son “madres coraje” porque desafían el peligro que existía al mostrarse tan abiertamente a favor de un condenado a muerte. Y Jesús había dicho “feliz aquel para quien yo no seré motivo de escándalo” y éstas mujeres son las única que no se escandalizaron de Él.

Desde hace tiempo se discute quién quiso la muerte de Jesús si los jefes judíos, Pilatos o ambos. Lo que sí sabemos es que fueron los varones, y ninguna mujer está involucrada ni indirectamente en la condena. De hecho la única mujer pagana que aparece en el relato de la pasión es la esposa de Jesús se disoció de su condena mandándole a decir “no te mezcles en la condena de ese justo”. Es cierto que Jesús murió también por los pecados de las mujeres, pero históricamente sólo ella pueden decir “somos inocentes de la sangre de éste justo”.

Por eso me parece, éste es uno de los signos más ciertos de la honradez y de la fidelidad histórica de los evangelios. En ellos los autores y los inspiradores de los evangelios cumplen un papel mezquino y las mujeres un maravilloso papel. Miedo, ira, negación de los apóstoles agravados por la conducta diferente de las mujeres. ¿Quién lo hubiera permitido si no se viera comprometido con una historia que se mostraba infinitamente más grande que su propia miseria?. Los mismos evangelistas aparecen en una situación no deseada de miedo, persecución, cobardía.

Siempre se ha planteado la pregunta de por qué las piadosas mujeres, ademas, fueron las primeras en ver a Jesús resucitado y por qué fue a ellas que se les encomendó la misión de anunciarles ellas a los apóstoles. Era el modo quizás más seguro de que la resurrección de Jesús fuera poco creíble. De hecho los mismos apóstoles, al inicio, tomaron las palabras de las mujeres como un desatino femenino y no les creyeron, dice el evangelio. Pero la verdadera respuesta es otra: las mujeres fueron las primeras en verlo resucitado porque habían sido las últimas en abandonarlo muerto, e incluso después de la muerte, dice el evangelio, acudían a llevar aromas a su sepulcro.

Por eso debemos preguntarnos el motivo de este hecho, creo que enriquece la meditación de estos días sobre la pasión y muerte de Jesús. Preguntarnos por qué las mujeres resistieron al escándalo de la cruz, por qué permanecían cerca de Jesús cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos lo habían abandonado y estaban organizando el regreso a sus casas. La respuesta la dio anticipadamente Jesús cuando contestando a Simón, el fariseo, dijo a cerca de la pecadora que le había lavado y besado los pies, ha amado mucho. Aquí está la respuesta. Las mujeres habían seguido a Jesús por Él mismo, por gratitud del bien recibido de Él y no por la esperanza de hacer carrera siguiéndolo a Jesús. A ella no se le habían prometido los doce tronos, ellas no habían pedido sentarse a la derecha ni izquierda de su reino, y como dice el evangelio “los seguían para servirle”. Además de María, su madre, estas mujeres eran las únicas que habían seguido el espíritu del evangelio, las razones del corazón no les había engañado: “han amado mucho”. Por eso su presencia junto al crucificado y días después junto al resucitado, contiene una enseñanza vital y más en este momento que estamos viviendo como iglesia en el mundo y en este momento de los Ejercicios en donde queremos acompañar a Jesús que va a la cruz por mí.

Nuestra civilización, dominada por la técnica, necesita un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella sin deshumanizarse del todo. Fijensé que éstos días lo que más resaltaba en la figura del Papa Francisco es su humanidad, hombre de corazón, capaz de la ternura, que no le tiene miedo ni a la bondad ni a la ternura. Queremos dar más espacio en nuestras vidas a las razones del corazón, si queremos evitar que nuestro planeta que calienta físicamente vuelva a caer en una era glacial.

Los invito a pedir al Señor por la intercesión de estas santas mujeres que crezca en nosotros el deseo de seguir a Jesús en los trabajos y en la lucha, para poderlo seguir también en la gloria, en el deseo de servir en su misión de salvación de todos los hombres, y ésto por puro amor como lo hizo nuestro amigo José Gabriel del Rosario Brochero.

 

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Pasión y muerte de Jesús

 

Continuamos recorriendo la tercer semana de ejercicios que va purificándose en la contemplación de Jesús que va a la pasión y a la muerte por mí. Podemos rezar con el salmo 21, el mismo que el reza luego en la cruz.

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos
de mi clamor y mis gemidos?
Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso;
y sin embargo, tú eres el Santo,
que reinas entre las alabanzas de Israel.

 

Pedimos en el ejercicio de hoy gracia para poder sentir dolor con Cristo doloroso, sentimiento y confusión porque por mis pecados va el Señor a la pasión. Recordemos considerar como padece Jesús en su humanidad o quiere padecer, y concentrándome en Él con mucha fuerza dolerme, entristecerme, llorar y considerar cómo la divinidad de Jesús se esconde. Y todo ello por mis pecados, ¿qué debo hacer yo por Cristo?.

 

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

 

Texto: Mt 27, 32-54

 

En toda la historia humana no se escuchó jamás una pregunta ni una plegaria más misteriosa ni mas dramática: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Jesús, el Hijo del Dios altísimo, por quién y para quién todas las cosas se habían hechas… Él que era el principio y el final de todo lo que existe entre nosotros experimentó hasta en lo más hondo de su alma no sólo la derrota sino el abandono de su mismo Padre. Antes lo habían abandonado sus apóstoles, lo dejamos nosotros que vendríamos después, y en aquel momento lo hirió la lejanía de su Dios.

Él sintió que no era un hombre sino un gusano, escaro y vergüenza de su pueblo. Se experimentó como el agua derramada, apretado contra el polvo de la muerte vio como se repartían el botín de sus despojos, y allí sintió los gritos del descalabro. ¿Fueron vanos sus trabajos? ¿fue falsa sus palabras que Él creía fuente de vida? ¿sería verdad que los ricos y no los pobres eran los bienaventurados a los ojos de Dios? ¿tenía sentido asumir la causa de los más desposeídos y sufrientes de la tierra? ¿los pecadores no podrían jamás volver a sentarse en la mesa de los hijos? ¿sería razonable perdonar, poner la otra mejilla y llegar a amar al enemigos? ¿sería posible en esta tierra la vida en el Espíritu, y más allá de la muerte estarían los brazos abiertos de su Padre?. En ese momento todo se hizo pregunta y abandono. Eso es el infierno. Sin ser pecador asumió en su carne las consecuencias del camino que hemos elegido los hombres cuando nos hemos alejado de Dios. Su corazón como cera se derritió en sus entrañas, su garganta se secó como una teja y su lengua se apegó a su paladar. “Dios mío, Dio mío, ¿por qué me has abandonado?”. Así expresa Jesús su angustia que constituye el centro de la cruz.

No formuló con sus propias palabras su interrogación, sino que prefirió tomar el salmo 21 que resumía los llantos y las amarguras de su pueblo. Todos los sufrientes de Israel, los exiliados, los humillados, los enfermos y oprimidos se habían vuelto a Dios con las palabras de éste salmo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”.

Jesús, el Señor, al formular esta plegaria en forma de pregunta con palabras de otros que sufrieron antes de Él, hacía converger hacia su persona, todo el llanto que ha derramado el hombre. En tal momento asumía en su carne todos los abandonos, todos los desgarrones que experimentó y sigue experimentando la humanidad en este mundo. Allí como nunca era “El hombre”, allí era más cercano a nosotros que en Belén o cuando hacía milagros, y mejor que en otras partes ésta es la verdad de la encarnación: “El Verbo se hizo carne” compartió la suerte y el sufrimiento humano, se hizo pobre, pequeño, sacrificado. Hizo suyas la soledad, la angustia, los quiebres de cada hombre y de cada mujer, y desde entonces por sola que sea nuestra soledad ella tendrá una compañía.

La lección de Jesús es que en estas circunstancias no se detuvo en la pregunta, sino que continuó rezando en el salmo. Ese salmo con las briznas de vida que aun palpitaban en su cuerpo. Prefirió seguir confiando en la Palabra y amor de su Padre, siguió alabándolo en medio de la asamblea. Y en ésto se diferenció de nosotros y nos abrió el camino de la vida. Donde nosotros llegamos por orgullo y por pecado, Él llegó por solidaridad y por obediencia; allí mostró la hondura de su amor y de su fe, confió en su Padre y lo amó hasta el extremo. En sus manos entregó el espíritu. Su muerte se hizo vida fecunda para todos nosotros. Él abrió así el fondo de todo camino sin salida, por eso todo dolor, toda duda, todo hastío, todo fracaso, unidos al sufrimiento de Cristo y puesto con amor en las manos del Padre se hace fuente de vida, camino de resurrección. No existe otra ruta con más esperanza para el hombre.

 

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Resumen ejercicio

1º Nos ponemos en la presencia del Señor. Salmo 21

2º Petición: sentir dolor con Cristo doloroso que por mis pecados va a la pasión.

3º Cuerpo: Mt 27, 32-54

4º Coloquio

 

P. Julio Merediz