25/03/2021 – Hoy contemplamos a Jesús que se pone codo a codo, al lado de los discípulos de Emaús. Les permite que puedan hacer catarsis, se ha roto una esperanza muy importante. Hoy, como ellos, le decimos al Señor “Quédate con nosotros señor, no pases de largo”, que bien nos viene todo lo que este relato de los discípulos nos trae. No te pases de largo Jesús, quédate con nosotros. Se lo tenemos que decir al Señor mientras estamos atravesando ese tiempo de incertidumbres. Él tiene cosas para explicarte y decirte en este tiempo de dolor, él tiene certezas para regalarle al tu corazón.
Lc 24, 13-35
1. En cuanto al género literario de la pericona esta no pretende hacer una apología de la fe cristiana demostrando lo bien fundada de la misma. Es una historia, pero una historia edificante: el relatador no se propone informar al lector, dirigiéndose a su inteligencia, sino que quiere al mismo tiempo sensibilizar al lector, dirigiéndose a su corazón.
En su género es una obra maestra, pues el autor tiene el talento de hacernos sentir o que los peregrinos sienten: Lucas escribe como historiador; pero sobre todo, como evangelista, como misionero. Hace historia, pero su historia quiere edificar como decíamos poco más arriba: no le basta hacernos conocer el mensaje pascual, sino que quiere hacérnoslo penetrar en el corazón.
2. Lucas es el único en recordar esta aparición de Jesús resucitado a Cleofás y a su compañero, camino de Emaús. Es verdad que en el final deuterocanónico de Marcos hay una alusión (mc16, 12), pero es un resumen tardío del relato de Lucas, que no puede pues corroborarlo.
Este silencio de los otros testimonios apostólicos se explica porque ellos se preocupan de las tradiciones apostólicas: la Iglesia primitiva mira a los apóstoles como testigos de la resurrección de Jesús. La fe de la Iglesia primitiva no se funda sobre el testimonio ni de las mujeres ni de los discípulos (como grupo más amplio que el de los apóstoles). Mientras que Lucas se caracteriza precisamente por el interés que pone en las otras tradiciones no apostólicas: es el único que nos relata la misión de los 72 discípulos (10, 1 ss.) y nos da otras informaciones, como sobre el origen del grupo de las mujeres (8, 1-3). El Evangelio de la infancia nos evoca dos veces el testimonio personal de la Madre de Jesús (2, 19. 51). Lucas tiene informaciones precisas sobre el diácono Felipe (Hech 8, 4-40); en Hech 21, 8 recuerda la hospitalidad que les dio Felipe en Cesarea y en 21, 16 que se hospedaron en la casa de un cierto Manasón, un chipriota, antiguo discípulo.
La historia de Cleofás y de su compañero forma parte de una serie de informaciones que Lucas –a fuerza de historiador, pero siempre con una intención teológica- recaba de testigos secundarios y que, aunque no se las pueda confirmar con testimonios apostólicos, tienen garantía de autenticidad.
3. Podemos pasar al último tema que nos habíamos propuesto: el significado doctrinal –o teológico- de este relato lucano.
¿Querrá simplemente hacernos sentir lo que la resurrección de Jesús significó para sus discípulos –que lo amaban-, haciéndonos partícipes de su emoción, cuando se volvieron a encontrar en presencia del Maestro después de verlo morir en cruz de modo infamante?
Hay algo más en esta historia que explica el lugar de excepción que tiene en el Evangelio de Lucas: no es sin una intención teológica que hace de este episodio, largamente expuesto, el centro del capítulo que este evangelista dedica a la resurrección del Señor.
Ya dijimos que esta intención teológica no es apologética: el relator no trata de darnos una nueva prueba de la resurrección y de su realidad tangible. Además, el acento no está puesto sobre la misma aparición del Señor: el relato converge hacia el reconocimiento del Señor resucitado, que tiene lugar precisamente cuando el Señor desaparece y la historia se acaba.
He aquí los versículos en que se llega al paroxismo de la emoción y a la vez todo termina:
“Y sucedió que cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el Señor el pan, lo partió y se los iba dando. Entonces se le abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado” (Lc 24, 30-31).
En realidad, el relato no termina aquí. Los discípulos recuerdan que:
“Estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras; y levantándose al momento se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos y contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido en la fracción de pan” (vv. 23-35).
La historia alcanza su cima cuando los discípulos reconocen a Jesús en el gesto que hace, fraccionando el pan: y esta frase se vuelve a repetir en el último versículo. Es, pues, manifiesta la insistencia de Lucas y es difícil pensar que no tenga un significado teológico; para alcanzarlo es menester comenzar por asegurarse del sentido que se ha de dar a la frase “fracción del pan”.
Reconozcamos que los exegetas no están de acuerdo: para unos Jesús realmente ha reiterado el rito eucarístico de Emaús; otros, por el contrario, dicen que la expresión “fracción del pan” era corriente en Palestina para caracterizar el momento de toda comida.
Planteada así, la cuestión es insoluble, porque se procede como si la frase saliera de la boca de Cleofás y su compañero. Pero el relato que estamos escuchando no ha sido escrito por un judío palestino y dirigido a otros judíos palestinos, sino por Lucas, un griego que escribe para otros griegos.
Planteada así la cuestión no ofrece ninguna dificultad. La expresión “fracción del pan” es empleada por el mismo Lucas en Hech 2, 42, donde dice que los de la primera comunidad cristiana “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.
Este texto quiere caracterizar la vida cristiana de los primeros fieles y, en él, la “fracción del pan” no puede entenderse de una comida ordinaria, aun la hecha en común: se trata de un acto religioso, mencionado como tal entre otros actos religiosos. Por otra parte, aunque entre los judíos la expresión designa el rito mediante el cual se comenzaba una comida, jamás designa la comida en su totalidad. Hablando de la “fracción del pan” como un rito que se basta a sí mismo y que caracteriza su vida religiosa, los cristianos no podían sino significar un uso que les era particular. Podemos identificar este uso con certeza, refiriéndolo a la antigua fórmula litúrgica que se nos ha conservado en los relatos de la cena (Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19; 1 Cor 10, 16; 11, 24): la víspera de su pasión Jesús, habiendo tomado pan en sus manos, lo ha partido y les ha encomendado a los apóstoles realizar el mismo rito en su memoria.
Acudir “asiduamente a la fracción del pan” no podía significar, incluso para los cristianos del medio palestino, sino la celebración cristiana del misterio eucarístico. La cosa resulta aun más clara para los cristianos de origen griego, para quienes Lucas escribe con conocimiento de su manera de hablar. Estos cristianos no podían soñar con un rito judío que no conocían; para ellos, la “fracción del pan” no podía significar sino la eucaristía.
El capítulo 20 de los Hechos nos muestra a los cristianos de Troas “el primer día de la semana reunidos para la fracción del pan” (v. 7), en una reunión cuya solemnidad estaba señalada por la profusión de lámparas (v. 8): evidentemente que se trata de un acto de culto cristiano, designado según la expresión tradicional que se emplea en el momento más solemne de la reunión, cuando se recuerda el gesto y las palabras de Jesús en la cena.
En Hech 2, 46, Lucas dice que los cristianos “acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan por las casas”. Lucas evoca aquí, al mismo tiempo, la partición en las liturgias judías y la participación en un acto cultural específicamente cristiano, que evidentemente no se realizaba en el templo sino en una casa particular. También en Hechos 27, 35 hay que reconocer una celebración eucarística en la “fracción del pan” por Pablo, en el momento de su naufragio en Malta, o sea, un rito que interesa para la salvación de sus compañeros de viaje (v. 35).
Así pues, si se tiene en cuenta el vocabulario de Lucas y lo que este podía significar para los cristianos del primer siglo que vivían en el mundo griego hay que pensar que los discípulos de Emaús reconocieron al Señor cuando celebraba la eucaristía.
Es sobre este dato, repetido dos veces, que Lucas quiere llamar la atención de sus lectores y debemos suponer que lo ha hecho conscientemente.
5. Concluyamos diciendo que Lucas, en su relato de los peregrinos de Emaús, ha profundizado para sus lectores en la inteligencia de los caminos de la fe y del reconocimiento: la palabra y el pan son las dos mesas a las que es invitado el hombre de todos los tiempos (Imitación de Cristo, Libro IV, capítulo 11, n. 4, sobre las “dos mesas”): ante todo, el Señor habrá de interpretar personalmente las Escrituras, que entonces cobran sentido. Pero aunque el corazón esté ardiendo (Lc 24, 32; 12, 49-50; Jn 20, 9), el reconocimiento no se hace sino durante la fracción del pan.
Sólo el encuentro personal con el Resucitado puede producir la plenitud de la fe.
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: Alegrarme y gozarme de tanto gozo y Gloria del Señor resucitado.
Traer la historia: hoy nos detenemos en el evangelio de San Lucas 24, 13-35. Contemplamos el diálogo de Jesús, un Jesús peregrino y escondido, con dos discípulos que van camino de Jerusalén a su pueblo, después de haber experimentado el fracaso en su corazón por la pasión y muerte del Señor, en quien tenían puesta toda su confianza. Como fruto de esa conversación, donde Jesús a través de preguntas busca que ellos obtengan una enseñanza, los discípulos desean que El Maestro se quede en su casa. Al partir el pan, al compartir, ellos vieron la luz y reconocieron al Señor, apareció la certeza en el camino para seguir adelante. De hecho pudieron salir a anunciar que Jesús está vivo. Posiblemente nosotros sintamos algo parecido. Que en el compartir de este tiempo, y dando aun desde tu pobreza, puedas sentir que encontras más claridad y certezas.
Coloquio: diálogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?
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