22/02/2016 – Transitando esta primer semana de ejercicios ignacianos, hoy nos pondremos bajo la mirada del Señor. Es un ejercicio puntual que a la vez nos acompañará a lo largo de todo el mes. Sólo desde la mirada del Señor podemos entrar en la oración.
En el punto 75 Ignacio se detiene para regalarnos una actitud basica en el encuentro con el Señor, “ponernos bajo su mirada”.
La oración, es para San Ignacio, un diálogo o conversación con Dios –y con sus santos, sobre todo la Virgen María-. Para el fundador de la Compañía de Jesús ocupa un lugar importante la consideración de la mirada del Señor: “Un paso o dos antes del lugar donde tengo que contemplar o meditar, me pondré de pie por espacio de un Padrenuestro (o sea mas o menos un minuto), alzado el entendimiento hacia Arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor (o sea, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado) me mira, etc; y hacer una reverencia” (EE 75).
La consideración de la mirada del Señor es más que un “acto de estar en presencia de Dios”: cuando estamos en un cuarto con una persona que no nos mira, aunque esté en silencio y no nos diga nada, su sola presencia y su cruce de mirada nos puede decir más que muchas palabras.
San ignacio recomienda pensar que Dios nos mira, durante aproximadamente un minuto. Quizás vale la pena alargar este minuto, por el etc. Dios me mira y me sonríe, me mira buscando en mí la verdad, me mira sin condenarme, me mira alentándome… Este puede ser el etc. Nos conviene dejarnos llevar por este sentimiento que suscita la mirada del Señor en nosotros.
Puede que esto nos lleve todo el tiempo de oración. Por eso decimos que puede llevarnos un minuto o más. A veces el estar sabiéndome mirada me puede llevar todo el tiempo y me detengo si es que allí encuentro gusto. Esto viene de ésta máxima de Ignacio que iremos aprendiendo “no el mucha hablar harta y satisface el alma sino el gustar interiormente las cosas de Dios”. Donde encuentro gusto me quedo, aunque sea sólo una mirada. Sería como aquel parroquiano de Ars que iba todos los días unos pocos minutos a la Iglesia, permanecía en silencio y se iba. ¿Qué haces cada día? le preguntó el cura. “Me pongo frente a la presencia del Señor y no hago nada: yo lo miro y Él me mira”.
En la oración puede convenir escoger una frase que más “interesantemente” (EE 2) sintamos y repetirla pausadamente, para “sentir y gustar” esa “mirada del Señor” sobre nosotros, cuando comenzamos a hacer oración.
Pero San Ignacio no dice solamente que consideremos la mirada del Señor, sino que añade que hagamos “una reverencia o humillación” (EE 75).
Hagámoslo así al comienzo de nuestra oración, y hagámoslo hoy particularmente en este día dedicado a la mirada del Señor. Puede ser un gesto muy simple, como arrodillarse o inclinarse profundamente. Hagamos la prueba y, si nos resulta beneficioso, no dejemos en delante de hacerlo.
Puede ayudarnos, para suscitar en nosotros esa actitud reverente, algún texto, como podría ser el de Exodo 3, descalzándose ante la presencia del Señor. Entrar en la presencia de Dios que todo lo sabe, que con su mirada amorosa penetra lo más hondo de nuestro ser.
En cualquiera de estos textos, puede convenir elegir una frase que más “interesantemente” (EE 2) sintamos y repetirla pausadamente, para “sentir y gustar” (ibid.) esa “mirada del Señor” sobre nosotros, cuando comenzamos a hacer oración.
– Alguno de los himnos cristológicos de San Pablo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1, 3 ss).
– El Salmo 139: “Señor, tú me sondeas y me conoces […]. Mira si mi camino se desvía”.
– Alguna de las visiones del Apocalipsis. Por ejemplo, la inicial (Apoc 1, 12-20, que convendría comenzar a leer desde 1, 1):
– Apoc 4, 1 a 5, 14 (“de pie, en medio […] y el que lo monta”).
– “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1, 3 ss., con notas de BJ a cada bendición).
– “…Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios […] para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble […] y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor” (Flp 2, 6 ss., con notas de BJ).
– “Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col 1, 15 ss., con notas de BJ).
Para el P. Javier Soteras, puede ayudarnos en la consideración de la mirada del Señor tener e cuenta la enseñanza similar de Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia universal –como la declaró Pablo VI-, cuyo magisterio específico es el de la oración.
Para santa Teresa, “no es otra cosa oración sino el trato de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida, cap. 8 n. 5). Pero ¿cómo comenzar a “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”?. Santa Teresa tiene una manera o estilo propio de establecer esta comunicación de amistad, similar al estilo de Ignacio:
“Procuren, pues estar sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro…? Representeselo al mismo Señor junto a vos […] y creame, mientras pueda, no estar sola sin tan buen amigo” (camino de perfección, cap. 26, n. 1).
Estamos ante una enseñanza de Teresa que, por su importancia, debe figurar entre las notas más típicas de su espiritualidad. No basta comenzar la oración con Jesús. Es, además necesario continuarla en su compañía: “Creame, mientras puedas, no estés sin tan buen amigo. Si te acostumbras a traerle sobre vos, y él ve lo que haces con mayor amor y que andas procurando contentarle, no podás, como dicen, echar de vos, no os faltará para siempre” (Camino de perfección, cap. 26, n. 1). Para tenerlo de “compañero”, no hay necesidad de elevados pensamientos ni de hermosas fórmulas, basta mirarlo sencillamente.
Este método teresiano –como el ignaciano- no es bueno solamente para algunas personas o propio de algunos estados –superiores o místicos- de la vida espiritual. Es excelente para todos, asegura Santa Teresa: “Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados –de vida espiritual-…” (Vida, cap. 12, n. 3).
Por tanto, no se limita la santa a aconsejar este modo de oración: lo declara obligatorio; todos deben hacer su oración con Cristo. Semejante afirmación bajo la pluma de Teresa –tan comprensiva de las diversas necesidades de las personas, tan cuidadosa siempre de respetar su libertad y la voluntad de Dios respecto de ellas- cobra una singular fuerza y casi nos asombra.
Santa Teresa, sabiendo que hay personas que, por ejemplo, no pueden representarse a Cristo, se pregunta cómo podrán, entonces, ponerse junto a Él y hablarle, aunque más no sea que de corazón. La santa da como respuesta su experiencia personal: jamás ha podido ella valerse de su imaginación en la oración y, sin embargo, esto no le ha impedido practicar lo que enseña. Leamos sus explicaciones que con precisión aclaran su método:
“Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas que, si no era lo que veía, no aprovechaba nada mi imaginación, como hacen otras personas, que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así que jamás pude representarle en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como quien está ciego a oscuras, que, aunque habla con una persona y ve que está con ella, mas no la ve. De esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor” (Vida, cap. 9, n. 6). Por eso, se ayudaba con imágenes del Señor que le permitían hacer presente lo que, sin ellas, no podía “imaginar”. Por eso es bueno, para algunos, recurrir a alguna imagen que nos ayude: algun cuadro, estapita, parte de alguna película.
Hay otras personas que no pueden fijar la atención, ni saben tener largos razonamientos cuando dialogan con el Señor. Dirigiéndose a estos, escribe la santa española:
“No les pido ahora que penséis en él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento. No les pido más que lo miren. Pues, ¿Quién les quita volver los ojos del alma, aunque sea un momento, si no pueden más, a este Señor?” (Camino de perfección, cap. 26, n. 3).
Siempre es posible esta mirada de fe. La santa da así testimonio de su experiencia:
“¡Oh las que no podéis tener mucho discurso en el entendimiento, ni podéis tener el pensamiento sin divertiros! ¡Acostumbraos, acostumbraos! ¡Mirad que yo sé que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo, de no poder sosegar el pensamiento en una cosa!” (ibid., n. 2). Sí en el amor podemos mirar todos.
Sirve aquí el ejemplo de aquel paisano al que ante la pregunta del santo Cura de Ars sobre qué hacía tanto tiempo ante el Santísimo, respondía: “Él me mira […], yo lo miro”. Sirve en ésta búsqueda mirarlo a Jesús y dejar que Él nos mire.
Para San Ignacio es éste el comienzo de toda oración: “Un paso o dos antes del lugar donde tengo que contemplar o meditar, me pondré de pie por espacio de un Padrenuestro, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc.” (EE 75). Ponerse bajo la mirada del Señor, no sólo es el comienzo sino también su medio y su término. Tal como dice santa Teresa, si nos acostumbramos a ello, “no lo podréis, como dicen, echar de vos”. Se hace amigo, huésped, compañero, y en su mirada con el etc, nos da ánimo, nos transmite alegría, nos alienta, nos corrige. Con su mirada nos trae luz y clarifica nuestra mirada, su mirada nos trae consuelo, etc etc.
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1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Salmo 139.
3- “La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
“Vergüenza y confusión de sí mismo”
5- Reflectir para sacar algun provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7- Exámen de la oración me pregunto cómo me fue, las preguntas no hay que hacérselas a la cabeza sino a las imágenes. Y desde ahí puedo hacerme preguntas como éstas: ¿Cómo es esta imagen? ¿De qué está construida? ¿Qué hay y qué no hay en la imagen? ¿Qué es lo que la imaginación se resiste a construir? ¿Qué explica que Dios quiera que me detenga en esta imagen o en esta palabra y no en las otras? ¿Por qué yo u otra de las personas están presentes o ausentes en la imagen?…
Padre Javier Soteras
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