Día 3: Principio y Fundamento I

lunes, 18 de febrero de 2013

Preparación de la oración

Los Ejercicios Ignacianos suponen un camino de oración a partir de algunas materias dispuestas para cada día. Es importante, nos dice el P. Javier, tomarse el tiempo de praparar la oración.

 

1. Ante todo, hay que preparar el “tema” de la meditación o contemplación.

El tema puede ser bíblico, tomado del Antiguo Testamento o del Nuevo; o tomado de la tradición de la Iglesia (Santos Padres, etc.) o tomado del magisterio de la Iglesia (concilios, sumos pontífices, obispos…).

Si se trata de un tema de la Escritura puede ayudar leer las fichas de lectura que quien da los ejercicios indica para cada tema de oración. Puede convenir hacer, primero, una lectura rápida de toda la ficha de lectura, para entrar “en materia”; luego, una lectura más detenida, fijándose en aquello que más me mueve y que puede servir para comenzar la oración.

Además hacemos una “composición viendo el lugar”, que en la Primera semana es verse a uno mismo como encarcelado y como desterrado “entre brutos animales”; y en las tres siguientes semanas es imaginarse la misma escena evangélica, sintiéndose uno mismo parte de ella.

Solo podremos preparar el comienzo de la oración, porque el resto de ella depende de las gracias y de las tentaciones que experimente y de la respuesta que le vaya dando a las mismas, recibiendo las gracias y resistiendo a las tentaciones.

Como durante la oración siempre podemos recurrir a la ficha de lectura, conviene tenerla a mano durante la hora de la oración, para volver a leer la parte que más nos ha movido durante la preparación.

 

2. Petición

Es importante saber "para qué" estamos en la oración, qué es lo que buscamos del Señor. Por eso cada semana tedremos un pedido que formularemos durante la oración. En el caso de la primera seaman pedimos la vergüenza y la confusión de mí mismo” (EE 48) hasta el “aborrecimiento de mis pecados” (EE 63), pasando por el “crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados” (EE 55). Como vemos, es una amplia gama de sentimientos, propios de la Primera semana.

 

3. Preparar el “coloquio”

El coloquio es una conversación que se puede hacer con el Señor o con la Virgen o con el Padre… o con el Espíritu Santo o con un santo de mi devoción… o con todos a la vez, uno después de otro.

El tema de un coloquio puede depender de cómo me va en la oración. Por ejemplo puedo pedir alguna gracia, expresar alguna culpa por algo mal hecho, comunicando alguna situación y buscando consejo, o contarle al Señor lo que va resonando en el corazón.

Algunas veces san Ignacio, para algunos ejercicios específicos, indica un tema propio para el coloquios: ocurre así después de la meditación del Rey eternal (EE 98), de las Dos banderas (EE 147); o de los Tres binarios, con la “nota” correspondiente (EE 157); y hay que tener en cuenta estas indicaciones de san Ignacio.


El primer “paso” para preparar el coloquio es saber a qué hora voy a realizar el ejercicio, e irme a dormir pensando la materia del ejercicio que voy a hacer al día sigueinte de modo que quede resonando en el corazón y en el cabeza durante el sueño. Luego, hay que cumplir con puntualidad con esta hora en la que uno ha pensado que realizará el ejercicio.

El “paso” siguiente es descubrir que Dios me mira y quedarme bajo su mirada el tiempo de un Padrenuestro (un minuto más o menos). También dar lugar a si “pasa” otra cosa: si me mira y sonríe, si me mira y me abraza, si me mira y me dice algo, etc etc

A continuación san Ignacio antepone una “oración preparatoria” que consiste en “pedir gracia a Dios nuestro Señor (bajo cuya mirada nos hallamos) para que todo sea puramente ordenado en servicio y alabanza de su divina majestad (que, como vimos, es el fin para el cual “el hombre es creado” según el Principio y fundamento).

En los precedentes “preámbulos”–como los llama san Ignacio y que ya hemos visto- no me he de detener demasiado; pero, al llegar al tema de la meditación o contemplación, allí me he de detener (“sin ansia de pasar adelante…”) donde “hallo lo que deseo” (indicado en la petición), pasando luego al coloquio.

Por último se ha de hacer, como dice la Adición quinta, el examen de cada hora de oración: “después de acabado el ejercicio de la meditación o contemplación, miraré cómo me ha ido; y si mal, miraré la causa (negligencia en la preparación, etc.), y así mirada, arrepentirme, para enmendarme en adelante; y si bien, dando gracias a Dios nuestro Señor, haciendo otra vez de la misma manera” (EE 77; tener en cuenta las tres causas de la desolación, en EE 322).

 

Principio y Fundamento

P. Julio Merediz

 

San Ignacio para esta experiencia que luego se fue divulgando a tantos hombres y mujeres a través de la historia, nos propone que dediquemos un tiempo a lo que él llama el “Principio y fundamento”.

Podemos pedir al Señor, que en estos días se me de a conocer, y que descubriéndolo en oración me mueva a la alabanza. El salmo 103, Himno al Dios creador, nos ayuda a expresar esta petición:

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda…


El Principio y fundamento


“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y mediante ésto salvar su alma. Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecusión del fin para el que es creado”

San ignacio dice que el hombre “es” creado, lo que implica que Dios crea y recrea permanentemente… Él me da la vida en éste momento para alabarlo, reverenciarlo y bendecirle.

 

Alabar

Alabar es estallar en un canto de admiración por la grandeza de Dios, y supone una actitud contemplativa. Contemplar lo único necesario.

La escena de María y Marta (san Lucas 10, 38-42 ) del evangelio puede representarlo muy bien. Mientras Marta se preocupa en limpiar la casa para Jesús, María se pone a sus pies para escucharlo. Ambas actividades se complementan, pero Jesús dice a Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”.

La acción sin un gran amor de base, sin una contemplación, no tiene sentido. Por eso San Ignacio propone en primer lugar la alabanza, porque en el fondo de toda alabanza hay un gran amor gratuito. Alabar supone reconocer que nuestro tiempo no es nuestro, sino que le pertenece a Dios. Por eso es importante en este momento dejarnos impregnar por un profundo agradecimiento al Señor, por lo que nos ha dado, por lo que es y por lo que espera hacer en nosotros.


San Francisco de Asis desde el profundo amor gratuito de Dios lo alaba: Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.A ti solo, Altísimo, corresponden, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención (…)  

La petición para hoy sería:“Dame Señor a conocerte en la creación para que ello me mueva a la alabanza”

 

Hacer reverencia

San ignacio, luego de la alabanza, nos habla de hacer reverencia y servir. Hacer reverencia, sería reconocer en este caso la grandeza de Dios, que de Él viene todo, que de Él salimos y a Él volvemos: “Nos hiciste Señor para Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí”, dice San Agustín.

 

Servir

El tercer verbo que utiliza San ignacio es “servir”. Es el servir del hijo, por eso no es una carga… servir al Padre es un honor. Es sinónimo de lo que el santo dirá más de una vez,“Servir a Jesucristo es la mayor gloria de Dios” o “Todo lo hago para mayor servicio de Jesucristo”. Nuestra gloria está en ese servicio; no se puede amar si no se obedece.

El apóstol San Pablo (Filip 2, 6-11), nos habla de como Jesucristo, el Dios cercano, quiso hacerse siervo, quiso ponerse al servicio de su Padre:

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


El Principio y fundamento, dirá San Ignacio, es para salvar al hombre, para llegar al encuentro total y definitivo con el Señor. El anhelo de San Agustín de pertenecerle, es el anhelo de muchos santos que lo expresan de diferente manera:

San Juan de la Cruz dirá “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero. Ésta vida que yo vivo es privación de vivir, y así es contigo morir hasta que viva contigo. Oye mi Dios, lo que digo, que ésta vida no quiero, que muero porque no muero…”.

San Pablo (Filip 3): “Pero Lo que era para mí una ganancia lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo y más aún juzgo que todo es perdida ante la subliidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por quien perdí todas las cosas y lo tengo por basura por ganar a Cristo”.

 

 

Resumen del ejercicio


Ponernos bajo la mirada de Dios. Sentir su mirada.
Hacer la petición: “Señor dame gracia, que pueda conocerte en las creaturas y que eso me mueva a la alabanza”
Tomar la primera parte del Principio y Fundamento: el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante ésto salvar mi alma.


Alabanza: Salmo 103, la escena de Marta y María, el himno de alabanza de San Francisco.
Hacer reverencia: reconocer el linaje al que pertenezco como hijo de Dios.
Servicio: el servicio a la gloria de Dios, imitando a Jesús que se hizo servidor.


4º Coloquio: una charla con Jesús sobre lo que va brotando en lo más profundo del corazón. Quedarse donde encuentro gusto, porque eso va a saciar los deseos de mi corazón.
Tomar nota de la oración y de algunas cosas que van pasando durante el día y que se van repitiendo a lo largo de los días.