Día 4: los 3 pecados

lunes, 6 de marzo de 2017

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06/03/2017 – Hasta aquí nos hemos ido arrimando poco a poco en los ejercicios. Hemos ido trabajando sobre la oración como lugar clave para que se produzca en nosotros los movimientos de espíritu en nosotros a partir de la contemplación de los misterios. Esto genera en el corazón movimientos, en donde se van despertando diversos espíritus. Entonces vamos eligiendo los que nos acercan de Dios a partir de la paz, la alegría, el consuelo que nos dejan y vamos rechazando todo aquello que dentro de nosotros se mueve con signo de desorden, apresuramiento y vacío. Al mismo tiempo hemos puesto un Principio y fundamento en torno al misterio de nuestro camino de vida para gloria de Dios, santidad nuestra y bien de los hermanos, tomando lo que verdaderamente nos lleva a ese fin, dejando de lado lo que no y con indiferencia ante lo que Dios quiere sólo buscando hacer su voluntad.

También fuimos aprendiendo cómo entrar en la oración, con la actitud de escucha obediente en humildad abrazados por la misericordia del Padre. Para ésto, es bueno encontrarse con la realidad más dura de nosotros. La única manera de poder entrar sobre este lugar es gracias a la misericordia de Dios y esa actitud orante y confiada a su amor desde nuestro debilidad.

La misericordia de Dios que obra frente a nuestra debilidad – Composición de lugar

En este ejercicio, el primero, San Ignacio nos orienta a suscitar en nosotros la experiencia de la Misericordia y paciencia que el Señor ha tenido con nosotros. La petición es (EE 48) pedir: “vergüenza y confusión de mi mismo, viendo desde la comunión de pecado cuantos han sido dañados por un pecado mortal y como merecía yo la ausencia de Dios (condenado dice el texto original) para siempre por mis tantos pecados.” Es importante entrar a este lugar de meditación oración desde la gracia de la misericordia de Dios.

En la composición de lugar del ejercicio de hoy, Ignacio nos dice, “en este lugar nos encontramos como encarcelados y llenos de fieras alrededor nuestro”, como acechados por animales. Es la imagen con la que Ignacio nos quiere mostrar cómo nos encontramos cuando el pecado nos gana el corazón y las fuerzas del mal pueden más que la gracia de Dios por elección nuestra, de no terminar de salir de esos lugares donde se pierde la vida de Dios. Por fragilidad, por debilidad, porque se siente la fuerza del misterio de iniquidad. 

Uno puede representarse como si se ahogara, otro como arrinconado, otro como atado o amordazado cuando la fuerza del mal gana el corazón, o como ciego, embroncado o enojado. Las fuerzas del mal que operan en nosotros y nos hacen caer en enemistad con Dios pueden ser representados de diferente manera. Es bueno poder ver cómo nos sentimos cuando opera en nosotros el mal, para poder hacer bien el ejercicio y descubrir cómo viene Dios a liberarte: dandote una mano, viene a traerte luz en medio de tu ceguera, viene a despejarte de lo que te atrapa o a sacarte la mordaza de tu boca. Cada uno de nosotros tiene que elegir un modo de cómo representar en lo concreto cómo las fuerzas del pecado obran sobre sí y cómo uno queda enredado ahí.

En el primer punto de hoy, pedir como toda la semana, vergüenza y confusión de mí mismo viendo desde la comunión de pecado cuántos han sido dañados por un pecado mortal y cómo merecería yo, cuando caigo en esta situación, la ausencia de Dios para siempre por mis pecados. Cómo estaría yo para siempre apartado de Dios por mis pecados, para siempre hundiéndome, por siempre amordazado, por siempre enredado, por siempre ciego, por siempre enojado… por siempre como nos hemos representado. 

Es importante entrar en la meditación por ese “por siempre que yo me represento”, y cómo Dios viene a sacarme de allí. Por eso pido gracia de misericordia, para que Dios venga a sacarme de ese lugar de ceguera, dolor y enriedo. En este lugar nos sirve, saber que Dios me mira y detenerme allí con un acto de reverencia desde este lugar de mi propia infidelidad. Dios mira también mi realidad pecaminosa.

San Agustín decía al respecto, cuando tomó conciencia de la gracia de Dios y la totalidad de esa presencia en su vida, “aún cuando había pecado Tú estabas conmigo”. “Aún cuando yo no estaba contigo” dirá San Agustín en esa bella oración “Tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva”. Lo dice también en otro momento “yo reconocí con el tiempo que aún cuando yo pecaba Tú no dejabas de estar conmigo. Yo me había apartado de Tí pero Tú permanecías en mí. Yo te buscaba por fuera y Tú estabas por dentro”. En este dentro donde Dios está queremos redescubrirlo, desde la misericordia de Dios y tomar conciencia en un acto humilde y sencillo del amor misericordioso de Dios que se abaja y se arriba a nosotros también a esos lugares donde no nos sentimos ni plenos ni felices, para poder plenificarnos.

Pedir la gracia de saberme mirado por Dios. Pedir la gracia de poder descubrir que Dios me mira y que está ordenándome a su servicio y alabanza. Podemos pedir aquí gracia de alabanza y servicio progresivo y creciente en la medida que yo vaya saliendo de los lugares donde el pecado ha gobernado mi vida y no ha sido el Señor, el Señor de mi historia. 

Al rescate de la mano de la Misericordia de Dios

Ignacio de Loyola cuando invita a hacer la composición de lugar dice que en la primer semana el lugar soy yo mismo considerando con la vista imaginativa mi alma encarcelada (o amordazada, hundiéndose, ciega, enojada, toda corruptible, como enfermo) y todo mi ser, cuerpo y alma desterrado entre brutos animales. Es una imagen fuerte la que usa Ignacio para que tomemos conciencia de la gravedad de la fuerza del mal y el misterio de iniquidad, que dice San Pablo.

Esta invitación de Ignacio nos permite a recordar las dos fuertes experiencias del pueblo de Dios: la de la cárcel (la esclavitud en Egipto), la de los brutos animales alrededor nuestro (la del destierro).

El pueblo de Dios tiene conciencia de que ha permanecido bajo los signos de la esclavitud. Lo mismo nosotros hoy si contemplamos nuestra realidad social de injusticias y opresión, y podemos decir que nosotros también, como el pueblo de Israel, nos encontramos bajo este dominio donde no es Dios quien gobierna sino el imperio de algunas fuerzas que atentan contra el proyecto de Dios de nuestras vidas.

Dice Daniel 7, 8 “Por el amor que les tiene y por guardar el juramento hecho a sus padres, por eso los ha sacado Yahvé con mano fuerte y los ha librado de la casa de servidumbre, del poder del faraón, rey de Egipto”.  Esta conciencia de que Dios viene a rescatarnos de esas fuerzas. Es verdad que las fuerzas del mal operan enredando las cosas y esclavizándonos, atándonos. Dios viene a desatar nuestra alma, ésta sería la imagen. Dios viene a librar las fuerzas positivas que hay en nosotros, esas que están oprimidas. Este ejercicio es muy bueno, sano. Hay muchas cosas buenas que en vos están escondidas, atrapadas, no están liberadas, y Dios viene a rescatarte de ese lugar.

Más adelante, el pueblo de Dios, tuvo una vez más la experiencia de la deportación. No solamente permaneció en tierra de esclavitud, en Egipto, sino que apareció en Babilonia bajo un modelo de destierro. Esta es la imagen de la selva, rodeado de fieras. Cuando uno no está habituado a vivir allí, ese lugar es inhóspito, nos perdemos, no es nuestro lugar. A veces nos pasa en la vida que nos sentimos en el no lugar y no es porque el ambiente sea más o menos hostil. Nos sentimos realmente en destierro, en un lugar inhóspito, inhabitable, cuando nos falta la paz. Cuando estamos en paz, también en el exilio se puede encontrar el propio terruño.

Dios, en Cristo, del mal saca un bien mayor

La Palabra de Dios dice del pecado que es esclavizante, que nos deja sin piso, sin tierra, este es el mensaje, y San Ignacio no escatima expresión para referir con crudeza la realidad del pecado.  En el punto 58 de los ejercicios dice: “Mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea, mirarme como una llaga póstema de donde han salido tantos pecados y tantas realidades y ponzoñas tan torpísimas”. Es decir, hacerme cargo de ver y de descubrir que es así, que en mi vida el pecado me hace obrar de una manera en donde aparece lo peor de mí mismo, donde no aparece lo mejor que estoy llamado a ser. Cuando me engancha la fuerza del mal y la herida es habitada por esta presencia que busca terminar con mi vida que es la presencia del maligno que busca atentar contra la obra de Dios.

La idea de Ignacio es mover nuestra confianza en la misericordia de Dios, es decir, no quiere el que estas imágenes crudas de esclavos, desterrados, heridos, habitados por la fuerza del mal, nos dejen desahuciados, sino por el contrario, Ignacio viene a decir que a todo esto Dios lo toma en Cristo Jesús en la cruz y de este mal Dios saca un bien mayor. Y es por eso que entramos a este lugar con confianza, con entrega, con decisión, con determinación. Diría yo con gusto, con ese modo que tenía Pablo de la cruz, de entender esta realidad, decía San Pablo de la Cruz: “He tenido un conocimiento grande de mi mismo cuando Dios me da este alto conocimiento de mi mismo, me parece ser el peor de todos, como un demonio, que soy una cloaca inmunda, como lo soy en verdad, pero jamás me abandona una muy tierna y gran confianza del Señor”.

Cuando se descubre la fealdad de la fuerza del mal y del pecado como herida que atenta contra la vida de Dios, solamente se la puede considerar cuando tenemos esta conciencia aún mayor de cuánta misericordia de amor tiene Dios por mí, si no a ese lugar no se entra. No puedo entrar al lugar de mi más fea realidad sin la mirada más bella que Dios tiene de mí mismo, que sin quitarle nada a lo mal que puedo estar, Dios me da la mano para sacarme de aquél lugar.

Este es el ejercicio que hay que hacer, y después anotar qué me movió, qué me significó, cómo sentí la misericordia de Dios, cómo pude ver cosas en mi vida que no eran lindas históricamente y las pude ver desde otro lugar. Sólo es posible tener vergüenza y confusión de sí mismo cuando la misericordia de Dios nos habita con todo su poder y con toda su fuerza transformadora.   

-Me amó y se entregó por mí-

Coloquio con el Cristo crucificado ¿qué voy a hacer por Él?

Ignacio habla sobre los tres pecados, y se refiere al pecado del enemigo de la naturaleza humana que es el ángel que se revela contra Dios; el pecado de Adán, el primer pecado, el pecado de origen;  y el pecado de los pecadores, nosotros, los otros pecadores, representado en Caín, en Génesis 4, 1-6, en Esaú, en Génesis 26, 34-35, en Saúl, en 1 Samuel 15, 10-35.

En todos estos pecados estamos llamados a considerar la pérdida que hubo en cada uno de ellos y cómo Dios viene a obrar sobre la humanidad que tiene posibilidades de recuperación para sacarnos del lugar de muerte que el pecado genera.

Todo el ejercicio termina en un coloquio que es un diálogo que Ignacio dice debería estar centrado sobre Cristo, en la cruz. En este ejercicio es muy bueno orar con la cruz delante de nosotros y decirme a mí mismo, como decía el padre Ángel Rossi “Cómo Dios me amó y entregó su vida por mí”. Lo dice haciendo referencia a la expresión de Pablo en gálatas 2, 20, “me amó y se entregó mí”.

Me amó y entregó su vida por mí, no por la humanidad, sino por esta realidad mía de pecado que hoy medito, cómo me rescató de la muerte. Y a partir de ahí preguntarme lo que hago por Cristo, lo que he hecho por Cristo.  Y verlo ahí crucificado. Lo que hago por Cristo, lo que debería hacer por Cristo, y ahí, mirándolo en la Cruz, discurrir por lo que se va a ofrecer, es decir, qué voy a ofrecer para ir de más en más mejorando mi situación en la vida en Cristo. Esto puede darse al final, como lo indica Ignacio, pero puede aparecer en cualquier momento de nuestra meditación. 

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Momentos de la oración 

1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar:  Génesis 3,1-24.

3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4- Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

Pedir: “Vergüenza y confusión de sí mismo”, viendo cuantas veces yo merecía ser condenado para siempre y por mis tantos pecados.

5- Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6- Coloquio:  En este coloquio puedo considerar: “lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debería hacer por Cristo y así mirándolo en la Cruz discurrir por lo que se ofreciere” (EE 53). Todo el ejercicio termina en un coloquio que es un diálogo que Ignacio dice debería estar centrado sobre Cristo, en la cruz. Y a partir de ahí preguntarme lo que hago por Cristo, lo que he hecho por Cristo.  Y verlo ahí crucificado. Lo que hago por Cristo, lo que debería hacer por Cristo, y ahí, mirándolo en la Cruz, discurrir por lo que se va a ofrecer, es decir, qué voy a ofrecer para ir de más en más mejorando mi situación en la vida en Cristo.

7-Examen de la oración:  Me pregunto cómo me fue, ¿qué pasó en la oración? ¿Qué sentí?