Las distracciones en la oración: 2° Parte
P. Javier Soteras
Las distracciones –las que turban y son peligrosas- comprende también dos variedades. En primer lugar, las distracciones que deprimen: uno se encuentra ante Dios en la sequedad, la indigencia y la impotencia naturales, “sin fe, sin esperanza, sin amor; hallándose –la persona- toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor” (EE 317).
Uno se siente totalmente profano y natural, “hombre viejo”, “mundano” y, por tanto, hastiado de orar, con un sentimiento de inutilidad, de fastidio de lo que se está haciendo. O bien, porque la vista de nuestros pecados y miserias tiende a apartarnos de orar, a desalentarnos, a desesperarnos: “¡No hay lugar para ti en la casa de Dios… fuera los perros!”.
Y el resultado práctico es que tanto en un caso como en el otro nos apartamos de la oración, ya porque es inútil, indeseable, pesada o bien porque, aunque deseable en sí, nos es inaccesible, nos está vedada por nuestras limitaciones.
En segundo lugar, existen distracciones que son tentaciones definidas, en el curso de las cuales no son sugeridos pensamientos, sentimientos o imaginaciones culpables; por ejemplo, de cólera, de duda, de blasfemia, de desesperación, de amargura consentida, de complacencia en el mal de los demás, de celos, de amor propio, de autocomplacencia, de orgullo, de vanidad, de sensualidad, de impudicia, etc. Esta variedad de distracciones son como insectos con dardos de toda especie, desde el mosquito de la vanidad más insoportable por su zumbido que por su picadura, hasta el pesado moscón azul de la lujuria.
El remedio para todas estas tentaciones es triple: preventivo, indirecto y directo.
Preventivamente, es muy importante saber y recordar que la tentación turbadora y peligrosa es la escuela normalmente necesaria de las altas virtudes, especialmente de las virtudes teologales. No hay que temerlas ni deplorarlas excesivamente: con la gracia que tenemos, podemos y debemos no solamente superarlas, sino sacar de ellas un gran provecho espiritual.
El remedio indirecto consiste en la práctica de la oración durante el día y de la unión con Dios, que son generalmente mucho más fáciles de practicar fuera del tiempo de la oración propiamente dicha que durante ella, en los períodos agudos de la tentación.
El remedio directo e inmediato consiste, en las tentaciones de depresión, en discernir –con la ayuda del director espiritual o del confesor- si esos pensamientos y sentimientos deprimentes para nosotros son una simple y pura tentación para disgustarnos de la oración y del servicio de Dios o si nacen en una visión espiritual, mal interpretada, que Dios se digna darnos de nuestra nada y de nuestra miseria.
En este segundo caso, hay que purificar nuestra vida y dejarlo obrar a Dios. Y reconoceremos que viene de Dios si nos humilla sin desalentarnos (en este caso, la tentación consiste en la “depresión” y no en el conocimiento de sí mismo que la causa). En el primer caso, en cambio, hay que reaccionar valientemente contra el hastío: no ceder en nada, no modificar en nada nuestros hábitos de oración o de penitencia, antes bien, agregar algo (EE 13,319).
En el segundo caso, el de las tentaciones durables, si estas son violentas, lacerantes, acosadoras… o bien sutiles, razonadoras, envolventes… Hay que manifestarse breve pero claramente a su director y obedecerle, tener confianza en lo que nos diga, apoyarnos en su palabra y permanecer en paz, oponiendo al enemigo desautorizaciones rotundas, tranquilas, absolutas, en forma de actos de fe, de abandono, de esperanza, de amor. Después, una vez hecho esto, quedar en paz ante Dios, ser paciente, como Jesús frente al cáliz de su pasión.
En resumen, no hay que discutir el tentador, ni agotarse en esfuerzos inútiles, sino decir “sí” a toda voluntad de Dios y “no” a todo lo que no es de ella; y luego callar y aguantar, en la esperanza y la fe, cuya escuela son estas mismas tentaciones.
Tentaciones voluntarias
Hasta el momento hablamos de distracciones que –al menos en su comienzo- son involuntarias. Existen otras tentaciones que son voluntarias. Más aun, pueden haber sido involuntarias en su comienzo, pero consentimos en ellas y se hacen voluntarias. Por ejemplo, cuando estamos haciendo la oración nos acordamos de un compromiso que tendremos después de la oración y salimos de esta para preparar un libro o para tomar un apunte. Son distracciones voluntarias que tal vez no duran mucho, pero… debemos pedir perdón a Dios por las mismas, porque indican poca conciencia de la presencia del Señor, o impertinencia en el trato con Él.
Tenemos que tener cuidado, al darnos cuenta de una tentación voluntaria, de no perder tiempo con la falsa vergüenza o con una tristeza mala que “lleva a la muerte” (EE 315). Debemos arrepentirnos de inmediato y volver a nuestra oración con el Señor en la que estábamos.
Un buen acto de verdadero arrepentimiento, ese que nos levanta y nos lleva hacia Dios –como el hijo Pródigo, que “se levantó y se fue hacia su padre” (cf. Lc 15,20)- nos puede hacer ganar más de lo que perdimos con la distracción voluntaria.
Parábola del Buen Samaritano
P.Julio Merediz
Los ejercicios espirituales son una experiencia de encuentro con Dios, y a partir de Él, un encuentro con nosotros mismos y con los demás. Los ejercicios se hacen, implican una actividad, por lo que les propongo que todos los días, además de lo que escuchen o lean, retomen sobre los aspectos que más les llamen la atención.
El Señor me llama y me habla así como estoy hoy: el que soy, como estoy y con lo que tengo. Es personal y a la vez es comunitario; somos muchos los que la hacemos en este tiempo.
Para el ejercicio de hoy, puede ambiertarnos, el Salmo 50:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; 4lava del todo mi delito, limpia mi pecado…
En el ejercicio de hoy pedimos al Señor que vea, que me abra los ojos a los demás, que vea mis falsas ilusiones para poner la esperanza únicamente en Él.
El pecado, irrumpe en el plan de Dios
En el Principio y Fundamento, venimos reflexionando sobre el plan de Dios para la vida de cada uno de nosotros. Éste plan es interferido por el mismo hombre. El pecado corta la gracia de Dios, y la rebelión que implica provoca un desajuste total en la naturaleza humana. El hombre se quiere hacer como Dios; en el fondo de todo pecado está la soberbia, el querer ser como Dios.
Nos dice San Pablo que "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia". La mejor manera de acercarse a la realidad del pecado en la vida humana es reconocerlo. En el reconocimiento del pecado encontramos la realidad del límite humano. La humildad nos posibilita entrar en comunion con Dios. Reconocer el pecado no depende del hombre, sino que es una gracia que Dios otorga por lo que tenemos que pedirla. El que quiera conocerse profundamente, incluido el pecado, deberá pedirle insistentemente.
El demonio, la mayoría de las veces trata de disfrazar el pecado con otros nombres. Hoy pedimos reconocernos realmente como somos. El Señor nos ama como somos, no lo escandaliza mi pecado, por eso con confianza le pedimos que nos muestre el pecado, que nos haga sentir la malicia que genera el pecado, para desde ahí encontrarnos con su misericordia.
Les propongo tomar la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37)
La proximidad no es una medida física sino una dimensión del corazón. En la Parabola, Jesús da un gran rodeo para llegar al centro del mensaje que quería dar. Seguramente, la respuesta debe haber dejado atónito a sus oyentes. Jesús al narrar esta parabola narraba su propia historia.
Jesús vió que había entre nosotros mucha gente herida, mucha gente mutilada, que había pobres y humillados, que había muchas personas solas y extraviadas. Él percibió que pocos en este mundo se acercaba a los sufrientes porque por lo general no son próximos a nadie. Jesús percibió que en este mundo a pesar de la cercanía física había distancias y a veces abismos muy profundos que separaban al hombre de su hermano. Entonces el Señor decidió allanar esos abismos, Él que compartía el ser de Dios, decidió compartirlo con la humanidad que estaba abandonada. Jesús se hizo samaritano y se detuvo en el camino que bajaba de Jerusalén a Jericó; se detuvo en mi camino y en un recodo de esa ruta estaba también yo. Y Él quiso hacerse cercanía mía, de todos… Se hizo prójimo.
Con su ejemplo Jesús cambió la perspectiva del fariseo que preguntaba por su prójimo; respondió la pregunta dando la vuelta, se puso del lado de los que sufren y de los caídos, y desde ahí miró para ver quién era capaz de acercarse al desvalido y se hacía próximo al necesitado. Por eso en lugar de preguntar quién era prójimo del Samaritano, preguntó quien se hizo prójimo. Por eso no es importante ver quién es mi prójimo, sino a quién me hago prójimo, por quién me preocupo, a quién le doy de mi tiempo, por quién corro riesgos, a quién le doy una mano…
Todos buscamos que nos amen y consuelen, pero Jesús nos invita a cambiar la perspectiva, no sólo buscar mi propia compañía sino que nadie quede solo. El problema no es saber quiénes están cerca mío sino de quién me hago prójimo. Es importante centrar la vida en el otro y no en mí mismo.
Hoy le pedimos al Señor que nos amplíe la mirada. Él que en este momento se hace mi prójimo, que me ama así como soy, que hoy toma la iniciativa de acercarse, que me dice que soy importante para Él… Esto es a lo que Jesús me invita a hacer por los demás.
Brochero, modelo de proximidad
El P. Brochero se hizo prójimo y aproximó a través suyo a los hombres a Dios. De algún modo podemos decir que se nos hizo baqueanos para el cielo. Llevó a mucha gente a hacer los ejercicios espirituales a la ciudad de Córdoba, después pudo montar una casa de ejercicios junto al pueblo en el valle de Traslasierras. Como cura, se aprendió no solamente los caminos gastados de la gente, sino también esos senderos escondidos para hacerse prójimo, para salir al encuentro y ser baqueano que llega a la cima e indica el camino al cielo. El P. Brochero conoce los caminos del pecado, y por los senderos desolados caminó buscando a los más alejados de la gente, a los más alejados de Dios, principalmente a los más discriminados y excluídos. Como Jesús, Brochero pastor, formó una familia con los desamparados, con los pobres y con los arrepentidos. Como Jesús, Brochero da la vida por los mayores, porque supo ver lo bueno en cada persona.
No solamente él era generoso y bueno, sino que la gente también le respondía comprometiénse con su vida y el trabajo de la parroquia. El Cura Brochero trabajó incansablemente, pero también un grupo grande de amigos incondicionales, que eran capaces de renunciar a muchas cosas con tal de hacerse hermanos del más necesitado.
Resumen Ejercicios
– Ponerse bajo la mirada del Señor – Pedir quenos abra los ojos a las falsas ilusiones, las interferencias, las rupturas al plan de Dios para ponernos unicamente con toda la esperanza en su camino. – Reflexión: El buen samaritano (Lc 10, 25-37). – Coloquio sincero. Puede ayudar el salmo 50.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS