Día 7: El proceso de los pecados actuales

jueves, 10 de marzo de 2022

10/03/2022 – En la ejercitación de hoy nos detenemos en los procesos de los pecados actuales, el dolor de mi pecado y las lágrimas, que como don da Dios, a quien se lo pide. Nos detenemos en el evangelio propuesto para la ejercitación de hoy:

 

“Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro la palabra del Señor, cómo le había dicho: Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.”

Lc 22 ,61-62

 

EL PROCESO DE LOS PECADOS ACTUALES (EE 55-61)

1. Dolor de mi pecado

La petición es ahora “pedir crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados”.

Implica un cierto progreso de la “vergüenza y la confusión de mí mismo” al “dolor y lágrimas”, sobre todo por estas últimas.

Por la importancia que estas lágrimas tienen para Ignacio en la conversión, propia de la Primera semana, hay que pensar si – como dice en la Anotación décima. No hay que hacer alguna penitencia exterior, en cualquiera de sus “tres semanas”, “para haber intensa contrición de sus pecados o llorar mucho sobre ellos”, que es uno de los “tres efectos” principales por los que se hacen penitencias externas.

En cuanto al coloquio, puede ser: “coloquio de misericordia –insistiendo en esta, demostrada de tantas maneras por Dios nuestro Señor-, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta ahora”, para que pueda ser perdido, y “proponiendo enmienda con su gracia para adelante”.

No nos hemos de olvidar de la misericordia en este “ejercicio”; sin ella, la consideración de los pecados personales y actuales sería “pagana”, no cristiana. Por eso, el “proceso de los pecados” es precedido, en los Ejercicios, por las meditaciones anteriores”.

Para tener este dolor –y lagrimas- de mis pecados, puede ayudar, en lugar de “traer a la memoria todos los pecados (globalmente, como dijo Ignacio en sus “notas sobre Ejercicios dadas de palabra” de la vida), mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa donde ha habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido” (EE 56), puede ayudar leer despacio las cartas a las siete Iglesias, en Apoc 2, 1-3.22. Aunque parecen haber sido escritas para Iglesias concretas, situadas histórica y geográficamente, por “siete” (número que significa plenitud o universalidad) y por la falta de precisión en los detalles, están escritas para la Iglesia universal de todos los tiempos, o sea, para cada ejercitante.

2. Para llegar a la raíz de mi pecado

Otra manera de conseguir este “dolor y lágrimas de mis pecados” puede ser considerar las raíces de los mismos: los pecados capitales. Pero de esto hablaremos más en particular en otra ficha de lectura espiritual, titulada “los pecados capitales”.

Para lograr el objetivo de esta meditación, indicado en la petición – “crecido e intenso dolor y lágrimas” (EE55, segundo preámbulo)- San Ignacio hace cuatro consideraciones.
a. EE57: “ponderar los pecados, mirando la fealdad y malicia de cada pecado mortal (tal vez capital, según EE 224-245).

b. EE58: “mirar quién soy yo, disminuyéndome por ejemplo: 1ª. Cuánto soy yo en comparación de todos los hombres. 2ª. Qué cosa son los hombres en comparación de todos los ángeles y santos del paraíso. 3ª. Mirar qué cosa es todo lo creado (visible e invisible) en comparación con Dios: pues yo solo, ¿qué puedo ser?; 4ª. Mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea. 5ª. Mirarme como una llaga y postema de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y ponzoña tan torpísima”.

c. EE 59: “considerar quién es Dios, contra quien he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí: su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia”.

d. EE 60: terminar con una “exclamación admirativa con crecido afecto, discurriendo por todas las criaturas, cómo me han dejado con vida y conservado en ella: los ángeles, cómo sean cuchillo de la justicia divina, cómo me han sufrido y guardado y rogado por mí; los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces, y animales; y la tierra cómo no se ha abierto para sorberme, creando nuevos infiernos para siempre penar en ellos”.

Como se ve, esta cuádruple consideración Ignaciana va in crescendo desde la consideración de “la fealdad y malicia que cada pecado mortal cometido tiene en sí”, hasta la “exclamación admirativa con grande afecto” que nos recuerda – en cierta manera- las exclamaciones o himnos de San Pablo en la Carta a los romanos (5, 1-11; 8, 31-35; 11, 33-36) con doxología final (16, 25-27).

Puede ayudar a caer en la cuenta, en primer lugar, de que este ejercicio segundo de la Primera semana se trata de una “interiorización del pecado”. En el ejercicio o día anterior hemos contemplado el pecado en otros (ángel rebelde, Adán, Eva y otros pecadores), viendo el castigo de cada uno de ellos –que, aunque no siempre haya sido la pena eterna, ha sido un castigo muy duro-; ahora, en este segundo ejercicio o día lo consideramos en nosotros mismos.

3. Dios amonesta llamando a la conversión

Además, este ejercicio de los pecados propios es una “acusación” que Dios nos hace, similar a la que hacía en el Antiguo Testamento, cuando quería renovar su alianza con el Pueblo. Por lo tanto, también ahora no se queda en la “acusación”, sino que también quiere renovar con nosotros su alianza.
Véase, por ejemplo, Miqueas 6,1-8 (con nota de BJ):

“Escuchad lo que dice ahora el Señor. Levántate y pleitea, y oigan las colinas tu voz. ¡Escuchad el pleito de Yahvé, prestad oídos, pues Yahvé tiene pleito con su pueblo, se querella contra Israel! Pueblo mío, ¿qué te he hecho?”.

Y también Isaías 1,2-20:

“Oíd, cielos, escuchad, tierra, que habla Yahvé. Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su amo; Israel no conoce, mi pueblo no discierne.”

Dios, pues, nos acusa, pero para renovar su alianza con nosotros.

Dios acusa y esto significa que, cuando buscamos nuestros pecados personales en este “ejercicio del proceso de los pecados”, más debemos confiar en la luz de Dios que en nuestras propias luces y esfuerzos.

Como dice Jeremías 17, 9-10, “el corazón es lo más retorcido, ¿quién lo conoce? Yo, Yahvé, exploro el corazón”. Y el Salmo 139 (138), que comienza con la frase: “Señor, tú me escrutas y me conoces” (compárese la actitud confiada del salmista ante la mirada del Señor, con la de Job, que teme la mirada escrutadora de Dios, en Job 7, 17-20, con nota de BJ).

Sólo Dios puede rebelar al hombre su pecado. Nos hallamos aquí ante una misteriosa paradoja: lo que tenemos de más “nuestro”, el fruto de nuestra libertad, escapa a nuestro conocimiento: “quienquiera obra el mal, odia la luz, y no viene a la luz” (Jn 3,20). El pecado ciega y hace amar las tinieblas.

Sólo se conocen verdaderamente las faltas de las que uno se convierte. Pero ¿cómo convertirse si no se conocen las faltas? ¿Hay aquí un “círculo vicioso”? La única esperanza es que la gracia del Señor – que hay que pedir y pedir, sin cansarse- haga brillar un rato de la luz a través de la muralla de esta “cárcel” en la cual nos encierran nuestros pecados (EE47: “considerar mi ánima ser encerrada en este cuerpo corruptible, y todo el compuesto en este valle, como desterrado entre brutos animales: digo todo lo compuesto de ánima y cuerpo”).

La primera señal de la proximidad de Dios es el entrar el hombre dentro de sí mismo. Más aun, es imposible distinguir el momento en que Dios entra dentro del hombre del momento en que el hombre entra dentro de sí: el descubrimiento religioso de la falta no es el preludio del reencuentro con Dios, sino su primer fruto. Desde el comienzo, es preciso que Dios esté allí y me hable.

Lo dijimos más arriba y lo volveremos a decir: en este ejercicio basta con conocer una falta –grave, leve o simple imperfección- para poder dolernos de ella, incluso hasta las lágrimas. Porque no se trata de prepararnos para la confesión, sino de sentir “intenso dolor y lágrimas de mis pecados” (EE 55), aunque más no sea de uno sólo.

1- Oración preparatoria.

2- Petición “pedir crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados”.

3- Traer la historia Lc 22 ,61-62

4- Coloquio.