Día 7: La pecadora arrepentida

jueves, 21 de febrero de 2013

Los coloquios en los Ejercicios

P. Javier Soteras

 

San Ignacio dice que “El coloquio se hace propiamente hablando así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor, cuando pidiendo alguna gracia, cuando culpándose por algún mal hecho, cuando comunicando sus cosas y pidiendo consejo en ellas” (EE 54) A la vez también nos indica que “en los coloquios debemos razonar y pedir según la materia de que se trata: es a saber, según que me hallo consolado o tentado…” (EE 199)


“Se hace propiamente hablando”: el coloquio es una conversación o plática con Dios, o con los santos. La reflexión es sólo preparación para lo que es verdaderamente oración. El coloquio hay que hacerlo en cualquier momento de la oración, cuando me acuerdo en presencia de quién estoy haciendo mi oración o cuando lo que medito o contemplo me mueve a ello.


“Así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor”: de muchas maneras podemos hablar con Dios nuestro Señor, las dos indicadas por Ignacio son solo un ejemplo, que no agota nuestras posibilidades. Cada uno de nosotros tiene que tratar de hallar en su propia experiencia su manera personal de hablar con Dios y usarla en su oración.


“Cuando pidiendo alguna gracia, cuando culpándose por algún mal hecho, cuando comunicando sus cosas y pidiendo consejo en ellas”. El pedir es la actitud que más nos cuadra, como pobres e indigentes que somos ante Dios nuestro Señor: sin Él no podemos nada (cf. 15,5) y con Él “nada es imposible” (Lc 1,37). Es la actitud en la que san Ignacio con más frecuencia coloca al ejercitante: al comienzo de la oración (EE 46), antes de entrar en cada tema de meditación o contemplación (EE 48) y durante todo el curso de la oración, hasta el final de la misma.


Luego, el culparnos por algún mal hecho. Es, por supuesto, un culparnos que no es ningún “sentimiento de culpabilidad”, sino un verdadero arrepentimiento que reconoce la misericordia con la que Dios nuestro Señor nos trata y que sabe recibir su perdón.


Finalmente, comunicando nuestras cosas y pidiendo consejo en ellas: esto es importante en tiempos de Ejercicios, cuando venimos a “buscar y hallar la voluntad de Dios”. Si pedimos consejo, debemos saber escuchar, hasta que lo oigamos. Porque el coloquio puede consistir, no sólo en hablar, sino también en escuchar al Señor en el silencio de nuestras palabras humanas. Como dice santa Teresa: “cuando parece que entendemos que el Señor nos oye, entonces es bien callar”.


“Pensando lo que debemos hablar”: es una manera de preparar nuestra conversación con el Padre, con el Hijo encarnado o con el Espíritu Santo. Es decir, no comenzar a hablar sin antes pensar cómo o qué debo hablar “según en mí sintiere” y, luego, hablar como he pensado hacerlo. Este pensar puede ser buscar una frase de la Escritura que exprese mis sentimientos en ese momento y repetirla pausadamente. “Pidiendo según en sí sintiere”.


Debemos comprender que nuestro Dios y Señor no pretende que con nuestras palabras le descubramos nuestros deseos, pues Él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Si me hallo tentado, lo mejor es conversar con el Señor de la materia de la misma tentación; si me hallo consolado, debo gozar de la consolación- agradecerla a quien me la da, que es el Señor.

 

La pecadora perdonada

P. Julio Merediz

 

En el ejercicio de ayer, en algun momento comentábamos que hay que pedir la gracia para poder alcanzarla, que sólo pidiéndola podemos obtenerla. Pedirla también nos permite conocernos más, y en esta parte de los ejercicios vamos conociendo aquello que ha sido interferido en nuestra vida, o es un obstáculo, y a veces sin romper totalmente el plan de Dios no nos deja avanzar. Muchas veces el demonio se contenta con que no avancemos, con que nos quedemos en la mediocridad y en la sensación de que nada puede cambiar. Es una tentación profunda, porque quienes somos cristianos sabemos que nunca nos jubilamos que hasta el último día podemos seguir creciendo, porque lo que nos mueve es el Amor que siempre es dinámico.

Los Ejercicios nos invitan a no detenernos, por eso cuando San ignacio nos alienta a buscar la voluntad de Dios, nos invita a seguir creciendo porque todavía podemos amar más.

Hoy vamos a pedir tener una fe inquebrantable en que Jesús me quiere como soy y me acepta como soy, para poder aceptarme y desde ahi ver qué más puedo hacer por Cristo, cómo puedo amar más. Podemos ayudarnos con el salmo 24:

 

A ti, Señor, elevo mi alma,
a ti que eres mi Dios.
En ti he confiado, que no quede avergonzado
ni se rían de mí mis enemigos.
Los que esperan en ti no serán confundidos,
pero sí lo serán quienes te mienten.
Haz, Señor, que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos.

 


Para el ejercicio de hoy tomamos el evangelio de Lc 7, 36-50:
 

Jesús es invitado a la casa de un fariseo, y de repente ingresa una mujer y derrama perfume sobre los pies de Jesús. Simón comienza a pensar que Jesús no era profeta porque no se daba cuenta que estaba junto a una pecadora y por ende no la echaba. Sin embargo Simón veía sin ver, no podía ver lo mejor que se escondía en la mujer.


Esa noche Jesús nos entregó una de sus más profundas enseñanzas, nos dio una lección de humanidad, porque invitó a mirar al ser humano como lo hace Dios. La historia de prestamistas y deudoras implicaba que quienes son liberados de deudas grandes tenían más razones para amar. Contemplando a la mujer, enriquece aún más la historia: “¿ves a esta mujer?”. Bajo las vestimentas de la mujer publicamente pecadora, había lugar para humildad, para que Dios habitara como en su propia casa. En ella se entrecruzaba un misterio de debilidad y a la vez de amor, por eso ella era capaz de recibir el perdón y acoger la paz.


El Señor nos descubrió en esa mujer despreciada por todos un fondo de amor. Ella era la prueba de que los más duros pecadores (y cada uno de nosotros incluidos) en su debilidad pueden también amar. Y viéndola a ella Jesús completó la enseñanza: no sólo ama aquel que es perdonado, sino que es perdonado aquel que ama. El amor no es sólo fruto del perdón, sino que podríamos decir que es su causa.


Ese día se abrieron las puertas a quienes se sienten lejos, como sin derecho. La pregunta “¿ves a esa mujer?” nos invita a ver a lo profundo, a la fuente de lo humano mucho más allá de las apariencias. Y eso nos da esperanza, porque escondido en todos los humanos se halla un amor grande entremezclado con una debilidad grande. Quizás muchas veces nos hemos esforzado para extirpar nuestros defectos, y hoy nos damos cuenta que hay un camino más corto y seguro hacia Él que es amarlo humildemente como la pecadora del banquete. En ella se posó la mirada penetrante de Dios, hasta encontrar lo mas suyo, el amor. Su mirada penetrante, la transformó desde dentro. Así mira Dios a los hombres, y así el Señor me mira hoy a mí.

¿Qué habríamos visto nosotros de esa mujer? ¿qué vemos en nuestros compañeros y amigos? Hoy le pedimos a Jesús que nos enseñe a mirar y a mirarnos como Él mira.

 

Resumen del ejercicio

Nos ponemos en la presencia del Señor y dejamos que nos mire.
Pedimos una fe inquebrantable en que el me quiere, me acepta como soy y me ama. Puede ayudar el
salmo 24

Cuerpo: Lc 7, 36-50
Coloquio