Día 8: La vida discipular es un combate

viernes, 11 de marzo de 2022
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11/03/2022 – Nos detenemos en el discernimiento y combate espiritual que se da en la ejercitación ignaciana.  ¿Por dónde se movieron los espíritus en esa tensión de combate espiritual en la que, en tiempo de cuaresma, entramos para encontrarnos con el Señor?

Para realizar este discernimiento nos ayudará el siguiente texto:

“10.Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. 11.Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. 12.Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. 13.Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. 14.¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, 15.calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, 16.embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. 17.Tomad, también, el yelmo de la salvación y la la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; 18.siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, 19.y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio, 20.del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene.”

Efesios, 6 ,10-20

 

«El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual»..

Para alcanzar la perfección de la caridad, a la que todo cristiano está llamado en virtud de su vocación y Bautismo, es necesaria no sólo la gracia de Dios, sin la cual nada podríamos, sino también un correspondiente empeño de nuestra parte. Este empeño, por el que buscamos que en nosotros se desarrolle la vida del espíritu, se asemeja a una lucha, a un combate, por las dificultades e intensidad que comporta. En este sentido entendemos que «la vida es permanente milicia», una milicia que, bien llevada, conduce a nuestro máximo despliegue, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.

 

Contra quien es el combate

 

Al hablar de combate, entendemos que tenemos ciertos enemigos contra los que hemos de luchar. ¿Contra quien es esta nuestra lucha, y cuáles son sus armas y estrategias?

 

El demonio

El Papa Pablo VI nos ha enseñado con claridad que el mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. En nuestras luchas diarias ¡jamás hay que olvidar o desestimar la injerencia del demonio! Es más, es necesario ser sobrios y velar, porque el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.

Para lograr su objetivo, cual es el apartarnos de Dios y destruirnos, el demonio se vale de la tentación. Por la tentación el demonio busca hacer que desconfiemos de Dios, de su bondad, de que Él realmente quiere nuestro bien, incita a la desobediencia, a la rebeldía, a rechazar a Dios y sus designios. El Señor Jesús, tentado en el desierto y victorioso, nos enseña como enfrentar las tentaciones: con criterios objetivos, que son los que encontramos en la Sagrada Escritura. Él nos enseña que la tentación se rechaza de plano, que con la tentación no se dialoga, pues quien como Eva entra en el diálogo con la tentación poco a poco es envuelto en la ilusión y fantasía, y engañado termina pensando que lo que es un mal objetivo en realidad es “bueno para mí”. Una vez que la tentación logra esa sustitución, la voluntad se dirige hacia el mal que ahora, en la mirada de la persona, tiene apariencia de bien.

El mundo

Nuestra lucha es también contra el “mundo” antagónico a Dios, el ámbito personal o social del hombre sometido a la influencia y dominio del Maligno. Este mundo engloba un conjunto de anti-valores, normas y criterios opuestos al Evangelio, o que pretenden ser indiferentes a Él, y nos presenta el poder, el tener y el placer como criterios de acción y fuente de realización para el ser humano.

El mundo ejerce un sutil influjo en los hijos de cada época de la historia. También nosotros hemos asimilado con los años muchos de sus criterios y actuamos en la vida cotidiana de acuerdo a ellos. La conversión empieza justamente por un “cambio de mentalidad”, por una metanoia, es decir, por el decidido empeño de despojarse de los “criterios del mundo” y asimilar los “criterios del Evangelio” para vivir de acuerdo a ellos. Esta lucha diaria implica educarnos en una constante actitud crítica: ¡debemos aprender a juzgarlo todo desde el Evangelio!

Cabe decir que este “mundo” así entendido es algo diferente del “mundo” cuando con esa palabra se designa en la Sagrada Escritura la creación, o más específicamente la humanidad. En este caso el término tiene un sentido positivo.

El hombre viejo

¿No experimentamos muchas veces en nosotros una fuerte división? Digo que le creo al Señor, que quiero hacer lo que Él me dice, me entusiasma el ideal de la santidad, pero ¡con cuántos de mis actos niego mis anhelos, niego al Señor! También San Pablo, una gran santo y apóstol, experimentaba en sí esta división y conflicto interior: «Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco».

Las pasiones desordenadas que me llevan a hacer el mal que no quería, las tendencias pecaminosas que descubro en mí, los malos hábitos y vicios, mis caprichos y la ley del gusto-disgusto que prima tantas veces en mí como criterio de elección, son elementos que forman parte de esta compleja realidad personal que llamamos “hombre viejo”. Se trata del pecado «que habita en mí»y que en mí ha dejado sus secuelas. Es este un enemigo que llevo dentro de mí, que continuamente ofrece batalla y resistencia. En esta lucha se trata de alcanzar, por medio de un trabajo ascético y en apertura a la gracia divina, un auto-dominio que nos permita reordenar nuestro interior y orientar todas nuestras energías y potencias al propio despliegue en el cumplimiento del Plan divino. El ejercicio de los silencios es un medio excelente para crecer día a día en este auto-dominio o maestría de mi persona.

Vale la pena anotar que la presencia del “hombre viejo” en nosotros no nos hace malos. Por la reconciliación en el Señor Jesús hemos superado la ruptura que introdujo el pecado original en nuestras vidas, reconciliación que la Iglesia nos ofrece desde nuestro Bautismo y que nos hace “hombres nuevos”. Sucede, más bien, que son las consecuencias del pecado las que nos aquejan y se traducen en esa inclinación al egoísmo y al mal que está detrás del “hombre viejo”. Se trata de una distorsión en nosotros, que somos buenos.

 

 

Ejercitación para el fin de semana:

Hacer un recorrido por todo lo que fueron estos días de ejercitación anotando donde estuvieron las mociones del Señor y donde las tentaciones, ¿en qué momento sentiste que el tentador quiso sacarte del camino, de la oración contemplativa?, ¿dónde la gracia de Señor se hizo presente? Tal vez en alguna palabra o sentir. Y así ir tomando conciencia de que el Maestro va tomando las riendas de tu vida.