01/03/2021 – El relato de Lucas (1, 26-38) tiene un contexto literario: el estrecho paralelismo entre la anunciación de Gabriel a Zacarías y la del mismo Gabriel a María; paralelismo que no ha sido utilizado por Lucas por simple placer estético, sino que tiene un sentido: la primera anunciación prepara la segunda y sus diferencias son muy significativas y muestran, en general, la gran distancia que media entre el Bautista y el Señor (esquema del rey temporal, comparada con la eternal, EE 91-98).
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27.a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. 28. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29.María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. 30. Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. 3 1.Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. 32. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; 33.gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.» 34.María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» 35. Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. 36 .También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. 37. Para Dios, nada es imposible.» 38 .Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel.” Lucas (1, 26-38)
“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27.a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. 28. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29.María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. 30. Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. 3 1.Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. 32. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; 33.gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.» 34.María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» 35. Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. 36 .También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. 37. Para Dios, nada es imposible.» 38 .Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel.”
Lucas (1, 26-38)
1. La comparación entre las dos anunciaciones es la siguiente:
a. Presentación de los padres (vv. 5-7. 26-27)
b. Jerusalén y el templo (vv. 8-10); Nazaret y la casa de María (v.8). Saludo del ángel a María (v.28).
c. Saludo del ángel a María
d. Turbación y temor de Zacarías (v.12); Turbación y sorpresa de María (v.29)
e. “No temas, porque…” (vv. 13-17); “No temas María, porque…” (vv.30-34)
f. “Zacarías dijo: ¿En qué…? Porque… (v.18)”; María respondió: ¿Cómo puesto que no…? (v.34)
g. “Te vas a quedar mudo…” (vv. 19-20); “El ángel le respondió: El Espíritu vendrá… Mira, también Isabel…” (vv. 35-38)
h. “Dijo María: He aquí… hágase…” (v.38a)
i. “El pueblo estaba esperando. Cuando salió (Zacarías)… (vv.21-22)”; “Y el ángel dejándola se fue…” (v.38b)
Al presentar a los padres del Bautista, Lucas insiste en que son estériles (v.7), siendo el nacimiento del mismo “espiritual”, como dice pablo (Gál 4,29), para preparar al lector para el anuncio del nacimiento, ya no de padres estériles, sino de una madre virgen, cosa que es más “espiritual” todavía.
El contraste entre Jerusalén y Nazaret es muy grande: por una parte, la ciudad santa; en esta, el templo y, dentro del mismo, el santuario, de este lado el velo que lo separaba del Santo de los Santo, cuando Zacarías cumple, por primera vez en su vida –y que sin dudas sería la última- el acto más solemne de su representante. Por otra parte, no un sacerdote, sino una doncella de quince o dieciséis años, en una provincia despreciada –la “Galilea de los gentiles” (1 Mac 5,15)-; en esta, una ciudad insignificante, de la que “no podía salir nada bueno” (Jn 1, 46) y que no había sido mencionada ninguna vez en la Escritura (y ni siquiera Flavio Josefa, historiador contemporáneo).
En este contraste resalta la economía de salvación del Nuevo Testamento: las más grandes obras de Dios se realizan en el más grande silencio y oscuridad. Cuanto más grande es la obra de Dios, más necesita este –por así decirlo- de la nada de la creatura.
El saludo del ángel tiene lugar únicamente con María y la palabra griega (jaire) puede significar sólo un saludo, común entre dos personas que se encuentran. Pero si se recorre la versión de los Setenta (y es singular, que estos dos primeros capítulos de Lucas –salvo los primeros cuatro versículos- tienen una estructura semítica, como no la tiene el resto del Evangelio y que nace de la cita preferencia de los Setenta), encontramos este mismo saludo cuatro veces y cada vez para introducir un anuncio mesiánico, como en la situación angélica: Sof 3, 14-17; Jl 2, 21-27; Zac 9,9; Lam 4, 21-22.
Es un saludo que manifiesta y causa alegría, en este caso por ser María como el favor de Dios personificado (“plena de gracia”, o sea, objeto del favor de Dios), lo que implica además la presencia salvífica de Dios (como en los otros saludos arriba indicados).
La turbación de Zacarías no es la misma que la de María, pues la de esta proviene de la sorpresa que le causa el saludo: como dice el texto: “discurría qué significaría el saludo”. Mientras que en el caso de Zacarías, “el temor se apoderó de él” (1,12, con nota de BJ).
Por eso, el “no temas” del ángel a María va acompañado de una explicación del saludo anterior: “Has hallado la gracia”. ¿Por qué? Porque “vas a concebir y dar a luz un niño, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará y su reino no tendrá fin”, que recuerda el pasaje del Antiguo Testamento que debía ser muy repetido en Nazaret y que María debió haber meditado (Lc 1, 19 y 2, 51) desde su infancia:
“Como el tiempo primero ultrajó… así en el postrero honró el camino del mar, el distrito de los gentiles –que designa Galilea, nota de BJ al v.23-. El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande (Is 8, 23-9, 1)”.
Mientras que el “no temas” a Zacarías va acompañado del anuncio de que “tu petición ha sido escuchada; Israel, tu mujer dará a luz un hijo”.
Zacarías pide una señal de lo que se le anuncia, porque “yo soy viejo y mi mujer es estéril” (Lc 1, 18.26, con nota de BJ). Al pedirla, muestra su poca fe, no recordando otros textos del Antiguo Testamento en que se hablaba de una estéril que, por el poder de Dios, se convertía en madre: Sara, madre de Isaac (Gn 18, 10-15); Ana, madre de Samuel (1 Sam 1, 5-28); la madre de Sansón (Jc 13, 2-7).
En cambio, la pregunta de María no implica falta de fe en lo que le dijo el ángel; al contrario, su pregunta se justifica porque en el anuncio del ángel ve, de su parte –y no de la de Dios- una imposibilidad: no sólo “no conozco varón”, sino que no lo concederá en adelante, por su decisión, de permanecer virgen.
Se dice que tal decisión no podía germinar en la mente de una doncella judía de aquel tiempo, que hablemos del “voto”, que sería un anacronismo, sino de simple decisión de permanecer virgen. Pero hoy sabemos que, en la región cercana a la predicación del Bautista, ese ideal estaba vivo en ciertos medio judíos, como los de Qumran, sobre todo entre hombres, como Juan el Bautista y el evangelista. Y si tal decisión había tomado María, se comprende también la necesidad de ponerse bajo la protección de un hombre, José; de modo que se explica que el ángel la hubiera encontrado “desposada con un hombre llamado José”, precisamente porque no conocía –ni iba a conocer- varón.
Así se explica la diversa respuesta del ángel a la duda de Zacarías y a la simple pregunta de María. A Zacarías le responde con el castigo de su poca fe: “Mira, vas a quedar mudo, hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a tu tiempo”. A María, en cambio, se le explica que, precisamente porque es virgen, va a ser madre de Dios.
“El Espíritu vendrá sobre ti”: María no ignoraba que con frecuencia en la historia de su pueblo, el Espíritu del Señor había venido sobre ciertos personajes elegidos por Dios para una misión especial y los había revestido de su fuerza (Jc 6, 24), se había apoderado de ellos (Jc 14, 19), los había llenado (Gn 41, 38 y Éx 31,3), por un tiempo solamente –cuando la misión era temporal- o de continuo, como la escritura lo decía de David, el antepasado del Mesías; y ahora oye que este Espíritu del Señor vendrá sobre ella. ¿En qué sentido?
“Y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”: en este contexto, este “poder” no puede ser sino el mismo Espíritu Santo. Es decir, el mismo Yaveh, que había reposado sobre el tabernáculo, había llenado la morada hasta el punto de impedir la entrada incluso de Moisés (Éx 40, 34-35), había habitado el templo de Jerusalén, cuando la consagración del mismo por Salomón (1 Rey 8, 10-13). Ahora en ángel anuncia que llenará el seno de María, haciendo de él un santuario, un “Santo de los Santos” viviente. “Por eso el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios”. Esa santidad no es como la de Sansón o Samuel o el Bautista, sino una consagración a Dios absolutamente única, porque será el resultado de una Presencia única en el seno de María, como se ha dicho en la frase anterior.
Y la respuesta de María –que no se puede dar en el caso de Zacarías- es un acto de obediencia al mensaje de Dios, pero sobre todo de fe en su palabra, como lo indicará Isabel (Lc 1, 45: Feliz, porque…):
“Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con su respuesta María merece la primera bienaventuranza del Evangelio (que será la última dicha al incrédulo Tomás, Jn 20, 29). Y así como la historia sobrenatural del Pueblo de Dios comienza con el acto de fe absoluta de Abraham, que se pone en camino “como se lo había dicho Yahveh” (Gn 12,4), así la historia del Nuevo Testamento se inaugura en el momento preciso en que María concibe a Cristo, el Dios con nosotros, el Emmanuel, en quien se recapitula la humanidad. Acto de fe de María, que, al incluir en su objeto la divinidad de Cristo –como hemos visto en la frase anterior-, participa de la oscuridad de todo acto de fe y se irá renovando, a medida que María “medite” la inagotable profundidad de la encarnación (Lc 1, 19; 2, 51…).
Hoy es Dios que se anonada hasta hacerse un embrión humano (Flp 2, 6-8); mañana, encontrará a Nazaret demasiado confortable para él y para sus padres y nacerá en un establo; deberá escapar luego de sus enemigos… Y así por el estilo, hasta morir en cruz (EE 11: “mirar y considerar lo que hacen para que, al cabo de tantos trabajos, morir en cruz; y todo esto por mi”).
Y María seguirá, en cada etapa de ese plan de salvación, renovando su “sí”, su acto de fe y obediencia, hasta que, en medio de la universal desilusión de los que creían en él, sola, en medio de un mundo inconsciente al acontecimiento más solemne de su historia, repetirá su acto de fe y será “bienaventurada tú, que has creído”.
La escena de Zacarías termina diciendo que éste “salió y no podía hablarles (al pueblo que estaba esperando) y se extrañaban de su demora en el Santuario. Y permaneció mudo”. Y la escena de María termina con que “el ángel, dejándola, se fue”.
2. Ignacio añade, al relato de Lucas, la consideración de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quienes también tiene en cuenta en el coloquio (EE 109). Se parece en esto al Evangelio “espiritual” de Juan, que menciona con frecuencia al Padre y al Espíritu y que habla de Jesús como Palabra o Verbo del Padre (Jn 1, 1-18).
En el comienzo de la segunda semana de los Ejercicios Ignacianos, Ignacio nos invita a detener la mirada en el texto del Evangelio de San Lucas, 1, 26-38 pidiendo la gracia del interno conocimiento de Jesucristo por obra del Espíritu Santo. Queremos hacerlo desde el corazón de la Virgen.
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo. Pedir gracia de responder a la llamada del Señor al estilo de María.
Traer la historia: anunciación (Lc 1, 26-38). Ignacio de Loyola invita a ver el mundo como lo ve la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en todo su devenir en deterioro histórico: guerras, hambre, conflictos, divisiones, pandemias. Una humanidad sacudida. Mientras contemplamos, junto a la Trinidad, ella decide encarnarse en la segunda persona del Verbo y nacer en María. Nos invita a contemplar, desde la Trinidad, la casa de Nazaret en el momento del anuncio del ángel a María.
Coloquio: dialogar con el Señor sobre este llamado a María y el que me hace a mí. ¿Qué me despiera? ¿A qué me invita?
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración? ¿Recibí alguna invitación del Señor?
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