Dios eligió lo débil del mundo para confundir a los que creen que son algo

viernes, 22 de diciembre de 2006
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El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz. A los que habitaban en tierra de sombras una luz le ha brillado. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo, se alegran en Ti con la alegría de la ciega, como se regocijan al repartirse un botín porque como hiciste el día de Marian, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara  que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería. Porque un niño ha nacido, un Hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder y es su Nombre consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz. Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites. Asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y  la justicia desde ahora y para siempre. El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará.  

Isaías 9, 1 – 3; 5 – 6

Todas las lecturas bíblicas de éste tiempo de la Navidad, si bien con perspectivas distintas, intentan responder a ésta pregunta: ¿ Cuál es el sentido de la Navidad?

Navidad nos ofrece. Lo hacemos en torno a la celebración de la Noche Buena y el Día de la Navidad, pero es tan densa la Gracia y el mensaje de la Navidad, y densa no por lo aburrido sino densa por el contenido, por el gozo, por la cantidad de regalos que recibimos en éste  tiempo de parte de Dios, que merece, y así lo entiende la Liturgia en la Iglesia Católica, en ocho días que nos acompañen en darle tiempo al corazón para adaptarse a tanto don y tanta misericordia por parte de Dios.

El texto que acabamos de compartir de Isaías supone una situación dramática para Israel porque el estrépito de las armas resuena por todas partes en el pueblo. ¿Qué ha ocurrido y por qué Isaías dice lo que dice? Han sido invadidos por Siria, comenzó todo en Galilea. La amenaza llega hasta Judea y hasta la misma Jerusalén y el pueblo, bajo éste terror que despierta en el corazón el enemigo, siente que camina en las sombras, en la oscuridad, no sabe en realidad a donde va. Dirigiéndose a Dios exclama “¡Acreciste la alegría, aumentaste el gozo en medio de éste pueblo que caminaba en tinieblas y que ha comenzado a ver una luz! “

Si nosotros entramos en contacto con el ambiente en el que los movemos podemos describirlo también como un ambiente ciertamente sombrío, carente de esperanza, ausente de sentido. Así se describe desde distintos lugares, los pensadores, y quienes estudian los ritmos de la cultura, el  tiempo de la Pos-modernidad como el tiempo de la ausencia de la historia, la ruptura con el pasado que no es solamente  olvidarnos de lo que ocurrió sino impedirnos mirar hacia adelante. El que no tiene pasado ni historia tampoco tiene futuro. La ausencia de la historia en el tiempo de la pos-modernidad nos inhabilita para pensar en el futuro por eso todo tiene que ocurrir “aquí y ahora”. Es ciertamente sombría la  actitud del corazón humano en su conjunto en éste ambiente de carestía de mañana, de ausencia de futuro y por eso también como rostros profundamente entristecidos, ausentes de esperanza.

En medio de éste ambiente, como aquél ambiente sombrío  de Israel amenazado por el enemigo de la guerra, nosotros, también amenazados por el no futuro, sentimos que hay una luz que va ganándose lugar en medio de las sombras. Es sencilla, es simple, pero tiende a crecer  y a aumentarse en el corazón si le damos lugar. El pueblo que camina en las sombras y en las tinieblas, dice Isaías, ha visto una gran luz. “Tú Señor has acrecentado la alegría y has aumentado su gozo”. El tiempo de la Navidad es justamente ésta luz. Le demos lugar al gozo y a la alegría con la que Dios nos visita.

Las fuerzas interiores que están en puja y  en tensión dentro nuestro son las que nos impiden encontrar la paz.  La paz llega cuando las fuerzas opuestas encuentran un mismo sentido, cuando la tensión se libera hacia adelante, y cuando lo que en nosotros está en lucha y en conflicto encuentra un mismo lugar hacia donde conducirse. Este don maravilloso de la Paz lo trae “Aquél que viene” dice Isaías. Es decir, la presencia pacificadora y dinámica que Dios trae en la persona de Jesús, profetizada por Isaías, viene a terminar con la tensión y con la lucha en la que interiormente y alrededor nuestro nos encontramos en más de una oportunidad. Los opuestos se ponen en un mismo rumbo y en un mismo sentido, por eso dirá Isaías, “Pasearán juntos el lobo y el cordero, estarán en un mismo sentido. El niño podrá jugar con la víbora y ésta no le hará daño”. Los opuestos se encuentran y comienzan a orientar sus fuerzas en un mismo sentido y el que marca el rumbo es el Príncipe de la Paz.

Así es que no solamente la paz que se nos ofrece en la Navidad es una ausencia de conflicto, es la construcción de lo nuevo desde lo que en principio está enfrentado. Analizamos por un instante las ausencias de paz en el ámbito familiar, las tensiones que enfrentan a unos y a otros y le pedimos al Señor que no solamente no estén presentes éstas tensiones en el ámbito de la mesa familiar Navideña sino que las personas encuentren juntas un mismo proyecto para caminar en un mismo sentido guiados por el Príncipe de la Paz. Esto hace que desaparezcan las sombras. Claro que  las sombras están presentes cuando no hay mañana, cuando no hay futuro, cuando no hay esperanza. Y de verdad, que cuando estamos en luchas internas en propio corazón, en luchas que nos enfrentan, en condiciones que nos enfrentan dentro nuestro cuando estamos en luchas internas en el ámbito de lo amado, de lo querido, de lo que es lo nuestro, lo comunitario, lo familiar, lo que perdemos es horizonte, es un mañana, todo parece que tiene que resolverse porque alguien gane dentro nuestro, alrededor nuestro, o entre nosotros, en esa puja.

En ese sentido es que viene el Príncipe de la Paz a liberarnos de esto y a mostrarnos un camino hacia adelante donde El se muestra  como el que guía, el que conduce. Por eso ponemos en El nuestra esperanza. La paz que trae el Príncipe que nace no es ausencia de conflictos, es fuerzas que confluyen, antes enfrentadas, ahora orientadas en un mismo sentido. Esto hace que se disipen las sombras, es decir, que desaparezca lo inmediato y que aparezca lo de hoy en función de mañana. Esta presencia del Príncipe de la Paz que guía, que conduce, ésta presencia que orienta y muestra el mañana, el futuro, hacen que huyan de nosotros las angustias, que huyan de nosotros las desesperanzas. Que también nuestras enfermedades, nuestras dolencias, encuentren un sentido. Que lo que nos cuesta tenga un valor agregado.

Vale la pena en función de lo que vendrá. Tiene que desaparecer también de nosotros todo aquello que nos tensiona, todo lo que nos dispersa, lo que resulta amenazante, lo que resulta amenazante, lo que nos instala el temor. Para que puedas descubrir el valor que tiene la Paz que trae éste Príncipe que nace, Jesús, en la Navidad disipando las sombras, las tinieblas, es muy bueno que, no permaneciendo en las sombras sino mirándolas con esperanza, sepas de que se trata, dónde están las amenazas, hacerlas concientes para no dejarnos arrebatar la paz por esas mismas amenazas sobre nuestra vida. Hacerlas concientes para no dejarnos robar la Navidad. Hacerlas concientes para  que nuestra súplica sea existencialmente dirigida a Dios y para que la Navidad tome carácter real, tan real como aquél pesebre, como aquella noche de Belén hace 2000 años. Nos ha nacido uno que trae un mensaje de Paz, le llamamos Príncipe de Paz. Sobre el pueblo ha aparecido una gran luz. Han desaparecido las sombras que amenazaban. “Señor, acrecentaste nuestra alegría y aumentaste nuestro gozo”.

Sólo podemos centrarnos en el recién nacido que disipa toda amenaza cuando contemplamos con  sencillez, con simplicidad, con capacidad de asombro al que está envuelto en pañales, al Niño Dios. La paz que es el confluir de  todas las tensiones en un mismo sentido la trae el Niño que ha nacido. “El Hijo que nos ha sido dado”, dice la Palabra, “el que está envuelto en pañales” le dicen los ángeles a los pastores que van a contemplarlo.

Nos hace falta capacidad de asombro y mirada de niños. Esa mirada que posiblemente con el tiempo hemos ido perdiendo y la Navidad nos quiere regalar. Tal vez sea éste el regalo que tengamos que pedirle al Señor para la Navidad, el de un corazón  como niños para entender el mensaje del reino. Aquí en la puerta de ingreso a nuestra radio tenemos  aquél hermoso texto de Miguel de Unamuno, ese que reza él cuando se acerca al pesebre de Belén y descubre que la puerta, como contábamos días pasados, para impedir la invasión de los bárbaros que entraban con sus caballos a los templos, era bien bajita. Esa puerta bajita movió el corazón de Unamuno a reflexionar sobre su imposibilidad de entrar al templo que recubre el pesebre de Belén en Jerusalén. Dice así Miguel de Unamuno: “Agrándame la puerta Padre porque he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta achícame, por piedad, y devuélveme a esa edad bendita donde vivir es soñar”.

Agrándame la puerta Padre, la puerta de la misericordia, la puerta de tu bondad, la puerta de tu grandeza, la puerta de tu abajarte, de tu compasión por nosotros, agrándala para mí, acércate a mí, una vez más ofréceme el don maravilloso de tu vida entregada y ofrecida. Porque crecí, porque tal vez creció mi capacidad de estar en el mundo pero no tanto mi capacidad de estar en vos. Porque creció mi ciencia, mi intelectualidad, pero no creció mi fe. Tal vez porque creció mi cuerpo pero mi fe sigue siendo la fe de la primera comunión.

He crecido en algún sentido y en otro me he empequeñecido, necesito que me pongas a la altura tuya. Agrándame la puerta Padre, he crecido a mi pesar, si no te pido, por favor, que me devuelvas el corazón de niño. Esto reza Unamuno. Sólo con corazón de niño se puede entrar, dice Descalzo, a Belén con corazón de niño. Y lo repetíamos días pasados. Los grandes, para entrar a Belén, tenemos que agacharnos, los niños entran paraditos, de pié.

Si queremos entrar a Belén para contemplar al Príncipe de la Paz que viene a regalarnos ese don maravilloso  de que nuestras fuerzas en tensión se orienten en un mismo sentido, sencillamente tenemos que dejar que Dios nos reubique el corazón. La  contemplación del niño nos regala el encuentro con la debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad. Eso que el mundo ha rechazado y Dios la ha hecho propia. El se hizo uno de nosotros humildemente. Siendo rico se hizo pobre, siendo Dios se hizo niño.

El encuentro con lo más frágil y lo más pobre, lo más sencillo de nosotros, dónde no hay lugar para defendernos, eso que nos expone tal cual somos, es el lugar donde Dios nos invita, desde allí mismo a ir al encuentro del niño envuelto en pañales. Desde ese lugar frágil, vulnerable, pobre, Dios nos permite celebrar realmente la Navidad.

Dios eligió lo débil del mundo, lo que el mundo considera nada, es más, se hizo uno de aquellos para confundir a los que creen que son algo. Se ha venido a dar vuelta la historia y nosotros queremos formar parte de esa historia que Dios quiere hacer primero en nosotros y desde nosotros para nuestros hermanos.