Dios es Amor

jueves, 27 de diciembre de 2007
“Queridos míos, amémonos unos a otros porque el Amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios. Dios es Amor.

Envió Dios a su Hijo único al mundo, para darnos vida por medio de Él. Así se manifestó el Amor de Dios entre nosotros. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su hijo como víctima, por nuestros pecados. En esto está el amor.

Queridos, si tal fue el amor de Dios, también nosotros debemos amarnos mutuamente.”

 

En la octava de navidad nos sorprende ver a dos santos, apareciendo como memoria obligatoria, así lo presenta la liturgia de la Iglesia católica, en la celebración de la octava navideña.

Más que sus figuras, sus imágenes, su presencia, el reconocimiento de sus virtudes, es lo que esconde el misterio de Dios en  la vida de ellos. Tanto la de Esteban como la de Juan el evangelista, el apóstol.

Ayer hablábamos del protomartir, el primero de la Iglesia, y contemplábamos con él, como el Cielo en la Navidad se abre, para regalarnos la estrella que brilla en la noche y nosotros podamos, a través de ese signo descubrir, que también para nosotros hay un brillo nuevo en el amor de Dios, que se nos ofrece desde la Navidad. Y particularmente en torno a este amor de Dios que, el teólogo, el pastor, el apóstol, el evangelista, nos invita a acercarnos al misterio navideño desde su teología.

En su carta Juan nos presenta a Dios que es Amor.

Decía Benedicto XVI, en una audiencia general de agosto del 2006, “los apóstoles eran compañeros de camino de Jesús. Amigos de Jesús. Su camino con Jesús no era sólo un camino exterior, desde Galilea hasta Jerusalén sino, un camino interior en el que aprendieron la fe en Jesucristo.

Pero precisamente por eso, porque eran compañeros de Jesús, amigos de Jesús, que en un camino no fácil, aprendieron la fe, son también para nosotros guías que nos ayudan a conocer a Jesús. Y se lo conoce a Jesús a través del Amor y en la Fe. En este sentido, en este tiempo de Navidad, nosotros podemos entrar con Juan al pesebre, para contemplar desde su doctrina; desde su magisterio, el misterio de Dios hecho hombre.

También nosotros como apóstoles compañeros del camino de Jesús, conocedores en sus senderos a partir de esta ciencia, que dice Teresita del Niño Jesús, es la fuerza del Amor que nos habita por dentro. El de Dios, que en el Espíritu Santo, ha hecho morada en nosotros.

Es un tema característico de la enseñanza joánica, el amor. Esta es la razón por la cual Benedicto XVI comienza su primera carta encíclica con las palabras del apóstol. “Deus caritas est”, Dios es amor. Y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

Es muy difícil encontrar textos parecidos, semejantes a éste en otras religiones. Es una expresión típicamente cristiana: Dios es Amor. Este Dios amor es el que sale a nuestro encuentro en este día.

El apóstol Juan, no es el único autor de los orígenes del cristianismo, que habla de amor. Dado que el amor es un elemento esencial del cristianismo. Todos los autores del N.T. hablan de este misterio del amor de Dios, aunque lo hacen con matices distintos.

Pero ahora nos vamos a detener en reflexionar sobre este tema del amor de Dios que nos acerca el misterio de Belén, desde la perspectiva de Juan. Él lo ha dicho con una manera incisiva, con una manera penetrante a su propuesta, lo cual nos mueve a nosotros a ir detrás de lo que dice. Para entender qué se dice, cuando se dice “Dios es Amor”.

San Juan no hace un tratado abstracto del amor, ni filosófico, él no es un teórico. El verdadero amor, por su naturaleza, nunca es especulativo, es concreto, tiene bases sólidas en lo vincular. Hace referencia directa, concreta, verificable, a personas reales con las cuales nosotros nos vinculamos. Por eso a la hora de acercarnos al misterio de la Navidad, la comprobación en lo concreto de que así es, de que estamos celebrando la Navidad es ver cuánto y de qué manera se renuevan los vínculos de amor en el ámbito en el que nosotros nos movemos.

Cuánto hay más de reconciliación, cuánto hay más de diálogo, cuánto más de comprensión, cuánto más de servicio, cuánto hay más de fraterno vínculo, cuánto más de escucha, de expresión de cariño. Es Navidad cuando todo esto ocurre, porque el amor de Dios se va encarnando en los gestos, en las actitudes, en el pensamiento, en la orientación de la vida de cada uno de nosotros.

Hay formas de mostrar por el amor las obras que hablan de la fe. Si esto no ocurre, lo nuestro no tiene que ver con el misterio que decimos estar celebrando.

Juan como apóstol, amigo de Jesús, nos muestra cuales son las fases del amor cristiano. Podríamos decir, siguiendo enseñanzas de Benedicto XVI, que hay un movimiento caracterizado por tres momentos en el amor del que estamos hablando.

El primero tiene que ver con la fuente del mismo amor. Juan sitúa en Dios, llegando a afirmar, como hemos escuchado, que DIOS ES AMOR. Juan es el único autor del N.T.(nuevo testamento), que nos da una especie de definición de Dios. Dios, dice él, es Amor. Dice esto porque Dios es Espíritu. Y el Espíritu es el Amor entre Dios y el Padre. Juan define a Dios como Espíritu, como Luz, como Pan, como agua Viva, pero la definición de Dios, es que Dios es Amor. Lo hace con una profunda intuición que nace de un conocimiento, que como dice Teresita del niño Jesús, brota de una ciencia que nace en la experiencia mística del Amor.

No dice solamente Dios ama, o Dios nos amó. Mucho menos dice el Amor es Dios (atención a esto), dice Dios es Amor. No cualquier amor hay que endiosar. Y en todo caso, sólo podemos hablar del Amor en cuanto que, con verdadera y genuina expresión, en cuanto que reconocemos que ha nacido de Dios, que de Él viene. Y que se concreta de muchos modos.

Amor de amistad, amor de vida como una alianza, en la pareja noviazgo, matrimonio. Amor de exclusividad de entrega consagrada a Dios, en la vida de los que hemos elegido a Dios en todos, y desde ese lugar a todos en Dios.

Amor de servicio. De diaconía. En relación a los demás. Amor de filiación, de paternidad.

La clave que Juan nos regala es que todos estos modos de ser del Amor, tienen una fuente única. Dios. Él es la fuente de todo amor.

Y de hecho quien quiera renovar su vida en el amor, y vincularse con mayor comprensión, con mayor servicio, con una mas cálida recepción de los demás, una más decidida salida de sí mismo, de encuentro con los otros superando los obstáculos de las diferencias, incluyendo a los distintos. Quien quiera hacerlo, debe hacerlo en y desde Dios.

Esto es lo que nos está diciendo Juan cuando habla de Dios como fuente del Amor.

Las cosas no van bien en casa. El vínculo con mi esposo/a, hace tiempo que no encuentra rumbo, sentido. ¿Como hacer para volver al principio? Posiblemente, un camino, sea este de clarificar nuestro vínculo con Dios. Nuestra relación con Él en términos de amor.

Juan no quiere darle una cualidad divina a un amor genérico y personal, no sube desde el amor hasta Dios; sino que va directamente a Dios para definir su naturaleza que es expansiva, que no se clausura en si misma. Que tiende a comunicar, que apunta a llegar a todos y que se hace luz en medio de la oscuridad y de la noche. Este Dios que es Amor es luz, y quien vive y permanece en Dios, vive en la luz y permanece en la luz.

La luz es distinta a las tinieblas. La luz brilla en las tinieblas. La luz en Belén, se hace estrella que envuelve el misterio de los pastores en una voz angelical, que les llama ir al encuentro de un niño envuelto en pañales, es el amor de Dios. El amor convoca, reúne, congrega, se expande y llega hasta el más recóndito lugar del mundo, donde hay un hombre, una mujer que esperan encontrar lo que busca su corazón: a Dios.

Decíamos primero, Dios es fuente de amor, segundo podemos decir así, siguiendo la enseñanza de Juan: “tanto amó Dios al mundo, a todos nosotros, que dio a su Hijo único.” Digámoslo el amor de Dios no es una declaración oral, sino un compromiso de verdad, un pago personal por la deuda que en nosotros hay y esta deuda es una deuda de amor.

Y la verdad sea dicha, que toda deuda que tenemos con nosotros es una deuda de amor. Si algo debemos a los demás, le debemos amor. Por eso el mismo Jesús puede mandarlo a esto, como camino para superar las dificultades que tenemos para vincularnos, por las deudas de amor que hay en nosotros. Jesús nos indica un camino como mandamiento, como ruta a seguir, como ley. El mandamiento es el del amor. Y en Juan esto aparece muy claro. Y esto supone una familiaridad con el modo y el estilo del amor que Jesús propone, al hacerse amor oblativo, que se entrega hasta dar la vida.

Y la verdad sea dicha que, cuando se experimenta en el corazón la deuda de amor que tenemos (para con los padres, para con los hijos, para con los amigos, para con Dios, para con nosotros mismos), cuando percibimos que lo que hay en nosotros es carestía de amor y que debemos amor en lo vincular, en las dimensiones en las que sea, la intrapersonal, la vincular fraterna, la relacional filial con Dios, cualquiera sea la dimensión que tenemos de amor, de señorío con lo creado por Dios, esto supone una actitud de ruptura. Con un modo de vivir, y esto es sacrificio, esto es entrega de vida.

Y el amor, en ese sentido tiene una dinámica sacrificial, porque supone salir de sí mismo para el encuentro de otro, que puede ser más o menos grande. Un Otro, Dios; otro, iguales a nosotros, otro, uno mismo, otro, uno mismo como amarse bien a sí mismo desde un lugar distinto, desde donde Dios nos ama, y otro, llámese a aquello todo lo que Dios ha creado, y ante lo cual nos pone como señores de lo creado.

Supone el amor siempre, una salida de sí mismo, y en este sentido, el amor y la deuda de amor que tenemos supone un pago al modo de Jesús, dando la vida.

Habiendo amado a los suyos, dice Juan 3,1, a los que estaban en el mundo los amó hasta el extremo. Este amor oblativo y total. En éste nosotros hemos sido rescatados. Juan lo dice: “hijos míos, si alguno peca tenemos a uno que sea abogado ante el Padre, a Jesús, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados. Él paga la deuda.” Alguien tiene que pagar la deuda.

La deuda de amor que hay en nosotros, la paga Jesús. ¿Cómo no vincularnos ante semejante crédito, que nos llega gratuitamente del Cielo? Sino dejándonos llevar por la fuerza de ese empuje, que nos llega, que nos viene, que nos da Dios el Padre, en la persona de su Hijo.

Dios pagó por nosotros. Pagó por vos y por mí y lo hizo en Jesús. Para que nosotros hiciéramos lo mismo, para que tuviéramos la capacidad de imitarlo. Y lo imitamos, porque nos capacita para hacerlo, no porque le copiemos desde nuestra fuerza voluntaria, para poder hacerlo. Sino guiados y movidos por esa Gracia del pago gratuito, que nace de un amor que se entrega y desde esa entrega rescata.

Nosotros también somos invitados a dar por amor, y a entregarnos desde el amor en gratuidad. ¡Cuánto necesita el mundo de esto!

Yo digo que una de las cosas más grandes que Dios nos regala, en esta obra es justamente, la capacidad de gratuidad con la que Dios se comunica y cómo los oyentes de esta obra, radio maravillosa que Dios nos ha regalado, entendemos esa dinámica de gratuidad y damos gratuitamente. Todo circula aquí, todo circula. Cuando en algún momento no circula, la obra comienza como a verse bajo serios riesgos de sustentabilidad. Porque la sustentabilidad del proyecto está en la gratuidad. Y la gratuidad supone circulación de los bienes con los que contamos.

Mientras más circula lo que tenemos, más se multiplica. Que dicho sea de paso, es el corazón de la economía del mundo. El problema de la economía en el mundo es que los bienes no circulan. Están parados en las manos de algunos, y por eso la concentración de las riquezas en las manos de unos pocos, hace que un grupo importante padezca, carezca de lo necesario para vivir dignamente. El corazón de la economía es la confianza. Y esta surge cuando los bienes circulan. Van y vienen. Cuando no encuentran lugar donde se estancan y se pudran. Si todo está podrido a nivel económico y mundial es porque los bienes, las riquezas no circulan.

La circulación de la riqueza está como impulsada o viene a ser impulsada cuando el corazón humano se convierte a la Gracia del amor, y se entrega, se ofrenda, se hace oblativo, rompe con la fuerza del egoísmo y se abre a otro, bajo el signo que el otro aparezca.

Tercer momento de la dinámica del amor, tiene que ver con ser destinatario de un Amor que nos precede y nos supera. Estamos llamados, en este sentido al compromiso de una respuesta activa, que para ser adecuada tiene que ser respuesta de amor, Y esto que decíamos antes, Juan habla de un mandamiento.

¿Dónde está la novedad en Jesús? Radica justamente en el hecho de que Él no se contenta con repetir lo que ya había exigido el A.T., y que leemos también en los otros evangelios “ama a tu prójimo como a ti mismo”. En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre, como a ti mismo. Mientras que, el mandamiento referido por Juan, Jesús presenta como motivo y norma de nuestro amor su misma persona, “como yo los he amado”. No de cualquier forma, sino como Dios amó. En este sentido el amor se hace cristiano.

Para que haya cristianismo en el amor, tiene que haber presencia del amor de Jesús en nosotros, no solamente amor. Como decíamos antes, Dios es amor, que no es lo mismo que decir el amor es Dios. No es lo mismo. No cualquier amor puede ser endiosado, ni es camino de amor como lo plantea Jesús.

El punto más alto de la entrega de amor de sí mismo tiene que ver con un reconocimiento de la presencia del Amor en nosotros, que nos hace amar. Y del Amor de Dios amor en nosotros, habitados por Dios o inhabitados por Él, que nos permite amar desde Él como desde ningún otro lugar. Ni aun desde las más ricas, sanas, transparentes, rectas intenciones. Ni de la más ética de las actitudes, por decirlo de alguna manera.

El amor resulta así de verdad cristiano.

El amor es cristiano cuando lo hacemos desde Jesús.

La palabra de Jesús “como yo los he amado”, nos invita a la vez, a no inquietarnos. A no desesperar, por pagar la deuda del amor, que hay en cada uno de nosotros. Porque Dios nos amó primero. Y al mismo tiempo Él nos capacita para el amor.

Dijo Monseñor Karlic, cuando estuvo por Córdoba, “no todos estamos capacitados para ser buenos deportistas, no todos estamos capacitados para ser buenos científicos. Lo que sí todos estamos capacitados para amar.”

Y esa capacidad de amar nos viene del misterio de Dios instalado en medio de nosotros. Él, es el que ha bañado la humanidad toda de su presencia. Por eso el vínculo con Él es el vínculo que nos renueva nuestra posibilidad de amar más y mejor. Más en cuanto más extensivo, más en cantidad, y mejor en cuanto en hondura, en calidad, en profundidad.

En este sentido, muy interesante la afirmación de Teresita, también maestra de la Caridad, cuando enseñaba en su doctrina y enseña su doctrina, que el amor se mide más por la intensidad que por la cantidad. Y es verdad…

Y la posibilidad que tenemos de entrar en vínculo de amor con otro, no depende de cuantas veces digamos te quiero, que sería una cantidad por decirlo de alguna manera, sino en cuanto entregamos la vida, por aquel que decimos que queremos. No está en repetir actos de caridad, aunque esto también es necesario, para nuestra naturaleza herida, sino en la hondura con que vamos aprendiendo a repetir estos actos de caridad. No se puede separar la cantidad de la cualidad. Pero en realidad, más se mide por la cualidad, por la intensidad, que por la cantidad.

De hecho, muchas expresiones de amor, pueden ser una costumbre y no verdadero amor que nazca de aquel lugar fuente, donde el amor se hace oblativo, desprendimiento de sí mismo, capacidad de encuentro con otro, que siempre será un desconocido. En este sentido el amor está directamente vinculado a la fe. Cuando somos invitados a salir de nosotros mismos, vamos a una tierra no conocida, como Abraham. Que sale de su casa y va a un territorio desconocido guiado, sólo porque Dios así lo invita desde la fuerza de su amor a dejar lo suyo, para ir a lo otro que Dios le propone. Siempre es más, siempre más. Dios siempre más.

Padre Javier Soteras