25/08/2021 – El Señor es siempre fiel y nada lo aleja de nosotros, ni siquiera la peor de nuestras infidelidades: “Si nosotros somos infieles, él permanece fiel, porque él no puede desmentirse a sí mismo” (2 Tim 2, 13). Por eso “los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Rom 11, 29). Por más que nos alejemos, lo neguemos y pequemos, siempre nos dará otra oportunidad. La Biblia frecuentemente lo alaba “porque es eterno su amor” (Sal 118, 1). Alabamos sobre todo la fidelidad a su amor, que nunca se echa atrás, que persiste a pesar de nuestras caídas, indiferencias y egoísmos. Cuando tenemos esa certeza, nos acercamos a pedir su ayuda aunque lo hayamos ofendido, porque él sigue siendo fiel: “Dios mío, tú conoces mi necedad, no se te ocultan mis ofensas. Pero mi oración sube hasta ti Señor. Sálvame por tu fidelidad” (Sal 69, 6.14).
Su amor, porque es verdadero e infinito, no puede dejar de ser siempre fiel, y por eso lo alabamos: “¡Alaben al Señor todas las naciones, glorifíquenlo todos los pueblos! Porque es inquebrantable su amor por nosotros, su fidelidad permanece para siempre. ¡Aleluya!” (Sal 117, 1-2). “Proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu fidelidad” (Sal 40, 11). “Proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones” (Sal 89, 2). Aunque la Biblia tenga amenazas y duras advertencias para tocar el corazón humano, sin embargo la última palabra es la misericordia, y en él siempre vence la fidelidad a su promesa de compasión y de salvación: “Mi corazón está trastornado y se estremecen mis entrañas, pero no vendré con ira” (Os 11, 8-9). Este texto es una clave para interpretar bien todo el Antiguo Testamento, que habla muchas veces de la ira y de las amenazas del Señor, porque nos dice que en realidad, en el corazón de Dios no puede triunfar la ira, siempre vence la misericordia. Y su misericordia está colmada de paciencia y de fidelidad. Él es fiel, siempre fiel a su amor y a sus promesas y nuestras debilidades no pueden más que su compasión de Padre.
El Salmo nos invita a proclamar su fidelidad “cada noche” (Sal 92, 3). Como si le dijéramos: “Hoy también has sido fiel conmigo”. Y se lo decimos aunque haya sido un día duro, porque sabemos que él estuvo. Y sabemos que si lo dejamos actuar él sacará algo bueno de nuestro dolor, tarde o temprano nos dará una salida y nos hará llegar lo que más necesitamos. El libro de las Lamentaciones narra un momento terriblemente doloroso para el pueblo judío. Sin embargo, ellos recordaban la fidelidad del amor del Señor, y así no se dejaban vencer en medio de aquellos tormentos: “Algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor” (Lam 3, 21-23.26). No lo olvides: aunque yo no lo vea, aunque todo parezca oscuro, el Señor es fiel. Amén