Dios lo pensó desde siempre

martes, 9 de septiembre de 2008
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Hay un solo cuerpo y un solo espíritu así como hay una misma esperanza a la que ustedes fueron llamados de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos que está sobre todo, lo penetra todo y esta en todos.

Efesios            4, 4 – 6

En la Carta a los Efesios, la Eclesía, la Iglesia, es el Cuerpo de Cristo y esta incluye a todos los cristianos que se extienden por el universo y no a la comunidad local como aparece normalmente en las cartas que se llaman auténticas, de Pablo, ya que esta Carta se atribuye a Pablo, dice el padre Rivas, especialista bíblico, pero no se sabe en realidad si es él el verdadero autor de la misma, aunque forma parte de todo una teología paulina, de la escuela paulina.

En la carta a los Efesios se mantiene la metáfora del cuerpo paulino en donde la realidad del cuerpo de Cristo marca la distinción entre la cabeza, que es Cristo, y el cuerpo en sí mismo que es la Iglesia. ¿Qué es el cuerpo en la carta a los Efesios? Tiene un aporte novedoso la carta a los Efesios y que es el señalar claramente que está presente el cuerpo en el plan de Dios trazado antes de la creación del mundo. Esto es una novedad dentro de la perspectiva en la que Pablo, el autor de la carta a los Efesios, nos presenta la realidad del cuerpo, que es la Iglesia. La sabiduría de Dios con la que planificó todos los tiempos se ha manifestado en la Iglesia. Digámoslo así, Dios siempre tuvo presente delante suyo, antes de la creación del mundo, a la comunión de El con la Iglesia. Esta es la novedad que trae Pablo. 

Cuando ayer compartíamos la apertura de la carta en aquella bendición con la que el autor nos invita a abrirnos a la gracia de bendición en el Espíritu Santo que Dios nos regala, allí se da gracias por los dones con los que Dios salvíficamente sale al encuentro de su pueblo. Digámoslo así: el Dios que bendice a su pueblo lo bendice en el Espíritu Santo incorporándolo a cada uno de sus miembros a lo que llamamos el Cuerpo de Cristo en donde la cabeza y sus miembros forman un todo y es allí mismo donde brota y está presente toda gracia de bendición. Esto, dice el autor, Dios lo pensó desde siempre. Dios predestinó a Cristo, y en Cristo ya estaban previstos todos y cada uno de los miembros del cuerpo. En Cristo quiere decir, antes de la creación del mundo, los que creemos y estamos unidos a el, fuimos elegidos para ser, dice el verso 4 del capítulo 1 de la carta a los Efesios, santos e inmaculados. Para recibir, dice el verso 5, la condición de hijos.

El núcleo central de la acción de gracias al comienzo de la carta a los efesios, se encuentra en el verso 8 y el verso 10 del capítulo 1. Allí se dice: Dios los ha favorecido haciéndolos conocer el misterio, el plan trazado en la eternidad, pero que debía realizarse en el tiempo. ¿Cuál es este plan? La unificación de todo el cosmos en Cristo. ¿Quién es Cristo? El cuerpo todo, cabeza y miembros. Esto mismo, la carta a los romanos lo dice así: El cosmos está esperando esta manifestación gloriosa de los hijos de Dios. Es decir, la plenitud del desarrollo del cuerpo. Cristo y los miembros.

En este sentido, el vivir en comunión unos con otros y en Cristo, hace al proceso de redención del cosmos. De esto se trata, este es el don maravilloso que Dios nos ha regalado y este es el peso grande que hay sobre cada uno de nosotros: la responsabilidad. De manera tal que cada uno de nuestros actos de comunión fraterna en Cristo con los demás, comunión y responsabilidad nuestra para con el mundo que Dios nos ha regalado para ser señores de el, comunión con el mundo que Dios nos confía para transformarlo y hacerlo a su medida es una presencia de la acción redentora de Cristo sobre el cosmos todo, sobre el universo todo.

Cuando uno contempla, en el campo y tirado sobre el pasto, en un cielo que se deja contemplar en toda su oscuridad con un montón de pequeñas lucecitas que brillan sobre el, las estrellas, planetas, la luna, uno dice: qué inmensidad. Esa inmensidad tiene su punto de apoyo para su transformación y para su sentido en la persona de Cristo y de cada uno de nosotros, los que permanecemos unidos a el. En cierto modo podríamos decir así: el cosmos todo está apoyado en la condición humana, en plenitud de comunión con Cristo.

Esta es la hermosa condición a la que Dios nos ha invitado y la grave responsabilidad que nos cabe en el proceso de comunión con Jesús. En el lenguaje tomado del libro de los salmos, hablando a cerca de esta condición de Cristo, va a decir Pablo citando al salmo 110, en el verso 1, que Dios, a este Cristo total, cabeza y miembros, lo ha sentado a su derecha por encima de todo lo que existe y puso todo bajo sus pies, y de esta forma lo constituyó cabeza suprema. La Iglesia es la plenitud, va a decir Pablo, de todo lo que llena el universo.

La palabra plenitud tiene un sentido particular, ya ha aparecido en los textos paulinos en colosenses.

La Iglesia es el espacio, la comunión de Cristo, cabeza y miembros, donde se hace presente en el universo la plenitud de Cristo. En este sentido no se puede sino trabajar y mucho para que verdaderamente vayamos hacia el desarrollo de esa plenitud. Una plenitud que no es numérica ni cuantitativa, es una plenitud de intensidad en la comunión por el amor con Cristo y desde Cristo con todos y cada uno de los miembros. A esto nos llama hoy la Palabra, a crecer en la conciencia de esa presencia misteriosa de comunión donde todos somos uno en Cristo Jesús.

La carta a los efesios está escrita porque en aquella comunidad existían dos corrientes claramente diferenciadas. Los judíos que habían asumido la fe cristiana y los paganos a los cuales se había abierto la creencia en Cristo Jesús. De estas dos realidades bien diversas Dios venía a hacer una única unidad por el misterio de la Cruz de Cristo Jesús que había roto toda división.

En el centro del mensaje de la Carta a los Efesios, la plenitud de unidad y la construcción de una nueva humanidad, y a partir de allí el sentido más pleno del cosmos, la da el hecho de Jesús crucificado, de la pascua de Jesús, de manera tal que a la hora de caminar hacia la plenitud a la que nos llama la carta a los Efesios en donde todo el cosmos encuentra su nuevo ordenamiento por la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, somos invitados a construirla a esta realidad de plenitud luchando por la unidad no para poner de acuerdo y hacer una gran uniformidad de lo diverso sino desde este lugar en donde Pablo entiende todo se construye y se hace nuevo: la Pascua de Cristo en nosotros.

El fruto que brota de la presencia pascual de Jesús en la comunidad para construir la unidad, es la presencia y gracia del Espíritu Santo que viene a sellar y a marcar de una manera indeleble, con un sello, el corazón de los que se acercan y viven en Cristo Jesús. A esto Pablo lo tiene más que claro.

Cuando al llegar al punto de acción de gracias en el comienzo mismo de la carta el autor precisa que todos estos privilegios están destinados a nosotros, los que esperábamos en Cristo, se refiere a los judíos, pero inmediatamente hace un cambio en la redacción y deja el nosotros y comienza a hablar de ustedes. Ahora se refiere, evidentemente, a los creyentes de origen pagano. Los que vienen de la no creencia después de haber creído en el anuncio del evangelio ellos también fueron sellados pero con el Espíritu Santo.

Es la misma expresión, la del verso 3 del capítulo 1 de la carta a los Efesios de la que Pablo usa en 2 Corintios 1,22 en donde dice que ahora la ley está escrita ya no sobre tabla de piedra sino sobre el corazón de los creyentes. Para pertenecer a Israel es necesario llevar el sello de pertenencia que daba la circuncisión. De hecho, los que no tenían la gracia de estar circuncidados quedaban excluidos del pueblo, como dice Génesis 17,14.

Los paganos que han creído han sido sellados pero no con una circuncisión hecha en la carne, ya el autor de la carta a los Colosenses identificaba a la circuncisión con el bautismo, ahora el autor de la carta a los efesios dice que esta circuncisión no es la de Abraham sino la del Espíritu Santo. El que construye el don de la unidad que nos lleva a la plenitud es el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.

Este es el lugar desde donde nosotros podemos constituirnos en el vértice en donde, como comunidad en Cristo Jesús estamos llamados a ser plenitud del universo todo, dice la Carta a los Efesios. La realidad plena del universo está en la Eclesía, está en la comunión del cuerpo, que la opera el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el alma de este cuerpo. El Espíritu Santo es el que lleva a la plenitud el desarrollo de este cuerpo y por eso la renovada manera nuestra de estar vinculados al Espíritu Santo.

La conciencia de que somos parte de un todo que se llama Iglesia a la cuál somos invitados a vivir en plena comunión con Cristo haciendo en nosotros un proceso pascual que nos lleva a una más profunda transformación por la obra del Espíritu Santo que actúa en nosotros. En este proceso son invitados a participar todos de esta Eclesía. “Todos” quiere decir también el cosmos, aunque verdaderamente, en la carta a los Efesios, está bien diferenciado el cosmos, el mundo y la iglesia. Son como círculos concéntricos que tienen en el centro a Jesús. La plenitud de todo lo creado encuentra en la comunión del cuerpo todo, Cristo y cada uno de sus miembros, su más plena realización.

Esta es la invitación, no es que de hecho ocurra así. Justamente de hecho así no ocurre. De hecho no ocurre así y sí ocurre así, aunque parezca una contradicción. No ocurre así porque salta a la vista que no es la comunidad de la iglesia todo lo que está llamado a ser y deja mucho que desear de la vocación que ha recibido al menos en lo testimonial no siempre se manifiesta la iglesia como un lugar de plenitud, aparece esta condición suya reconocida por los padres de la iglesia en la antigüedad a la que identificaban como la meretriz, la prostituta, la iglesia pecadora. Pero por otro lado sí ocurre, sí acontece, hay una realidad eclesial del cuerpo que es verdaderamente santo, pleno.

La santidad se entiende así, como plenitud de realización de todo lo humano en toda su condición íntegra e integralmente concebida. En cada una de las realidades humanas el hombre integrado en su totalidad en Cristo Jesús y no como alguno solo por allí sino verdaderamente como un cuerpo de santidad dentro del proceso de transformación en la misma iglesia. Toda la iglesia está llamada a la plenitud y no para ser auto referencial a sí misma sino para que, en torno a ella, el cosmos todo, el mundo todo, el universo todo, encuentre su explicación. Viéndose en la iglesia entienda su razón de ser. Viendo a la iglesia encuentre su sentido. Esta es la gran vocación, la más sublime vocación eclesial, esta de ser nosotros razón de ser, porque es Cristo en nosotros y nosotros en el lo que le damos sentido y plenitud al universo todo y al mundo todo.

Esta es la mejor manera de evangelizar, la creciente conciencia y vivencia de este misterio. Si nosotros en plenitud vivimos este misterio de pertenencia a Cristo en total comunión, participando de su pascua, y con una más clara conciencia y vivencia de la gracia del Espíritu Santo, sellados en el, y viviendo sólo inspirados por el y luchando por solo ser guiados por el, nosotros somos el lugar en donde el mundo y el cosmos puede verse reflejado y el cosmos y el mundo nos resultan nuestro lugar propio de hábitat.

La plenitud del misterio está en este lugar. Animémonos a vivir en Cristo por la gracia del Espíritu Santo y estaremos haciendo el mejor aporte a la transformación del mundo y del cosmos.

El Cuerpo de Cristo, en la carta a los efesios, es el lugar de la reconciliación de los diversos, de los opuestos, representado bajo la figura de los judíos y paganos, que como figura de enemigos desaparece, esta amistad desaparece porque fue anulada la ley, la que marcaba la distinción entre unos y otros.

La ley consagraba la separación entre dos pueblos desde el momento en que establecía una diferencia entre los circuncisos y los incircuncisos, entre los miembros del pueblo y los extranjeros, y exigía trato distinto para con unos u otros. Ha desaparecido, ha sido abolida la ley, aquello que establecía las diferencias. Ahora están todos unidos en uno solo, están llamados a una unidad para construir un hombre nuevo.

Esta es la gracia de la reconciliación y Dios la obra, dice el verso 15 del capítulo 2, a través de la cruz. Mientras Pablo, en la carta a los romanos, había hablado de la rama de un olivo silvestre, los cristianos que vienen del paganismo están injertados en el tronco del olivo noble, que es Israel, en la carta a los efesios se va más adelante y se habla de una total reconciliación en el cuerpo de Cristo, por la Pascua de Jesús.

Efesios parece como describir los sueños de Pablo en Romanos 11 que ya están cumplidos, llevados a su plenitud, y esto por la muerte de Jesús. Es la muerte de Jesús la que ha terminado con la ley. Y así comienza, ya no solo la construcción de un hombre nuevo en Cristo sin distinciones, en plenitud, sino que esto es signo de un proceso de una nueva creación. No es poco lo que estamos diciendo, nos pesa y nos preocupa un mundo que está desequilibrado, una creación, la de Dios, que está bajo el filo de la destrucción.

Frente a esta realidad, la mejor propuesta que tenemos para hacer viene de este lugar de nueva creación. La nueva creación brota del misterio pascual de Jesús y de la gracia del Espíritu Santo que se derrama de la pascua de Jesús en el corazón de los que venimos a ser sellados y circuncidados por el Espíritu ahora. Perteneciendo a un lugar de comunión sin distinciones, por sola gracia de Dios, abrirnos a esta gracia de la superación de las diferencias, a esta gracia de superación de la rivalidad, a esta gracia de reconciliación. La obra el Espíritu, la trabaja Jesús en nosotros.

En estos días, leyendo la vida de Teresa de Calcuta, y ella caminando desde la comunidad de Loreto a la que pertenecía, hacia la nueva comunidad que la esperaba, que era de los pobres entre los más pobres, sufre este proceso de pascua ante el cuál Teresa, por la gracia de resistencia que Dios le regala y el sostenerse por encima de todas las tentaciones de volver sobre aquél lugar en donde el maligno le dice según cuenta ella en el libro: di solo una palabra y volverás a Loreto.

Después de padecer y llorar este proceso pascual de ir sobre los más débiles y más pobres, nos termina por regalar el rostro de Jesús en toda su vida, extendiendo la presencia del amor de Dios por encima de cualquier credo, de cualquier ideología, mucho más allá de cualquier territorio, aunque ella se identificó clarísimamente con una cultura, la india, se hizo de todos por la fuerza del amor de Dios que la vinculó a los más pobres entre los pobres.

Esto es pascua y esto es vida en el espíritu, que sin dudas, como un dolor de parto acontece en el corazón de los que nos queremos animar a vivir con Cristo crucificados para resucitar con Jesús y a partir de allí, aunque sea con gemidos de dolores de parto, ayudar al proceso de la nueva creación. Es una nueva creación la que somos invitados a producir, y es doloroso el parto de la gestación de esa nueva creación.

A esto te invita hoy la palabra, y por eso, vivir la pascua cotidiana, el paso de la muerte a la vida, constante, hoy es un día de gracia en este sentido. Hoy es una posibilidad cierta en la que Dios te invita a entregarte y a ofrecerte, a hacer de tu vida una ofrenda pascual. Como decía el texto del domingo pasado: para ser una víctima inmolada y a partir de allí un proceso de transformación: transfórmense ustedes ofreciéndose como víctimas inmoladas, como hostias vivas.

Ese proceso de transformación claramente es la pascua. Una pascua movida por el espíritu que nos pone en vínculo con la cabeza, Cristo, quien muriendo ha dado vida y ha comenzado a gestar la nueva creación. Nosotros estamos llamados a participar de ese misterio pascual aprendiendo a morir a nosotros mismos para con Jesús dar vida y en este sentido Pablo habla de la necesaria participación nuestra para completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo Jesús. Somos copartícipes de la gracia de la redención.

Coparticipamos, por gracia de Dios, del misterio de la redención, porque somos un Cristo todo en y con la cabeza, que es Jesús, el hijo de María, el hijo del Padre, el que nos regala el Espíritu Santo y nos invita a este misterio de la creación del cosmos que se está gestando, es la mejor forma de colaborar frente al desequilibrio ecológico.

Es el mejor modo de participar de la gestación de un mundo nuevo, unidos al modo y estilo del testimonio vivo de Teresa de Calcuta a la Pascua de Cristo Jesús.