Dios me cuida

martes, 4 de junio de 2013
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         Hola buen día, hermanos y hermanas, de toda esta querida argentina, a todos los que cada mañana, se unen a la frecuencia de la radio, a los que de manera especial quieren compartir este momento, el de la catequesis, el del encuentro con la Palabra de Dios que siempre tiene algo nuevo para decirnos, para decirte, para decirme.

        

         El gran mensaje que la radio te ofrece cada día, esta querida obra de María, que llega en este momento a tu casa, oficina, auto, trabajo, hospital, cárcel.

        

         Escuchamos el relato del Santo Evangelio que la liturgia nos regala en esta novena semana durante el año. Qué bueno sería te detengas un momento si es que lo podés hacer para escuchar o para leer del Evangelio de Marcos el capítulo 12, versos del 1 al 12

 

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

 

Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y les dijo: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

 

A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. Envió a un tercero, y a este lo mataron, y también golpearon o mataron a muchos otros.

 

Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: 'Respetarán a mi hijo'. Pero los viñadores se dijeron: 'Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

 

¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. ¿No han leído este pasaje de la Escritura: 'La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos'?".

 

 Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.

Palabra del Señor.

 

 

         La parábola que leemos hoy no olvidemos que fue pronunciada por Jesús, públicamente, en Jerusalén, durante la "última semana", ante una muchedumbre en la que se mezclaban algunos discípulos… y gentes del Gran Sanedrín que buscaban una ocasión para tomarlo prisionero.

 

Jesús comenzó a hablar en parábolas a los escribas y a los ancianos: "Un hombre plantó una viña, la cercó de un muro, cavó un lagar y edificó una torre…"

 

Para un judío, conocedor de la Biblia, este texto es clarísimo.

 

Esta "viña", es el pueblo de Israel: todos los detalles -la cerca, el lagar, la torre- manifiestan el cuidado que Dios tiene de su viña… es un buen viñador, que ama su viña y de ella espera buenos racimos y buen vino. Los detalles mismos están sacados de Isaías, 5, 1-7; de Jeremías, 2, 21; de Ezequiel, 17, 6; 10, 10.

 

Al primer servidor: le azotaron y le despidieron con las manos vacías…

 

Al segundo: lo hirieron en la cabeza y lo injuriaron…

 

Al tercero: lo mataron…

 

A otros aún: los azotaron o los mataron.

 

Hay ya mucha sangre en todo esto. La Pasión está cerca. Jesús la ve acercarse… será dentro de unos días.

 

Pero ¡ese "Viñador" es un loco! A nadie se le ocurre seguir enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal parados o no han vuelto… ¡No! El relato de Jesús no es verosímil en sentido propio y con pensamiento solo humano, de hombres como nosotros, mezquinos y egoístas.

 

Pero Dios, sí, Dios, tiene esta paciencia, esta perseverancia, esta locura. Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor?

 

Le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también a ellos…

¡Cada vez es más increíble! ¡Pero es así! El adjetivo "muy amado" no está aquí por azar, es el epíteto usado siempre que una voz celeste anuncia la identidad de Jesús, en el bautismo, en la transfiguración (Marcos, 1, 10; 9, 7).

 

La salvación es una obra de amor. Dios ama "su" viña, "su" humanidad, "su" Hijo muy amado. Y es Jesús mismo quien, por primera vez, usa esta palabra.

 

La había oído del Padre el día de su bautismo. Los tres discípulos a su vez la habían oído en lo alto de la montaña. Y he aquí que Jesús la repite por su cuenta. Levanta por fin el velo sobre su identidad profunda, después de haber pedido tantas veces que lo guardasen en secreto: y es porque ya no es posible equivocarse.

 

El dueño de la viña vendrá. Hará perecer a los viñadores, y dará la viña a otros: "La piedra que desecharon los constructores vino a ser la principal piedra angular. ¡EI Señor es el que hizo esto y estamos viendo con nuestros ojos tal maravilla!" Jesús cita el salmo, 118, 22, el mismo que habían usado las multitudes para aclamarle, el día de su entrada mesiánica. La gloria está también allí. ¡Jesús no habla jamás de su muerte sin evocar también su resurrección!

 

En el contemplar el Evangelio, la primera parte, puedo en esta mañana recordar los beneficios de Dios, sus regalos. Tantos cuidados, amor vigilante, precauciones que tu en mi.

 

Hoy le decimos,  ¡Tú me amas Señor! Tú amas a todos los hombres, Tú esperas que den fruto… Te doy gracias por tantos beneficios.

 

Arrendó "su" viña y partió lejos de allí… Yo soy "tu" viña, Señor.

 

Qué gran misterio… que te intereses por mí hasta tal punto, que me consideres como tuyo… Qué gran misterio… que Tú estés, aparentemente, "lejos", ausente, escondido, y sin embargo tan próximo, tan amable.

 

La Viña:

 

Entonces se puso a hablarles en parábolas: “Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de su país” 

 

Sin interrupción, y tomando pie del conocido pasaje de Is 5,1-7, comienza Jesús la parábola. Distingue entre la viña (símbolo del pueblo elegido, cf. Sal 80,9ss ) y los labradores (los dirigentes), que no son propie­tarios de la viña, sino meros arrendatarios (y la arrendó a unos labradores), aunque plenamente responsables de su cultivo (y se marchó de su país). 

 

«A su tiempo envió a los labradores un siervo, para percibir de ellos su tanto de la cosecha de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron de vacío. Entonces les envió otro siervo; a éste lo descalabraron y lo trataron con desprecio. Envió a otro y a éste lo mataron; y a otros muchos, a unos los apalea­ron, a otros los mataron». 

 

El dueño, figura de Dios, no se desentiende de la viña, espera sus frutos. Pero los labradores se han apoderado de ella y el dueño tiene que enviar siervos, figura de los profetas, a pedir el fruto que espera, la justicia y el derecho (Is 5,7). Los dirigentes/labradores han sido infieles a Dios a lo largo de la historia de Israel (cf. Jr 7,25s: «les envié a mis siervos los profetas un día y otro día, pero no me escucharon»); el amor de Dios no ha cesado nunca, pero ellos maltrataron y mataron a los profetas. Esa infidelidad continúa, el ejemplo de los dirigentes contagia a todo el pue­blo, y se crea una sociedad injusta. Hay un paralelo con la higuera estéril (11,13): la institución que debía producir fruto, no lo ha hecho. 

 

« Uno le quedaba todavía, un hijo amado, y se lo envió el último, diciéndose: «A mi hijo lo respetarán». Pero los labradores aquellos se dijeron: 

 

«Este es el heredero; venga, lo matamos y será nuestra la herencia». Y, agarrán­dolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña». 

 

Dios no responde con violencia a la violencia de ellos; siempre espe­ra algo del hombre, no lo considera definitivamente endurecido. El últi­mo esfuerzo de su amor es el envío final y decisivo del Hijo amado (cf. 1,11; 9,7), el Mesías, que no viene a tomar venganza, sino a ofrecer la última oportunidad de salvación. Ellos muestran su mala fe, porque saben quién es (Este es el heredero), pero se proponen matarlo para excluir toda alternativa, destruir toda esperanza de liberación del pueblo y per­petuar su explotación (y será nuestra la herencia). 

 

«¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y dará la viña a otros». 

 

El dueño/Dios se opone a la pretensión de ellos de hacerse señores de la viña e intervendrá para salvarla; quiere que continúe y dé fruto.

 

«¿No han leído siquiera este pasaje?: La piedra que desecha­ron los constructores se ha convertido en piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ¡qué maravilla para los que lo vemos!» 

 

Confirma Jesús lo anterior con la cita del Sal 118,22s, que utiliza la metáfora de la construcción: los dirigentes pretenden construir su edifi­cio / institución prescindiendo de la piedra angular (el Mesías) que Dios había designado. La piedra que desecharon corresponde al «lo arrojaron fuera» de la parábola (8); los constructores, a «los labradores». Pero, al rechazar ellos al Mesías, Dios se formará un nuevo pueblo; la muerte del Hijo no significará el fin de su misión. Del rechazo saldrá una nueva muestra del amor de Dios. Esta es la gran maravilla. 

 

Estaban deseando echarle mano, porque se dieron cuenta de que la parábola iba por ellos; pero tuvieron miedo de la multitud y, dejándolo, se mar­charon. 

 

Pero en esta mañana particularmente queremos detenernos en el tomar conciencia de los dones que el Señor nos ha regalado.

 

Tener conciencia de los dones de Dios y de la premura del tiempo. El Evangelio  hoy nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha concedido en la vida. A veces advertimos que el tiempo de nuestra vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy pobres y pequeños. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña?

 

El tiempo sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con la Beata Madre Teresa y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas. No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos mucho fruto.

 

Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios. Ahora bien, para dar fruto es preciso ser dócil al plan de Dios. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso de la Iglesia. Cada uno, pues, tiene una misión personal e intransferible. No la podemos desempeñar de cualquier modo o según nuestros caprichos.

 

El éxito de la fecundidad espiritual radica en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de los santos. El secreto radica en la identificación con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida en rescate por la salvación de los hombres. La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado.

 

         Con la misión del Hijo se pone en evidencia el último intento realizado por Dios, su extremo y definitivo "mensaje" para los rebeldes. Marcos (12. 1-12) precisará: "…Todavía le quedaba uno, su hijo querido".

 

Es una expresión que me desconcierta cada vez que la leo. Parece que Dios ha quedado al borde de la pobreza, y todo porque te ama. Porque nos ama. Porque busca uno y mil caminos para que estemos con él, le abramos el corazón lo dejemos actuar. Le queda solamente el hijo.

 

Por causa de los hombres, ha dilapidado todos los recursos, agotado todas las posibilidades. Excepto el Hijo. El último tesoro que arriesgar en ese "juego" en donde hasta ahora sólo ha encontrado para expresar de alguna manera, mala suerte.

 

Sigue diciendo Marcos: "Y se lo envió el último…" (mejor que Lc: "por último, les mandó"). Jesús es verdaderamente el último, desde la perspectiva de Dios. No el último en relación al tiempo, no el último de una serie de intentos. El último, es decir, el definitivo, todo, ya no tiene más que enviar, su propio hijo.

 

Ahora Dios es verdaderamente el pobre por excelencia. Pobre porque ha dado todo. En su incurable pasión por los hombres no se ha quedado ni con su Hijo. También se lo "ha jugado". Dios es pobre. La prueba está en que, con la venida de Jesús, no les falta nada a los hombres. (…)

 

La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo. Se diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre. Nadie está desocupado, gracias a ella. "El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos deja el campo libre. Desaparece. Deja su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de deserción. Es un signo de amor. Se queda en medio de nosotros únicamente el Dios confiado, pero débil, de la revelación. El Dios que pretende actuar exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres"

 

 El discípulo debe dar buenos frutos. El discípulo es una persona injertada en Cristo por el bautismo, por ello, debe dar frutos de vida eterna. Así como el Padre ha enviado al mundo a Cristo a cumplir la misión redentora, así Cristo envía a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a cumplir una misión. No siempre los frutos del discípulo serán manifiestos o inmediatos, pero no cabe dudar que el alma que permanece unida a Cristo, como el sarmiento permanece unido a la vid, producirá frutos a su tiempo.

 

El Señor nos ha enviado para que produzcamos frutos y que nuestros frutos perduren. En esto Dios es glorificado en que demos fruto. Veamos, pues, que nuestro deber no es pequeño en la historia de la salvación. Tenemos asegurada la ayuda y el poder de Dios y, por lo tanto, no cabe dudar que, si somos fieles y permanecemos unidos a la vid, que es Cristo, esos frutos llegarán. Cultivemos con cuidado nuestra viña, sepamos acoger las lluvias tempranas, para que a su tiempo demos frutos para Dios.

 

         Jesús sube hacia la cruz. La escalada no tendrá límite. La parábola de los viñadores homicidas es un resumen estremecedor de la escalada de los hombres contra Cristo y contra todos aquellos que, como él, pretenden dar testimonio de Dios.

Los viñadores están impacientes por apoderarse de la viña, de la herencia. En cuanto lo consigan, ya no serán obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se les había dado como gracia. El asesinato del heredero es casi ritual. El hijo se ha convertido en el rival, en el obstáculo a su deseo.

 

Una vez muerto él, la vida se hará, al fin, igualitaria, sin necesidad de gracias ni favores. Una religión sin el Hijo y, en definitiva, sin hijo alguno.

 

Esta es la explicación del asesinato de Jesucristo. Nada obligaba a matarlo, a no ser la voluntad hipócritamente religiosa de los sacerdotes y notables de conservar una religión sin dependencia filial. Una religión en la que cada uno cumple su deber, y así queda en paz con Dios. ¡Pero que Dios envíe a su propio Hijo es demasiado! La historia es de ayer… y es de hoy.

 

¿Hasta dónde llegará la escalada del crimen y la destrucción de la vida? ¿hasta cuando la cultura de la muerte? ¿Hasta cuándo valdrá tan poco precio la vida? Pero Dios responde con otra escalada: la del amor y la Alianza. No conoce más respuesta que la de comprometerse cada vez más con su obra escarnecida. Los viñadores mataron al Hijo, pero Dios lo resucita para que él mismo sea la Viña.

 

Nosotros somos los sarmientos de esa viña y los miembros de ese cuerpo. ¿Qué hemos hecho de él? Nosotros también hemos destrozado al Amado. ¿Qué otra cosa hacer, sino entrar en la escalada evangélica, renunciando a todo espíritu de posesión? ¡Que donde impera la violencia opongamos una dulzura sin límite! Eso es dar fruto. No el fruto insípido de nuestros contratos, sino un fruto luminoso, madurado al calor del Espíritu, sin otro artífice que la gracia. Daremos fruto si la resurrección de Cristo pasa a través de nosotros como la savia que da vida a los sarmientos.

 

La alianza entre Dios y los hombres será cosa de amor o no será nada, en cuyo caso seguiremos matando al hombre para dar gloria al Dios-Ídolo.

 

Cristo murió perdonando. Fue la escalada divina, respuesta a la escalada criminal de los hombres.