Dios nos hace libres en el Camino de Damasco

viernes, 12 de junio de 2009
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Estamos ya por finalizar el año paulino, en que hemos reflexionado sobre la gigantesca figura del Apóstol de los gentiles.
El libro de los Hechos de los Apóstoles y también sus cartas nos recuerdan su encuentro con Jesús a quién él perseguía.
Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles cap.9, 3-6 “Sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía “Saúl, Saúl, por qué me persigues?. El le preguntó ¿Quién eres Señor? Y él: “Yo soy Jesús a quién tu persigues, pero levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer”.
San Pablo tiene mucho que decirnos a nosotros hoy. A nosotros que a veces vamos transitando la vida por caminos equivocados, que a veces no rechazamos al Señor como lo hizo Pablo sino que simplemente lo ignoramos.
Cada uno de nosotros tiene que transitar el propio camino de Damasco. ¿Qué vamos a encontrar allí?, la luz del Resucitado que nos enceguece, que nos hace dejar nuestros proyectos personales para entregarnos al proyecto de Dios.
El camino a Damasco significa un encuentro con Dios, una luz interior, un gozo espiritual, una profunda conversión espiritual.
El encuentro con Dios, si es auténtico, siempre nos tira del caballo, nos hace morder el polvo de nuestra propia miseria y luego nos levanta transformándonos.
Dios nos hace pasar: de la mediocridad al entusiasmo, de la oscuridad de nuestro pecado a la luz inextinguible del Dios que sana y libera, del Dios que nos llama a ser instrumentos suyos para dar a conocer su Nombre.
Como Pablo, el camino de Damasco nos llena de la fuerza transformadora del Espíritu Santo que nos impulsa a llevar la Palabra de Dios a nuestros hermanos, creyentes o no creyentes, como lo hizo San Pablo evangelizando a los gentiles, sin temor, con valentía, con entusiasmo, con convicción interior, porque él no hablaba de oídas, sino que su predicación se basaba en lo que “Había visto y oído”, se basaba en esa fuerte experiencia de Dios que había experimentado camino a Damasco.
El camino de la libertad, para Pablo, no es el camino de la ley, sino que es Cristo crucificado y resucitado.
En el camino de Damasco Pablo fue alcanzado por Cristo. Nos dice en Filipenses 3,12:”No creo haber conseguido ya la meta, ni me considero ya perfecto sino que prosigo mi carrera hasta alcanzar a Cristo Jesús por Quién ya fui alcanzado”.
Su conversión, como también la nuestra, no es fruto de un esfuerzo humano, que no descartamos, sino es fruto de una imprevisible gracias divina.
Desde entonces, todo lo que constituía para él un valor, llegó a ser según sus palabras ”pérdida y basura” Fil 3, 7-10.
De aquí deriva para nosotros una lección muy importante: lo que vale es poner al centro de nuestra vida a Jesucristo de manera que nuestra identidad sea marcada esencialmente por el encuentro con El. El nos libera, El nos purifica, El nos sana, El nos envía a evangelizar. “Porque el amor de Cristo nos apremia… a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para Aquél que murió y resucitó por nosotros” (2ª. Cor 5, 14-15).
“Fuimos bautizados en su Muerte, fuimos en El sepultados … nos hemos hecho una cosa con El… así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Cristo Jesús”. Rom 6, 3 y ss.
ORACIÓN:
Señor Jesús: Estoy caminando hacia Damasco, como Pablo, te estoy buscando, Señor en la oscuridad del camino, dispuesto a encontrarme con tus sorpresas. Tu siempre me sorprendes, Jesús y así como Pablo siento todo el peso de tu presencia, siento todo el resplandor de tu Luz y caigo de mis seguridades para entrar en mi ceguera que no me deja verte pero que me sumerge en tu Misterio, ese Misterio que me hace libre, ese Misterio que me envuelve, me purifica, me sana, me da la vida nueva.
El camino de Damasco es el camino de mi propia vida, es el camino de mi libertad. Por eso al final del camino caerán las escamas de mis ojos y podré verte, no ya en la oscuridad de la fe sino en la LUZ DE TU ETERNIDAD. Amén

Hna. Marta Bidone HMA