Dios nos regala sanidad

lunes, 4 de septiembre de 2006
Jesús bajó con ellos y se detuvo en un lugar llano, había allí un grupo impresionante de discípulos suyos y una cantidad de gente procedente de toda Judea y de Jerusalén y también de la costa de Tiro y de Sidón, habían venido para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. También los que estaban atormentados por espíritus malos recibían sanidad, por eso cada cual trataba de tocarlo, porque de Él salía una fuerza que los sanaba a todos.
Lucas 6, 17 – 19
 
Queremos hoy comenzar esta catequesis acerca de la sanidad en las distintas etapas de nuestra vida, reconociendo al Señor como profeta de este tiempo, como desde hace 2000 años, a Él que inaugura su ministerio público anunciando que es tiempo de gracia, de liberación, de sanidad.

El Señor viene con gracia de sanidad interior para todos y cada uno de nosotros, en esta semana vamos a reflexionar particularmente sobre este don, orando particularmente por nuestros enfermos en todos los sentidos, síquicos, físicos, espirituales, y le pedimos al Señor gracia de sanación, gracia de sanidad espiritual y física.

Que el Señor nos de la gracia de poder compartirlo, a Él, que viene a liberar y a sanar, y a compartir un tiempo de liberación, un tiempo de gracia.

La Palabra que acabamos de compartir sintetiza una parte importante del ministerio de Jesús, según los estudiosos, el ochenta por ciento del ministerio de Jesús transcurre entre los pobres, los débiles y los frágiles, en gestos de amor, de misericordia y de caridad, solo un 20 por ciento de los Evangelios concentra los discursos y las parábolas de Jesús.

El ochenta por ciento del ministerio público de Jesús está vinculado a los enfermos, a los que necesitan de sanidad física, también a los oprimidos por la acción del mal espíritu, a los que necesitan ser liberados interiormente del que oprime.

Jesús hace realidad lo que en el principio de su ministerio en Nazareth comienza como profecía suya, ¿a qué es a lo que ha venido?, ha venido a liberar y a sanar, y a proclamar un año de gracia del Señor.

Cuando nos vinculamos al tema de la sanidad corremos el riesgo de buscarla desesperadamente, decía San Francisco de Sales: “No hay que buscar los regalos de Dios sino al Dios que nos lo regala todo”. Podríamos nosotros parafrasear la expresión del Santo Obispo de Ginebra diciendo: “no tenemos que buscar la sanidad que nos da Dios, sino a Dios que nos da la sanidad”.

Esto que parece un juego de palabras, ubica en realidad nuestro corazón en una actitud diversa, según sea como nos paramos: si buscando de Dios lo que necesitamos de sanidad o si lo buscamos a Dios mismo, quien, en su Providencia puede darnos la sanidad interior, síquica, espiritual, y también la física, todo depende con que actitud nosotros nos dispongamos a vincularnos con Él, cuales sean los modos con que nos paremos de cara a esta gracia que está en el Señor y que nosotros, rodeándolo a Él como la multitud de aquel entonces, y queremos sencillamente dejarnos alcanzar por Él y estar en contacto con Él para que ungidos por su amor y la fuerza del Espíritu Santo, podamos ser transformados.

Transformación va a ser la palabra, el sinónimo que vamos a utilizar para referirnos a la sanidad con la que Dios quiere visitarnos y tocar nuestras vidas.

Una importante aclaración también en los comienzos de la catequesis de esta semana en torno al tema de la sanidad es aquello que el Padre Gustavo plantea en “Dios quiere sanar las etapas de tu vida” como la enfermedad, si Dios la permite y la quiere, es un lugar de sanidad, de salvación para nosotros, cuando la sabemos vivir vinculada al misterio de Cristo Jesús.
 
Pablo lo dice en Colosenses 1; 24: “Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta al sufrimiento de Cristo, para bien de su cuerpo, que es la Iglesia ”.

Hay momentos de dolor, de sufrimiento, que devienen de nuestras enfermedades que tienen sus raíces básicamente en la situación de pecado que nos aparta de Dios, momentos que nos asocian al misterio de la Pascua de Jesús, y nosotros vinculándonos a Él podemos ser co-redentores, por el misterio de Cristo.

Por eso es que nos disponemos y nos abrimos interiormente a abandonarnos en las manos de Dios desde donde estamos, con nuestros dolores y nuestras heridas, sea para que Dios, si en su bondad así lo quiere, toque nuestro ser, lo transforme y lo sane en las dimensiones en las que haga falta de nuestra existencia, síquica, física o espiritualmente, sea que el Señor permita que el Señor permita que nosotros llevemos la carga de nuestros dolores con la grandeza que supone la entrega del amor desde la cruz propia al misterio de la cruz de Jesús, y hacernos con el Señor co-redentores.

Lo importante de todo esto es que nuestro dolor, que nace de nuestras enfermedades, nuestro dolor y nuestro sufrimiento, que nacen de las heridas que expresan nuestra enfermedad pueden estar en contacto con el Señor, sea para dar gloria a Dios con Jesús en el misterio de la Pascua de la cual participamos, o sea porque damos gloria Dios por la fuerza de su amor que transforma nuestras debilidades.

Ahondando en esto de poder unir nuestros dolores, nuestras heridas, nuestros sufrimientos a la Pascua de Jesús, y con Él participar de la co-redención de nuestros hermanos, sumándonos a la entrega de la propia vida con la de Cristo para el bien de su cuerpo que es la Iglesia , podríamos tomar, además del texto de Colosenses 1; 24, para que aliente y anime nuestro corazón y así vivir en ofrenda para con Dios a favor de nuestros hermanos un gesto de amor, aquella expresión de la 1º de Pedro 4; 13-14: “Alégrense de participar de los sufrimientos de Cristo pues también se les concederán las alegrías mas grandes en el día en que se nos descubra su Gloria”.
Santa Teresita del Niño Jesús descubre en su juventud como ofrecer a Dios sus sufrimientos, y eso hace que pueda conservar la alegría espiritual en medio de las dificultades. “Si en mi infancia, decía Santa Teresita, he sufrido con tristeza, ahora ya no es mas así que sufro, sino que lo hago con paz y con alegría, y estoy realmente feliz de ofrecer mis sufrimientos”.

Dios puede permitir el sufrimiento para nuestra conversión, crecimiento, o para que a través de la ofrenda de nuestra cruz, ayudemos a otros. Pero también Dios quiere, desea y anhela nuestra sanidad interior, y con ello también da gloria al Padre. Es Jesús el que obra el misterio de la sanación interior y la física también.

No se puede entonces menospreciar el poder sanador de Dios, que se derrama desde el lugar desde donde brota toda gracia, decimos nosotros, en la Fe Católica , la Eucaristía , y que lo puede hacer solo desde ese lugar, pero que también se manifiesta a través del Carisma de la Sanación. Así como no se puede desvalorizar ningún Don del Espíritu santo, tampoco éste, el del Carisma de la Sanidad.

Pablo nos enseña: “Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo, hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo, hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios el que obra todo en todos”. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común, de todos, también el que tiene la gracia de la sanidad.

“A uno, dice Pablo en 1º de Corintios 12; 4-11, se le de el don de la palabra, de la sabiduría, a otro, el del conocimiento según el mismo Espíritu, a otro el don de la fe, por el Espíritu, a otro el don de hacer curaciones, por el mismo Espíritu, a otro el poder de hacer milagros, a otro el de profecía, a otro el de reconocimiento de lo que viene del buen o del mal espíritu, gracia del discernimiento, a otro hablar en lenguas, a otro interpretar lo que se dijo en lenguas, y todo esto es obra del mismo Espíritu, que da a cada uno como quiere”.

Las personas que tienen la gracia de la sanidad interior, síquica y espiritual, y la gracia de sanación física lo hacen en beneficio de la comunidad, y para bien de la comunidad. La manifestación del Espíritu en cada uno se da para provecho de todos.

Los Evangelios afirman frecuentemente la sanación de los enfermos, como una dimensión importante del ministerio de Jesús. En el transcurso de los siglos ha seguido siendo una parte vital de la misión de la Iglesia , por ejemplo, mediante la celebración del sacramento de la unción de los enfermos; cuantos de nosotros, sacerdotes, que llevamos adelante este ministerio, hemos visto como es realidad aquello que nos enseña el ritual de los sacramentos, que este sacramento de la curación, de la sanidad, obra con poder cuando Dios así lo quiere, en el corazón de muchos hermanos que lo reciben, devolviéndole la salud, o sacándolos de la enfermedad.

Recuerdo por estos días, de lo que fuimos testigos aquí, en la Radio María , respecto de la sanación de Joaquín, aquel niñito que estaba muy mal de sus pulmones, y que la oración que pedían sus abuelos, sus padres, mas la intervención de la oración de sanidad que hacíamos con la familia cuando ya estaba desahuciado en sus posibilidades de vida, hizo que de verdad Dios lo devolviera a la vida, y hoy Joaquín está dando gloria a Dios con su vida, en medio de su familia, esta es una de tantas obras con las que Dios manifiesta su poder y su gracia de sanidad cuando el pueblo ora y clama al Cielo y cuando en la oración de clamor al Cielo nos entregamos y nos abandonamos al querer de Dios.

Porque algo acompañó aquel acontecimiento alrededor de Joaquín, y fue esto, justamente, la entrega de sus padres a la voluntad y al querer de Dios, y la oración de todos nosotros pidiéndole a Dios que obre con poder devolviéndole la vida a aquel niño, dándosela para que pueda él después en el tiempo, bendecir y glorificar a Dios, siendo testigo de la gracia de sanidad con la que el Señor visitaba su vida al comienzo mismo de ella.

Por eso invitamos a los enfermos de cualquier dolencia, de esas enfermedades interiores que parece que nos arrastran hacia lugares de abismo, de tristeza, de angustia, de desesperación, como también a los enfermos físicos, que ya no tienen respuesta, que están sobre el límite, que están sobre una situación de la terminalidad, para que podamos todos y cada uno de nosotros, en el estado en que nos encontremos, ponernos en las manos de Dios y dejarnos ungir por el Espíritu en estos días, dedicados especialmente a la sanidad interior y a la sanidad física, a la sanidad integralmente entendida, pidiéndole a Jesús que pase por su pueblo como lo hizo hace dos mil años, y que nosotros, dejándonos tocar por su palabra que es como su manto, por su presencia que es su mismo rostro que se nos revela, por su gracia que se nos comunica interiormente, podamos recibir de Él, en la fe, gracia de sanidad.

Quiero acercar algunos textos donde se ve como se establece el vínculo entre los que necesitan ser sanados o trasformados en su vida, y Jesús. Básicamente es un vínculo en la fe, este es el modo en que Dios quiere que nosotros nos relacionemos con Él, no es un vínculo sostenido desde una cierta conciencia de magia de parte de Jesús, sino de fe, y de fe en la acción salvadora de Jesús.

Un texto que muestra claramente esto es Mateo 8; 5-13: “Al entrar Jesús en Cafarnaún se le acercó un capitán de la guardia, suplicándole: Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre terriblemente. Jesús le dijo: yo iré a sanarlo. El capitán contestó: Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa?, di nomás una palabra y mi sirviente sanará, yo que no soy mas que capitán, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le digo a uno “vete”, él va, y si le digo a otro “ven”, él viene, si le ordeno a mi sirviente “haz tal cosa”, él lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto y dijo a quienes le seguían: les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe, Yo se los digo, vendrán muchos del Oriente y de Occidente para sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los que debían entrar al reino serán echados a las tinieblas de afuera, allí será el llorar y rechinar de dientes. Luego Jesús dijo al capitán: vete a tu casa, hágase como tu lo has creído. Y en ese momento el muchacho quedó sano”.

Es verdad que en aquel tiempo no faltaron, como en estos tiempos, quienes albergaban en sus corazones la desconfianza, y criticaban el don de sanidad que brotaba de Jesús, pero esto no fue un obstáculo para nuestro Señor, para que Él siguiera experimentando compasión por los que sufren, y brindándoles sanidad.

Un ejemplo de esto lo encontramos en el encuentro que Jesús tuvo con un hombre que estaba paralizado desde hacía 38 años. Jesús lo sanó y lo liberó de su largo sufrimiento. Sin embargo, los fariseos no vieron los frutos del orar de Jesús, sino que se enojaron y lo criticaron porque lo curó en día sábado.

El Señor no tiene miramientos a la hora de actuar con poder a favor de los que lo necesitan, de los heridos, de los postergados, de los quedados al lado del camino, de los que necesitan de su amor, que transforma y da vida nueva.

Este don maravilloso de sanidad, que el Cielo sigue regalando al corazón de su pueblo, para beneficio de todos los que esperan en Dios y en Él se reconfortan por la presencia de Aquel que nos une a su misterio pascual y también Aquel que da gloria en nosotros al Padre, por la gracia de signos que obran con poder en nuestro corazón y en nuestra vida; sea como sea, en espíritu entregado y abandonado a las manos de Dios queremos presentarle al Señor nuestras heridas interiores, síquicas y espirituales, y también aquellas físicas donde sentimos que Dios tiene que actuar con poder a través de los procesos que tal vez ya venimos llevando con quienes Él ha puesto como instrumentos para nuestra curación, sea en lo psíquico, los sicólogos o siquiatras que nos acompañan, en lo físico los médicos, que en distintos aspectos de nuestra salud también aparecen como instrumentos de la gracia, para acercarnos esto que Dios quiere, que seamos personas sanas y saludables.

Nuestros males tienen raíces hondas y profundas, cuando uno ve un árbol y ve los frutos que brotan de ese árbol, sean éstos frutos buenos o frutos malos, uno entiende que el árbol expresa en los frutos lo que tiene dentro, y esto que tiene dentro está puesto en la raíz, que no se ve.

Los frutos malos que hay en nosotros, que se expresan en dolores, fatigas, en heridas profundas, enfermedades, traumas, vergüenza frente a los demás, complejos con los que nos movemos en la vida, tienen raíces hondas en nuestra historia y han arraigado en lugares donde la vida nos ha dejado tambaleando con algún golpe.

Cuando nosotros oramos pidiéndole al Señor que trabaje sobre nuestra vida toda, que la transforme y la haga nueva, particularmente le pedimos que ponga mano sobre la raíz de nuestra existencia, sobre las raíces de nuestra vida.

El camino de sanación puede llegar por la oración con la Escritura. En la Escritura la palabra raíz o su plural raíces, aparece 72 veces, la mayoría de las veces se emplea para describir el hecho de que si las raíces son buenas y se alimentan de aguas no contaminadas y de tierras buenas, el árbol crecerá fuerte y sano produciendo abundantes frutos.

La Palabra nos presenta las raíces de nuestras heridas que producen enfermedades y malas obras en nosotros. Hay sanación en la Palabra de Dios, por lo tanto es bueno leerla despacio. Cuando nos dejamos penetrar por ella y ella va como empapando toda nuestra existencia, la Palabra misma se hace fuerza de sanidad en nuestro corazón, porque la Palabra es el mismo Jesús que toca nuestra existencia, el único capaz de devolvernos la salud en cualquiera de los sentidos.

En Eclesiástico 1; 20-23 dice la Palabra : “El temor del Señor es la raíz de la Sabiduría , su ramaje se llama larga vida, la violencia injusta no tiene excusa alguna, se destruye por sus propios excesos. El hombre paciente soportará todo el tiempo que sea necesario, y al final se le concederá la alegría”.

El mismo Eclesiástico en 7; 6 dice: “No aspires a tener un puesto de responsabilidad si no eres lo bastante fuerte para arrancar de raíces la injusticia”.

En Sabiduría 3; 15 la Palabra nos dice: “porque cualquier esfuerzo por el bien produce frutos admirables, el verdadero conocimiento es una raíz que nunca se seca”.

“Arranquen de raíz, dice Efesios 4; 31, de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad”.

En Hebreos 12; 15: “cuídense, no sea que alguno de ustedes pierda la gracia de Dios y alguna raíz amarga produzca brotes perjudicando a muchos”.

Por último, en Romanos 11; 16 dice la Palabra : “cuando se consagran a Dios las primicias, queda todo bendecido, si la raíz está sana lo serán también las ramas”.

Sobre las raíces de nuestro corazón herido queremos detenernos y pedirle a Dios que extienda su mano y toque aquellos lugares donde tenemos que ser verdaderamente transformados interiormente para sanar desde dentro hacia fuera lo que haga falta en nuestras vidas y así dal gloria a Dios.

Vamos a orar por la sanidad desde esta oración de sanidad interior, que nos trae en un libro realmente rico, que tiene mas que 500.000 ejemplares vendidos, que ha sido traducido a 12 idiomas, “Jesús está vivo”, del Padre Emiliano Tardif. Ofrezcamos esta oración al Señor por los enfermos, por cada uno de nosotros, que padecemos seguramente alguna enfermedad en alguno de los aspectos de nuestra vida, por éstos ha venido Jesús, dice la Palabra , no ha venido por los sanos, sino por los enfermos, por los que necesitan realmente la gracia de la transformación en su propia vida. Estamos invitados a esta gracia, merecemos el amor de Dios misericordioso, extendamos la mano del Señor mediante esta oración del Espíritu para que podamos realmente ver como Dios obra sanidad en su pueblo y hace milagros también hoy.

Vamos a orar por las personas que se sienten necesitadas interiormente de la gracia de Dios para que las saque de las angustias, de las tristezas, de los agobios interiores, de la opresión. Vamos a pedirle a Dios que por la fuerza de su amor les regale gracia de sanidad.
 

Padre Javier Soteras