17/07/2019 – En el evangelio hoy vemos a Jesús que estalla de alegría por dos motivos: primero porque ve y contempla el mayor don de Dios que es Dios mismo; y segundo, porque este don es recibido por los sencillos. «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”.
Junto a los oyentes intentamos descubrir los rasgos del rostro de Dios que se nos manifiesta en nuestro vínculo de amistad con Jesús. Dios que se nos revela y que está deseoso de entrar en diálogo y relación con nosotros.
“En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Mateo 11,25-27
“En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Mateo 11,25-27
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