Dios, Señor de mi vida

viernes, 4 de junio de 2021

04/06/2021 – En San Marcos 12,35-37  Jesús manifiesta su condición de señorío, manifiesta Su poder ahí donde nosotros, por nuestras propias fuerzas, no nos alcanza para lograr aquello que anhelamos. Lo vemos cuando cura un enfermo, cuando calma la tempestad, en los milagros pero también cuando en nosotros hay paz, alegría, fortaleza y consuelo, cuando nos regala el cielo, la posibilidad de, en medio de las tormentas, ver un poco más allá del horizonte y el corazón se inflama en esperanza.

 

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: “¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿Cómo puede ser hijo suyo?”. La multitud escuchaba a Jesús con agrado.

San Marcos 12,35-37.

 

 

 

“Señor” (CIC 446-451)

En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre con el cual Dios se revela a Moisés, YHWH, es sustituido por el de Kyrios («Señor»). Desde entonces Señor ha sido siempre el nombre habitual para designar la divinidad del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza este sentido fuerte del título «Señor», tanto cuando se refiere al Padre, como también –y esta es la novedad- cuando se refiere a Jesús, reconocido así como Dios. Jesús mismo se atribuye, veladamente, este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del salmo 110; pero también de una manera explícita cuando se dirige a los apóstoles. A lo largo de su vida pública, sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y sobre el pecado demuestran su soberanía divina.

Hoy nos podemos preguntar si Dios es el Señor y el dueño de tu vida, en teoría podríamos decir que sí, esto lo proclamamos “El Señor es el dueño de mi vida” pero atrevernos a preguntarnos si realmente creo que el Señor es el dueño de mi vida, cuántas veces no somos capaces de encontrar a nuestro Señor porque no tenemos un corazón sencillo, un corazón abierto, un corazón transparente sino que tenemos un corazón medio enredado, medio dado vuelta por dentro y entonces también damos vuelta a las cosas por fuera.

Para lograr un corazón sencillo es necesario permitir que Dios vaya invadiendo tu corazón, cada ámbito de tu vida, que sea Él, el que va poniendo normas, señalando el camino, el camino concreto de tu vida y de tu existencia de manera particular en este tiempo. Reconocer a Dios como Señor es permitirle que ilumine mis pensamientos y que fortalezca mi voluntad, que oriente mis sentimientos, que marque el criterio de mi comportamiento, si yo acepto esto en cualquier circunstancia de mi vida estoy reconociendo a Dios como el Señor de mi vida pero si no lo hago no puedo decir que Dios es mi Señor, cada uno tendría que entrar en su corazón y a pesar de los ruidos de afuera, de los cansancios, entrar en el corazón en actitud de recogimiento y preguntarnos de forma muy sincera ¿Señor dónde todavía no sos mi Señor? ¿Dónde todavía no te dejo reinar?

 

Dios, Señor de mi vida

Muy a menudo, en los evangelios, algunas personas se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título hace patente el respeto y la confianza de los que se acercaban a Jesús y esperaban de él ayuda y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, este título expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, es adoración: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Es entonces cuando adquiere una connotación de amor y de afecto que será característico de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21,7).

Permitimos que el egoísmo vaya por mil vericuetos distintos dentro de nuestra vida y aceptamos que nuestra soberbia o nuestra pereza se conviertan en los verdaderos reyes y señores de nuestra existencia, muchas veces la cultura en la que vivimos nos impide reconocer a Dios como Señor porque nos presenta muchas otras cosas que aparentemente son señores de la vida, cuántas veces se nos puede presentar la riqueza como el Señor de la vida, parecería que los bienes materiales pueden lograrlo todo, pero la riqueza lo que no te da es vida.

Cuántas veces ponemos como señor de la vida el poder, sin embargo nos engañamos porque el poder no te realiza como persona sino que te hace usar a las personas por lo que tu mismo acabas perdiendo la dignidad, nos va degradando si no es justamente Jesús el Señor y el dueño de nuestra vida y lo que en teoría te serviría para ser mas libre, en el fondo te va esclavizando cada vez mas.

Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman, desde el origen, que el poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre corresponden también a Jesús, ya que él es «de condición divina» (Fl 2,6) y el Padre ha manifestado esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los muertos y elevándolo a su gloria. Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también el reconocimiento de que el hombre no debe someter su libertad personal, de manera absoluta, a ningún poder de la tierra, sino solamente a Dios Padre y a Jesucristo, el Señor: el César no es «el Señor»… También la oración cristiana está marcada por el título «Señor», ya sea en la invitación a la plegaria «el Señor esté con vosotros», ya sea en la conclusión «por Jesucristo nuestro Señor» y aún en el grito lleno de confianza y esperanza: «¡Amén. Ven Señor Jesús!» (Ap 22,20).

Cómo podemos saber si nuestra vida está llena de la ciencia del Señor, si Dios es realmente el dueño y el Señor de nuestra vida. Jesús dice: “Te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se la has revelado a los sencillos” Cristo nos habla de la sencillez del corazón, es decir, el corazón abierto de una forma muy especial de cara al Señor, a reconocer a Dios y pedirle que se haga su voluntad, un corazón sencillo es el que acepta la voluntad de Dios, es el que no se busca así mismo sino que se entrega de una forma generosa sin esperar nada a cambio, es el corazón que es capaz de saber quién es el Padre y quién es el Hijo, es el corazón que es capaz de reconocer a Dios como Señor, es el corazón que permite que Dios sea el que diga cómo quiere la propia vida.