¿Dónde vives?

martes, 19 de julio de 2011
image_pdfimage_print
“Crean en Dios, crean también en mí, hay muchas moradas en la casa de mi Padre, si así no fuese yo ya se los hubiera dicho, por eso me voy a prepararles un lugar para ustedes y después que me fuera vendré otra vez y los llevaré adonde yo voy, para quee donde Yo esté, allí estén ustedes también” Palabra de Dios

 

Buenos días, buen comienzo de jornada para todos los que se suman a este despertar con María. Hemos compartido el evangelio de San Juan en el capítulo 14, del verso 1 al 3.

 

Esa es la pregunta que brota en el corazón del que busca el rostro de Dios ¿Dónde vives?

 

Esa misma pregunta se la hacía San Agustín y él encontró que Dios le resultaba mas íntimo a el que su misma intimidad, que Dios no está por fuera sino por dentro

Yo te buscaba por fuera y tú estabas por dentro, dice Agustín al orar aquella bella oración donde refleja todo su camino de conversión. A donde Dios se esconde es en lo mas profundo de la interioridad. Teresa de Jesús siguiendo una parte importante de la espiritualidad de San Agustín con la que se encuentra en su segunda conversión, ha recorrido todo un camino para dejarnos por escrito, cómo es este vivir de Dios dentro de nosotros.

Así Teresa nos deja reflejado en el texto de las moradas toda una teología espiritual que nos pone luz a la hora de descubrir esta cercanía de Dios no solo en los acontecimientos que rodean los hechos de nuestra vida sino esta presencia de Dios en lo mas íntimo del corazón.

 

Dice Teresa en su biografía y refiriéndose particularmente a este aspecto de su doctrina espiritual en las moradas, no me atrevería a escribir ni un renglón sobre esta materia que voy a tratar, la oración, sino fuera que me lo han ordenado mis superiores, no me siento ni con letras ni con fuerzas para acometer esta empresa pero confío en quien todo lo puede. Si en algo llegara a atinar y alguien sacara provecho de estas líneas, no se debe a mí sino a él, de quien proviene toda luz y sabiduría, con esto me sentiría contenta, pero si en nada acertara y para nada sirvieran estas páginas, con todo creo que el Señor todopoderoso recibirá con agrado el esfuerzo que pongo en redactarlas, ya que el mismo me lo ha mandado.

 

De forma muy simple y muy sencilla Dios nos hace sentir desde fuera pero en lo mas profundo del corazón que esa es su presencia y que es inconfundible su modo de estar en nosotros. No depende tanto de cual sea el acontecimiento que nos lo revela sino cómo se hace sentir su presencia en lo mas hondo de la interioridad en lo profundo del corazón.

Yo te buscaba por fuera, dice San Agustín y tú estabas por dentro, tarde de amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Yo te buscaba en las cosas que habías creado, tu estabas dentro, dice Agustín, llamaste, llamaste y rompiste mi sordera y mi ceguera. Exhalé tu perfume, vivo en tí, dice Agustín.

Esa misma experiencia nosotros la podemos encontrar en el profeta que busca a Dios en el trueno, en el relámpago, en el terremoto, en el huracán y de repente solo una suave brisa revela la intimidad de la presencia de Dios que habla en lo secreto del corazón.

 

El Señor tiene modos muy sencillos, muy simples pero al mismo tiempo contundentes para decir: Aquí estoy yo, como en estos días venimos meditando en torno a la palabra en la zarza que arde y no se consume, en ese lugar el patriarca Moisés, después descubre la identidad de Dios, Yo soy el que soy, el que te envía. A él le llamó la atención aquel acontecimiento simple, sencillo pero al mismo tiempo sorprendente de una zarza que ardía pero no se consumía.

De eso la vida está marcada en mas de una oportunidad de la presencia de Dios, que en lo simple, en lo sencillo, nos habla de cómo está cerca de nosotros. Allí vamos a concentrar nuestra mirada, en el compartir alguna de las moradas, de los caminos interiores por los que Dios a través de Teresa nos quiere decir que no está por fuera sino por dentro, y a veces para adentrarnos en la presencia de Dios que habita en lo mas hondo de nuestro corazón necesitamos de esa suave brisa o de esa zarza ardiendo o de esa presencia sencilla, simple pero contundente de Dios.

Cuáles son de esas realidades cotidianas donde Dios irrumpe en tu vida con la certeza de que él te habita por dentro.

 

La primera morada en el castillo interior dice Teresa, somos cada uno de nosotros, donde Dios en la habitación del centro, habita.

 

Pidiéndole ayuda a Dios para comenzar estas líneas, se me ocurrió la siguiente comparación, cuenta Teresa, nuestra vida es semejante a un magnífico castillo con muchas moradas y que supera a todo lo que vemos sobre la tierra, puesto que es imagen del propio Dios, él mismo nos lo ha dicho, somos figura y semejanza suya. Lamentablemente son muy pocos los que saben de este castillo que hay dentro suyo,muchos se preocupan de lo superficial, de lo exterior, del propio cuerpo, de lo que es vano. 

 

A lo cual Teresa nos viene enseñando que para poder adentrarnos en la interioridad hay que desarmarse de todo lo que nos impide ir sobre lo mas interior de nuestra propia interioridad, este castillo interior tiene muchas moradas, en todas ellas se hace presente el Señor pero su presencia, su habitación es bien interior, su presencia se hace resplandeciente de belleza en todo el conjunto pero él habita en el centro de este lugar nuestro al que llamamos castillo y al que San Agustín ha dicho que la intimidad de la presencia de Dios es mas íntimo que todo lo íntimo de nosotros mismos. Lo cual nos hace salir de mi mismo. Una presencia íntima pero que al mismo tiempo es expansiva. Es íntima en cuanto que está en la profundidad del ser, y es expansiva en cuanto no puede dejar de comunicarse desde lo mas profundo del propio ser.

 

Intentaré, dice Teresa, desde estas páginas mostrar cómo se comunica Dios a algunas personas utilizando como punto de referencia la comparación, la del castillo, probablemente los que estén escuchando piensen que es imposible e inadmisible que esto ocurra pero nosotros sabemos y reconocemos en las cosas de todos los días, como la revelación de la presencia de Dios – que es más, que todo lo que nos habla de él – ocurre en lo mas íntimo de nuestro corazón. Siempre hacen falta elementos catalizadores que despiertan esa presencia escondida del Dios vivo dentro de nosotros.

 

Retornando a nuestro castillo interior, dice Teresa, cómo entrar en él? pero, no es un disparate decir que vamos a entrar?, el castillo no somos nosotros mismos?

Hay diferencia entre estar dentro de sí mismo y estar fuera de sí mismo. Hay diferencia entre pertenecerse a sí mismo, ser dueño de sí mismo, a vivir disperso en medio de toda la realidad que nos rodea, sintiendo que la realidad misma nos atropella y somos incapaces de administrar, gestionar y gobernar sobre lo que forma parte de nuestra realidad cotidiana.

Por eso Teresa dice que para crecer en este señorío sobre sí mismo, hay que adentrarse sobre si mismo para que el Señor que nos habita por dentro nos enseñe a ser señores de nosotros mismos desde su señorío.

Como toda casa este castillo interior tiene una puerta, la puerta para entrare a este castillo es la oración y la consideración, dice Teresa, oración vocal y oración mental. No vamos a hacer distinciones, si se dice oración es evidente que se hace atentamente en trato de amistad, por lo tanto en vínculo, en establecer la certeza de que con quien hablamos tiene algo para decirnos y es mas importante lo que él va a decirnos que lo que nosotros podamos decirle. De todas maneras desde este encuentro que surge del hecho de saber que está con nosotros, comienza uno a adentrarse paso a paso en el castillo interior.

 

La persona que diga que está haciendo oración y no tenga todo su ser puesto en eso es inútil que diga que está orando, posiblemente se encuentre diciendo palabras pero desvariando en lo que va diciendo sin encontrar concierto interior con un alguien que está hablando. Cuando uno habla en la oración con Dios tiene la certeza de que él está allí presente y por eso siguiendo las enseñanzas en torno a la oración, cuando nos adentramos en el espíritu orante, lo mas importante es saber que y con quien estamos hablando.

La oración sería como la llave que abre la puerta, a veces cuando uno está muy agobiado quiere poner la llave en la puerta y no sabe si la puso para arriba o para abajo, si acierta o no acierta, así nos pasa en el encuentro con Dios. Muchas veces no encontramos la cerradura para poner la llave para el encuentro y por eso es importante concertar en el encuentro con la presencia, darnos la posibilidad de darnos cuenta que estamos por entrar en el encuentro. Hay personas que aciertan a entrar por esta puerta de la oración, dice Teresa, pero son tantas sus preocupaciones terrenales que apenas se quedan en las primeras moradas del castillo. Sus momentos de oración son muy escasos, quizá una vez por mes y todavía esos momentos están enturbiados por las preocupaciones, tienen puesto el corazón fuera del castillo. Los que entrar hasta aquí no llegan a captar la grandeza de todo el castillo. Los ojos están llenos de polvo, intereses terrenales que les impiden ver la verdadera realidad, ya hicieron bastante con ver la puerta de entrada, ahora hay que dejarse habitar por la luz que nos va mostrando cada espacio de este castillo.

 

Este magnífico y resplandeciente castillo, dice Teresa, es tan luminoso y atractivo por estar allí presente el diseñador y realizador de todo lo bello pero si llega a ocultarse, como ocurre cuando se peca gravemente, entonces no hay oscuridad comparable a las tinieblas que a uno lo envuelven.

No pierde el sol su hermosura por la falta grave, pero no se hace visible en el alma. Dios sigue estando con toda su luminosidad pero nosotros, al caer en faltas graves, tenemos la imposibilidad de que el sol penetre en nuestro propio castillo. Como si sobre los ojos que son nuestras ventanas se colocara un paño negro, la luz sigue estando allí presente pero no podemos recibir los rayos de este sol. Ojalá todos pudiéramos comprender la desgracia que significa pecar mortalmente. Las tinieblas se adueñan del alma entera y hasta se interpone en el pensar y en el querer, la inteligencia se ciega y la voluntad se entorpece. No dejemos de pedir cada día nos libre de tan gran mal.

 

Lo primero es entonces, aprender a registrarse a sí mismo, a tener conocimiento de si mismo. El propio conocimiento que es verdad y humildad es la forma de andar en esta primera morada.