Echen las redes

jueves, 3 de septiembre de 2015

Tirar redes1

Navegar mar adentro después de un fracaso es cargar el deseo de ir nuevamente a fondo. Dice Albisu, en la orilla no hay respuestas grandes, las respuestas grandes se encuentran mar adentro. En medio del lago cuando el día es lindo la bonanza es única, y en los días de tormenta uno sabe que o te saca Dios o no te saca nadie.

“Vamos mar adentro” escuchan los discípulos en boca del Señor, seguramente en sus corazones había otras voces que dirían lo contrario: ¿para qué volver si ya es día? ¿para qué si trabajamos toda la noche y no salió nada? ¿si es volver a la misma, para qué volver a intentar?. Decíamos en estos días que discernir es optar, uno escucha voces que conviven en nuestro corazón y elijo por una. La única voz a escuchar es “vamos mar adentro” y desechar las mil razones seguramente lógicas pero no inspiradas en a la confianza en Dios. Muchas veces Dios nos pide ese gesto que casi parece de locos, pero muchas veces en ese gesto de más Él se manifiesta de un modo especial providente, consolador, y se nos muestra más Padre.

“Echen las redes” situaciones en las que hay que confiar en las palabras de Dios que nos anima en un momento a hacer lo que nosotros no nos animamos, a hacer aquello en lo que estamos trabados. “Echen las redes” les dice Jesús, y lo último que ellos hubieran hecho es animarse, y sin embargo ellos confían en las palabras del Otro, así como también nosotros tenemos que confiar en las palabras de otros con minúscula (que sin ser Dios, nos ayudan y nos quieren bien).

“Echen las redes” es un imperativo a desplegar el corazón, a abrirlo, a agrandar la medida que las redes perdieron al no sacar nada y enredarse. Hay que animarse a soltar, a agrandar el espacio, a agrandar la medida. Soltar y soltarse de aquello a lo que estamos aferrados y enredados mal. Y ahí viene el milagro, la gran cantidad de peces es el signo de la sobreabundancia. La gracia siempre es más: más de lo que se esperaba, más de lo que se creía, más de lo que se merecía… esta sorpresa y admiración de un Señor que cuando da nos da “derrochonamente” (según la imagen de la mujer que derrocha el perfume), la medida del Señor es la sobreabundancia.

Son los tiempos lindos del alma, de gracia que son tiempos para sacar provecho, para fortalecer desde la gracia lo que se había debilitado a causa de la desolación. Algo así como recuperar lo que se zarandeó del barco. Quienes entienden de navegación dicen que las cosas que están mal agarradas en los barcos, cuando llega la tormenta se caen y es normal que cuando vuelva la calma, aparezcan las cosas flotando. Uno recupera lo que el zarandeo del barco hizo perder. Éstos tiempos son para recuperar lo que las tormentas de la vida nos quitaron: la esperanza, la confianza y tantas cosas más.

Por otro lado vemos que la reacción de los discípulos frente al milagro es llamar a los compañeros, ante tanta pesca llaman a otros. Se dice que las grandes alegrías y sobreabundancias y los grandes dolores no son para vivir solos sino que llamamos a otros. Es la certeza de que no estamos solos, que solos no podemos sacar nada, estamos con Dios y con aquellos que nos acompañan.

“Llamar a los compañeros” es la característica propia de la alegría, querer incluir a otros en los momentos lindos que estamos viviendo, y lo mismo pasa ante una situación dolorosa. Somos seres necesitados de otros, por eso llamamos a otros. La gracia no es sólo para uno, sino que es también para los demás. “Llamar a otros” también incluye un ejercicio de traducción. Seguramente de una barca a otra tendrían un código. Llamar a otros que están a cierta distancia con señas para acercarlos, y para nosotros esas señas son los gestos de caridad. Los gestos de caridad traducen la gracia. Al llamar a otros la gracia se esparce más, y el otro nos ayuda a descubrir lo mucho que hemos recibido. En los tiempos lindos y en los de dolor, necesitamos “llamar a otros”.

 

Salir de la propia orilla, y lanzarse a lo profundo

Ir mar adentro, dejar que resuene esta expresión. “No tengan miedo” les dice el Señor y nos lo dice. Y también nos invita a ir mar adentro por tierra, una vez que somos “pescados” por Dios nos llama a ser “pescadores de hombres”… a sacar del enredado mundo a quienes luchan por salir sin saber cómo, un llamado a ser salvavidas no como guardacostas sino como expertos en mares adentro llevando a los hombre a ahondar en el mar de sus propios deseos.

En toda entrega se va mar adentro, por lo tanto soltar amarras… hay que mantener firme el rumbo, hay que sostener la paciencia, hay que ahondar la esperanza para así volver satisfecho sabiendo que siempre se saca algo bueno. Ir mar adentro por tierra es darse tiempo para el aprendizaje del nuevo oficio de ser pescadores de hombres, tiempo que enseña a dar calidad a las relaciones con los demás de modo que no quede en un “orillar”. A veces nos puede pasar que nos pasemos la vida “orrilleando” el lago… Es estar en el lago en la costa, con el agua hasta los tobillos, y si viene la tormenta salir corriendo. Estamos cerca pero “orilleando”. “Te quiero mar adentro” nos dice el Señor. Podemos “orillear” el evangelio, “orillear” la vida de entrega, el vínculo con los demás… estamos cerca pero orilleamos no terminamos de meter el corazón hondamente en nuestros vínculos, en nuestros compromisos y en nuestras vidas. Que Dios nos libre de andar “orilleando” en todos los aspectos. La orilla está llena de gente, el Señor nos quiere adentro en esta intimidad misteriosa de ir mar adentro en todo.

Repasando el texto, imaginándolo, reflexionando, dejando que el Señor nos hable, viendo en qué se nos enredan las redes y qué cosas le quitan espacio, y poder dejar decirnos “vamos mar adentro”, “no tengas miedo”, “intentalo una vez más”. Que cada una de las palabras y de los gestos de esta escena bella pueda volver a nuestras vidas y que se convierta en coloquio. Ignacio nos pide que cada contemplación se convierta en una conversación.

Que en esa charla nos animemos a decirle con confianza: “Señor le tengo miedo a ir mar adentro”, “Señor ayudame a desenredar el corazón”; “Señor esta barca es demasiado flojita, si vos no la conducís se me hunde”….  Que la contemplación nos abra al coloquio, poder hablar con el Señor como un amigo habla con otro amigo, como dice San Ignacio. Y eso nos hace mucho bien. También dejar un espacio de silencio para que el Señor nos hable, para que vaya bajando al corazón. Y no olvidarnos de pedir la gracia del Interno conocimiento de Cristo, para que conociéndolo lo ame, y amándolo lo siga y lo sirva. Sabemos que Él viene con nosotros, no nos manda solos.

 

P. Ángel Rossi

Fragmento día 13 de Ejercicios Ignacianos en Radio María

Día 13: Ir mar adentro y echar las redes