Educar en la verdad y en la libertad

lunes, 23 de enero de 2012
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Educar en la verdad y en la libertad

 

Para introducirnos en el punto 3 del "Mensaje de Benedicto XVI para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2012", cuyo lema es Educar a los jóvenes en la justicia y en la paz, te invito a rezar el

SALMO 8

¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:

con la alabanza de los niños y de los más pequeños,

erigiste una fortaleza contra tus adversarios

para reprimir al enemigo y al rebelde.

Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y la estrellas que has creado:

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;

le diste dominio sobre la obra de tus manos,

todo lo pusiste bajo sus pies:

todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;

las aves del cielo, los peces del mar

y cuanto surca los senderos de las aguas.

¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

 

Este Salmo 8 marca la dignidad del hombre: “lo hiciste poco inferior a los ángeles … ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? … lo coronaste de gloria y esplendor”. Habla de la dignidad del hombre que recibimos por ser creaturas de Dios, amados por Él eternamente. Desde esta dignidad, el Santo Padre insiste en la importancia de la educación en la verdad y en la libertad. El punto 3 es la parte medular, esencial del documento. Cuando uno trabaja por la educación, no es para evitar tener un alto índice de analfabetismo, sino porque allí radica el modo en que el hombre se dignifica. El trabajar por la cultura, el educar en valores, el trabajar para que la persona se desarrolle y desenvuelva sus capacidades, no es solo una cuestión filantrópica o altruista, sino que allí está el trabajo por la dignidad de la persona, y con ello no solo se enaltece al hombre sino que también se glorifica a Dios. Nuestra Iglesia tiene experiencia en este trabajar por la educación, y es por ello que muchos de sus agentes pastorales y de sus esfuerzos están dirigidos en orden a la educación.

Comienza así el punto 3 del documento:

“San Agustín se preguntaba: «Quid enim fortius desiderat anima quam veritatem? – ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?». El rostro humano de una sociedad depende mucho de la contribución de la educación a mantener viva esa cuestión insoslayable. En efecto, la educación persigue la formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual del ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro. Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona humana, conocer su naturaleza. Contemplando la realidad que lo rodea, el salmista reflexiona: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad. Nunca podemos olvidar que «el auténtico desarrollo del hombre se refiere a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones», incluida la trascendente, y que no se puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico o social, individual o colectivo.”

Hay dos o tres ideas en que queremos detenernos:

#reconocer que la dignidad del hombre está dada por Dios;

# el hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad;

# nunca va a estar pleno mientras no esté satisfecha esa sed interior que viene desde su misma concepción.

Esto es por lo que luchamos en la vida; aquello por lo que nos esforzamos va en orden a satisfacer esta realidad profunda que a la vez es trascendente. Quitarle al hombre esta realidad de trascendencia es cortarle su realidad de infinito, es coartarle este desafío que tiene de darle pleno sentido a su existencia.

Por eso es tan importante la educación. Y el Santo Padre nos dice que la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador. Y allí radica el respeto a la persona humana, porque en el hombre está la imagen del Creador. Esa realidad no sólo nos hace trascendentes, sino además hermanos entre nosotros. Cuando nosotros fuimos educados, esto nos ha sido transmitido. Por eso la importancia de valorar siempre a nuestros educadores, en todo lo positivo recibido. Y tener un corazón de misericordia si en el proceso educativo hemos tenido experiencias que no han sido del todo positivas. Pero no dudemos que en la misericordia y providencia de Dios, Él aún eso lo utiliza para nuestro bien, porque la gloria de Dios es nuestra felicidad y nuestra salvación y aún lo malo nos sirve para construir nuestra persona con esperanza, asumiendo desafíos nuevos y entonces, por el proceso de conversión, no quedarnos atados sino vivir la libertad que plenifica nuestra existencia.

Continúa diciendo el Santo Padre:

“Sólo en la relación con Dios comprende también el hombre el significado de la propia libertad. Y es cometido de la educación el formar en la auténtica libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del yo. El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.”

Destaca aquí la importante de la educación en el ámbito relacional, con los otros y en el fondo también nuestra relación con Dios. Todo ello está en crisis en la actualidad, en la Argentina y en el mundo. Dice el Papa: “La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.” Esto necesita ser materia de enseñanza en nuestros ambientes. Necesitamos ser educados en esto. En una realidad donde el relativismo se ha presentado como forma de vida, donde la educación ha caído en una fuerte desvalorización, es muy importante la transmisión de este valor. Hay un vacío, que muchas veces comienza en la familia, en las instituciones que no tienen capacidad de responder a las exigencias de los adolescentes. Por eso el lema de esta año apunta a la educación de los jóvenes, puesto que si no ponemos énfasis en estos puntos que hacen al crecimiento de la persona, la paz se convierte en una utopía. Puede haber ausencia de guerra o de armas, pero toda la otra violencia que existe en la vida de las personas y que a veces se dispara en homicidios, violencia, agresión, inseguridad, arrebatos, sentirnos vulnerables, no importarnos la vida del otro, que la vida vale tan poco que cuando se roba se mata, se da porque no hemos aprendido lo fundamental en la convivencia, que es saber que el otro tiene una dignidad, lo mismo que yo. Hemos perdido la capacidad de enseñar y educar aquello básico del respeto al otro porque en él hay una dignidad de ser creatura de Dios, a su imagen y semejanza. Cuando esto no se tiene en cuenta y no se respeta, se abre la puerta para cualquier aberración. Entonces el respeto por la vida se quiebra, porque no hemos sido educados para abrazar y valorar la vida que se nos ha dado.

Sigue diciendo el Santo Padre:

“La libertad es un valor precioso, pero delicado; se la puede entender y usar mal. «En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio “yo”. Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común».

En este párrafo el Papa apunta al valor de la libertad, tan debilitado en esta realidad relativista, en la que no se reconoce nada como definitivo sino que cada uno hace lo que le parece, quedando el hombre a merced de sus caprichos, más esclavo que libre. El capricho de cada uno no puede ser erigido como absoluto, sino que hay otra realidad que nosotros tenemos como referencia para tener la verdadera libertad en el actuar, la libertad de los hijos de Dios como dice San Pablo. Y es allí donde la persona se dignifica.

“Para ejercer su libertad, el hombre debe superar por tanto el horizonte del relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal. En lo más íntimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que ha cometido.Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales, y, por tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas.

El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir. De esa actitud brotan los elementos sin los cuales la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio.”

            Dos ideas me vienen al respecto: recuerdo que cuando surgió el documento de Puebla, en el año 1979, uno de los grandes motivos que los Obispos latinoamericanos presentaron allí fue hablar de la verdad de Cristo, la verdad del hombre y la verdad de la Iglesia. Enseñan y refrescan la importancia de tener claridad sobre estos conceptos, porque si se carece de éstos se tergiversa el sentido de la educación. Si no tenemos una verdad del hombre, cada uno puede dar su propia enseñanza al respecto, limitada, personal, subjetiva, pero que no ayuda a la dignidad de la persona, puesto que como dice el Papa, para ejercer su libertad, el hombre debe superar el relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal.

La segunda reflexión en orden a este uso recto de la libertad es cuando el Papa nos dice que de esta actitud por esforzarnos, por trabajar en la libertad y en la promoción de la justicia y de la paz, brotan elementos sin los cuales la justicia y la paz se quedan en palabras sin contenido:

# la confianza recíproca, cuando uno es una persona confiable y tiene la capacidad de confiar en los demás;

# la capacidad de entablar un diálogo constructivo ayuda a la justicia y a la paz;

# la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder;

# la caridad recíproca;

# la compasión hacia los más débiles;

# la disponibilidad para el sacrificio (una palabra en la que hoy no educamos, y no queremos ni siquiera que se pronuncie).

Todas éstas son realidades que hoy están en crisis:

# se “desconfía hasta de la propia sombra”;

# el diálogo es reemplazado por una palabra crispada, enojada y luego un portazo;

# la caridad nos cuesta, aunque somos solidarios, pero cuesta esa caridad del corazón;

# la posibilidad del perdón, en nuestra patria debemos educarnos para esto, ya que hay situaciones aún no reconciliadas con nuestro pasado, y mientras una patria no se reconcilie con el perdón de su pasado, no tiene esperanza para el futuro;

# los más débiles hoy son marginados, quedan a la vera del camino en una sociedad que solamente se esfuerza por generar y tener rédito económico;

# hoy no se quiere el sacrificio, al contrario, se lo quiere evitar, sin considerar que el sacrificio es parte de la educación.

¡Cuántos aspectos, en nuestra vida de todos los días, descubrimos en esto que nos enseña el Papa, y que cuando lo hacemos y lo vivimos, ahí estamos trabajando por la paz y la justicia! El Papa ha dicho “educar a los jóvenes”, pero también educarnos a nosotros como adultos, como agentes de pastoral, en las distintas realidades en las que estamos. Allí tenemos la oportunidad todos de hacer el esfuerzo de trabajar por la justicia y por la paz.

Padre Daniel Cavallo