Educarse y educar para ser familia

miércoles, 17 de abril de 2024

Como cada miércoles continuamos con el ciclo: “Escuela para Familias” junto al Padre Mario Oscar Llanos (Doctor en Teología Pastoral; Master en Psicología, Director del observatorio internacional de la juventud y Director del Instituto de Pedagogía Vocacional entre tantos de los títulos y servicios que brinda en su ministerio).

Hoy nos presenta el tema: EDUCARSE Y EDUCAR PARA SER FAMILIA

EL TEMA DE HOY ES MUY IMPORTANTE… EDUCARSE!

Hoy es más necesaria que nunca una verdadera «escuela» para ser pareja y vivir en familia. Se requiere una educación que oriente directa o indirectamente la acción de los padres que no siempre es pensada o reflexionada en profundidad.

¿Cómo asegurar el desarrollo psicofísico o social, espiritual y moral de hijos en las distintas etapas de su devenir? Esta educación toca las actitudes, la conducta, las expectativas de los cónyuges, el influjo de los modelos adquiridos y de la tradición cultural. La educación familiar cambia con el tiempo según el crecimiento de cada uno y la realidad social a la que pertenecen.

La educación para ser familia comporta también una educación para ser pareja y se refiere al mejoramiento de su relación a pesar de los roles conyugales más o menos fijos. A veces los sacerdotes sentimos quejas por los cursos prematrimoniales… ¡Qué pena! Las parejas necesitarían acompañamiento y formación toda la vida, toda persona necesita formarse todos los días para vivir su vocación.

HAY SIEMPRE DIFICULTADES EN LA CONVIVENCIA…

De hecho, es inevitable que la relación matrimonial provoque diferencias entre dos personas que se han elegido en un proyecto similar vida, pero son diferentes en cultura, en estilos educativos familiares, en concepciones sobre la educación. Todo cónyuge debe mantener la intencionalidad educativa sobre sí mismo y sobre el otro. En este campo vale el título de aquella película llamada «Retroceder nunca, rendirse jamás…» La educación de pareja y de familia es cosa de toda la vida…

No se vive la felicidad de la relación si no se crece como personas, y no se crece si no nos formamos para lo nuestro. No es de extrañar que puedan darse crisis, a veces necesarias, pero sí es de extrañar que las parejas no se cuiden como tales, que no tengan un momento al menos mensual para revisar, para mirarse a los ojos, para decirse lo que quedó en el tintero, para tomarse de la mano y perdonarse las toxinas que entorpecieron el aire del camino…

ES QUE SER PADRE Y MADRE ES MÁS COMPLEJO HOY…

Ser «padre y madre» hoy requiere educación. Nadie nace sabiendo. Y nunca jamás nadie sabe todo lo que podría saber… no existe quién pueda decir “Yo lo sé todo”, sino Dios. La responsabilidad parental requiere una educación permanente para evitar errores en el proceso de crecimiento de sus hijos.

En la familia los vínculos del amor y la consanguinidad adquieren una importancia preeminente… El amor es la fuerza de la promoción armoniosa de un desarrollo integral: por un lado, transmite un tesoro de experiencias, por el otro se amplifica, proyectando este mismo tesoro en el futuro, proyectos, esperanzas.

En la educación, si no hay amor, no hay educación.

EL MATRIMONIO REQUIERE UNA COMPRENSIÓN PROFUNDA; ¿CUÁLES SON SUS VALORES…?

El matrimonio hoy es sumamente necesario, pero requiere educación. La familia es un fluir incesante de días, de vida, de generaciones, que a veces se convierte en un “misterio grande” como dice San Pablo. El misterio es una realidad inconmensurable, algo que pide escrutar, profundizar, investigar, comprenderlo en su esencia y en su realidad exigente y valoradora, anterior y superior al hombre y es sagrada, fuente de vida espiritual, capaz de orientar al hombre hacia la totalidad del ser. De hecho, esta perspectiva no puede superarse con la sola posición «natural», en la cual el hombre depende de sí mismo y no de un principio creativo superior…

Tres son los valores propios del misterio de la educación familiar:

a) Intimidad. Talentos, cualidades y riqueza interior de cada uno son el centro de la unidad y la irradiación de la libertad como principio de encuentro y de don de sí. La intimidad es presencia y fuente de comunión y de donación de sí a otra persona. La intimidad es también conocimiento de intereses, preocupaciones, esperanzas, perspectivas en familia; y en el ámbito más restringido conyugal, es intercambio de ternura, confianza mutua, compromiso, fidelidad. La intimidad cicatriza las heridas.

b) Fertilidad. Los valores de la intimidad están combinados con los de la fertilidad. El hijo es la expresión del amor de los esposos y la concretización de su proyecto de vida. Sin embargo, la fecundidad de la pareja no se limita a la generación, sino que requiere la formación personal y educación de la prole inculcando actitudes, valores y creencias y ayudan a perfilar la fisonomía moral y espiritual de los hijos, con una marca que quedará imborrable durante toda su existencia.

c) Espiritualidad. La familia es el lugar ideal para el inicio de la experiencia espiritual. La convivencia, lo poco y lo mucho, los encuentros y los logros, los errores y las dificultades son la ocasión para profundizar en el misterio espiritual de la familia. La familia recibe del contexto, pero también ofrece y dona su originalidad en un intercambio de valores objetivos que se van adaptando a los tiempos y lugares aunque sean perennes en sustancia. Por lo tanto, cada familia transmite estos valores incluso aun cuando los niega en lo cotidiano e irreflexivo de su vida ordinaria. Por eso, se requiere una educación, una pedagogía, que acompañe la familia en su crecimiento, sobre todo ético-moral, que es la única fuente de plenitud, autorrealización y felicidad humana.

El amor de los padres, el respeto, la solidaridad, el compromiso son las lecciones de vida de los padres que quedan marcadas para siempre en el corazón de cada hijo.

ENTONCES, ¿HAY QUE EDUCARSE, PERO TAMBIÉN EDUCAR A LOS HIJOS…?

Los hijos para convertirse en adultos autónomos y responsables tienen que ser cuidados en sus necesidades (Maslow hablaba de necesidades primarias – nutrición, seguridad -, secundarias – reconocimiento y afecto -, terciarias – realización personal y éxito en la vida -). Otros, indican ámbitos en los cuales hay necesidades particulares: afectivo (ego), cognitivo (racionalidad), social (integración), ideológico (cultura). Esto construye su identidad y su humanización.

En esta época todos somos colocados en el mismo nivel, por eso es más necesario tener algo para decir, para formar, para modelar en el respeto y el diálogo, para discernir, orientar, y moralizar en un contexto relativista.
Una educación familiar saludable en la sociedad actual, requiere la influencia positiva de los padres en los hijos de toda edad para la socialización, para la ética, para el trabajo, la vida de ciudadano, la sexualidad y el significado de la existencia.

Como ya hemos aludido, la educación de los hijos en la familia siempre va ligada a la intervención de la madre y del padre. Se necesitan ordinariamente los dos. Un papá o una mamá sola tienen exigencias y dificultades mayores.

EDUCARSE EN PAREJA… SE HABLA POCO DE ESTO…

La familia comienza con el matrimonio. Y el amor es la sustancia y la razón principal del matrimonio. Sin embargo, aun en el amor, el proyecto de vida común requiere una disponibilidad continua para adaptarse al otro, una constante flexibilidad de actitudes ante los problemas cotidianos, para la comunicación y la reciprocidad que lo sostienen. Se requieren equilibrio y reajustes continuos. Todo esto se garantiza con procesos educativos eficaces.

La educación matrimonial es una intervención intencional, orientada a mejorar y cambiar juntos que supone la conciencia de la fuerza del vínculo emocional y de la necesidad de buscar apoyo e integración en una reciprocidad constructiva.

Los esposos construyen una nueva realidad de pertenencia separándose de sus familias de origen, y esta pertenencia es fuente de seguridad y estímulo para compartir y vivir juntos la alegría de ser padres que no puede dejar de estar unida a la alegría de estar casados, de vivir positivamente la realidad de pareja.

¿QUÉ EXIGENCIAS COMPORTA LA VIDA DE PAREJA?

La relación de pareja «adulta» sugiere mantener bajo control las fuerzas divisorias de los problemas de la vida en común. Es necesario ser consciente de que el otro es diferente de uno mismo, de que es necesaria la confrontación serena de la propia visión, de que es necesario superar el miedo a intimar en profundidad.

Los esposos tienen que formarse para vivir en gratuidad, ser un regalo constante para el otro; en transparencia, o sea mantener claridad en los gestos y las palabras; alegría, o sea, aceptación serena y despreocupada de la vida que juntos hacen mejor; lealtad, porque el amor es amigo de la verdad, y la mentira es el arma letal del vínculo; humor, que es alegría y voluntad de observar y vivir la realidad en la dimensión del infinito y del crecimiento continuo y progresivo de los cónyuges.

Ciertamente, la calidad y el tipo de relación matrimonial dependen del estilo de vida y de los niveles socioculturales de pertenencia de ambos cónyuges. Pero también es indiscutible que el estado conyugal cumple una función equilibradora de protección del orden de la vida. El matrimonio puede ser en algún momento un espacio reducido, pero también es defensa de cualquier ataque externo si se mantiene en su identidad. Por eso, la educación de pareja debe llevar a la clarificación de los objetivos que se quieren vivir, también debe ayudar a elegir los métodos necesarios para lo cotidiano, y asegurar el respeto de la autenticidad de cada uno.

La sociedad actual requiere más educación de pareja y de familia. Es necesario aprender a pasar del solo enamoramiento al verdadero amor que es la construcción de la convivencia ordinaria y segura hasta el final de la existencia. El amor verdadero es la sustancia del matrimonio, el bien esencial, en virtud del cual se humanizan y se gratifican los esposos.

La familia es el baluarte de la sociedad contemporánea aun teniendo en cuenta sus crisis. Su funcionamiento requiere el triángulo formado por los ángulos del convivir, compartir, comunicar, sobre el que descansan el Yo y el Tú, diferentes en su identidad personal y sexual. La comunicación hace posible el compartir y el compartir da contenido al convivir. Se trata de aprender a vivir «dentro de los sentimientos del otro», reconociéndose similares y diferentes. En esta forma los esposos se perciben como protagonistas de una nueva humanidad, comprometidos con la difusión del amor y la educación en un mundo cada vez más privado de ellos.

LA EDUCACIÓN HACE CULTURA… ¿QUÉ CULTURA HACE FALTA HOY PARA VIVIR EN PAREJA Y FAMILIA?

Hoy necesitamos una cultura de la reciprocidad que supere la cultura de la diferencia o de la oposición, fundada sobre lo positivo de la interacción constructiva.

La igualdad entre los cónyuges, sin la cual no existe la reciprocidad, apunta a un nuevo modelo de matrimonio y familia, estable y productivo, sin el predominio de uno de los dos sexos, en constante formación y crecimiento.

Entonces, el amor conyugal va mucho más allá de lo biológico, más bien pone en cuestión toda la personalidad del sujeto, su aptitud para ofrecer su presencia y su vida, para la comunicación interna con la pareja, para la alegría de cuidar al otro. Esta es la finalidad principal de la educación de pareja. De allí, se deduce cuánto es importante educar a los jóvenes al amor, al proyecto familiar, a comportamientos sexuales respetuosos y responsables.

La cultura de masas actual, resultado del cambio de los años sesenta y setenta, ha degradado continuamente los valores fundamentales de la pareja, y especialmente el valor de la educación, de las reglas y leyes que rigen las relaciones. Prevalece la moral y el permisivismo subjetivo y relativista, y esto nos empuja a buscar la gratificación individual sin compromiso ni responsabilidad.

¿A QUÉ VALORES DEBERÍAMOS APUNTAR HOY?

La paternidad-maternidad, que expresa el deseo de tener descendencia, incluye la procreación responsable, el cuidado y la educación de los hijos; la madre y el padre comparten esta responsabilidad fundamental y no delegable. Los cónyuges deben aprender a considerar la educación como su tarea primordial. Así los jóvenes podrán tomar conciencia de la elevación moral y espiritual que les espera.

En estos últimos 50 años hemos perdido los “valores fuertes”, aquellos que afectan a la persona y sus derechos esenciales, su apertura a lo trascendente, el sentido de solidaridad y de amistad civil. Nos hemos concentrado sobre “valores débiles”, relativos al bienestar psicosocial individual, relegando la responsabilidad del adulto. Y así tenemos adultos-adolescentes, «adult-ecentes». Ser padres realiza a las personas y cambia sus relaciones hasta llevar a los hijos a su plenitud adulta. El viaje comienza desde pequeños por padres decididos a apoyarse, a aumentar la confianza mutua y a garantizar una protección equilibrada y racional de sus hijos.

También la fe religiosa, vivida sinceramente, sin contradicciones, como dimensión fundamental es un valor que ayuda a guiar a los hijos a comprender el sentido de algunos valores esenciales, como el respeto, la lealtad, la gratitud, el altruismo, la disponibilidad y los valores religiosos en las relaciones con el ser trascendente.

La generación «sándwich» de los adultos de hoy afronta una vida laboral activa, apoyo a los hijos casados y cuidado de las personas mayores, tareas que requieren una red de solidaridad. A la pareja conyugal se le pide cada vez más, en su vida laboral y en la educación de sus hijos, pero al mismo tiempo experimenta una gran fragilidad. Por eso se verifican la disminución de los matrimonios y el aumento de las uniones de hecho, por el miedo al compromiso, y el aumento de las separaciones y divorcios de parejas jóvenes y no tanto. Esto se traduce también en una disminución de la natalidad y en la educación de los niños.

CONCLUÍMOS…

La educación de pareja ayudará sin duda a superar los temores de los adultos jóvenes en el lanzarse con confianza a la aventura de un amor duradero y fecundo. Se requiere hoy una educación para padres que les dé conciencia de que la perfección está siempre un escalón más arriba y de que “los padres no nacen, sino que se hacen.