27/02/2023 – Comenzamos a compartir los Ejercicios Ignacianos para transitar ésta cuaresma. En este tiempo nos acompaña el Padre Humberto González, sacerdote jesuita.
Oramos juntos la oración del libro de la Sabiduría, la cual pedimos como don y nos abrimos a lo que el Espíritu nos quiera revelar en este tiempo:
“Dios de nuestros padres, Señor de misericordia, por tu Palabra hiciste todas las cosas, y por tu Sabiduría formaste al hombre para que domine a todas las criaturas por debajo de ti, para que gobierne al mundo con santidad y justicia, y tome sus decisiones con recta conciencia: dame pues la Sabiduría que comparte tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. ¡Mírame, soy tu sirviente, el hijo de tu esclava, un hombre débil cuya vida es breve, demasiado limitado para comprender la justicia y las leyes! Ni siquiera el más perfecto de los hombres será algo sin la sabiduría que viene de Ti. Me elegiste como rey de tu pueblo, como juez para tus hijos y tus hijas. Me has dicho que te construya un templo en la montaña santa, un altar en la ciudad donde habitas, a semejanza de esa Tienda celestial que habías preparado para ti desde el principio. Junto a ti está esa Sabiduría que conoce todas tus obras, que estaba contigo cuando hacías el mundo, que sabe lo que te agrada y está de acuerdo con tus mandamientos. Haz que descienda desde el cielo donde todo es santo, envíala desde tu trono glorioso, para que esté a mi lado en mis trabajos y sepa lo que te gusta. Porque ella todo lo conoce y lo comprende; ella me guiará con prudencia en todo lo que haga, y su majestad me protegerá: 12.Entonces te serán agradables mis obras, gobernaré a tu pueblo con justicia, y seré digno del trono de mi padre. ¿Quién, en realidad, podría conocer la voluntad del Señor? ¿Quién se apasionará por lo que quiere el Señor? La razón humana avanza tímidamente, nuestras reflexiones no son seguras, porque un cuerpo perecible pesa enormemente sobre el alma, y nuestra cáscara de arcilla paraliza al espíritu que está siempre en vela. Si nos cuesta conocer las cosas terrestres, y descubrir lo que está al alcance de la mano, ¿quién podrá comprender lo que está en los cielos? ¿Y quién podrá conocer tus intenciones, si tu no les has dado primero la Sabiduría, o no le has enviado de lo alto tu Espíritu Santo?Así fue como los habitantes de la tierra pudieron corregir su conducta; al saber lo que te agrada, fueron salvados por la Sabiduría.” Sabiduría 9,1-18
“Dios de nuestros padres, Señor de misericordia, por tu Palabra hiciste todas las cosas, y por tu Sabiduría formaste al hombre para que domine a todas las criaturas por debajo de ti, para que gobierne al mundo con santidad y justicia, y tome sus decisiones con recta conciencia: dame pues la Sabiduría que comparte tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos.
¡Mírame, soy tu sirviente, el hijo de tu esclava, un hombre débil cuya vida es breve, demasiado limitado para comprender la justicia y las leyes!
Ni siquiera el más perfecto de los hombres será algo sin la sabiduría que viene de Ti.
Me elegiste como rey de tu pueblo, como juez para tus hijos y tus hijas.
Me has dicho que te construya un templo en la montaña santa, un altar en la ciudad donde habitas, a semejanza de esa Tienda celestial que habías preparado para ti desde el principio.
Junto a ti está esa Sabiduría que conoce todas tus obras, que estaba contigo cuando hacías el mundo, que sabe lo que te agrada y está de acuerdo con tus mandamientos.
Haz que descienda desde el cielo donde todo es santo, envíala desde tu trono glorioso, para que esté a mi lado en mis trabajos y sepa lo que te gusta.
Porque ella todo lo conoce y lo comprende; ella me guiará con prudencia en todo lo que haga, y su majestad me protegerá: 12.Entonces te serán agradables mis obras, gobernaré a tu pueblo con justicia, y seré digno del trono de mi padre.
¿Quién, en realidad, podría conocer la voluntad del Señor? ¿Quién se apasionará por lo que quiere el Señor? La razón humana avanza tímidamente, nuestras reflexiones no son seguras, porque un cuerpo perecible pesa enormemente sobre el alma, y nuestra cáscara de arcilla paraliza al espíritu que está siempre en vela.
Si nos cuesta conocer las cosas terrestres, y descubrir lo que está al alcance de la mano, ¿quién podrá comprender lo que está en los cielos? ¿Y quién podrá conocer tus intenciones, si tu no les has dado primero la Sabiduría, o no le has enviado de lo alto tu Espíritu Santo?Así fue como los habitantes de la tierra pudieron corregir su conducta; al saber lo que te agrada, fueron salvados por la Sabiduría.”
Sabiduría 9,1-18