02/08/2021 – Por la gracia podemos corresponderle, y así él no es sólo el Amante, sino también el Amado. San Juan de la Cruz decía que así tenemos que llamarle: “Llámale Amado, para moverlo e inclinarlo más a tu ruego, porque cuando Dios es amado con más facilidad acude a las peticiones de su amante… De Dios no se alcanza nada si no es por amor”. Por eso en la Biblia hay tantas palabras de amor a Dios: “Yo te amo Señor, mi fortaleza” (Sal 18, 1). “Mi alma se aprieta contra ti” (Sal 63, 9). “Amo al Señor porque él escucha el clamor de mi súplica, porque inclina su oído hacia mí cuando lo invoco” (Sal 116, 1).
Y también en los escritos de los santos y místicos: “Jesús, déjame decirte, en un arranque de gratitud, que tu amor raya en la locura. ¿Cómo quieres que ante esa locura mi corazón no se lance hacia ti?” (Santa Teresita, Carta 148 a Celina). “Tú me hiciste estremecer de amor… Tú me habías flechado con tu amor” (Conf 7, 10; 9, 21). “Enamórate de Dios, arde por él, anhela a aquel que supera todos los goces” (San Agustín, Enarr 85, 8). “El cielo y la tierra, con todo lo que contienen, me dicen que te ame” (San Agustín, Confes X, 6, 1). “Los hijos de Dios se cobijan a la sombra de tus alas, se embriagan en la abundancia de tu casa y tú calmas su sed en el torrente de tus delicias… Denme un corazón que ame y sentirá lo que digo” San Agustín, In Ioan, 26, 4.
La beata Ángela de Foligno narraba que el Espíritu Santo le decía lo siguiente: “Hija mía, dulzura mía, delicia mía, templo mío, hija, delicia. Amame, porque tú eres muy amada por mí, mucho más de lo que tú me amas a mí… Mi dulce esposa, mi dulce esposa” (paso 20). “Tanto era el deseo que el Esposo tenía de acabar de liberar y rescatar a su esposa… que es admirable ver el placer y el gozo que él tiene de ver al alma ya así ganada y perfeccionada, puesta en sus hombros y apretada con sus manos en esta deseada unión” (San Juan de la Cruz, Cántico XXII, 1).
“El alma tiene dentro de sí ese gemido en el corazón enamorado. Porque donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida clamando siempre en el sentimiento de la ausencia”. Pero “el alma que no tiene otra cosa que la entretenga fuera de Dios, no puede estar mucho tiempo sin que la visite el Amado”. “Tal es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo”. “Una luz abrasadora de extraordinario resplandor inundó toda mi mente. Como llama que no quema, pero que enciende, inflamó todo mi corazón y todo mi pecho, así como el sol calienta las cosas con sus rayos” (Santa Hildegarda). El amor de Dios es un fuego siempre ardiente, y aunque nuestro amor se apague, y ya no percibamos su calor, tengo que saber que en Dios ese fuego es permanente, y yo me lo pierdo: “¡Oh fuego y abismo de amor!… Fuego que siempre arde y no consume”. (Catalina de Siena)