El amanecer

lunes, 9 de abril de 2012
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El simbolismo del amanecer se encuentra ligado al simbolismo de la luz.

Se denomina aurora a la claridad previa a la salida del sol. La refracción de la luz provocada por la atmósfera terrestre motiva que se vea luz cuando el sol no ha salido todavía.

Dado que el amanecer se produce por el este (oriente), usamos la expresión “orientarse” para indicar que uno sabe dónde está, tanto en sentido concreto y terrenal como en sentido metafórico.

 

 

La Aurora en la mitología grecorromana

 

Aurora es la deidad que personifica el amanecer. Es una mujer encantadora que vuela a través del cielo para anunciar la llegada del sol. Sus hermanos son el Sol y la Luna. Tuvo varios hijos; cuatro de sus hijos son los vientos del norte, del sur, del este, y del oeste. Según el mito, las lágrimas que derrama mientras vuela a través del cielo llorando por uno de sus hijos que fue asesinado son el rocío de la mañana.

 

En la Ilíada, Homero utiliza frecuentemente la expresión “La Aurora, de rosados dedos”.

 

La Aurora era la encargada de indicarle al sol que debía comenzar su marcha por el cielo en el carro de fuego. El sol hacía este camino celestial y, en el crepúsculo, “bajaba” al fondo de la tierra, un lugar de peligros, para salir victorioso nuevamente por el este al día siguiente.

 

“He aquí que desde el resplandeciente Oriente la vigilante Aurora abrió sus puertas de púrpura y los atrios llenos de rosas; huyen las estrellas, cuyo conjunto recoge la matutina, acentuándose la última de la guardia del cielo. Cuando el Titán ve que éste se marcha a la tierra, que el cielo enrojece y se va desvaneciendo la extremidad de los cuernos de la Luna, ordena a las Horas veloces que enganchen los caballos… “ (Ovidio, Metamorfosis, II)

 

El amanecer de la primera Pascua

 

Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: “Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto”.

El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros”. Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. (Ex 14,24-27)

 

En este pasaje se unen dos simbolismos: la tiniebla, como el tiempo de la esclavitud, la opresión y el pecado, y el mar, que en la Biblia se identifica con un lugar de peligro, por los monstruos que lo habitaban y sus profundidades desconocidas.

Al amanecer, Dios reencausa el mar poniéndolo a su servicio por la liberación del pueblo. Dios es Señor de las fuerzas de la naturaleza.

 

 

 Las discípulas desveladas

 

 

Algunas situaciones te hacen pasar la noche en vela: cuidar a un enfermo, esperar la vuelta de un hijo, repensar un problema… Se hacen largas las horas de la noche, entre dormirse y no poder…

Y si está planeado levantarse temprano, puede ocurrir que toda la noche quede desvelada, en el temor de que la hora se pase o quedarse dormida.

 

Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya empezaba el sábado.

Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes. (Lc 23, 50-56)

 

 

Esa noche iba a ser corta en horas y larga en espera. Ellas habían visto el lugar del cuerpo, y ahí volverían. Sabían que el cadáver no había tenido los cuidados necesarios, así que allí volverían apenas pudieran, a primera hora. No son tareas que se puedan demorar. Tampoco son cosas para andar contando por ahí. Irían ellas solas. Las amparaba la costumbre: son las mujeres las que lavan los cuerpos. Los otros se habían dispersado hacía rato; no parecía necesario ir a buscarlos para este último cuidado.

Están desveladas en la noche y la muerte. Si ya no hay nada que esperar, si este viernes selló la desilusión y la derrota, al menos que el maestro no quede como un olvidado sin sepultura digna. Que su fracaso no sea más fuerte que este amor que las despierta, para que, al menos, la muerte no se lleve la última devoción debida. Que no se diga después que el cadáver quedó a su suerte, sin cuidado y sin perfume.

 

Ellas esperaban encontrar un cadáver. Las muestras de amor que llevarían eran para un difunto: para lavar y embalsamar. Aunque Jesús hubiera hablado de Resurrección y Pascua, no parece ser esa expectativa la que las movía. Desveladas, en la noche y la tristeza, van al encuentro de la irreversibilidad de la muerte.

 

   

 

Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. (…) De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán». (Mt 28,1.9-10)

 

Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». (Mc 16,1-3)

 

 El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que ha-bían preparado. Ellas encontraron re-movida la piedra del sepulcro 3 y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. (Lc 24,1-2)

 

 

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro. (Jn 20,1)

 

Derroche de perfume comprado para nada. ¿Dónde dejaron fluir los aromas? Iban a embalsamar la muerte y se les cruzó la vida. No en la sutileza del perfume sino en la contundencia del cuerpo allí, de pie, delante de ellas. En la primera claridad de la mañana, la voz que inconfundiblemente se dirige hacia ellas. Otra vez la expectativa se trastoca. Esta vez, para el levantamiento inesperado.

 

Amorosa dedicación con la que ellas se levantaron de noche para encontrarlo. Amorosa dedicación con la que El se levantó de noche para encontrarlas. Para encontrarse con toda la humanidad desvelada de sus dolores, sus ansiedades y sus muertes. Lo que trae la primera hora de la mañana, el comienzo, el despertar. El corazón se descomprime y el aire tempranero anima y aligera. Se encuentra con ellas para despertarnos a todos.

 

Para compartir en grupo

 

En un clima de oración, podemos compartir algún momento de oscuridad o tristeza de nuestra vida, y en qué forma Jesucristo nos salió al encuentro en esa circunstancia.

Cantamos “Vive Jesús el Señor”.