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El amar mucho nos hace comulgar con el dolor del prójimo
viernes, 18 de agosto de 2006
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás dijo ésta parábola Jesús:-“Dos hombres subieron al Templo para orar, uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo de pié oraba en voz baja: – Dios mío te doy gracias porque no soy como los demás que son ladrones, injustos y adúlteros ni tampoco como ese publicano, ayuno dos veces por semana, pago la décima parte de todos mis bienes. En cambio el publicano manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo sino que se golpeaba el pecho diciendo: -Dios mío ten piedad de mí que soy un pecador. Les aseguro que éste último volvió a su casa justificado pero no el primero, porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
Lucas 18, 9 – 14
La oración de intercesión se sitúa en un nivel alto en la vida cristiana y su eficacia la coloca efectivamente en un orden aparte si es un signo particularmente elocuente de la increíble confianza que pone en nosotros el único Salvador de los hombres, el único intercesor. ¡Qué grande es el cuidado con que debemos prepararnos para entrar en éste modo de orar!. En primer lugar interrogándonos acerca de las disposiciones interiores con las que deberemos estar ejercitándonos en ésta oración. La primera disposición interior a la plegaria de intercesión que debe alentar nuestro interior es sin duda la disposición que hoy muestra el publicano de cara a la oración: la de la
humildad
. “
El orgullo es abominable como dice Jesús en Lucas 16, 15 a los ojos de Dios”
. Sólo la conducta humilde lo hace a uno agradable a Dios. “
El Señor
, dice Jesús,
se complace en los pequeños, en los humildes, y es a los pobres a quienes les otorga sus favores porque en éstos el reconoce a su Hijo, al manso y humilde de corazón
”. Cuanto más se impone a nuestro espíritu la humildad, cuando constantemente de manera indigna nos elevamos al cielo clamándole por lo que es nuestra necesidad de colaborar en la obra de Dios, Dios es el que obra en nosotros la gracia de la oración y también la gracia de la humildad. Estamos llamados a orar con actitud humilde al modo del publicano en el templo sin animarnos a levantar la mirada, y al mismo tiempo clamándole a Dios que tenga piedad de nosotros porque somos pecadores. No vamos a la oración de intercesión con la certeza de que Dios nos da lo que le pedimos con arrogancia ni mostrando chapa ni haciendo presencia con cartas de presentación, con una etiqueta que nos identifica: yo soy tal o cual, pertenezco a… , hago las veces de… , sino con ésta actitud: soy un pecador. Justamente en El peregrino Ruso se relata ésta actitud del hombre que comienza a buscar los caminos de la oración constante después de haber escuchado la palabra de Pablo: 1Timoteo, cuando dice oren siempre y constantemente. Esta oración de constancia nace del corazón del que peregrina dice el autor, cuando se dispone como el publicano en el templo a decir: -“ten piedad de mí Señor que soy un pecador”, es decir, con una actitud humilde, una actitud confiada. La humildad y la confianza son dos disposiciones pero también el temor de cara a Dios.
Humildad, confianza, temor, son las disposiciones para abrir nuestro corazón y disponerlo a la oración de súplica.
No solamente hace falta como disposición interior la humildad, hace falta también esa actitud de confusión interior, que no es oscuridad ni duda sino ese temor de Dios que expresa tan claramente el publicano delante del templo, en oración, cuando dice “soy un pecador” está haciéndose cargo de sí mismo y se da cuenta que no puede permanecer de pié delante de Dios por eso baja la cabeza y en esa actitud interior de recogimiento que nace del temor ante la presencia de la grandeza de Dios, el Señor va tomando el corazón y justificando al que en realidad se sabe pecador. Es una cierta confusión interior, o temor interior que está acompañado por la confianza. Acompañado por esa confianza que nos hace creer que a pesar nuestro y aún mucho más allá de nuestro mérito Dios actúa y obra aquello que hace falta orar y actuar en nuestra vida para alcanzar la plenitud. Es entrar en la dimensión de la gratuidad de Dios. Sólo cuando con humildad, con sencillez, confundidos interiormente pero no con la duda o la in-certeza sino con la confusión que nace de la grandeza de Dios y nuestra pequeñez. El don maravilloso del Dios providente, amante, misericordioso y nuestra falta de mérito para estar de cara a él, dejamos que Dios actúe y obre en nosotros aquello que El quiere hacer en nuestra vida. Esta es la actitud del publicano cuando dice La Palabra: “él no se atrevía a levantar los ojos”. No era que tenía vergüenza humana, era el temor interior de Dios, que no es el miedo que aparte. El temor de Dios, lejos de apartarnos, nos pone de cara a El, nos acerca más a El, nos hace más uno con El. En ese temor interior de Dios, el publicano levanta su súplica humilde y confiada diciéndole a Dios que actúe eso que Dios sabe que el tiene que hacer para que se cumpla en su vida el plan de Dios, el proyecto de Dios, y por eso pueda vivir y gozar de la Gracia de la redención. “Ten piedad de mí, soy un pecador”. Esta es la oración que el peregrino ruso repite por seis mil veces al día. “Seis mil veces al día” le enseñaron, al peregrino en la Filocalia el monje que fue a consultar, debía repetir ésta oración al ritmo de la respiración, hasta que se hiciera carne en él y Dios actuara sobre su vida obrando lo que nadie puede obrar por sí mismo y sólo Dios puede hacer en nuestra historia. Qué es lo que impide que nosotros entremos en esa dimensión: el orgullo, la soberbia, la incapacidad de confiar y de entregarnos a Dios en la súplica. Es una actitud interior de disposición con la que Dios nos quiere meter dentro de la oración de intercesión. No entramos a la oración de intercesión como a una obligación sino con una disposición interior de súplica, con humildad, confusión, temor de Dios. No pueden dejar de estar acompañados por una plegaria humilde, discreta pero profunda e inmensa a causa del gran amor que Dios nos manifiesta al compartir con nosotros sus designios al confiarnos su cumplimiento y al darnos la intercesión como medio.
Junto a la
humildad
, junto a ésta confusión que nace del
temor
interior de estar en la presencia de algo tan grande que uno no sabe sino ponerse chiquito delante de eso y al mismo tiempo con la
confianza
que le hace permanecer de pié, es el
Amor de Dios
con el que estamos invitados a conectarnos interiormente y al mismo tiempo en actitud de
Fe
y de
confianza
. La confianza y la fe, otras dos disposiciones interiores necesarias para la oración de intercesión.
La gracia de la humildad interior, la confusión que nace del temor de estar en la presencia de Dios y nosotros pobres criaturas de cara a El, como decía Teresa de Jesús: -“uno cuando entra a la oración debe saber quién con quién está hablando. Nos ubiquemos porque no podemos entrar de cualquier manera en la oración, por eso es bueno cuando entramos en oración hacer una reverencia ya sea que estemos frente al santísimo, sea que estemos frente a un altar, una cruz en nuestro hogar, hacer una reverencia en una actitud de quien conoce en presencia de Dios su pequeñez y también al mismo tiempo Su grandeza. Pero junto con ésta humildad y confusión, la confianza y la alegría en discreción interior. La confianza que nace de una fe que reconoce que Dios es capaz de hacer lo imposible. Allí donde nosotros no alcanzamos con nuestras fuerzas, con nuestro trabajo, no nos da con nuestra inteligencia, no podemos con nuestro esfuerzo ni con nuestra constancia, allí Dios obra lo imposible, haciendo lo posible. Es Dios. ¿Cómo obrar de verdad sin tener plena confianza a quien aquél uno se dirige, sin esperar obtener de El lo que nosotros no podemos conseguir por nosotros mismos?. Si no entramos así a la oración no podemos permanecer mucho tiempo en ella. Sólo permanecemos en la oración por largo tiempo cuando, metidos dentro de la oración, tenemos la plena certeza de que aquello por lo que estamos clamando al cielo el cielo lo está dando en ese momento aunque después se manifestará en el tiempo, se hará presencia cuando Dios disponga en su providencia como El mejor sabe que convienen. Mientras tanto nosotros con absoluta confianza oramos y clamamos al cielo para que se haga realidad lo que en nuestra oración estamos pidiendo. Pero más que cualquier otra forma de oración la confianza es necesaria para la intercesión y su objeto no es aún más inaccesible en razón de la libertad de aquello por quienes oramos sobre la cual sólo puede actuar la omnipotencia del Dios creador. Dios es el que actúa, Dios es el que obra, a nosotros nos toca sencillamente pedir, buscar, llamar. “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Esta repetición nuestra en la oración de intercesión resuena como los golpes dados a nuestra puerta para suplicarnos que oremos sabiendo por su propia experiencia cuanta alegría encuentra Dios en dar. La Gloria de Dios es nuestro gozo y es nuestra alegría. Confiemos, una confianza que debe llegar hasta la audacia, hasta el mismo descaro. Es una confianza como la de los niños que no limitan su clamor y su pedido. Es una confianza que debe hacernos perseverar en la plegaria con un incansable constancia, pese a la inutilidad aparente de nuestro intento y de no ver mágicamente respuesta en lo que pedimos, pero clamemos. El ejemplo de Abraham nos tiene que ayudar. Dice la carta a los Romanos en 4,18, “ El esperaba contra toda esperanza”. La confianza puesta así en la oración y crecida y aumentada en la oración de intercesión nos hace superar todas las contrariedades, las propias de desaliento, depresión, tristeza, desgano, sinsentido, y las que rodean el ambiente en el que nos movemos donde nos parece loco estar repitiendo una oración que parece no tiene sentido, valor. No hacemos la oración por lo que sentimos ni tampoco desde donde estamos sintiendo, lo hacemos por la fe que se mueve mucho más allá de las percepciones interiores y mucho más allá de las percepciones exteriores de ambiente. Oramos en confianza y sabemos que Dios escucha nuestra súplica.
Cuando la confianza es firme en aquello que pedimos nos nace en inmediatamente en la oración dar gracias por aquello que sabemos Dios otorga en el momento mismo en que lo estamos pidiendo. “
Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Sepan que lo que pidan el Padre se los va a conceder si en mí lo piden dice Jesús y unidos los piden
”. No solamente pedimos unidos sino que lo pedimos en Cristo, en Jesús y en el momento mismo que lo pedimos sabemos que Dios lo está otorgando por eso lo pedimos agradecidos. No es un pedido “por las dudas”, no es ese el modo interior ni la actitud con la que oro, es la actitud de quien sabe que aquello que pide eso mismo está recibiendo, por eso junto con la oración de petición, con la plegaria de súplica, estamos orando en acción de gracias. La acción de gracia está en quien intercede, como actitud, oramos alegres, felices en la intercesión. El gozo gana nuestro corazón, nuestra interioridad se llena de plenitud porque sabemos que lo que estamos pidiendo ya lo estamos recibiendo como respuesta de parte de Dios y por eso oramos agradecidos. Dios está dispuesto a salir al cruce de nuestra petición mucho más que eso, Dios la motiva a la petición, cómo no vamos a dar gracias si el mismo Dios está moviéndonos el corazón a pedir por lo que estamos pidiendo. Si El nos hace pedir por lo que estamos pidiendo es porque Dios sabe que El va a otorgar lo que estamos pidiendo y por eso damos gracias en el momento mismo en que lo pedimos. Nosotros no oramos porque desde una necesidad humana que tenemos pedimos “por las dudas”, cuando oramos verdaderamente “intercesión” oramos en discernimiento sabiendo que esto que pedimos hace falta para alcanzar plenitud de salvación en nuestra vida, oramos con confianza con la certeza en la confianza de que Dios otorga aquello que estamos pidiendo y por eso oramos intercediendo agradecidos. La intercesión y la acción de gracias van de la mano. ¿Cómo oramos entonces, con qué disposición? Como el publicano en el templo, con humildad, con el temor que nace del reconocimiento de la grandeza de Dios y nuestra condición de ser creaturas. Oramos también con la confianza de saber que aquello que pedimos el Padre nos lo da. Oramos en acción de gracias mientras pedimos, mientras confiamos, mientras esperamos, que es la otra disposición interior con la que somos invitados a orar, en espera de que Dios vaya en los tiempos de su providencia alcanzándolos aquello que nos hace falta para el momento justo, ni antes ni después. Dios no se demora, Dios no llega tarde, Dios siempre llega puntualmente. A nosotros puede darnos la impresión que Dios se olvidó, que Dios no se acuerda, que está demorado en su llegada. Dios es puntual, su llegada en medio nuestro es puntual y su presencia en nuestra vida es en el momento oportuno a lo que pedimos y por lo que clamamos, no llega tarde, ni antes ni después, llega justo en el momento en que hace falta, por eso oramos con la certeza de la puntualidad de Dios, en esperanza, en espera, que Dios llega a tiempo, a tu tiempo, a tu aquí y ahora, sencillamente pone tu reloj interior con el tiempo de Dios, con su Kairós, con su manifestación, y seguramente encontrarás que el ritmo de tu tiempo es el ritmo de los tiempos de Dios.
San Juan Crisóstomo escribió
“ no hay nada mejor que la oración y coloquio con Dios ya que por ella nos ponemos en contacto inmediato con El, y del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al recibir la luz así también nuestro espíritu al fijar su atención en Dios es iluminado con su luz inefable. Me refiero, claro, a aquella oración que no se hace por rutina sino de corazón, que no queda circunscripta a unos determinados momentos sino que se prolonga sin cesar día y noche. Conviene que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios de modo repentino en el momento en que nos dedicamos a orar sino hay que procurar también que cuando está ocupada en otros menesteres como el cuidado de los pobres, o las obras, como condimentadas con la sal del amor de Dios se conviertan en un manjar suavísimo para el Señor de todas las cosas, y también nosotros podemos gozar en todo momento de nuestra vida de las ventajas que de ahí resultan si dedicamos mucho tiempo al Señor. La oración es la luz del alma y verdadero conocimiento de Dios mediante éste encuentro entre El y nosotros”
La disposición de la humildad junto con la del temor interior y la confianza, unidas a la acción de gracias como la certeza interior de saber que aquellos por lo que estamos clamando Dios lo está derramando ya como bendición sobre su pueblo no pueden hacerse sino unidos desde el amor.
Es el amor en definitiva la gran disposición a orar intercesión.
Oramos súplica de intercesión desde el amor y ésta es justamente la gran disposición con la que Dios nos quiere vinculados a El en ésta oración. Se trata de un amor de compasión que nos hace comulgar con los sufrimientos de los demás, con sus angustias, con sus debilidades, con sus necesidades, con un espíritu hecho a la medida del prójimo, metidos en sus combates contra el mal, contra todo aquello que sea en nosotros en comunión unos con otros un obstáculo para la gracia de la salvación que nos hace llevar las cargas mutuamente y nos hace experimentar el peligro en el cual nos encontramos en medio de la lucha y el combate. Por eso es que nos unimos desde ese lugar clamando al cielo por ésta gracia que estamos pidiendo: que Radio María esté en cada lugar donde hay un hermano que no tiene esperanza, que no tiene alegría, que ha perdido la fuerza, que no conoce a Jesús, o que si lo conoce no lo vive interiormente, que para el es una idea en todo caso, que es un culto, que es una rutina, que Jesús es más bien una tradición pero que no es una vida que toca la vida. Ahí queremos llegar con el mensaje y el anuncio que el Señor nos confía y sabemos que hay disponibles caminos sólo que no está en nuestras manos poder recorrerlos sin la gracia que venga de lo algo. También pedimos que sean cobijados de una manera nueva estos hermanos del comedor San José. Esta es nuestra oración, ésta es nuestra súplica: creemos que el Señor ya tiene el lugar, creemos y sabemos que el Señor ya tiene las frecuencias. Esto que lo hacemos juntos y desde donde nos vamos alentando mutuamente en la oración con éstas disposiciones interiores Dios lo quiere para toda nuestra vida. Orar intercesión todos los días es una disposición que Dios quiere ir creando en el corazón para descubrirnos cuánto nos ama. Oramos amando como disposición interior pero más aún oramos sabiendo cuánto amor se nos tiene. Oramos en el amor y oramos desde el amor. Oramos porque Dios nos ama y oramos amando a Dios y a los hermanos por quienes oramos. La oración es la gran disposición interior. Cuando vamos a orar intercesión nos disponemos a amar
. Dice Santa Teresa de Jesús:-“
la oración no es otra cosa que amar y amar mucho
”. En la oración se trata de amar mucho.
Padre Javier Soteras
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