El amor de Cristo

martes, 27 de julio de 2021
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28/07/2021 – Dios ha querido mostrarnos su amor en un rostro humano, el de Jesús: “¡Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único” (Jn 3, 16). Jesús es “la imagen del Dios invisible” (Col 1, 15), y el Padre lo envió a nosotros “por el gran amor con que nos amó” (Ef 2, 4).  Si nos hemos encontrado realmente con Cristo podemos decir que “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Nuestro encuentro con Cristo nos permite creer en el amor, aunque hayamos tenido muchas desilusiones en la vida, aunque nos haya faltado el amor que necesitábamos. Mirando a Cristo en la Cruz, nos brota un sincero reconocimiento: “Me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). Porque su Cruz es la mejor palabra de amor que podríamos escuchar. Por eso santa Teresita de Lisieux decía: “Yo no comprendo a las almas que tienen miedo de un Amigo tan tierno”.

Es que Jesús mismo lo dijo: “Ya no los llamo servidores.Yo los llamo amigos” (Jn 15, 15). Santo Tomás de Aquino se preguntaba si realmente podemos ser amigos del Señor cuando hay tanta distancia entre él y nosotros. Entre el Dios infinito y nosotros, creaturas, la distancia es infinita. ¿Cómo puede haber una amistad? Pero aun si hablamos de Jesús en su humanidad, también la distancia es enorme porque él está plenamente transformado por la gracia y no hay ni siquiera un pequeño espacio de su ser que no esté inundado por la luz divina. ¿Cómo podemos ser amigos? Entonces santo Tomás de Aquino se pregunta cuáles son las características de una amistad, y responde: existe una amistad cuando hay una unión afectiva entre dos personas, que se valoran, se atraen y se sienten abrazadas por el afecto. Para que esto sea posible, es necesario que haya algo en común entre los dos y además los amigos se van haciendo más parecidos con el paso del tiempo. Debe existir también la capacidad de entregarse por el bien del otro. Pero para que sea amistad debe ser, claro, algo mutuo, no de una sola parte. Además, no debería ser un afecto pasajero, sino algo estable, duradero.

Pues bien, la amistad con el Señor, que parece imposible, es posible por la gracia del Señor, porque su gracia nos transforma y nos eleva infinitamente, y de ese modo hace posible nuestra unión con el Señor. La gracia nos hace dar un salto infinito, y logra que tengamos mucho en común con el Señor, que esa relación sea mutua porque lo amamos a él con el mismo amor con que él nos ama. Esa gracia también hace que nosotros nos entreguemos por Cristo como él se entregó por nosotros y logra que nuestra relación sea estable y no el afecto de un instante.

A través de Jesucristo entramos en amistad con la Trinidad. Cristo nos dice: “Como el Padre me amó, yo también los amé a ustedes” (Jn 15, 9). Y le dice al Padre: “Que el amor con que tú me amaste esté en ellos” (Jn 17, 26). Es decir, abrazados a Cristo entramos en el seno de la Trinidad y quedamos envueltos por ese amor infinito.  Esto no es una obra nuestra, en algo tan grande se trata de dejar que él actúe en nosotros, dejarnos atraer y atrapar por su amor. San Juan de la Cruz explicaba que “es Dios el principal amante, que con la omnipotencia de su abismal amor absorbe al alma en sí con más eficacia y fuerza que un torrente de fuego a una gota de rocío”.