El amor en el servicio

lunes, 23 de enero de 2012
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Muy buenos días hermanos oyentes de Radio María, seguimos avanzando  en este camino de la catequesis, preparando nuestro corazón y dejándonos iluminar con las enseñanzas del Santo Padre a través de la Encíclica "Deus caritas est" Dios es amor, hoy estaremos concluyendo con la reflexión y la meditación sobre este documento.

 

Este documento tan hermoso que el Papa nos ha dejado y seguimos con el ejercicio del amor por parte de la Iglesia. La Iglesia como comunidad de amor que ejerce la caridad en este mundo tan herido y lastimado.

 

Quisiera comenzar hoy con el texto de la primera carta a los Corintios en el Capitulo 13, versículo 1

 

Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe.

Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy.     

Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.         

El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla.      

No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo.     

No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad.      

Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.   

El amor nunca pasará.

Palabra de Dios.

 

El Papa Benedicto XVI nos invita a encarnar esta palabra con nuestros gestos, dentro de la Iglesia y fuera de la Iglesia. El amor debe  ser el motor que mueve nuestras acciones, el amor nos debe  llevar a buscar al hombre necesitado, a no esperar a que se nos presente una situación para servir. Nosotros estamos llamados a vivir como el mismo Cristo. Jesús nos muestra en su vida, su palabra y su obra, que el ha venido a buscarnos. Él ha salido a buscar y a salvar al que estaba perdido. Él ha venido a mostrarnos la verdadera identidad del ser humano y es ser hijos de Dios. Hoy el Señor nos invita a comprometernos, a observar y a estar atentos a la realidad que necesita de la presencia de Dios a través de nuestra oración, de nuestras acciones, de nuestros gestos.

 

Por eso la consigna para hoy  es: ¿Frente a qué situaciones de necesidad y sufrimiento el Señor te llama a servir

 

Quizás  tenés la experiencia de trabajar con los ancianos, quizá  en los orfanatos, quizá te impacta ver los jóvenes con adicciones o con dificultades en su familia, en un estado de depresión, quizás los adolescentes en riesgo,  quizás la pobreza,  los enfermos, los presos.

Hay tantas situaciones de dolor y de necesidad en las cuales el Señor nos llama a gritos para que  a través nuestro se haga presente su caridad, ese amor que  renueva, ese amor que salva.

Nosotros queremos ver la realidad con los ojos de Dios, queremos sentir con los sentimientos de Jesús, queremos correr y caminar  con sus pies y servir con sus manos, por eso podemos orar y decirle Señor, dame tus ojos quiero ver, dame tus palabras quiero hablar, dame tus manos para servir, dame tus pies para ir hacia aquellas personas que están pasando un momento de necesidad, de sufrimiento, de dolor.

Que nuestra vida entonces sea una respuesta de amor al sufrimiento que hoy es el llamado de Dios en este mundo.

 

 

El Papa nos empieza a compartir en la última parte de la Encíclica, que han aparecido distintos modos de responder al dolor que experimenta la humanidad. También nos dice que los medios de comunicación han hecho este mundo más pequeño acercando a los hombres y sus culturas,  se han acortado las distancias y si bien este estar juntos suscita incomprensiones y tensiones, el hecho de que ahora se conozcan de manera más inmediata las necesidades de los hombres es también una llamada a compartir situaciones y dificultades. Es difícil no enterarse de ciertas situaciones,  dolores y sufrimientos que atraviesa la humanidad, por eso se transforma en llamada de Dios y Dios llama a servir y a hacer presente entonces su acción salvadora de misericordia, su caridad, su amor, su ágape.

 

La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y a todas sus necesidades, el Papa nos dice que se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los sistemas modernos para distribución de comida y ropa.

 

Los avances tecnológicos realmente sostiene de una manera especial este acompañamiento de la Iglesia, esta obra en la que ejerce la caridad y también en muchas instituciones que no son eclesiales.

 

En esta situación han surgido numerosas formas nuevas de colaboración entre entidades estatales y eclesiales, que se han demostrado fructíferas. Las entidades eclesiales, con la transparencia en su gestión y la fidelidad al deber de testimoniar el amor, podrán animar cristianamente también a las instituciones civiles, favoreciendo una coordinación mutua que seguramente ayudará a la eficacia del servicio caritativo.

También se han formado en este contexto múltiples organizaciones con objetivos caritativos o filantrópicos, que se esfuerzan por lograr soluciones satisfactorias desde el punto de vista humanitario a los problemas sociales y políticos existentes. Un fenómeno importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusión de muchas formas de voluntariado que se hacen cargo de múltiples servicios.  A este propósito, quisiera dirigir una palabra especial de aprecio y gratitud a todos los que participan de diversos modos en estas actividades. Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no sólo algo, sino a sí mismos. De este modo, frente a la anticultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en la droga, se contrapone el amor, que no se busca a sí mismo, sino que, precisamente en la disponibilidad a « perderse a sí mismo » (cf. Lc 17, 33 y par.) en favor del otro, se manifiesta como cultura de la vida.

 

En el fondo, el aumento de organizaciones diversificadas que trabajan en favor del hombre en sus diversas necesidades, se explica por el hecho de que el imperativo del amor al prójimo ha sido grabado por el Creador en la naturaleza misma del hombre. Pero es también un efecto de la presencia del cristianismo en el mundo, que reaviva continuamente y hace eficaz este imperativo, a menudo tan empañado a lo largo de la historia.

 

Estamos llamados a transformar el dolor en servicio, nuestro sufrimiento en servicio.  Este continuo crecimiento de instituciones, de voluntariados explica que el  amor al prójimo está grabado en la naturaleza  de cada ser humano  y también la Iglesia con su testimonio, con su ejemplo siempre ha generado espacios para el cuidado de tantas personas que en otros ámbitos son abandonadas.

 

¿Desde dónde te está llamando Dios a servir?

 

Nos dice el Papa Benedicto en su Encíclica:

En este sentido, la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana. Por tanto, es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes. Pero, ¿cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial?

 

Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. Las organizaciones caritativas de la Iglesia, comenzando por Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos. Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).

 

 

La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita.

A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un « corazón que ve ». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares.

 

Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. Y, sabe —volviendo a las preguntas de antes— que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor.

 

 

Nos dice Benedicto XVI que respecto a los colaboradores de la Iglesia, deben ser personas  movidas por el amor de Cristo. Las personas que sirven deben ser personas cuyo corazón ha sido conquistado por el amor de Cristo, así como dice San Juan en su primera carta, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amar a nuestros hermanos.

 

los colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la caridad en la Iglesia, ya se ha dicho lo esencial: no han de inspirarse en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda carta a los Corintios: « Nos apremia el amor de Cristo » (5, 14). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. El colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo. Por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y de Cristo y, precisamente por eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente.

 

La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona.

 

Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia.

 

A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: « Nos apremia el amor de Cristo » (2 Co 5, 14).

 

A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: « Nos apremia el amor de Cristo » (2 Co 5, 14).

 

El cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo. La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas. Una actitud auténticamente religiosa evita que el hombre se erija en juez de Dios, acusándolo de permitir la miseria sin sentir compasión por sus criaturas. Pero quien pretende luchar contra Dios apoyándose en el interés del hombre, ¿con quién podrá contar cuando la acción humana se declare impotente?

 

Vamos terminado este acercamiento que hemos querido tener hacia la carta Encíclica "Dios es amor" del Papa Benedicto XVI  y en la conclusión el Papa toma como modelo a los Santos, hace alguna descripción por los elementos importantes que estos Santos han ofrecido en la Iglesia, respecto al servicio de la caridad pero entre los santos sobresale María, la madre de Jesús que es el espejo de toda la santidad.

El evangelio de Lucas, la  muestra bastante atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel para atenderla durante el embarazo y con ello María expresa todo el programa de su vida. María no se pone a sí misma en el centro y no dejar espacio a Dios, a quien encuentra en la oración como en el servicio al prójimo. Solo entonces el mundo se hace bueno, María  es grande porque quiere enaltecer a Dios en lugar de sí misma. Ella es humilde, no quiere ser sino la  sierva del Señor "háganse en mí según tu palabra", "yo soy la esclava del Señor",  sabe que contribuye a la  salvación del mundo, no con una obra suya  sino poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. María es una mujer de esperanza solo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel. María es una mujer de fe, en el Magníficat María habla y piensa con la palabra de Dios, así se pone  de manifiesto que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios,  que su querer es un querer con Dios y al estar íntimamente penetrada por la palabra de Dios, puede convertirse en madre de Jesús.

 

Nos dice el Papa, María es una mujer que ama, cómo podría ser de otro modo como creyente que en la fe piensa con el pensamiento de Dios, quiere con la voluntad de Dios, no puede ser mas que una mujer que ama. Lo intuimos en los gestos silenciosas que nos narran los relatos de los evangelios de la infancia de Jesús cuando guardaba todas las cosas en su corazón, la prontitud para encontrar a su hijo, lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad  en la que se encuentran los esposos y lo hace presente a Jesús, lo vemos en la humildad con que acepta ser olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la  madre llegará en el momento de la cruz que será la verdadera hora de Jesús.

 

En María  encontramos el modelo del servicio en la caridad. Si estás sirviendo en alguna de la cantidad de forma que la Iglesia tiene, hay que hacerlo con humildad, no te olvides que el mundo no necesita cosas materiales pasajeras, tenés que dar tu corazón.

 

Yo quisiera despedirme de esta hermosa semana de catequesis, quisiera terminar con una frase de San Agustín y de la Madre Teresa.

 

San Agustín decía, "Ama y has lo que quieras, calla y callarás con amor, si gritas, gritarás con amor, si corriges, corregirás con amor, y perdonas, perdonarás con amor"

y la Madre Teresa de Calcuta dice: "El amor para que sea auténtico debe constarnos" "Ama hasta que duela, si te duele es buena señal" " El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor,  el fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz"

"No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz"

 

Que el Señor los bendiga, muchas gracias