El amor limpia la mirada para la accion misionera

jueves, 14 de octubre de 2010
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Evangelio según San Lucas 11,37-41

 

Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa.

El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer.

Pero el Señor le dijo: «¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia.

¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?

Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro.

 

1.Un invitado disconforme

 

Dentro del contexto de una comida de Jesùs en casa de un fariseo, coloca Lucas sorprendentemente una serie de seis invectivas de Jesus contra los fariseos primero y los escribas después. El motivo es la hipocresía, que constituye la levadura de los fariseos, de la que los discípulos deben guardarse (Lc 12,1).

El evangelio de hoy es una introducción a esos seis inquietantes ¡ay de ustedes!, en que mezcla el dolor y la indignación, la maldición y la condena del juicio mesiánico de Jesùs. La ocasión se presenta cuando al sentarse Jesùs a la mesa del fariseo que lo invitò a comer en su casa, no se atuvo a las abluciones rituales, es decir, no se lavò las manos. Algo que sorprendió al anfitrión. Entonces el señor le dijo: “Ustedes los fariseos limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosan de robos y maldades.

Frente a su hipocresía Jesùs hizo notar que no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón (7,21 s). Es el corazón del hombre y de la mujer, es decir, el núcleo màs ìntimo de la persona, sus intereses y criterios, actitudes e intenciones, lo que hay que convertir en primer lugar. Y luego, de un corazón convertido brotaràn el bien y las buenas acciones.

Eso es lo que quiere decir la expresión de Jesùs con que concluye el evangelio de hoy: “¡Necios! Den limosna de lo de dentro y lo tendrán limpio todo”. La limosna los dejarà màs puros que sus repetidas e inútiles purificaciones. Porque lo que el hombre retiene egoístamente para sì mismo, lo hace impuro ante Dios; en cambio, lo que comparte con los hermanos necesitados, incluida su propia vida, es lo que lo hace puro y limpio ante el Señor.

 

 

2.Dar y darse de corazón

 

Los ritos, como mediaciones visibles entre lo sagrado y el hombre, han sido y son comunes a toda religión, porque en esos gestos simboliza, ve el hombre contacto con la divinidad. El peligro es absolutizar la mediación de los ritos, que vienen asì a ocupar el primer puesto en la esfera religiosa, relegando al olvido las las actitudes personales del creyente.

Eso hicieron los guìas del pueblo judío en tiempo de Jesùs. De tal modo primaron la mediación de los ritos exteriores, como purificaciones y ayunos, ley y tradiciones, sábado y diezmos, votos y ofrendas, que anulaban las disposiciones interiores del corazón como determinante primero de la comunión del hombre con Dios.

El constitutivo esencial de la religión, según Jesùs, no son las mediaciones de lo sagrado, ni sus símbolos màs o menos opacos, sino la adoraciòn a Dios en espíritu y en verdad que èl inaugurò con su ejemplo personal y su mensaje.

La esencia del fariseísmo rabínico y del moralismo legalista es situar a Dios por la ley, reemplazando la adoraciòn por el ritualismo. La seguridad de conciencia que de aquí se sigue no es màs que un espejismo miope, porque aboslutizando la ley se pierde por completo la perspectiva religiosa y la alegría evangélica.

Para el cristianismo la ley no es un ente autónomo, un tirano prepotente que exige obediencia incondicional siempre y en todo lugar. Esa ley no libera ni salva al hombre. La Ley del creyente, del nuevo adorador del Padre en espíritu y en verdad, es Cristo mismo, Jesùs en persona. Èl es la nueva y única mediación liberadora entre Dios y el hombre. Su ley se resume en el amor a Dios y al hermano; ley que no tiene lìmites ni fronteras. Por eso es el amor la planitud de la ley; y por eso es la fe que actùa por la caridad la fe que nos salva.

 

 

3.De la superficialidad a la sabiduría del amor

 

Esta es una invitaciòn a descubrir a Jesùs en las formas sencillas de su presencia: en los pobres, en las cosas que nos pasan cada dìa, en los miembros de nuestra comunidad.

Si aceptamos que Dios nos habla en su Palabra, allì encontramos el mandamiento del amor al pròjimo. Su Palabra nos dice que quien està en la luz pero no ama a su hermano, està todavía en las tinieblas” (1 Jn 2,9), y que “el que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14).

Si alguien quiere salir de la superficialidad y ser una persona “profunda”, su camino es el amor a los hermanos. No hace falta buscar caminos extraños o misteriosos, es màs simple de lo que muchos creen.

Si no me encuentro con los demàs, si no los amo, si no busco su felicidad, entonces nunca alcanzarè la profundidad. Si soy capaz de salir de la queja, de la crìtica inútil, del egoìsmo, y doy el salto del amor para encontrarme con los otros, entonces se disipan las tinieblas y puedo ver con claridad.

Un acto de amor es lo màs profundo y noble que puede vivir un ser humano. Un acto de amor es mucho màs sabio que un pensamiento maravilloso.

A veces nos engañamos creyendo que la profundidad es sòlo un sentimiento interior, una sensación. No es asì. Simplemente sentir una especie de cariño, o sentir compasión por los pobres, no basta para alcanzar la verdadera profundidad. Eso puede quedarse en el nivel superficial de las sensaciones, de la emotividad.

El verdadero amor es una salida generosa de sì mismo, es un impulso que nos mueve a unirnos a los demàs buscando la felicidad de ellos. Si no es asì nos quedamos en la càscara de las emociones y no alcanzamos ninguna profundidad real.

El amor que nos hace sabios es sobre todo salir al encuentro de las necesidades reales de los demàs. No es un idealismo, porque las necesidades de los demàs son reales. No es darle al otro lo que yo imagino que necesita, sino lo que el otro realmente està necesitando.

El amor que nos hace sabios es el que nos hace capaces de salir de nuestro mundo al mundo de los otros, de la pasiòn por sentirnos bien a la pasiòn del servicio, de la disponibilidad que es lo contrario de los que parecen tener siempre un cartel en la frente que dice “No molestar por favor”.

El ser humano sabio y profundo està liberado de estructuras, esquemas y agendas, y parece estar siempre preguntando. “¿Què necesitas”.

En lugar de pensar y lamentarse por dentro diciendo: “esta persona me està molestando”, un cristiano profundo aprendiò a decir: “esta persona me necesita”.

Miremos a Jesùs. Èl iba camiando con un rumbo claro y con un proyecto. Parecìa que no valìa la pena que se detuviera en cosas pequeñas. Por eso, cuando un ciego gritaba al lado del camino, los discìpulos trataban de hacerlo callar, para que no interrumpiera al Maestro. Pero el Maestro reaccionò como todo hombre sabio y profundo. Se detuvo. Èl tenìa sus proyectos. Pero se detuvo ante lo sagrado de un ser humano despreciado, y le preguntò: “¿Què quieres que haga por tì?” (Lc 18,41).

¿Acaso Jesùs no tenìa cosas que hacer? Seguramente. Pero no estaba atado a una agenda ni a un horario intocable cuando se presentaba un ser humano con una necesidad real. Èl mismo dijo: “Yo no he venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28).

Hay quienes estan tan ocupados con gimnasia, el tiempo de relajación, las lecturas de autoayuda que ya no les queda tiempo para detenerse ante nadie. Eso està realmente lejos de la sabidurìa. Porque el ùnico camino de la verdadera sabidurìa es el amor

La persona sabia ha renunciado a defenderse a sì misma en las paredes de su propio yo, y aceptar entrar en comunión con los demàs para formar un Cuerpo, donde todos los miembros se preocupan unos de otros (1 Cor 12).

 

 

Funte bibliográfica:

“Para liberarte de la superficialidad y de las máscaras“ P. Víctor Manuel Fernandez