19/05/2025 – ¿El amor se puede mandar? Una pregunta profunda que nos invita a reflexionar sobre la esencia misma de este sentimiento y su rol en nuestra vida cristiana. En el ciclo «Peregrinos de esperanza», el Padre Pablo Savoia, licenciado en teología dogmática y evangelizador digital, nos acerca una perspectiva iluminadora a través de esta inquietud.
El Padre Pablo comienza su reflexión conectando la partida de alguien con su legado, una relación que a veces se torna conflictiva, como en las disputas familiares por herencias. Sin embargo, también puede ser un momento para recoger el «guante» y reflexionar sobre el legado de figuras importantes, como el Papa Francisco. Esta reflexión sobre el legado se extiende a nuestra propia vida y a la pregunta sobre qué dejamos tras nuestra partida física.
Compartiendo una experiencia personal conmovedora sobre el cáliz de su ordenación, un regalo inesperado de un sacerdote amigo poco antes de su fallecimiento, el Padre Pablo nos introduce en el misterio del límite de la muerte y la pregunta por lo que dejamos.
Aplicando esta reflexión a Jesús, el Padre Pablo nos recuerda que el Señor era plenamente consciente de que «había llegado su hora», como se explicita en el Evangelio de Juan. La Última Cena, que se desarrolla a lo largo de varios capítulos, se convierte en un discurso de despedida, un momento para dejar un legado espiritual a sus discípulos. Este gran legado, nos adelanta, es el Espíritu Santo.
En este contexto, el texto litúrgico nos presenta la glorificación de Jesús. El Padre Pablo nos explica que, para Juan, la gloria de Dios se manifiesta paradójicamente cuando el Hijo del Hombre es levantado en alto, en la cruz. Esta gloria no tiene que ver con el éxito o el poder, sino con la entrega de la propia vida. La palabra griega para gloria, «doxa», también evoca algo con peso, con sustancia. Esto nos invita a reflexionar sobre las glorias vacías que a veces buscamos y a volver la mirada al Señor, la verdadera gloria, buscando en nuestra vida lo que tiene verdadera sustancia.
La segunda propuesta de este discurso de la cena es el mandamiento del amor: «Ámense los unos a los otros, así como yo los he amado». Aquí surge la pregunta central: ¿se puede mandar el amor? Si entendemos el amor como un simple sentimiento, la respuesta es no. Los sentimientos no son modificables por la sola voluntad. Hay personas que nos caen bien y otras que no, y eso en sí mismo no es ni bueno ni malo, siempre y cuando nuestras acciones hacia ellas sean correctas. No nos confesamos de sentimientos, sino de las acciones que elegimos realizar a partir de ellos.
Sin embargo, el Padre Pablo nos invita a considerar si el amor cristiano es solamente un sentimiento. Él propone que el amor cristiano es, ante todo, una opción: la opción de querer el bien posible para el otro. Y una opción sí se puede elegir libremente. A veces esta opción estará acompañada de un sentimiento positivo, pero otras veces no. Por ejemplo, cuidar a un enfermo puede no ser placentero, pero el amor como opción nos impulsa a hacerlo por el bien del otro. El pecado de omisión, en este caso, sería decidir no hacer ese bien posible.
El amor cristiano, como opción por el bien del otro, se diferencia de un mero voluntarismo porque brota de una experiencia previa: el don del amor de Jesús que hemos vivido. No es un mandamiento impuesto desde afuera, sino una invitación a compartir el amor que ya hemos recibido.
Esta vivencia del amor es el criterio fundamental para reconocer a los discípulos de Jesús: «En esto reconocerán que son mis discípulos: en que se aman unos a otros». Más allá de las experiencias espirituales elevadas, el amor concreto y la búsqueda del bien del hermano son la prueba de una espiritualidad sana y verdadera. La fe es vínculo con Jesús, y de ese vínculo de amor brota nuestra opción por el bien del otro.
Finalmente, el Padre Pablo nos anima a que esta opción por el bien posible del otro nos impulse en la esperanza, buscando caminos donde el Señor siga haciendo fecundo nuestro caminar, esperando el gran legado del Resucitado: su Espíritu Santo.
En el cierre, se subraya que el amor cristiano va más allá del sentimiento, abarcando la voluntad y el entendimiento. La madurez del amor incluye todas las potencialidades del ser humano y nace de la experiencia de ser amado por Dios. No se puede imponer el sentir, pero sí se nos invita vehementemente a vivir ese amor que ya reside en nuestro interior, incluso cuando no lo sintamos. La invitación final es a vivir el amor como hemos sido amados.