El antídoto contra el veneno de la ansiedad – parte II

lunes, 29 de junio de 2009
image_pdfimage_print

Todos, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestra vida tenemos esta prisa interior que nos da vuelta, que gira en nuestro corazón y que, a veces, nos impulsa a girar también en torno al ritmo que ella lleva en nuestro interior. La sufren los estudiantes, los niños, los grandes, los abuelos. Y esto verdaderamente repercute en nuestra forma de vida.
Gracias a Dios que siempre tiene una palabra para nosotros y yo quiero compartírtela. Nos dice en Ecli., 3: “No pretendas lo que te sobrepasa. Hijo, no te preocupes en demasiados asuntos porque así no terminarás bien. Por más que corras, no alcanzarás”.
Creo que es común esta experiencia de que cuando hay ansiedad, hay desorden, confusión y esto se opone a la paz que el Señor quiere que nosotros tengamos. Y este desorden no nos hace para nada bien. Y en realidad, cuando queramos ordenar nuestro interior, no lo vamos a poder hacer si no nos paramos en un fundamento concreto, básico, sólido que nos permita encontrar la serenidad. Y ese lugar es la paz de Dios.
Muy lindo, muy claro- me podrás decir vos-pero, a veces, preferimos la ansiedad. Es como el estado nervioso de un nerviosismo que está adentro, es algo normal para poder conducirme en la vida, generar muchas tareas porque me lo requiere constantemente el trabajo, la casa. Me tengo que levantar temprano, levantar a los chicos, cambiarlos, darles el desayuno, preparar todo para que salgan porque viene el transporte, a mi marido debo prepararle el desayuno, lavar los platos…Son muchas tareas y esto forma parte de la vida. El tema es que no se termina haciendo nada con verdadera calidad. Es bueno, por ahí, analizar y ver con qué calidad voy haciendo cada una de las cosas que realizo a lo largo de mi día.
Puede pasar también que, como quiero hacer todo rápido, incorporo muchas tareas y actividades, quizás también me puedo preguntar: “¿de qué estoy escapando? ¿O de qué dificultad me puedo librar? ¿Qué es lo que no quiero asumir?”. Y allí poder encontrar la calma que en realidad no la puedo encontrar porque creo que, si busco muchas actividades para hacer, voy tras esa paz que, supuestamente me da el creer que he hecho y estoy pleno en todo lo que hago. En realidad, si no tenemos calma, no podemos gozar intensamente de ninguna tarea y de ninguna cosa. Y la verdadera paz es poder disfrutar con intensidad todo lo que la vida nos ofrece, todo lo que la vida me ofrece: desde levantarme temprano, aunque me moleste tener que preparar el desayuno, a los hijos, la camisa que preparé anoche que tengo que ir a buscar en la otra pieza, que falta planchar, que están remoloneando en la cama. Todas estas cosas están y Dios las dispone para que las puedas disfrutar. La clave es que con la ansiedad pasan por arriba. Si yo llego al fin del día y me pregunto “¿En qué momento he podido disfrutar con intensidad de la vida?”. Te invito a que te hagas esa pregunta esta noche cuando te vayas a dormir: ¿En qué he disfrutado intensamente? ¿O he sentido que mi corazón ha saltado de un lado para otro por la cantidad de actividades? He estado haciendo todo, pero, en realidad y en verdad, no he concretado en mi corazón nada que pueda disfrutar. La consigna es simple, nos permite hacer un stop en la vida cotidiana. Sería la frase esta: puedo encontrar calma y orden en mi corazón cuando…- te puedo compartir la mía- tengo una conversación detenida con mi esposa. Puedo encontrar calma y orden en mi corazón cuando me encuentro con el Señor orando. Puedo encontrar calma y orden en mi corazón cuando miro a mi hijo cuando él duerme. ¿Cuál es tu frase? puedo encontrar calma y orden en mi corazón cuando… y ahí le agregás en donde vos encontrás calma y orden en tu corazón. Vas a ver que hay muchas más cosas que podemos percibir cuando nosotros tenemos atención.

Esta paz de la que hablamos seguro que en algún momento de tu vida la pudiste experimentar es a lo que apuntamos en la consigna. Cuántas veces a través del corazón de otra persona nos podemos reconocer. La paz y la gracia de Dios pueden estar en interior si nosotros apostamos para que ellas puedan ingresar en nuestro corazón. Es el mismo Dios. Él no es monotonía ni aburrimiento. Un corazón que está lleno de Dios- y de eso hablan muy bien los santos- está bien despierto atento a la vida y pude siempre atravesar las distintas situaciones más torrentosas, más tormentosas en una paz y en una tranquilidad que no se está escapando de la realidad, sino que está asentada en una clara confianza en el poder de Dios.
Esto de lo que estamos hablando es aprender a confiar en la Providencia Divina, no en algunos casos, sino como un estilo de vida. Un estilo de vida basado en la Providencia. Este Dios que se adelanta y que nos da todo lo que necesitamos. Pero que también la Providencia se manifiesta en nuestro “sí”, en nuestra apertura, por ejemplo, a no estar esclavos de nuestros planes. Me pasó hace muy poco aferrarme a una idea, a unos proyectos y haberme encontrado con que la realidad me decía otra cosa. Y yo estaba sufriendo con la ansiedad de que eso se cumpliera porque me había tomado de ese lugar, de esos proyectos que no eran míos. Y Dios me invita constantemente a ser flexible en eso.
Esta paz también la podemos ir logrando si vamos seleccionando nuestras tareas y dejando para después lo que puede esperar. Esto es también un ejercicio. Si yo no tengo este ejercicio cotidiano y constantemente voy tomando lo que me viene y no me organizo- y para organizarme necesito un momento de silencio, más que de descanso, de reflexión- obviamente, mi corazón, cuando llegue el final del día, va a estar exhausto, pero vació. Podemos llegar exhaustos, cansados y bien llenos o cansados y vacíos de todo.
“Cuidado, Cristian”, me dice el Señor a mí. Creo que a vos te dice también. La ansiedad te puede convertir en una persona superficial, justamente esa persona superficial a quien vos aborreces. Aquélla que se queda en lo efímero. La ansiedad nos va llevando, al pasar de una cosa a otra y de otra a otra, caer en la superficialidad porque no caemos en la profundidad de nada. El corazón ansioso no es capaz de detenerse en nada porque, quizás, no soporta la quietud interior o no está acostumbrado. Y también, si no soporta esta quietud interior, cuán poco puede estar atento para escuchar a Dios. Y si no se escucha a Dios, menos aún se va a poder gustar del sabor más agradable que tienen las cosas. Puedo encontrar calma y orden en mi corazón, ¿cuándo?

“No se inquieten por su vida pensando qué van a comer ni por su cuerpo pesando con qué se van a vestir. ¿No vale más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan ni acumulan en graneros; sin embargo, el Padre que está en el Cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?”. Éste es Mateo 6, 25-27. Cómo nos habla de la Providencia. Me vino al corazón esta Palabra, por eso, quería compartírtela, para ir descubriendo esta otra cara de la ansiedad, este lugar desde el cual el Señor nos invita a buscar esta profundidad interior y esta paz: “Confía, Yo estoy con vos, al lado tuyo. No temas, Yo te voy a acompañar”.
Venimos hablando de la ansiedad, de cómo encontrar calma en nuestro corazón, dimos algunos ejemplos, pero ¿y Jesús? ¿Cómo fue en Jesús esto de la ansiedad? Nosotros sabemos que en Él todo es perfección y armonía y en Él la vida es intensa y con calma, al mismo tiempo. ¿Te fijaste? Es intensa, pero con calma. Profunda y con calma. Me quedé pensando en esto: es intensa y con calma. A veces, creemos que porque hacemos muchas cosas, realizamos muchas actividades, hablamos con mucha gente, cerramos muchos negocios, juntamos mucho dinero, estamos en distintos lugares, hemos viajado por aquí y por allá, ha sido intensa nuestra vida. Quizás no. La intensidad no depende de la cantidad de actividades, sino de cuánto he puesto mi corazón en cada actividad.
La vida de Jesús ha sido sin prisa, pero sin pausa. El Señor ha estado por amor, con confianza, sometido a la Voluntad del Padre. Una sumisión de amor que le permitía a Él entregarse por entero a cada actividad que Él hacía sin anticiparse a nada. Incluso si recordamos, Él pasó toda Su vida trabajando como carpintero, en el silencio y la sencillez de la vida de Nazareth. Jesús tenía poder cambiarlo todo. Sin embargo, no tenía prisa y fue aceptando con humildad los procesos y el tiempo, este espacio que le tocaba tener, que era el trabajo oculto y simple, allí en un pequeño pueblo. Nada de ansiedad, todo a su tiempo. Incluso, no fue ansioso con Sus discípulos y la verdad que eran duros de entender. Varias veces lo decía, lo expresaba: se dormían en la oración, querían llevarlo por otro camino. Sin embargo, Jesús soportando con paciencia las imperfecciones, la ignorancia, la infidelidad de sus discípulos, hasta sus vanidades, porque sabía que el crecimiento de las personas, de cada uno de ellos, llevaba tiempo. Y Jesús respetaba este proceso.
Te invito a que puedas preguntarte cómo sos con tus amigos, con tus familiares, con tus compañeros. ¿Tenés paciencia con sus defectos, con sus vanidades, con su ignorancia, con sus imperfecciones, con aquello que te molesta claramente de ellos? ¿Soportás con paciencia su infidelidad en torno al amor que te debería tributar y no lo hace? ¿Al egoísmo que, a veces, anida en su corazón? Esto es un gran acto de misericordia que el Maestro, el Señor, nos mostró que lo hizo. ¡Y vaya que cuesta! Pero Él nos propone este camino, el camino de no ser ansiosos co quienes tenemos alrededor nuestro.
Es hermoso descubrir cómo Jesús puede detenerse un largo rato con Nicodemo, darle tiempo a la samaritana para que vaya descubriendo quién es Él o compartir el descanso con los hermanos de Betania. Jesús le regalaba sinceramente ese tiempo de atención y de amable diálogo. Tal vez sea un buen momento para orar a Jesús diciéndole “Gracias, Señor mío, porque también para mí dispones de ese tiempo y de ese amor atento”. El resto puede esperar, somos libres para elegir cada momento de nuestra vida y cada momento de nuestra entrega haciendo caso a los llamados de Dios. Podríamos hacernos la pregunta o la reflexión de que así como exijo tiempo completo a Dios, ¿nuestros planes son todos ofrecidos y acordes a Su Voluntad, ofrecidos a Él? Jesús invitaba a Sus discípulos a prestar atención, a contemplar las cosas y la vida con amor, a percibir el mensaje de la naturaleza. Lo que te proclamaba recién de la Palabra: “Miren los lirios del campo, el sol de cada día o la lluvia, las flores, la salud”. Te Señor te invita también a que vos puedas contemplar a tu alrededor y no dejar que pasemos de una cosa a otra constantemente y disfrutar con intensidad, poder encontrar calma y orden de nuestro corazón, ¿cuándo?

Infaltable modelo para nosotros es nuestra Madre María. Nos dice el Evangelio de Lucas: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19).
No puedo terminar de imaginarme cuántas cosas pasaron por María en menos de un año: Anunciación, Visitación a su prima, tenerlo a Jesús, que vengas los pastores, los Reyes Magos. Todas estas cosas y después más todavía: cuando llegó a presentar al Niño le dijeron que una espada iba a atravesar su corazón. ¿Qué pasó con esto? La Madre, a pesar de todo esto que iba viviendo- lo dice la Palabra- “Guardaba todo y lo meditaba”. Es claro que lo hacía con Dios. Es claro también que, a pesar de todas las cosas que le podría haber producido tanta ansiedad, Ella, parada desde el Señor, saboreaba la vida y se detenía en las cosas y seguro que las penetraba con la luz preciosa del amor que fuertemente anidaba en su corazón. Fijáte qué lindo cuando el Evangelio nos dice que Ella estaba atenta a todo lo que sucedía en el corazón y en la vida de Jesús e iba meditando en Su corazón todo. María no “manoseaba” los regalos que iba recibiendo del Señor, no los tomaba a la ligera, menos tomaba a la ligera lo que Dios le ofrecía y le presentaba. Más allá de que sea difícil de asumir y aceptar, Ella claramente descubría que era Dios el que le iba presentando todo. Imagináte la ansiedad de la Madre o la situación tan dificultosa cuando Jesús no está con ellos y ellos volvían de la fiesta de Jerusalén y Jesús estaba en el templo. Si te ha pasado alguna que, por momentos, has perdido a tu hijo o a tu hija, esa desesperación que toma el corazón. La Madre lo iba viviendo de una manera distinta: era madre y la ansiedad quizás acechaba. El tema es desde dónde María atravesaba este lugar. Ella lo hacía desde descubrir que Dios tenía todo esto bajo sus manos y que no los iba a dejar. La ansiedad no tenía lugar, poder en su corazón. Por eso, María no pasaba descuidadamente de una cosa a la otra, de una tarea a la otra, de una lugar al otro como si nada. Todo tenía su tiempo, todo tenía su momento. Por eso, a la luz de María nos podríamos preguntar dónde queda lo que Dios nos da. ¿Lo percibo como Dios me lo presenta, me lo da? Esta situación dolorosa, dificultosa, Dios la permite. Quizás no es algo que he pedido, pero es algo por lo que estoy pasando y, si Dios permite que yo pase, es porque algo bueno quiere sacar. La ansiedad ante todas estas miradas desde Dios va disminuyendo. ¿Nos olvidamos de lo que nos fue dado por Dios? ¿Lo valoramos? ¿O una vez que ya lo tenemos pasamos por arriba, “total ya lo tengo”? ¿Buscamos siempre más sin llegar a contentarnos con la vida, con Dios? ¿Somos eternos insaciables? Sería lindo que le pidamos a María que interceda ante el Señor para que podamos vivir así nuestra existencia cotidiana, al modo que la vivió Ella. ¿Cómo la vivió? Vivirla como que cada momento sea sagrado y no estemos precipitándonos, saltando de una cosa a otra y mirando el mañana desde el hoy, sin vivir el hoy. Le pidamos a Jesús la gracia de ser delicadamente cuidadosos con todo lo que Él nos conceda vivir, como lo era Su Madre Santísima.