09/05/2025 – El padre Javier Rojas y Paula Torres invitaron a la audiencia a aprender a elegir con el corazón en paz desde la serenidad, que es el arte de confiar en medio de la tormenta. “En tiempos acelerados, donde lo urgente domina y las emociones se desbordan, hablar de serenidad parece casi ingenuo. Pero es precisamente ahí donde se vuelve más necesaria. La serenidad no es comodidad, ni simple calma externa. Es una actitud interior que nace de la confianza, de la fe, y de un trabajo profundo sobre uno mismo. Es un modo de estar en el mundo: lúcido, sensible y firme. Jesús, en el Evangelio, muestra esta serenidad en cada escena desafiante. Cuando todos corren, Él camina. Cuando todos gritan, Él guarda silencio. Cuando todos acusan, Él se inclina y escribe en el suelo. Su serenidad no viene de ignorar el conflicto, sino de habitarlo con amor. La serenidad del Señor es fruto de su comunión con el Padre, de su certeza interior de que todo está en manos de Dios”, animó Rojas.
“La serenidad no es solo una emoción: es una posición del alma. No se trata de sentir paz como quien se relaja en una tarde sin problemas. Se trata de mantener la dignidad espiritual aun cuando el entorno se vuelva caótico. Es como una llama encendida que no se apaga con el viento, porque se alimenta desde dentro. San Ignacio nos ayuda a comprender esta actitud desde el discernimiento. En tiempos de desolación, dice, “no hay que hacer mudanza”, es decir, no tomar decisiones apresuradas. La serenidad es necesaria para elegir bien. Pero esa serenidad no siempre se siente: muchas veces es una decisión. Es no dejarse llevar por el primer impulso. Es sostener el corazón encendido en la noche. Es caminar incluso con dudas, pero con paz. Desde la psicología lo sabemos: no hay serenidad sin presencia. Solo cuando habito mi cuerpo, cuando respiro con conciencia, cuando nombro lo que siento, puedo comenzar a serenarme. No se trata de eliminar el problema, sino de encontrar en mí la capacidad de afrontarlo con otra calidad de energía. La serenidad no reprime la emoción, sino que la contiene con sabiduría. No se trata de no enojarse, sino de no actuar dominado por la ira. No se trata de no sentir miedo, sino de poder caminar a pesar de él”, afirmó el sacerdote.
“Ser sereno no es estar siempre bien. Es estar disponible. Es reconocer la fragilidad y, aun así, elegir amar, servir, sostener. Es la actitud de quien no se deja devorar por la urgencia, pero tampoco se desentiende. Es una firmeza suave. Un equilibrio dinámico. Una profundidad que mira más allá de lo inmediato. La serenidad es también un acto de humildad. Quien es sereno ha aceptado que no todo está bajo su control. Ha hecho las paces con la vulnerabilidad. Ha dejado de luchar contra lo inevitable para dedicarse a lo esencial: responder con amor a lo que la vida le presenta. Y eso solo se logra con un corazón entrenado en la presencia de Dios. La serenidad es, entonces, una forma de fe. Es creer que aún sin tener todas las respuestas, puedo seguir caminando. Que, aunque haya incertidumbre, no estoy solo. Que incluso en la tormenta, Jesús está en la barca. Y aunque parezca dormido, su presencia basta para no hundirme”, dijo Rojas.