El camino de la reconciliación – “Déjense reconciliar con Dios”

lunes, 28 de agosto de 2006
image_pdfimage_print
Todo es obra de Dios que nos reconcilió consigo a través del Mesías y nos encomendó el servicio de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios exhortara por nuestro medio. Por Cristo les pido: déjense reconciliar con Dios.
2 Corintios 5, 19 – 20

Cuando Pablo habla de reconciliación entiende la manera de comportarse Dios con los hombres, así actúa Dios, es obra de Dios la reconciliación, es como Dios actúa, el rostro de Dios para los hombres es el rostro de la reconciliación.

Es como el sueño de Dios, es el anhelo mas profundo de su corazón, que los hombres vivan reconciliados unos con otros y así lo alaben, lo bendigan y lo glorifiquen como Padre de la humanidad. Lo hace en la persona de su Hijo, en Él restablece Dios la unidad rota por el alejamiento nuestro por obra del pecado que rompe con Dios, quien no deja de tomar la iniciativa para volver a comenzar.

Allí donde en nosotros abundó el pecado que rompe con Dios y que destruye la relación mas sana de nosotros con nosotros mismos, de nosotros con nuestros hermanos, la ruptura que nos genera también con todo lo creado, ahí Dios, donde abundó la fuerza del pecado destructor, abunda aún mas la gracia de la reconciliación que todo lo hace nuevo. Por eso debemos dejarle el paso a Dios abierto para que nos reconcilie con Él y con los hermanos.

Hay grietas que dividen dentro de la familia, y hacen que estando bajo el mismo techo uno esté allá y otro esté en la otra punta de la casa, que vos estés en una situación de estado de ánimo y la otra persona se encuentre en otro estado de ánimo, como no compartiendo un mismo sentido, y que además cada uno permanece en su lugar clausurado, encerrado, sin posibilidad de establecer contacto en el mismo espíritu, como en frecuencias distintas.

La gracia de la reconciliación de la que Pablo habla nos pone en comunión en un mismo espíritu y somos capaces, a pesar de estar tristes, de alegrarnos con quien se alegra, y a pesar de estar alegres, llorar con quien llora. Tenemos la posibilidad de ser en el otro y de que el otro sea en nosotros al modo como es en el Misterio de la Trinidad, donde las personas se inhabitan permanentemente.  El Padre vive en el Hijo y en el Espíritu, el Espíritu vive en el Hijo y en el Padre, el Hijo vive en el Padre y en el Espíritu.

Las personas viven en comunión, así nosotros por la gracia de la reconciliación estamos llamados a glorificar a Dios mostrando el rostro del Misterio de la Trinidad en el corazón mismo de la vida.  Este es el gran mensaje que Dios quiere dejar instalado en el corazón del mundo: que la semejanza suya sea cada vez mas crecida en nosotros y nuestra imagen refleje cada vez mas el rostro de un Dios, que siendo diverso, es uno, uno es el Padre, uno es el Hijo, otro es el Espíritu, pero los tres constituyen un solo Dios en tres personas.

Así, a pesar de las diferencias que hay entre nosotros, estamos llamados a ser uno en la persona de Cristo, dice el Apóstol Pablo, por la gracia de la reconciliación.

Solo por la gracia de la reconciliación cuya iniciativa parte de Dios somos nuevas criaturas, ya no somos frágiles, sino fuertes en Cristo, el amor de Dios en la persona de Jesús, ha venido a renovarnos.

Por la reconciliación está el amor de Dios presente y activo en nosotros, mientras que antes, privados de Dios, vivíamos solo de nosotros mismos.  Esto supone hacer un acto de fe en medio de las divisiones, en medio de los enfrentamientos, por encima de las diferencias, mucho mas allá de los conflictos, y decirle a Dios: “yo creo que vos obrás reconciliación”.

Es obra de Dios y un acto de fe, que supone mas una confianza que nace del corazón que lo que nuestra razón nos ofrece como luz, es lo que permite ir superando en Dios y desde Dios, eso que por nuestra propia fuerza y por nuestra propia iniciativa, por nuestro propio esfuerzo, no podemos alcanzar.

Terminar de armar un rompecabezas que tiene un montón de piezas que no sabemos como ubicar, para que la armonía vuelva a dejarnos una imagen de nosotros y de donde nos toca estar, verdaderamente habitable.  Cuando hay desarmonía se pierde la belleza, es muy difícil poder permanecer en el lugar donde vivimos.

El lugar donde vivimos, si no está habitado por esta gracia, don, regalo de Dios, de la reconciliación, y a ella no le hacemos lugar, difícilmente podamos permanecer felices, gozosos, sin renegar y sin quejarnos, en el lugar donde Dios nos puso para que seamos plenamente nosotros mismos.

Cuando perdemos este don de la reconciliación, es como que estalla en pedazos nuestro ser, y todos los vínculos que establecemos en los distintos niveles donde nuestra vida se va desarrollando, se van rompiendo, y vamos quedando como desarmados, sin demasiada posibilidad de permanecer en nosotros mismos, entonces nos gana rápidamente las ganas de salir, de huir, de escapar, de evadirnos.

Cuando estás en paz con vos mismo, cualquier lugar es el lugar que deseaste siempre habitar, solo el corazón pacificado y reconciliado es el corazón que puede habitar en Dios y en los demás y permanecer íntegro de cara a lo que se le presente en la vida como desafío, como camino a recorrer.

Dejate reconciliar por Cristo Jesús, dejate llevar por la gracia de un Dios que ha venido a hacerte uno en Él, ¿cuándo nuestra vida se complica?, cuando sentimos que las partes que las constituyen no están en armonía unas con otras y nos vamos deformando, y entonces tenemos un corazón grande, pero una cabeza chiquita, o tenemos un cabezón grandote y un corazón empequeñecido. Cuando puede mas la razón que el corazón, o el corazón mas que la razón. Cuando hay desarmonía entre nuestra afectividad y nuestra inteligencia, entre nuestra fe que decimos sostener y nuestro compromiso concreto de construcción de un mundo distinto.

Cuando esa desarmonía va ganando nuestro interior hay un reclamo desde adentro de nosotros mismos que pide justamente mayor equilibrio, mayor capacidad de desarrollo de la belleza y la armonía para ser de verdad testigos de lo que estamos llamados a ser testigos, del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas, por este don maravilloso con el que el Señor hoy viene a visitarte: el don de la reconciliación, lo va a hacer a lo largo de toda tu vida, que tiene una gracia en el anuncio de estar reconciliados en Cristo y entre nosotros.

Cuando compartimos la Palabra compartimos un anuncio que comunica una gracia de la que Dios se vale para llegar a nosotros con su mensaje, que no son solo palabras, sino que es el Espíritu que se comunica y llega hasta adonde necesitamos, en este caso, reconciliarnos, ¿con quien?, vayamos a lo concreto, seguramente tiene un nombre y un apellido, hay una circunstancia que te invita a dejarte reconciliar con Dios.

“Déjense reconciliar con Cristo Jesús”, se los expreso una vez mas, el Apóstol lo repite, lo dice a boca de jarro: “déjense reconciliar con Dios”, dejate reconciliar por la gracia que el Señor te comunica, y dejá que vaya hasta aquel lugar histórico, de tiempo, con el que no te has hermanado, con el que no estás reconciliado o reconciliada, y a partir de allí, desde un corazón renovado por la gracia del perdón, seguramente comenzarás a vivir una vida en mayor armonía y en paz, solo por la gracia de Dios.

Esta gracia de la reconciliación ofrecida por Dios en la persona de Jesús debe ser anunciada en todo el mundo, y solamente lo podemos hacer cuando hacemos la experiencia de estar reconciliados en Cristo.

Cuando uno ha estado distante de otro, y ha estado a veces hasta distante de si mismo, cuando ha estado enemistado con todo, con la misma creación, cuando todo es fuerza de destrucción de uno con los otros, con Dios, con lo creado, con uno mismo, cuando una explosión ha ganado nuestro interior y hemos quedado desparramados en pedacitos y de repente una gracia interior como la que recibió San Agustín en el momento de su conversión, decía él, “como una luz que penetró dentro mío” empieza a ganar espacio, y todo va teniendo un sentido y una armonía, esto no puede callarse.

Es la experiencia de Pablo de Tarso, él estaba enemistado no solamente con Dios y con los cristianos, sino consigo mismo, enceguecido por la ira, que lo hacía ir fundamentalistamente en contra de los que eran discípulos del camino.  La caída de Pablo por tierra muestra como el Apóstol no está de pie sobre el mundo, sino haciéndose uno con la tierra, cuando en realidad está para ser señor de la misma tierra. Lo muestra al Apóstol aún irreconciliado con la creación.

De repente Pablo recibe esta gracia de iniciativa de Dios que lo abraza con una luz y le devuelve poco a poco en un proceso largo todos los sentidos en armonía y en paz, y desde ese lugar Pablo proclama: “déjense reconciliar por Cristo”.

No es una doctrina que habla de una buena idea que se le ocurrió al Apóstol de los gentiles para compartir con los demás, fue una experiencia interior que él mismo ha hecho.  Pablo proclama la gracia de la reconciliación desde su corazón reconciliado y la fuerza que tiene su anuncio nace de esa experiencia, y va a contar una y otra vez como Dios tuvo infinita misericordia de él cuando en el camino a Damasco apareció con su iniciativa amante, devolviéndolo a la vida, sacándolo de la muerte de si mismo y de la amenaza de muerte que respiraba en su corazón contra los que eran discípulos del camino.

La iniciativa de Dios lo pone a Pablo en situación de reconciliación con todo, también con él mismo, y desde ahí proclama esta gracia para que otros la reciban.  Por eso decimos que “estamos proclamando una gracia, estamos anunciando un don, un don de sanidad interior”.

El Padre Darío Betancourt plantea justamente la fuerza de sanidad, como lo dice el mismo Anselm Grün en “Si te aceptas perdónate y perdonarás”: “la fuerza de sanidad interior que trae la gracia de la reconciliación”.

Anunciamos una gracia y la proclamamos, si la vivís interiormente, si sos testigo de que Dios extiende su mano, como dice la canción de Juan Luis Guerra, y está tocando tu corazón, seguramente desde ese lugar de luz, de gracia y de sanidad, podrás decirle a otros: “dejate reconciliar”, que es lo mismo que decir: “dejate amar por el Dios de la misericordia”.

Esa gracia con la que te viste sorprendido de repente, o tal vez en un proceso lento, como ocurrió con San Pablo o con San Agustín, esa luz con la que Dios te da la claridad que antes no tenías y a partir de ahí dijiste “mi vida comienza a cambiar, y me doy cuenta que mi vida empezó a ser otra a partir de ese momento”, es el momento en que Dios irrumpe, aparece sin que nadie lo invite y comienza a tomar las riendas de la historia, con el don maravilloso de una armonía, de una belleza nueva, por gracia y don de la reconciliación.

Si aceptas perdonarte, perdonarás. Perdonarse a uno mismo es clave para poder reconciliarse con los demás, el poder perdonarse es importantísimo para poder perdonar, si uno no aprende a perdonarse difícilmente pueda perdonar.

Cuando aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos y cuando nos reconciliamos con nuestra propia historia comienza a brotar una fuente de sanidad en nosotros.

El Padre Daría Betancourt, en “Vengo a sanar”, cuenta la historia de una señora de 70 años que sufría de asma desde que tenía 7 años; cuando le preguntamos que hecho negativo o triste recordaba de aquel período de su vida. Ella nos dijo que había sido violada por su padre, el cual la amenazaba con matarla si hablaba, apuntándola con un cuchillo.

Poco tiempo después ella notó cada vez mas dificultad para respirar, y cuando la miraba su padre u otro hombre se ponía tan nerviosa que se le cortaba la respiración.  Ella nos decía que había perdonado a su papá, y la prueba estaba en que ella lo cuidaba con cariño, y vivía, con 93 años en la casa de su hija.

Después de haber discernido pensamos que quizás fuese necesario perdonar a su padre mas explícitamente diciéndoselo.  Ella volvió a su casa y le dijo: “Papá, gracias por el don de la vida, si yo vivo es porque tu me has engendrado, que Dios te bendiga”.  El padre, muy sentido por esas palabras comenzó a llorar, y fue en ese momento cuando la mujer advirtió que sus pulmones se abrían dejando penetrar el aire, y un proceso de sanidad comenzó a ganarle a la enfermedad del alma.

Algunos meses después regresó diciendo que se sentía mejor, pero que le molestaba una extraña tos seca que la fastidiaba, le pedimos que volviera a lo de su papá y una vez mas le agradeciera con signos de afecto y de amor.

Casi un año después la volvimos a ver, y nos contó que todo rastro de la enfermedad había desaparecido.

Si aceptás perdonarte, podrás perdonar, y tratá de no extrañar lo que vas dejando detrás del camino, acordate lo que dice Pablo: “Yo, habiendo dejado atrás lo que caminé me lanzo hacia adelante, fui alcanzado por Cristo, pero me lanzo hacia adelante para ver si puedo alcanzarlo aún mas yo a Él”.  

Que Jesús siga guiando tu camino, y que el Señor siga sanando tu vida.