El comienzo de la predicación de Jesús

viernes, 15 de enero de 2010
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“Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron”.

                                                                                Marcos 1, 14-20

 El evangelio de hoy nos dice que termina la misión de Juan el Bautista, después él es arrestado por esta denuncia que hace contra Herodes, por su situación particular. Ya termina su misión de precursor, ahora está entre nosotros el Mesías, y el Mesías, Cristo nuestro Señor, comienza la obra del Rey, y la comienza con esta recorrida, por la orilla del mar de Galilea va convocando a aquellos que van a ser sus discípulos, y también hay una invitación a todos los que lo escuchan, porque Él comienza diciendo que el Reino de Dios llegó y está entre nosotros. Haciendo referencia al bautismo de Jesús, San Gregorio de Nalcialzo,  nuestro padre de la iglesia nos decía en una de sus homilías, a nosotros que somos los bautizados, “Honremos hoy el bautismo de Cristo y celebremos como es debida esta fiesta. Procuremos una limpieza de espíritu, siempre en aumento, nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para Él tiene lugar todas estas palabras y misterios. Sean como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para los demás hombres. Si hacen así, llegarán a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran Luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más puro y claro por la trinidad, que la cual han recibido ahora con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única divinidad, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quién sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Este texto nos pone en órbita a cerca de la realidad de nuestro bautismo, porque así como en la celebración del bautismo del Señor, ha completado la celebración de la epifanía, también esta celebración da inicio a su misión; Jesús es manifestado como el Hijo querido por el Padre, el amado con predilección. Si bien Jesús tiene la conciencia de ser el Hijo amado por el Padre, y ese amor es el que lo sostuvo en el momento supremo de la redención, en la cruz, y le permitió morir encomendando su vida en las manos divinas del Padre, el espíritu que desciende sobre Él, no significa que Jesús no haya tenido el espíritu antes de este bautismo de Juan el Bautista, sino que Jesús lo recibe de un modo en orden a la misión que tiene que comenzar, es el modo en que Él quiere dar inicio a su vida pública, se sujeta a esta expresión externa de preparación que el pueblo y Juan Bautista predicaba para comenzar esta vida pública entre nosotros. El espíritu que Jesús sin duda ya poseía, ahora se manifiesta capacitándolo para salir a predicar y hacer presente el Reino de Dios. Esta gracia nosotros hemos tenido la oportunidad ayer de renovarla, en las distintas narraciones en las que podamos haber participado, en la escucha de la palabra de Dios, en los textos bíblicos, porque hace inmediata referencia a nuestro propio bautismo, Juan Bautista decía “Yo bautizo con agua pero el Mesías, Él va a bautizar en el Espíritu Santo y en el fuego”. Ese es el bautismo que nosotros tenemos, es el bautismo que ha transformado nuestra vida. San Pablo en su carta a los corintios va a decirnos: “Esta transformación que el bautismo hace en nosotros nos regenera, nos da una nueva vida, es el bautismo que nos ha injertado a Cristo para que yo tenga la misma vida de hijo de Dios y por lo tanto tenga vida eterna. Esta gracia que hemos recibido en el bautismo, no es una gracia que ha quedado solamente en un recuerdo, foto o en una estampa, es una gracia que habitualmente permanece en nosotros y entre nosotros. Eso es sin duda un don maravilloso porque nos hace descubrir que cada día podemos renovar nuestro bautismo porque cada día renovamos nuestra alegría y nuestra dignidad de ser hijos de Dios, cada día podemos actualizar de una forma viva, fuerte como sólo el Espíritu Santo lo puede hacer en nosotros, ese don que hemos recibido cuando pequeños fuimos bautizados, esta gracia es la que hoy la palabra de Dios, nos ayuda a renovar en nuestra existencia, cada día lo podemos hacer, de una forma particular, dentro del clima y del marco que la palabra de Dios nos ha dado en estas celebraciones, al término del tiempo de navidad y al inicio de este tiempo durante el año, es bueno que nosotros hoy podamos mirar nuestro corazón y podamos redescubrir aquella gracia generadora que el bautismo ha provocado en nosotros, ¿y cómo vamos a redescubrirla?, poniendo frente a nosotros esta palabra de Dios en la que Jesús empieza con su vida pública. Sale a buscar a sus discípulos, a aquellos que estaban con sus quehaceres diarios, Jesús los viene a convocar, porque el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Por eso al decir de San Gregorio, el bautismo es esa cosquilla interior que cuando tomamos conciencia, nos hace descubrir que no nos podemos quedar quietos, el bautismo no es un estado pasivo de la vida del cristiano, el bautismo es precisamente la acción y la fuerza del espíritu, el fuego que sigue arrasando, empujando, que sigue soplando para que cada bautizado sea la luz de Cristo en el mundo, es por el bautismo que nosotros nos llamamos cristianos, porque por el bautismo tenemos que hacer presente a Cristo en el mundo, a Cristo con nuestra vida. El bautizado en el mundo, nosotros hacemos presente a Cristo, por eso una buena obra de un bautizado es un signo de honor para el cuerpo místico de la Iglesia, porque es honor para todo el cuerpo y una mala obra de un bautizado es una mancha que el cuerpo místico de la Iglesia asume.
Pensemos en nuestro bautismo, como vivís tu bautismo, sos conciente de tu bautismo, sabes que el bautismo te hace cristiano, hijo de Dios, con vida eterna con vida para siempre, reconoces en tu bautismo esa fuerza y fuego del espíritu que cada día te hace vivir con alegría e ilusión los acontecimientos que la vida te propone, pero mirados desde la luz de la fe y como Dios quiere. Como estás con tu bautismo, como vivis esta gracia bautismal en tu vida.
Si bien el Evangelio de San Marcos no trae relatos sobre la infancia de Jesús que aparecen en los evangelios de Mateo y Lucas, comienza directamente con la vida pública de Jesús, anunciada por Juan el Bautista, una vida pública que Jesús inicia solemnemente con el bautismo, de esto estamos precisamente hablando, haciendo referencia al Evangelio de hoy, San Marcos quiere mostrar a Jesús actuando, manifestando su gloria, haciendo presente la potencia del Reino de Dios, ese germen de vida nueva que a traído entre los hombres, así entendemos que la predicación de Jesús hace referencia muchas veces a esto y nos va a decir en las parábolas, en el Evangelio de San Mateo y también en el de San Marcos que el Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura puesta en la masa, el Reino de los Cielos es esa luz que esta hecha para que se ponga sobre el mueble, el reino de los cielos se parece a ese puñadito de sal que da sabor al resto de la comida, el reino de lo cielos es ese tesoro escondido que cuando uno lo encuentra deja todo para quererlo, esa perla preciosa.
Cuantos ejemplos de la vida cotidiana de Jesús no tienen que hacer pensar que el Reino de los Cielos que ha llegado, porque Cristo comienza su vida pública, El lo presenta en esa potencia, la potencia siempre es aquello que como el germen, aquello que uno tiene pequeño, pero ilusiona con que esto va a ser a futuro, la potencia es la ilusión que el mismo Cristo, nuestro Señor y nosotros como bautizados tenemos a cerca del Reino de los Cielos entre nosotros cuando se realice, pero no es una ilusión vana, es una ilusión que cuenta con la fuerza del espíritu, es una ilusión que tiene respaldo de la acción del Espíritu Santo que realiza en acto, aquello que nosotros tenemos como ilusión.
Por eso necesitamos siempre la acción del espíritu para que aquella ilusión que en germen, en potencia que Cristo nos dejo, se realice entre nosotros, en el hoy de la vida de la Iglesia.
Esta es la gracia que podemos pensar y descubrir, porque también en el bautismo Dios Padre que nos hizo sus hijos, nos dio en potencia esa posibilidad de ser sus verdaderos hijos, de ser verdaderos testigos en el mundo, en la historia, de ser coherentes con el estilo de vida que Cristo nos ha traído y uno con la fuerza del espíritu poder desarrollar todos los carismas y las actitudes que el mismo Dios Padre puso en nosotros, cuando por bautismo nos hizo sus hijos.
Pongamos un ejemplo clarificador, cuando fuimos bautizados Dios puso su ilusión en vos en mi, puso potencia en nosotros, es decir posibilidades, realidades que con la fuerza del espíritu y la disposición personal, la ilusión de Dios, la potencia de Dios es que seamos otros Cristos en el mundo.
Asumiendo esta realidad, imaginemos como no se puede transformar el mundo, si cada bautizado está llamado a ser otro Cristo en el mundo y cada uno de nosotros, cuando nos metemos en este texto del Evangelista San Marcos que nos narra el inicio de la vida pública de Cristo, tenemos que dejar nuevamente interpelar por esta invitación que Jesús nos hace, que es la invitación de tener la gracia de Dios para avanzar en el camino de la conversión y en el camino de la acción.
Hacer en potencia aquello que el Espíritu Santo nos ayuda a llevar al acto, a la acción concreta, al estilo de vida concreto.
Jesús inmediatamente convoca a sus primeros discípulos, desde el comienzo Jesús quiere crear una comunidad en torno a El.
El bautismo siempre nos hace miembros de un cuerpo, de una familia, que es la Iglesia, de una comunidad que somos nosotros los bautizados y estos primeros llamados, los discípulos erán gente de la vida cotidiana, de ese tiempo, erán los que rodeaban a Jesús, eran trabajadores, humildes, personas que habrán escuchado lo que Jesús iba predicando y habrán sentido de su presencia que cuando se encuentran los cautivó y posibilitó que Dios en ellos pusiera en potencia la ilusión del Reino de Dios entre los hombres.
Que lindo es poder pensar en esto, en Dios Padre cuando vos recibiste el bautismo, puso una ilusión sobre tu vida de bautizado y esa ilusión es poder construir su reino allí donde la misma providencia de Dios te sembró, que es el trabajo, tu familia, las realidades de hoy.
Dios en potencia te pensó para que allí donde estés puedas llevar adelante un estilo de vida que es el de Cristo, ser otro Cristo en el mundo, ser Jesús hoy en esto que me toca vivir y hacer.
Pensaste alguna vez en la ilusión que Dios tiene puesta en vos, desde el momento en que fuiste bautizado, para que hagas presente a Cristo allí donde hoy estás, donde te toca actuar.
En este momento de tu vida, esa ilusión que Dios tenia para vos, la estás haciendo vida, obra, estilo, con la fuerza del espíritu, la estás poniendo en acto o todavía Dios se quedo con su ilusión, porque a lo mejor nosotros como bautizados estamos cruzados de brazos.
Tu testimonio de vida hace que la palabra de Dios sea palabra de vida porque nos hace compartir como en este camino de bautizados, todos contamos con la fuerza del Espíritu Santo y todos llevamos adelante el modo del ser cristianos en el mundo de hoy.
El Papa ayer bautizó a un grupo de 14 niños y en una parte de su homilía decía que del bautismo deriva un modelo de sociedad y de vida entre hermanos, porque esa es la ilusión de Dios, en definitiva este es el reino de cristo de Dios que Cristo vino a predicar.
Este compromiso bautismal que lleva la conversión según el evangelio de hoy y que nos presenta el modo en que el Señor ha cumplido su tiempo y está entre nosotros para que al recibir la buena noticia, nos convirtamos y construyamos el reino de Dios, nos presenta formas concretas en nuestro vivir de bautizados, como tiene que vivir un bautizado hoy, como tiene que ser nuestra actitud en este estilo de vida al que estuvimos y estamos injertados a Cristo, porque así como el bautismo nos injerto a la muerte de Cristo, matando en nosotros el pecado, el bautismo nos injerta en Cristo resucitado, teniendo su misma vida de resucitado.
El documento de Aparecida, los obispos latinoamericanos, en el Cap. 8 hablan del Reino de Dios y lo unen a esta realidad del Reino de Dios a la promoción de la dignidad humana y allí los obispos nos presentan como magisterio de la Iglesia, el modo en que los bautizados tenemos que construir este Reino de Dios entre los hombres y dice así: “la misión del anuncio de la buena nueva de Jesucristo tiene destinación universal, su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos, nada de lo humano le puede resultar extraño. La Iglesia sabe por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe que Jesucristo es la respuesta total sobre abundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad que el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia, la belleza, son las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo mas humano de la cultura de los pueblos. Por eso signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana, viene de Dios y clama por Dios.
Jesús en el evangelio ha sido contundente, nos ha dicho él plazo se ha cumplido, el Reino de Dios ha llegado, conviértanse y crean en el evangelio y esta voz de Jesús sigue llamando como discípulos misioneros, nos llama también a nosotros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que se hace presente en Jesús, por eso hoy nosotros recibimos con mucha alegría esta buena noticia, que Dios amor es padre de todos los hombres y mujeres, pueblos y razas.
Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y nuestra sociedad.
En EL Dios nos ha elegido para que seamos sus hijos, con el mismo origen y destino, con la misma dignidad, derechos y deberes, vividos en el mandamiento supremo del amor.
Y es el Espíritu a través del bautismo que ha puesto este germen del Reino e Dios y nos hace crecer por la gracia de conversión permanente, gracias a la palabra y a los sacramentos.
Señales evidentes de la presencia del reino son la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero, fraterno, aceptando la riqueza de la pluralidad y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal.
Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano.
El amor de misericordia para con todos los que ven vulneradas su vida en cualquiera de su dimensiones como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras mas justas en los ámbitos nacionales e internacionales.
Esto significa ser bautizado, aquella palabra del Papa en la homilía de ayer: del bautismo deriva un modelo de sociedad y de vida entre hermanos.
Este es el estilo de vida que Cristo quiere para nosotros que hemos recibido esta potencia, este germen que a lo largo de nuestra vida, el Espíritu Santo y nuestra libre voluntad de aceptar esta forma de vida va a ir desplegando lo que Dios tiene como ilusión para nosotros.
Dios tiene una ilusión sobre vos, sobre mi y esa ilusión Dios la puso en germen en tu vida, en el bautismo, para que a lo largo de tu vida, a medidas que vas creciendo te vas desarrollando solo por la acción del espíritu, esa ilusión, ese proyecto, ese germen en potencia que tenemos se vaya desplegando, por eso la conversión es ir preguntándome si yo con esta forma de vida que tengo, con mi manera de pensar, criterios que asumo, manera en que estoy viviendo mi fe, estoy llevando adelante esta ilusión que Dios tiene sobre mi o a lo mejor he errado el camino y puedo desilusionarlo a Dios.
Cuantos bautizados a lo mejor con nuestra forma de vida, desilusionamos el proyecto, la potencia, el germen, la ilusión que Dios puso en nosotros el día de nuestro propio bautismo.
De allí que es necesaria la conversión para volver continuamente a aquello que es el proyecto, el germen, la ilusión que Dios tiene sobre mi, como su hijo por el bautismo y que continuamente me tengo que preguntar si estoy viviendo este proyecto, esta ilusión que Dios tiene para este momento de la historia, para este lugar en que estoy, para con estos hermanos con los que me tengo que manejar todos los días en medio de este trabajo.
Hago presente en acto la ilusión que Dios tiene sobre vos y que te mostró en germen cuando fuiste bautizado.
La misión de la Iglesia, de los bautizados es trabajar por la dignidad que tenemos, que la dignidad es ser hijo de Dios, nuestra dignidad no puede ser atropellada ni estafada por nadie, tenemos dignidad de hijos de Dios y allí la importancia de que la Iglesia trabaje por esta dignidad, cuidándola, instruyéndola, instaurándola donde no existe, ese el compromiso hacia el bicentenario.
Los obispos remarcan y subrayan en el actual cambio de época, epoca de crisis, de dificultades, hay que trabajar de un modo incomparable e inalienable por esta dignidad infinita de cada persona y de todos los seres humanos porque el trabaja también por el amor de Dios que tiene que instalarse entre los hombres y ese es su reino.
Pensemos en esa ilusión que Dios tiene para con nosotros, que somos sus hijos por el bautismo, pensemos si deberás estamos llevando adelante esa ilusión, si la estamos viviendo, cumpliendo o si por allí con nuestra forma de vida podemos desilusionarlo lo que Dios tenia pensado para nosotros.

                                                                            Padre Daniel Cavallo