El corazón

miércoles, 25 de julio de 2012
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El corazón es el órgano principal del aparato circulatorio. Funciona como una bomba impulsando la sangre.

Desde el punto de vista simbólico, actualmente se lo considera la sede de los sentimientos y la pasión, en oposición a la cabeza que simboliza el pensamiento y la racionalidad.

En cambio, en las antiguas civilizaciones era considerado el centro del ser. Se sostenía que desde el corazón se originaban no sólo los sentimientos, sino también “los pensamientos y las ideas, la voluntad y las decisiones, la conciencia, los valores y desvalores. En este centro que es el corazón se hacían los planes, se pensaba y se juzgaba…” (Luis Rivas, Diccionario de Símbolos).

 

El corazón en el libro del Deuteronomio: amor a Dios y al prójimo

 

DEUTERONOMIO es una palabra de origen griego, que significa “segunda ley”. Tal designación expresa sólo en parte el contenido del quinto libro del Pentateuco, ya que este, más que un código de leyes en sentido estricto, es una larga y vibrante exhortación destinada a “recordar” a Israel el sentido y las exigencias de la Alianza. De allí que las prescripciones concretas estén siempre acompañadas de advertencias y reproches, de promesas y amenazas.

 

El amor a Dios:

En el primer discurso del libro, cuando Moisés “repasa” la historia del pueblo, exhorta a no apartar el corazón de Dios (Dt 4,7-9), a buscar a Dios con todo el corazón (Dt 4,29-31) y a meditar en el corazón que Dios es el único dios (Dt 4,39-40).

 

En el segundo discurso presenta la “Shemá”, la proclamación de fe en el Dios único (Dt 6,4-9):

4 Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. 5 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. 6 Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. 7 Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. 8 Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente. 9 Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes.

 

 

Las filacterias son tiras que se enrollan en los brazos o se llevan en el cuerpo para recordar estas palabras. La mezuzá es un pequeño estuche que se coloca en los dinteles de las puertas, donde se contienen las palabras de la Shemá y el texto de Dt 11,13-21.

 

De los sabios judíos: La secuencia dice “grábalas en tu corazón” y luego “incúlcalas a tus hijos”. Sólo cuando tú mismo las hayas impreso en tu corazón podrás grabarlas en tus hijos, como dice el refrán: Las palabras que provienen del corazón pueden penetrar el corazón”.

 

El amor al prójimo:

Dt 15,7-11: El libro del Deuteronomio exhorta a “no endurecer el corazón ni cerrar la mano” hacia el hermano necesitado. Hace especial mención de los pobres, las viudas, los húerfanos y los inmigrantes (Dt 24,14-15.19-22)

Cuando recojas la cosecha en tu campo, si olvidas en él una gavilla, no vuelvas a buscarla. Será para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que el Señor, tu Dios, te bendiga en todas tus empresas.

 

Jesús señala que el amor a Dios y al prójimo está el resumen de toda la Ley: Mt 22,34-40.

 

Guardar la palabra en el corazón

 

En la parábola del sembrador, la semilla que cae en buena tierra “son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia” (Lc 8,15).

Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús Resucitado porque la Palabra les había hecho “arder el corazón” (Lc 24,32).

 

María es la discípula que tiene esta actitud fundamental de guardar la Palabra en el corazón. En los dos capítulos en que narra la infancia de Jesús, Lucas la describe así:

 

“Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19, después de la visita de los pastores).

“Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,51, al final de todo el relato).

 

“Lucas presta una atención particular a María, el único adulto de los relatos de la infancia y de la adolescencia que continuará hasta el ministerio público. Sólo más tarde ella comprenderá la verdadera naturaleza de la familia de Jesús. En Lc 8,19-21, cuando María y los hermanos preguntan por Jesús, éste manifestará que su importancia no se basa en el vínculo físico sino en su obediencia a Dios: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. La grandeza de la madre de Jesús surge de la forma en que ella tomó la decisión de hacerse discípula escuchando la Palabra de Dios y practicándola. Su decisión permitió hacerla “bendita entre las mujeres”. (Raymond Brown, Un Cristo adulto en Navidad, Ed. San Pablo)