“El corazón es nuestro centro existencial”, indicó el padre Juan Ignacio Liébana

miércoles, 21 de septiembre de 2022
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21/09/2022 – En el ciclo sobre “Riquezas de nuestra espiritualidad”, el padre Juan Ignacio Liebana siguió compartiendo desde Santiago del Estero sobre la espiritualidad del Oriente cristiano. “El corazón es lo más hondo y profundo de nuestro ser. Es el centro existencial, donde tomamos las decisiones más profundas”, comenzó expresando el sacerdote porteño. “Es la morada de Dios y el lugar de combate con los pensamientos. La humildad, como trabajo y como don al mismo tiempo, es un ejercicio de transparencia que revela la morada secreta del corazón, donde Dios habita. El corazón es un lugar en el sentido de que es el centro del ser humano en el que se unifican todas sus demás partes. Esfuérzate por entrar en el tesoro de tu corazón, y verás el tesoro del cielo. Ya que el uno y el otro son una misma cosa. Considera que los dos tienen la misma entrada (San Isaac el sirio). El espíritu que se ejercita en el combate encontrará el lugar del corazón. Entonces verá en su interior lo que jamás había visto y que ignoraba hasta entonces: el espíritu verá el espacio que existe en el interior del corazón y se verá a sí mismo completamente luminoso, lleno de sabiduría y de discernimiento. El corazón de aquel que visita su propia alma en todo momento goza de las revelaciones. El que recoge en sí mismo su contemplación contempla la irradiación del Espíritu. El que ha conseguido vencer toda distracción contempla a su Maestro en el interior de su corazón”, agregó Liébana.

“Cada uno de nosotros posee un paraíso, que sería el corazón creado por Dios, y cada uno de nosotros vive la experiencia de la serpiente, que se cuela para seducirnos. Esa serpiente tiene la forma de un mal pensamiento. La fuente y el principio del pecado es el pensamiento, escribe Orígenes junto con otros autores. Estos comparan también el corazón humano a una tierra prometida, en la que los filisteos lanzan las flechas, o sea, las sugestiones al mal. Estos pensamientos carnales, diabólicos, impuros, no pueden tener su origen en nuestro corazón porque ha sido creado por Dios. Vienen de fuera. Ni tan siquiera son verdaderos pensamientos sino más bien imágenes de la fantasía a las que en seguida se añade la sugestión de realizar alguna cosa mala. Como los pensamientos malvados vienen de fuera y no pertenecen a nuestro modo natural de pensar, van penetrando en el corazón sólo lentamente. Los autores bizantinos indican, poco más o menos, cinco grados”, dijo Juan Ignacio.

“El primer grado se llama sugestión, contacto. Es la primera imagen de la fantasía, la primera idea, el primer impulso. Un avaro ve el dinero y le viene una idea: Voy a esconderlo. Del mismo modo vienen imágenes carnales, la idea de ser superior, el deseo de dejar de trabajar, etc. No decidimos nada; simplemente constatamos que se nos ofrece la posibilidad de hacer el mal, y el mal se presenta de una forma agradable. Los neófitos en la vida espiritual se asustan, se confiesan de haber tenido malos pensamientos, incluso en la iglesia y durante la oración. San Antonio abad llevó al tejado a un discípulo suyo, que se lamentaba amargamente de sus malos pensamientos, y le ordenó agarrar el viento con la mano: Si no puedes agarrar el viento, menos podrás coger los malos pensamientos. Quería así demostrar que en estas primeras sugestiones no hay ninguna culpa y que no podremos librarnos de ellas mientras vivamos. Se parecen a las moscas que molestan todavía más cuando, impacientes, las espantamos. El segundo grado se llama coloquio. Recordemos el relato del Génesis (sobre Eva y su coloquio con la serpiente. Si no se hace caso a la primera sugestión, ésta se va como ha venido. Pero normalmente el hombre se deja provocar y empieza a pensar. El avaro antes citado dice: Tomo este dinero y lo meto en el banco. Después le viene el pensamiento de que eso no es honesto porque también los otros deberían tener conocimiento de ese dinero. Después otra vez piensa que sería mejor mantener la cosa oculta. No es capaz de decidir nada, pero la cuestión del dinero sigue en su cabeza durante todo el día. Algo parecido le sucede al que ha montado en cólera. Durante mucho tiempo se preocupa del que le ha hecho enfadar. Se imagina que lo golpea, que lo ofende; después le perdona generosamente, y después de nuevo piensa sobre lo que podría hacer. Lo olvida sólo después de algún tiempo. ¿Qué culpa hay en estos «coloquios» interiores? El que no ha decidido nada no puede haber pecado. Pero ¡cuánto tiempo y cuántas energías se pierden con estos insensatos diálogos internos! El tercer estadio se define como «combate». Un pensamiento que, tras un largo coloquio, se ha instalado en el corazón no se deja expulsar fácilmente. El hombre sensual tiene una fantasía tan contaminada con imágenes impuras que no consigue librarse de ellas. Es todavía libre para no consentir. Puede y debe salir victorioso, pero eso supone esfuerzo: debe combatir”, manifestó el padre Liébana.

“El cuarto estadio es el consentimiento. Quien ha perdido la batalla, decide ejecutar a la primera ocasión lo que el pensamiento maligno le sugiere. En este estadio se comete pecado en el verdadero y pleno sentido y, aunque no se concrete exteriormente, el pecado permanece dentro. Se trata de lo que la moral llama pecado de pensamiento. El quinto estadio es la pasión. Quien sucumbe a menudo a los malos pensamientos va debilitando progresivamente su carácter. Nace una constante inclinación al mal, que puede ser tan fuerte que resulte muy difícil oponerle resistencia. La pasión hace al hombre esclavo. Dice el Catecismo: La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de lo más profundo del ser, donde la persona se decide o no por Dios. El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito . Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza”, sostuvo.