El dolor intangible de la infancia

lunes, 22 de marzo de 2010
image_pdfimage_print

Desde hace unas cuatro décadas, la medicina y la ciencia en general han evolucionado notablemente. Este hecho ha logrado que muchísimas personas que no sobrevivían a enfermedades graves, hoy se vean recuperadas, a veces de manera total.
Sin embargo, si se trata de niños, especialmente si ellos guardan una diferencia física, siendo inteligentes, ellos son muy concientes, no sólo del dolor vivido, sino del dolor que acarrea la mirada de los demás sobre ellos.
Así, su inteligencia y rendimiento pueden verse menguados, no porque hayan perdido su capacidad sino porque su atención está puesta en defenderse de ofensas, de ser simpáticos a toda costa, de exagerar en su generosidad al punto que sus compañeros les coman hasta la comida. También está quienes tienen conductas no comprensibles a los demás, lo que hace que reciban reprimendas o que los descalifiquen, que los reten; simplemente por no conocer esa necesidad intangibles, poco común.
Todo ese gran grupo de niños y jóvenes con intelecto normal, pueden verse retrasados en su camino de crecimiento porque padres y maestros no saben cómo ayudarlos. En realidad, por la experiencia personal, mas allá de la residencia,  he visto `pocas estrategias  efectivas de llevar a un niño lastimado hacia los cauces naturales de la vida. Ellos podrán ser brillantes si los comprendemos, si los padres son ayudados a encontrar el justo medio entre la contención natural y la sobreprotección. Lo mismo debería suceder con los maestros.
La prueba de lo dicho está en que “todavía” son muy pocos los niños con deficits físicos que llegan a adultos realizados y destacados en sus profesiones.
No ocurre lo mismo con el adulto que ya se ha realizado y luego tiene una enfermedad o un accidente; en ese caso, su vida puede continuar bien una vez que haya pasado el momento adverso. Ejemplo: Jorge Rivas, diputado argentino tetraplégio por un accidente, el físico Steven Hopkins, o Franklin Delano Roosevelt, quienes son respetados y hasta admirados.
En nuestro país falta mucho para valorar la capacidad de un niño enfermo, más bien se tiende a la discriminación positiva.