28/07/2022 – Junto al padre Francisco Palacios continuamos adentrándonos en la Palabra de Dios y en los encuentros que Jesús mantuvo con diferentes personas.
En este espacio contemplamos el encuentro de Jesús con la mujer samaritana relatado en el Evangelio de San Juan, capítulo 4, versículo 3-30:
“Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. Como tenía que pasar por Samaria, llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo:
—Dame un poco de agua.
Pero, como los judíos no usan nada en común con los samaritanos, la mujer le respondió:
—¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?
Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida.
—Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?
—Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.
—Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.
—Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá —le dijo Jesús.
—No tengo esposo —respondió la mujer.
—Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad.
—Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta. Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.
—Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.
—Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará todas las cosas.
—Ese soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús.
En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: «¿Qué pretendes?» o «¿De qué hablas con ella?»
La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente:
—Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?
Salieron del pueblo y fueron a ver a Jesús”.
“Jesús, según como es cada uno, aprovecha para entrar en diálogo, conversar y guiarnos propositivamente. Él se acerca, insinúa, golpea la puerta y llama. No es invasivo ni atropella”, comenzó diciendo el padre Francisco en torno a este encuentro y agregó: “De parte de ella fue un encuentro casual, de parte de él fue la búsqueda de la oveja perdida”.
Podés escuchar el programa completo en el audio que acompaña esta nota