El Espíritu Santo nos comunica la vida divina. Él es el Agua Viva

viernes, 26 de junio de 2009
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El hombre me hizo volver a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente.  El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.  Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente.  Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.  Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano.  Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos.  Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas.  Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura.  Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.  El hombre me dijo:  «¿Has visto, hijo de hombre?», y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.  Entonces me dijo:  «Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente. Los pescadores se apostarán a su orilla: desde Engadí hasta En Eglaim habrá lugares para tender las redes. Allí habrá tantas clases de peces como en el Mar Grande, y serán muy numerosos. Pero sus charcos y sus lagunas no serán saneados, sino que quedarán como salinas. Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio.”

Ezequiel 47, 1-12

Dios nos habla en dos libros, dice San Agustín: nos habla en el libro de la Creación, y nos habla en el libro de la palabra, expresada en las Sagradas Escrituras. Tiene este doble modo de expresarse. En uno para los que saben leer y escribir. En otro para todos, incluso para quienes no tienen otra posibilidad de conocimiento pero reciben igualmente la Revelación de Dios a través de la marca que Dios ha dejado con su paso y su presencia por la historia y la creación.

Que sea tu libro la página divina que has de escuchar. Que sea tu libro el universo que has de observar; en las páginas de las Escrituras sólo puede leer quien sepa leer; mientras que todos, incluso los analfabetos, pueden leer en el libro universal del universo, dice San Agustín.

De esta realidad, de la voz de Dios presente en la creación y en las cosas, la Palabra se hace intérprete y se sirve de ella cómo vehículo de sí misma y nos explica el misterio de Dios mediado por la creación. Y en ese sentido, la creación se transforma como en un sacramento primordial y universal. Dice San Agustín: añade al elemento la Palabra, y tendrás el sacramento.

O sea: añade al agua la fórmula bautismal, al pan las palabras de la Consagración, y tendrás el Bautismo y la Eucaristía. Es lo que ocurre en un sentido más amplio con todos los demás elementos de la creación. Si a cada elemento de la creación, nosotros -movidos por el Espíritu- nos dejamos llevar para que con el alma henchida de la presencia de Dios le encontremos al mismo acto creador de Dios un sentido nuevo, entonces la creación será nueva creación. Pero para esto hay que dejarse llevar por esa expresión propia de la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras que nos habla del Espíritu como agua vital que da vida y que resignifica todo.

El agua, la vida y el Espíritu

La creación toda nos habla de Dios y es como un sacramento y signo de Dios. Alguno de sus elementos se han convertido en sacramentales del Espíritu, como por ejemplo el agua, signo del Bautismo, del renacimiento en el Espíritu; el aceite y el crisma como signo sacramental de la Confirmación.

El agua es más que un simple símbolo del Espíritu: es su signo eficaz. No solamente evoca al Espíritu, sino que se hace presente y operante el Espíritu en este signo. ¿De dónde procede y qué significa el título de Agua Viva atribuido al Espíritu Santo? Quien escribe el texto del Veni Creator como himno, Rabano Mauro, dice: “Al Espíritu Santo se le designa como el agua en el propio Evangelio cuando el Señor exclama si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. De lo más profundo de todo aquel que cree en mí brotarán ríos de agua viva.

A continuación, el evangelista explica el sentido añadiendo: decía esto refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los que creían en Él.Pero una cosa es el agua del sacramento y otra cosa es el agua con que se identifica el Espíritu Santo. La primera es agua visible, la segunda es agua invisible. La primera lava el cuerpo, indicando lo que se produce en el alma, mientras que por medio del Espíritu Santo es el alma misma la que es lavada y alimentada.

¿Cuál es, entonces, el sentido exacto que tiene la expresión del Espíritu Santo como Agua Viva, fuente de vida? Es, en primer lugar, el de agua del Espíritu, pero también el de fuente de la vida. Un autor medieval parafraseaba así la expresión del himno: Él es al mismo tiempo fuente de la vida, fuente viva, fuente que vivifica, fuente que procede de la vida y fuente que da vida a aquellos a los que se dirige.

Hay tres asociaciones que se entrelazan en este simbolismo: agua-vida; agua-Espíritu; Espíritu-vida. Al final terminamos por descubrir que el Espíritu da vida y por eso le clamamos para que venga sobre aquellos territorios áridos de nuestro sociedad y de nuestra propia existencia; aquellos lugares donde la tierra está reseca, y sólo con el agua puede reverdecer, como dice el texto de Ezequiel arriba transcripto: hablando sobre aquella agua que brotaba por debajo de la puerta del templo, que es el costado abierto de Jesús crucificado, decíamos que de esa agua viene el Espíritu que vivifica todo; todo lo que este río, esta corriente de agua viva toca, lo hace reverdecer.

Entonces pensemos en esos lugares áridos de sinsentido, áridos de hastío, áridos por falta de contenido, áridos porque todo se hace rutinario y aburrido, lugares áridos de nuestra vida en los que necesitamos de esta agua. Invocamos al agua, le hacemos un surco para que llegue; es la invocación y el clamor que hacemos por su venida para que toque esos territorios familiares, laborales, sociales, institucionales; necesitamos de esta agua que vivifica todo y que hace reverdecer todo y cambiarlo todo. ¡Clamamos para que esa agua se haga presente!

La asociación agua-Espíritu está presente de manera implícita cada vez que se habla del Espíritu que se derrama (por ejemplo, Joel 3, 1; Zacarías 12, 10); en expresiones como bautizar con Espíritu (por ejemplo, Mateo 3,11; Hechos 1,5); y renacer del agua y del Espíritu (expresión propia de Jesús en el Evangelio de Juan); sin contar la frase ya citada donde Jesús propone el Espíritu mediante la imagen del agua viva y de ríos de agua viva.

En realidad es Juan quien más desarrolla esta dimensión del Espíritu que da vida, es un simbolismo muy fuerte, asociado al don del Espíritu que nos hace Cristo en la cruz con el signo del agua que sale de su costado. Y con esto Juan (en la Primera carta de Juan 5, 68 se ve claramente) nos regala una mirada de síntesis y explicación de aquella grandiosa visión que tuvo Ezequiel del agua que fluye del templo y hace brotar la vida a lo largo de su recorrido hasta que desemboca en el Mar Muerto y lo convierte en un mar lleno de peces.

Para el evangelista, Cristo en la cruz es el nuevo y definitivo Templo de Dios y el agua que brota de su costado es la realización de la promesa sobre los ríos de agua viva que brotarán desde lo más profundo de nuestro ser. Es Cristo crucificado y muerto de donde se abre la vida que esa agua que trae su costado abierto nos regala para ser personas nuevas. Este río de agua viva viene a reverdecer las áridas maneras de vivir, los arduos lugares donde la vida se nos hace muy pesada. Nuestra vida está partida por momentos, clamando por la presencia de este Espíritu que unifique, que empape, que llene de vida y de verdor nuestro territorio agreste, poco habitable, ése donde todo es árido y donde falta vida.

Un torrente de agua viva es el Espíritu Santo que se derrama en nuestros corazones con el don maravilloso de transformarnos. Un torrente de agua viva que lo que va tocando lo va haciendo nuevo. Un torrente de agua viva que pasa por las tierras agrestes, sobre esos lugares de nuestra existencia donde hay un clamor. El agua tiene el poder de unir la tierra partida. Al agua viva del Espíritu le clamamos que venga sobre nuestra tierra partida.

El texto de Ezequiel es elocuente: todo lo que esta agua alcance reverdecerá. Esta obra de Radio María es testigo de eso. Este lugar de gracia, este canal a través del cual corre la vida del Espíritu en Cristo Jesús es testigo de cuánto milagro de reverdecer ocurre y acontece cerca suyo, todo lo que va tocando esta señal, cada vez más potente en el Espíritu, capaz de transformar y hacer nuevo en Dios nuestro territorio que clama por vida, que necesita ser purificado. Radio María es una presencia que colabora en este sentido y permite que corra un torrente de agua viva.