El fantasma de nuestros miedos

miércoles, 21 de abril de 2010
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Eduardo Casas


Texto 1

    El miedo o temor es una perturbación angustiosa del ánimo, una emoción caracterizada por un estado intenso, habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es un estado de agitación, inquietud y zozobra; una aversión frente al riesgo o la amenaza; una reacción de alerta y protección; una función adaptativa ante situaciones adversas; un recelo de que suceda algo contrario a nuestro deseo; un mecanismo de defensa y supervivencia; una tensión necesaria para vivir y superar los peligros, compromete todo el estado físico y psíquico o emocional desencadenando una reacción de ansiedad cuya respuesta puede ser la huida, la pelea o la rendición. Se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano.

    El miedo tiene una compleja explicación neuronal y química. Además, puede registrar diversos niveles de intensidad: está el susto o sobresalto que consiste en una impresión pasajera; luego la ansiedad que es una cierta inquietud de ánimo; después viene el miedo propiamente dicho el cual resulta necesario y hasta saludable, también están las fobias -miedos personales desproporcionados- luego se encuentra el terror que es la turbación producida por sucesos nefastos y terribles, posteriormente está el horror que es la ofuscación por situaciones repulsivas y repugnantes y –por último- el pánico que es el miedo más intenso y escalofriante. 

    El miedo es una característica inherente a la sociedad. En ella sus reglas se estructuran por premios y castigos. Muchas normas y disciplinas se fundamentan en el miedo como muestra el Derecho Penal. La sociedad toda colabora con el miedo. Los medios masivos de comunicación a menudo nos alarman. Los miedos sociales varían con las épocas y los contextos históricos.

    Estamos en un tiempo de miedos globales: la  inseguridad, las crisis económico-financieras, las catástrofes naturales, el terrorismo, el índice de delincuencia y criminalidad, etc. Vivimos en circunstancias de tanta presión que el stress dispara cualquier miedo. Respiramos un aire toxico de miedos y fobias: a los espacios abiertos y cerrados, a la relación y al contacto social, a viajar en avión, miedo a objetos, situaciones, ciertos fenómenos o a determinados animales, etc. Hoy son comunes los ataques de pánico. Desde el punto de vista social y cultural, el miedo  es “contagioso”. Se puede adquirir y aprender de otros. Se transmite. Nos volvemos agentes transmisores de miedos contagiosos. No ser trata de ser imprudentes o temerarios pero tampoco hay que estar sometidos a los miedos que paralizan y deforman También se puede aprender a dejar de tener miedo.

    La presencia del miedo en el arte -principalmente en la literatura- ha sido relevante.  Constituye un género narrativo por sí mismo: los cuentos de miedo y las novelas de terror. La industria del miedo en el cine es un capítulo aparte. Hay historias y personajes del género del terror que son legendarios. La escultura y la pintura -especialmente en la Edad Media- con sus interpretaciones del Apocalipsis y del infierno, ha elevado el miedo y la fealdad, lo grotesco y lo monstruoso a categoría de arte. También la pintura contemporánea ha retratado la angustia del ser humano y muchos de los horrores que se han vivido.

    En fin, el miedo recorre las fibras del ser humano y de la sociedad en todos los tiempos. Se podría hacer una lectura crítica de la historia del pensamiento humano y del desarrollo social a través del prisma de nuestros principales y más representativos miedos comunes.

    ¿Vos qué miedos tenés?; ¿qué miedos te inculca la sociedad?; ¿qué miedos has superado?, ¿qué miedos aún te han quedado empañando las ventanas del alma?, ¿has tenido muchos muros que sortear?, ¿cómo te sentís últimamente?

Texto 2

    El miedo tiene también un extraño vínculo con las religiones. Las religiones monoteístas propician el temor de Dios. El judaísmo y el islamismo han desarrollado estas ideas. Incluso el cristianismo afirma que uno de los dones del Espíritu Santo es “el santo temor de Dios” que posibilita una relación filial y respetuosa con Dios. 

    Las religiones se han caracterizado por las amenazas del sufrimiento eterno, el miedo al infierno, el miedo a pecar, el miedo a ser malo, etc. Lamentablemente, diversas religiones han instrumentalizado el miedo como factor de poder. La fe, el miedo y la culpa muchas veces han formaron un trío que ha sido difícil de separar.

    La Biblia hace mención al miedo en su primer libro. En el Génesis, una vez que el ser humano pecó, desobedeciendo a Dios, el miedo se convirtió en un atributo humano: la culpa original. El texto muestra el miedo, la culpa y la vergüenza cuando dice: “Dios llamó al hombre y le dijo: ¿dónde estábas? Y él respondió: oí tu voz y tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí (Gn 3,9).

    Aquí está la idea de un ser humano avergonzado y culpable y la perspectiva de un Dios vinculado a lo moral, asociado con el bien y el mal, que requiere sacrificios para ser aplacado y reconocido: un Dios juez,  castigador y algo sádico que necesita ser calmado. El ser humano -para expiar- tendrá que padecer  un cúmulo de sufrimientos para evitar así un destino eternamente infeliz.

    La Redención –como salvación del pecado- en donde el mismo Hijo de Dios asume la carne para cargar con el pecado a partir del sufrimiento extremo de la Cruz hasta la muerte, pareciera que sólo viene a intensificar –aún más- la imagen de un Dios despótico y cruel que sólo infunde un respeto severo y un sagrado temor a sus creaturas.

    Si embargo, el misterio de la Cruz de Jesús hay que vincularlo al amor de Dios. El Dios cristiano no quiere ni el sacrificio, ni el castigo de sus hijos. Él mismo se ha sacrificado.

    Durante generaciones la imagen de un “Dios castigador” reemplazó a la revelación del “Dios-Amor”. Más que un Padre misericordioso aparecía el rostro de un Dios adusto, serio, con el ceño fruncido, con una balanza en una mano y una vara en la otra.

    Ciertamente un Dios asociado a las oscuras imágenes de pecado, culpa, vergüenza, sufrimiento,  castigo y condenación no puede más que generar miedo.

    La primera Carta del Apóstol Juan dice: “Dios nos manifestó así su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero. La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros está en que tenemos plena confianza. En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto elimina el temor porque el temor supone el castigo. El  que teme no ha llegado a la plenitud del amor” (1 Jn 4, 9-10. 17- 18).
   
    La verdadera religión –antes de inculcarnos- tiene que quitarnos los miedos. La Buena Nueva, que Jesús predicaba, liberaba. “No tengan miedo” dice repetidas veces. Nosotros, en cambio,  construimos tabúes y temores. Proyectamos en Dios todas nuestras sombras. Dios es luz. Él disipa toda sombra mala. Dios es paz. Nunca castiga.

    En el Evangelio aparece Jesús -como verdadero hombre que es- teniendo miedo en ciertas ocasiones. En su agonía, los Evangelios dicen que Jesús sintió temor, angustia y tristeza de muerte (Cf. 14,33-34). Estos sentimientos lo hacen más real y verdadero, más humano y cercano. Su poder no es el de un héroe invencible. Su fortaleza conoció el miedo auténtico.

    Nosotros no debemos sentir miedo a Dios; al contrario, tenemos que experimentar consuelo. El temor que experimentó Jesús nos pone en comunión con Él: ¿cuál es el Dios que vos elegís?, ¿cuál te inculcaron?; ¿el Dios del amor o el Dios del castigo?; ¿el miedo que padeció Jesús no te hace sentirlo más próximo a todos tus temores?; ¿no experimentás a veces que pareciera que Dios te ha bendecido con la corona de los miedos y el agua de los llantos?; ¿no crees que hay que cambiar el manojo de miedos secos de tus manos por nuevas semillas tiradas al surco de la vida que renace?


Texto 3

    El miedo tiene múltiple caras, máscaras y disfraces: miedo al futuro, miedo a perder trabajo, afecto, salud, juventud, belleza, estatus social, honor, imagen;  miedo al ridículo, al rechazo, a quedarnos solos, a que el otro no nos entienda, a la entrega, al compromiso, a los intentos, a los fracasos, a perder; miedo por nuestros hijos y por nuestros padres, al dolor físico, a la enfermedad y el miedo que engloba todos los miedos: a la muerte.

    Llegamos también a tener miedo de nosotros mismos: lo que somos y lo que no somos, lo que no conocemos de nosotros, lo que no podemos o queremos, a nuestro pasado, presente o futuro. Podemos incluso experimentar miedo al miedo.

    El miedo -cuando es un temor lógico y prudente- tiene un aspecto positivo y saludable. Cuando anula el comportamiento desarrolla un aspecto patológico y termina siendo neurótico desembocando en enfermedades y traumas. El miedo es como una bola de nieve que se va alimentando a sí misma e invade todas las dimensiones de la vida. Nos empequeñece,  limita nuestra búsqueda de la felicidad, nos quita salud, bienestar y calidad de vida. Condiciona nuestra vida espiritual. Nos cerramos a los otros, perdiendo capacidad de amar y libertad.

    Hay que “domesticar” nuestros miedos sino son ellos los que nos manejan a nosotros,  incapacitándonos. Si no nos enfrentamos al espejo de nuestros propios miedos viendo sus rostros fantasmales, terminaremos construyendo una gran telaraña que nos atrapará. Tejemos nuestra propia tela de araña, convirtiéndonos en víctimas y quedando atrapados en ella, sin poder salir. Sus hilos nos atan con resistencia y nos impiden el vuelo. Usemos la telaraña para ayudarnos. Tejamos -no nuestros miedos- sino nuestros sueños.

    A veces llegamos a tener miedo de cosas buenas, sanas y hermosas: miedo a la vida, a la  libertad, al amor, a  ser feliz, a ser verdaderamente uno mismo, a ser distinto, a cambiar, a aprender, a crecer, a disfrutar, etc. Podemos tener miedo a todo lo positivo de la existencia.
 
    La sabiduría se da cuando somos capaces de vencer los miedos. La gran mayoría de las personas se mueren sin haber vivido nunca. Confundimos vivir, con sobrevivir: ¿vos tenés miedo de cosas buenas y hermosas?; ¿por qué?; ¿sentís que a veces tu cielo se nubla y los truenos de los miedos rugen oscureciéndolo todo?

Texto 4

    A veces el miedo nos deja huérfanos de palabras. Nos ahogamos en un grito atragantado. Nos electriza un sobresalto que nos hace estremecer. Sobre nosotros se extienden los ecos de una noche desgarrada de formas y sombras. Caemos y tocamos fondo. Incluso allí -en la profunda oscuridad- siempre es posible encontrar alguna secreta salida…

MIEDO

Es bueno tocar fondo tan seguido,
puedo escapar pronto del abismo.
Puedo perder el miedo a lo profundo
y desangrar todo lo que no quiero.

Puedo sentir que volar es un remedio,
quizá mañana ya no me dé lo mismo.
Y así vencer el miedo que atormenta:
mi miedo a ser mejor, a ser distinto.

¿Por qué perdí todas las madrugadas
buscando lo que nadie me explicó?
Las dudas que me asaltan por la noche,
la angustia que siento por los dos.

Por eso, mi cielo está cerrado
y en mi pasado, jamás amaneció.
Para el dolor es fácil esconderse,
lo duro es creer que ya pasó.

G. S

Miedo al  miedo

Miedo porque si y porque no.
Miedo por algo y por todo.
Miedo por las dudas y por temor.
Miedo por el miedo y por desamor.
Miedo contra uno y miedo contra dos.
Miedo en contramano y en otra dirección.
Miedo para guardar y para estrenar.
Miedo con razón y sin razón.
Miedo si te tengo y si me voy.
Miedo por el ayer, el mañana y  el hoy.

Miedo para cuando no haya miedo.
Miedo por mí y por vos.

E. C

Texto 5

    El miedo se exorciza con un puñado de esperanzas. La sombra se conjura con un ramillete de luz. A menudo nuestro vacío lleva el nombre de quien nos ha dejado y se alejado, dando un paso al costado. Incluso aunque el otro quiera ayudarnos, no siempre puede. Nadie nos puede salvar de nosotros mismos. La impotencia silenciosa de quienes están cerca se convierte en un grito mudo que nos atraviesa…

QUISIERA

Quisiera acompañarte en el vacío,
quisiera no perderme en la mitad.
Quisiera entender el recorrido
del laberinto eterno y tu verdad.

No puedo esperar más a que me salves,
no quiero ser mi sombra y nada más.
Hay veces que despierto y creo que muero
cuando me cruzo con la realidad.

G. S

    El miedo es un padre prolifero. Tiene muchos hijos que desparrama en un recorrido de espanto y los deja abandonados en cualquier rincón del alma. Locuras, pesadillas, visiones y demonios nacen de nuestro propio infierno interior. Necesitamos un purgatorio de miedos. Una liberación de todas las trampas. Tenemos que atrevernos a que el miedo nos hable de sus miedos…

VISIONES

La locura es el pretexto
para divulgar mis sueños.
Aquellos que siempre tuve,
los que alguna vez tendré.

Todas las caras sin rostro
y todas las pesadillas,
las tormentas y demonios
que veo hacia la pared.

Seguiré con las visiones,
ese pasado que vuelve
logra inmolar mi presente
y me deja perdedor.

Me aterroriza la forma
que adoptan todos mis miedos,
siguiéndome cada noche,
preanunciándome el dolor.

G. S


Texto 6

    El miedo nos estruja la esperanza. Nos achica el vuelo. Nos recorta el deseo. Nos cierra las ventanas y las puertas. Pone cerraduras, cerrojos y candados. Nos hace refugiarnos dentro. Detiene el calendario. Hace que olvidemos las fiestas y las risas. Nos paraliza el alma y las ganas, acurrucándonos en el insomnio y en la duda. Nos muestra un espejo borroso y empañado, detiene nuestros pasos. Nos hace creer que caminamos, aunque él sabe que no nos lleva a ninguna parte…

VACÍO

Todos los años, perdidos y malgastados
en el mismo lugar.
Las horas de felicidad, tan lejanas.
El pasado rico en esperanzas,
el futuro gris que sólo promete mi muerte.

Justo en la mitad de mi camino,
hay días que me veo desde lejos.
¿Fui parte de la película de alguien?
¿O protagonista de un monólogo vacío?

Tengo tiempo todavía, pero espero
no seguir desperdiciando mi poesía.
No quiero llegar al arco iris
y ver vacíos el corazón y el alma,
mis huellas borradas por el viento
y la arena quieta en el reloj.
   
G. S

Texto 7

    El sentimiento es la lengua que el corazón usa cuando no encuentra las palabras justas. El miedo a veces es una sensación; otras, una emoción y otras, un sentimiento. Depende de su intensidad y permanencia. Lo cierto es que -aunque no siempre podamos definirlo tan claramente- lo sentimos de manera inconfundible, como una soga que nos maniata cuando queremos salir corriendo. El miedo está siempre acompañado de otros sentimientos.

    El mundo de las emociones y sentimientos -que vive en el mar profundo e impetuoso del alma- se expresa mejor con imágenes. Ellas no definen. Sólo muestran. Tenemos que escribir nuestro propio “diccionario de emociones”. Pintar nuestra paleta de sensaciones. Armar un catálogo personal, un repertorio privado de emociones con las que construimos el propio y personal lenguaje que habla nuestro corazón.

    ¡Hay tan variadas emociones y tan plurales sentimientos! Si empezamos por los más difíciles y oscuros, aparece la angustia, un nudo bien apretado en el centro del pecho; la preocupación, un adhesivo  que no deja salir del pensamiento lo que todavía no sucedió; la vergüenza, un paño negro que nos cubre cuando quisiéramos ser invisibles y desaparecer; la culpa aparece –en cambio- cuando estamos convencidos que podíamos haber hecho algo diferente pero ni siquiera lo intentamos; la ansiedad se acelera cuando los minutos parecen interminables para alcanzar lo que uno desea que acontezca rápido.

    El recuerdo surge cuando el pensamiento -sin nuestro consentimiento- vuelve a leer un capítulo que ya sabe. La nostalgia irrumpe cuando  hay un momento que acariciamos con el alma mientras trata de huir del recuerdo aunque el recuerdo no se lo permite. La indecisión aparece cuando el corazón sabe muy bien lo que quiere pero la razón dicta que se debe optar por otra cosa. La seguridad, en cambio, llega cuando el pensamiento se cansa de buscar y se detiene, conformándose con lo poco que ha obtenido.

    La razón brilla cuando la pasión está sosegada y nos muestra que la lucidez es como un acceso  de locura al revés. La intuición relampaguea si el corazón da un salto hacia el futuro y vuelve inmediatamente al punto donde nos encontramos en el presente. La pasión se despierta cuando el ímpetu llega, entra y se hace cargo.

    La tristeza, por otra parte, es una mano fuerte y grande que aprieta estrujando el corazón en lágrimas. La felicidad, en cambio, se muestra como un instante que siempre tiene prisa por irse. La paz es un atardecer que se ha quedado dormido en nuestra mirada a causa de tanto contemplarlo. Por último, al amor se lo reconoce, cuando el resto de la vida y del tiempo que nos quedan, no resultan nunca suficientes para compartirlos con quienes más queremos.

    Este es mi “diccionario” de algunas emociones y sentimientos. Las que más a menudo recorren los registros y las vibraciones de mi alma. Hay que tratar de limpiar el cristal interior. Tal vez todo sea más sencillo. Hay que cambiar los miedos por emociones luminosas y saludables. Es preciso que refresques tu interior. Que le des aire. Que transites nuevos paisajes y viajes. No te quedes con lo de ayer. No elijas lo conocido. Cambiá, empezá por algo pequeño. Es posible, si te lo proponés. No sientas temor a despegar. No ahuyentes tu esperanza. No tengas miedo de ser –cada vez más auténticamente- vos. No tengas miedo a caminar por el pasado, a correr por el presente y volar por el futuro. Todo te está esperando…