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El fuego
martes, 1 de marzo de 2011
Estas son las propiedades del fuego:
ilumina, y por eso su simbología se asocia a la luz; representa la inteligencia, la imaginación, la sabiduría, la “chispa creativa”;
se mueve y calienta y con eso sugiere imágenes de poder, energía, vitalidad; el calor que produce es indispensable para crear condiciones de vida;
quema y aquí reside su asociación con la idea de peligro, destrucción y purificación.
El fuego tiene, por todo esto, simbología positiva y negativa. El fuego es bueno porque produce calor y posibilita la vida. El fuego es dañino porque quema, cuando genera más calor que el que un cuerpo puede resistir. Es irrefrenable, indominable; se expande rápidamente.
La riqueza del símbolo también reside en que podemos percibirlo por los cinco sentidos, y cada uno de ellos aporta algún significado. Lo que captamos por los sentidos acerca del fuego, está determinado en gran parte por el combustible que lo alimenta:
vemos variedades de colores según sea la leña, el gas, o el elemento que se consuma;
olemos distintos olores, por el mismo motivo;
escuchamos el crepitar de una fogata, y en cambio el fuego de la hornalla de gas es casi silencioso;
sentimos al tacto el frío o el calor;
gustamos con distinto sabor una comida según la temperatura que tenga.
Por todas sus propiedades, el fuego es un símbolo adecuado para hablar de Dios en sus manifestaciones de poder, energía, expansión y generación de vida. El fuego aparece en numerosas teofanías (theos: Dios, fanérosis: manifestación):
Alianza con Abraham: Gén 15,7-21
Vocación de Moisés: Ex 3,1-10
Alianza con el pueblo: Ex 19,3-8
Acompañamiento del pueblo en el desierto: Ex 40,34-38.
Nacimiento de la Iglesia, pueblo de Dios: Hech 2,1-4
Las teofanías también incluyen fuego en el llamado a los profetas:
Is 6,1-8; Jer 20,7-9; Ez 1,4-28
Elías es reconocido como un profeta que tuvo palabras de fuego:
1
Después surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha.
2
Él atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó.
3
Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto.
4
¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti?
5
Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo.
6
Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes:
7
tú escuchaste un reproche en el Sinaí
7
y en el Horeb una sentencia de condenación;
8
tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores
9
tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego por un carro con caballos de fuego.
10
De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle,
10
para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos
y restablecer las tribus de Jacob.
11
¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida! (Eclo 48,1-11)
Juan Bautista anuncia un bautismo de fuego:
7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? 8 Produzcan el fruto de una sincera conversión, 9 y no se contenten con decir: “Tenemos por padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. 12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». (Mt 3,7-12)
En esta predicación de Juan Bautista, se unen los dos aspectos del fuego:
El fuego destructor, que purificará de los pecados y rebeldías.
El fuego que encenderá los corazones, el ardor del Espíritu. A este fuego se refiere Jesús:
Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (Lc 12,49)
De este ardor habla el Señor en el Apocalipsis, cuando rechaza a los tibios:
14 Escribe al Ángel de la Iglesia de Laodicea: «El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: 15 “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. (Ap 3,14-16)
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