Estas son las propiedades del fuego:
El fuego tiene, por todo esto, simbología positiva y negativa. El fuego es bueno porque produce calor y posibilita la vida. El fuego es dañino porque quema, cuando genera más calor que el que un cuerpo puede resistir. Es irrefrenable, indominable; se expande rápidamente.
La riqueza del símbolo también reside en que podemos percibirlo por los cinco sentidos, y cada uno de ellos aporta algún significado. Lo que captamos por los sentidos acerca del fuego, está determinado en gran parte por el combustible que lo alimenta:
Por todas sus propiedades, el fuego es un símbolo adecuado para hablar de Dios en sus manifestaciones de poder, energía, expansión y generación de vida. El fuego aparece en numerosas teofanías (theos: Dios, fanérosis: manifestación):
Alianza con Abraham: Gén 15,7-21
Vocación de Moisés: Ex 3,1-10
Acompañamiento del pueblo en el desierto: Ex 40,34-38.
Fuego en Pentecostés judío y Pentecostés cristiano
Alianza con el pueblo: Ex 19,16-20
16 Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor. 17 Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y todos se detuvieron al pie de la montaña. 18 La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba violentamente. 19 El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno. 20 El Señor bajó a la montaña del Sinaí, a la cumbre de la montaña, y ordenó a Moisés que subiera a la cumbre.
Algunas interpretaciones judías sobre la teofanía del Sinaí:
“Dios modeló el aire, lo extendió, lo cambió en algo como una llamarada ardiente. (…)Una voz resonó en medio del fuego que fluía desde el cielo, la voz más maravillosa y tremenda, porque la llama estaba dotada con un lenguaje articulado que se expresaba en una lengua familiar a los que la oían. Ella expresaba sus palabras con tanta claridad y distinción que parecía que el pueblo estaba viéndola, más que oyéndola” (De Decalogo, 32-33.46).
“Todas las palabras que salían de la boca del Todopoderoso se dividían en setenta idiomas” (T B Shab 88 b).
“ La voz salió y se dividió en setenta voces, en setenta lenguas, de modo que todos los pueblos la oyeron, y cada pueblo oyó la voz en su propia lengua.” (Rabí Johanan)
Nacimiento de la Iglesia, pueblo de Dios: Hech 2,1-4
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Las teofanías también incluyen fuego en el llamado a los profetas:
Is 6,1-8; Jer 20,7-9; Ez 1,4-28
Elías es reconocido como un profeta que tuvo palabras de fuego:
1 Después surgió como un fuego el profeta Elías, su palabra quemaba como una antorcha.
2 Él atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los diezmó.
3 Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres veces fuego de lo alto.
4 ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti?
5 Tú despertaste a un hombre de la muerte y de la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo.
6 Tú precipitaste a reyes en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes:
7 tú escuchaste un reproche en el Sinaí
7 y en el Horeb una sentencia de condenación;
8 tú ungiste reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores
9 tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego por un carro con caballos de fuego.
10 De ti está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle,
10 para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las tribus de Jacob.
11 ¡Felices los que te verán y los que se durmieron en el amor, porque también nosotros poseeremos la vida! (Eclo 48,1-11)
Juan Bautista anuncia un bautismo de fuego:
7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? 8 Produzcan el fruto de una sincera conversión, 9 y no se contenten con decir: “Tenemos por padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. 10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. 12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». (Mt 3,7-12)
En esta predicación de Juan Bautista, se unen los dos aspectos del fuego:
De este ardor habla el Señor en el Apocalipsis, cuando rechaza a los tibios:
14 Escribe al Ángel de la Iglesia de Laodicea: «El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: 15 “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. (Ap 3,14-16)
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Pentecostés: Una Iglesia libre de la Ley
Lic. María Gloria Ladislao
La fiesta judía de Pentecostés
La fiesta cristiana de Pentecostés, al igual que la Pascua, tiene sus raíces en la tradición judía. En esa fiesta, el pueblo judío celebra la entrega de las Tablas de la Ley hecha por Dios, a través de Moisés, a su pueblo reunido en el Sinaí. Es la fiesta de la Alianza, y en hebreo se la llama Shavuot, es decir, fiesta de las semanas, porque debe hacerse siete semanas después de la Pascua (Dt 16,9-12; Lv 16,15-23). La Pascua judía celebra la liberación de Egipto y Shavuot celebra que, en el desierto, Dios da su Ley indicando a este pueblo naciente el estilo de vida que asumirá de ahí en más: los mandamientos. Así, vemos que en la tradición judía Pascua y Pentecostés están íntimamente unidos. El pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, asume con los diez mandamientos un estilo de vida propio. Con la Alianza del Sinaí se compromete a ser pueblo de Dios y a vivir de ese modo: “Haremos todo lo que ha dicho Yavé” (Ex 19,8).
Pentecostés en el libro de los Hechos de los Apóstoles
La fiesta de Shavuot, recuerdo de la Alianza, era una de las fiestas en que los judíos peregrinaban al Templo de Jerusalén. Por eso el libro de los Hechos nos habla de una gran multitud que estaba allí reunida cuando se produce la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana (Hech 2,1-41)
En el relato cristiano de Pentecostés, varios elementos evocan la Alianza del Sinaí.
En primer lugar, ambos son acontecimientos de los cuales participa todo el pueblo/comunidad reunido. “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Uno de aquellos días Pedro se puso de pie en medio de los hermanos; el número de los reunidos era de unos ciento veinte…” (Hech 1,14-15).
Están los Doce, está María, están las mujeres de la comunidad, están los otros discípulos, en ese número redondo de ciento veinte, dándonos ya la imagen de una iglesia que irá creciendo en pequeñas comunidades alrededor de los apóstoles.
La comunidad cristiana está toda reunida en un "lugar alto" y hay un ruido que viene del cielo con fuego, así como en el Sinaí Dios descendió sobre el monte con ruido de trompeta y con fuego. La casa se llena toda con el viento, así como el monte Sinaí retemblaba todo con la presencia de Dios (Ex 19,18). En el Sinaí Dios regaló su Ley como norma de vida; ahora se regala El mismo en el Espíritu Santo para conducir a su pueblo, la Iglesia.
Libertad y vida en el Espíritu
Así como en la tradición judía, Pascua y Pentecostés también están íntimamente unidos en nuestra fe cristiana. En Pascua fuimos liberados de la muerte y del pecado, para vivir ya hoy en la nueva condición de resucitados. ¿Y cómo podremos hacer eso realidad? Para eso no basta conocer la Ley, por eso Jesús prometió su Espíritu. Es el Espíritu que vive en nuestro corazón el que nos da hoy vida de resucitados, vida nueva. San Pablo, un judío al que Jesucristo se le cruzó en el camino, entendió esto muy bien. En su carta a los Gálatas él muestra que la Ley no puede hacernos vivir como hijos de Dios. Porque la Ley nos dice lo que hay que hacer, pero no nos da la fuerza para hacerlo. Por el contrario, si es el Espíritu el que obra en nosotros, entonces sí nuestras obras, conducidas por el Espíritu, serán las que Dios quiere. Esta confianza en lo que Dios quiere, y no en nuestras propias fuerzas, es lo que lleva a San Pablo a afirmar: "Si somos conducidos por el Espíritu, no estamos bajo la Ley" (Gál 5,18).
A esta Iglesia naciente de la Pascua, el Espíritu Santo, en Pentecostés, le da el estilo de vida por el cual será conducida "sin estar bajo la ley", en la libertad de los hijos e hijas de Dios. Una vida que no estará pendiente de cada mandamiento de la Ley, sino que será tener el corazón maleable y disponible para que el Espíritu actúe.